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Carmen Berenguer: la última machi de la poesía chilena
Por Rony Núñez Mesquida
(Publicado en Le Monde diplomatique - edición chilena Aún Creemos en los Sueños)
http://www.lemondediplomatique.cl/
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1.- Elegía sobre un trayecto porteño
La cita estaba convenida para aquella mañana, en las inmediaciones de una plaza Italia perpetuamente insomne, en el centro de la ciudad de los mitos, leyendas y aullidos acallados.
Me dispuse pues, desde el puerto principal de Valparaíso, emprendiendo rumbo hacia la capital, puerto que Carmen Berenguer, sin lugar a dudas una de las voces más originales de la poesía chilena, rebautizara desde la trinchera de los ochenta. En efecto, la infatigable calidez de la conciencia colectiva arrojada a una construcción poética singular, que arropa contra su pecho, los desvelos de tiempos bajo la mirada de botas lustradas sobre los cuerpos de tantos soñadores acallados. En su libro La Casa de la Poesía, (Mago Editores, 2008) lo narra de la siguiente manera: “En la mesa se encontraban los poetas y sus vertederos: la de los por qué escribo, en compañía de nuestros vecinos argentinos y la poesía. Se habló de los motivos y preocupaciones, perturbaciones del hacer, la prolongación de las tribulaciones de la poesía”. Pues es natural a todo gran autor o autora, impregnar con sus palabras rebautizando lugares, escenarios de una inspiración que en Carmen se adoptan, como si fueran acaso parte del rastro de su sonrisa de madre, de machi tejedora de versos.
De la bohemia eterna de los cerros porteños seduce la crónica de sus andanzas por sus bares escondidos bajo luces tenues de faroles entre callejuelas estrechas con aroma a sal. “Las paredes estaban adornadas de cuchillos corroídos por la humedad y el tiempo, sin los visos plateados de su mejor época, un jote relleno expulsaba unos azulejos de sus plumas muertas. Vasos del mundo donde puso sus labios Luchito Godoy y la Bella Estrella, también don Salvador, y la Natachita Kinsky, ¡mentira! Nadie más vino después de eso. Monedas de todas partes empeinaban el mesón”, para luego unas líneas más adelante continuar en un embeleso que confunde realidad y ficción, “El pintor pagó la noche, personaje de Hemingway de la Guerra Civil española en los tugurios del puerto con las gitanas en el ruedo, haciendo piruetas con los pañuelos rojos.”
“La atmósfera la vi en la película alemana de Fassbinder “Querelle”. Pero aquí la ley estaba representada por los paisanos más del ambiente. Ellos podrían ser el ingrediente fácil para cualquier acción. Sería la completud del abanico”.
Pedro L. hizo el primer movimiento de forma tan frágil como si fuera el reflejo de la ausencia. Y si no hubiera estado, no habría puesto el casete de G. Mistral en la casa de Brenda”.
2.- Cita con la aurora.
Con aquellas palabras en mi memoria, me recibió Carmen Berenguer en su espacioso y bello departamento en Santiago, tomé asiento dando la espalda a un cuadro donde posaban la poeta junto a las Yeguas del Apocalipsis, con quienes estrechó lazos que el tiempo incorporó ya al devenir de sus estrellas.
Se refiere en primer término a la conciencia de la escritura: “ Algún día alguien me leerá, creía yo, tomando conciencia en el sentido de que a los 16 años pensaba y leía, siempre pensando en un lector, que descifre los signos del espacio literario, la lengua y la historia, los versos y los textos salen por distintos designios”. El oráculo se encuentra ante mí, abriendo su alma mientras mira por la ventana la tenue luz que se cuela y acaricia sus mejillas. Luego, atropella el trote de sus palabras y asevera “Tomé una opción literaria motivada por Oriana Falacci en los años 60, también de la lectura de Rubén Darío, Martí, Gabriela Mistral, Lezama Lima”.
Con Bobby Sands desfallece en el muro (EIC Producciones Gráficas, Santiago, 1983), irrumpe en la escena literaria chilena, entre toques de queda e incertidumbre de voces desaparecidas o en el exilio. “Hay una radicalidad en el lenguaje, lo simbólico, la literatura. Cuando viene una crisis política, social y cultural, se quebró todo. Para mí un quiebre total” asevera con la nostalgia de las lágrimas que ya se vertieron hace décadas pero que afloran. Rabiosa retorna sobre sus pasos y sentencia con la autoridad moral que le da el pedestal de los ancestros que corren orgullosos por sus venas: “Soy la huacha bastarda de la literatura chilena”. La mestiza que baña su cuerpo sobre las insolentes olas del mar chileno “Mientras las olas arman coloquio y encrespadas recuperan la orilla, el puerto la ronda”, en palabras de su registro icónico. En Bobby Sands ve al poeta rebelde que muere en la cárcel de Maze, al norte de Irlanda, tras una huelga de hambre, por no doblegarse frente a la represión inglesa, a pesar de haber sido incluso electo diputado por el parlamento irlandés, mientras se encontraba recluido en prisión. El símil con el abandono, con el hambre de justicia, de un Chile sitiado seduce a la autora que habla a través de Sands:
“Mañana es el undécimo día
Y hay un largo camino que recorrer.
Alguien podría escribir un poema
De las tribulaciones del hambre.
Yo podría, pero ¿cómo terminarlo?”
En su texto Huellas del Siglo (1986), por su parte, nos presenta el Santiago de mediados de los ochenta que comienza el lento despertar frente a años de represión en poemas tales como “Santiago Punk”:
“FMI, la horca chilito en prietas
Tanguito revolucionario
Punk, Punk; paz Der Krieg
Whiskicito arrabalero
Un autito por cabeza
Y una cabeza por un autito
(BMW, Toyota, Corolla Japan)
Japonés en onda
La onda provi on the rocks
Rapaditos Hare Krishna Hare hare
Sudoroso mormón en bicicleta
Aleluya la paz
Palitos de chancho
Caldo de cabeza.
…
Footing, footing a los cerros
Unemployment, 42d street
La cultura viene de Occidente
La alameda Bernardo O'Higgins en el exilio
Alameda las delicias, caramelos candy
Nylon, nylon made in Hong-Kong
Parque Arauco
Lonconao
Top-less cuchufletas, silicona
Rapa-nui en botellas
Colchones de agua en la cúpula
Coito colectivo”.
La realidad fragmentaria, forzada por la mordaza de los medios de comunicación, el devenir de un capitalismo impuesto a patadas, se aprecian con claridad en el trabajo de escritores y poetas y Carmen Berenguer no es una excepción. En este contexto la poeta rememora su experiencia con uno de los grandes de las letras chilenas, un trasgresor de todo lo “sacro” establecido, un punk en definitiva, Pedro Lemebel.
“Lo conocí en un taller de la SECH, arrancando de una persecución hecha por la Dina, buscando una cobertura, a principios de los ochenta”, con quien cultivará una amistad hasta la muerte del escritor, colaborando, trabajando juntos en las performances de las Yeguas, un gran oxígeno de expresión en medio del estado de sitio. “Era mi alter ego” concluye, muy parecidos ambos en cierto modo. “En un primer momento parte de la timidez” refiriéndose a Lemebel, “y con su primera publicación transita y se desarrolla su personalidad, para luego guarecerse en su personaje de escritor”… “Hace un cruce”, refiriéndose a la relación de Pedro entre crónica y viaje, “el mundo histórico, el lenguaje para construir una crónica que no es de hechos, donde va inmerso la mirada del autor, es su virtud”. El compromiso político, en definitiva, los une irresolublemente a la creación artística llevándolos por caminos congruentes, un sincretismo ético e ideológico en términos tanto creativos como de la construcción de la consecuencia de un discurso colectivo necesario frente a los escenarios que vendrán, lo que dan cuenta de la necesidad de los intelectuales y artistas y su contribución indispensable en la emancipación y desarrollo de sus pueblos.
“Mi poesía es documental es una relación con el archivo (memoria y su rescate), primero escribo, es un montaje”. “Las revoluciones no se condicen mucho con una forma literaria, toca el lenguaje pero las formas quedan rígidas de lo precedente”. Son sentencias de la poeta que permiten entender la construcción de su trabajo, un montaje, una estructura donde descansan sus versos que chocan por gritar primero sobre el blanco del papel y que otorgarán una identidad y registro perenne en las letras nacionales.
3.- Caminando abrazada a Pier Paolo Pasolini
En su gran texto Mama Marx (Lom Editores, 2006) -que me dedica con cariño Carmen-, se evidencia el recorrido de una vida que le ha permitido llegar a la madurez de una artista que vio pasar por sus ojos desde una matanza reciente a su arribo a Ciudad Juárez en México, la contracultura en Estados Unidos, Las Panteras Negras, las movilizaciones exigiendo el fin de la Guerra en Vietnam o las vivencias con las mujeres sudafricanas y en especial con la mujer de Nelson Mandela.
Son las palabras, el ejercicio necesario de memoria, como lo son las hermosas palabras de la cita a Adrienne Rich que Berenguer realiza en el capítulo “Oscuros campos de la República” de este texto:
“Hay un lugar entre dos hileras de árboles
donde la yerba crece
cuesta arriba
y el viejo camino revolucionario estalla en
sombras
cerca de una capilla abandonada por los
perseguidos
que desaparecieron en esas sombras.”
Versos a los cuales nuestra machi contesta en el primer verso del poema “Noche estelar” del mismo texto:
“Bajo las linternas bailamos apretados por la geografía de la memoria”.
Cuando salgo del departamento de Carmen Berenguer, nos despedimos y emprendo hacia Providencia, en dirección al Puente del Arzobispo. El ocaso seduce el follaje de los árboles, a una tenue brisa de otoño. Imagino a Carmen comenzando su habitual paseo nocturno, al encuentro de su amado Pier Paolo; “Los puentes son los horizontales dibujos y en ellos escribo”, reza el machitún cantado con los cabellos desordenados por la humedad del río y Carmen Berenguer cruza silenciosa los puentes de su alma, que es la de todos, aguardando el final de los tiempos que son también sus propios versos, o como ella misma lo escribe a través de Pasolini, estrechado a su brazo:
“Yo (otro no puede hablar)
mañana seguro lloverá y yo estaré aquí,
pegada a la puerta con mi espalda lisiada;
pasará todo un día.
Aparecerá y desapareceré de este lugar.
Como el día vuelve y se va.
También me encontraréis aquí en un día de sol,
en la ya tardía primavera,
de la que sólo querría hablar (yo, pues no hay nadie más)”.
Pier Paolo Pasolini