CLAUDIO BERTONI: ADIÓS.
Ediciones Universidad Diego Portales, 2013.
140 pp.
Por Gabriel Zanetti
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Aunque Adiós es lo que solemos llamar un libro de amor, lo que quizás el mismo autor termina de asegurar (“Este diario-poema es la huella de un amor que huyó. De un amor que desertó. De un amor que se apagó”), es otras cosas más. Felizmente para el lector lo que rodea ese amor o desamor es difícil de definir, tal vez se asemeja a la condición humana, a la presencia de lo inevitable, el fantasma de la muerte aumentado con la edad, la misma postura de Bertoni donde “escribir es como estornudar”, algo vital y otra vez inevitable como la búsqueda de otro, donde también reside el deseo.
Similar a las licencias que podría darse una novela, tonos altos y bajos se justifican en el desarrollo de este diario fechado entre febrero y julio de 2011. Podría parecer escrito sin cuidado, lleno de excesos, pero ir directamente al dolor con todos sus motes y tartamudeos, la vocación de diarista, es justamente la tesitura que Bertoni ha trabajado y vivido en este libro y posiblemente en toda su obra. Anotaciones del tipo “Medio Fredol”, “Aspirina”, son parte de la búsqueda de alivio, asunto más recurrente del libro. Masturbación, ravotril, cigarrillos que sirven a diferencia de otros que no, exámenes médicos que dicen que todo está bien, el guatero regalado por unas amigas para intentar sobrellevar todas las posibilidades del frío.
La lectura también entra en esta necesidad. Un alivio intelectual, emocional, impartido por aquellos que están sobre el velador: libros de Panero, Shopenhauer, Pavese, Márai. Con este último Bertoni abre el libro y nos introduce como provocación, como un parche curita, como una advertencia para entrar en un diario escrito con el estómago, con los huevos, con todo el cuerpo y sus órganos. “Una persona enamorada no escribe poemas” toma del autor húngaro. De ahí en adelante reaparecen y se suman las lecturas. La voz y autoría de otros dan aliento al libro y al autor, aterrizan y resignifican la anotación desesperada y los silencios que las cruzan.
Ese seguirse tan de cerca puede llevar a desesperaciones y angustias genuinas como las que provoca la lectura de libros con experiencias tan extremas y vitales como Diario de muerte de Lihn o Veneno de escorpión azul de Millán. Acá la muerte aparece como enfermedad, vejez e idea de suicidio. Se cita a Amy Winehouse y los ya nombrados Sándor Márai y Cesare Pavese, conocidos suicidas, leemos una constante paranoia por la salud -viaja a Santiago para realizarse innumerables chequeos-, la sospecha de que no todo está sano con algún dolor en la uretra, en la guata, en la cabeza. Bertoni descoloca: “Si yo me autoeliminara, esta sería mi nota suicida: demasiado hueveo.”
Posiblemente Adiós soporte varias lecturas –aunque eso sólo puede decirlo el tiempo- por su potencia narrativa, arrojo, riesgo y sobre todo porque es otro libro de Bertoni, hace rato un autor imprescindible de la poesía chilena. Sin embargo me arriesgo a pensar que algunas de estas anotaciones, los tonos más altos, aquellos textos que sobreviven por sí solos, capaces de desanclarse del libro, son los que permanecerán en la memoria y se integrarán a los grandes hits de este poeta.
