Me lo hubiera imaginado joven, me lo hubiera imaginado alegre, me lo hubiera imaginado rabiosa, molesta, porfiada. De tantas maneras y no me lo imaginé nunca vieja, a rastras, apenas, pensando en mil maneras y otras tantas formas de vestir estos huesos ilusos, estos pies semiplanos y estos rellenos que han empollado mi cuerpo por haberme atrevido a comer como si viniera de la cárcel, asida a mi plato, a mi cuchara y a mi tenedor y cuchillo, presa del terror.
No imaginé en lo que nos hemos convertido, después de la guerra interna en que fuimos tan solidarios y buena onda. En el que cual más, cual menos perteneció a alguna universidad intervenida, cual más fue perseguido, cual menos perteneció a algún comité partidario, cual más fue un relegado, cual menos a algún gremio, cual más ha vivido lo que ha merecido.
Entiendo perfectamente lo que es para mí recibir el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda y su significado profundo del honor de recibirlo de manos de la primera mujer Presidenta de Chile, Sra. Michele Bachelet.
También gratificante ha sido el magnífico jurado que tuvo la capacidad de leer otra forma de mutación literaria y de ponerla en esta preponderante galería de poetas latinoamericanos. Gracias a los académicos Alan Sicard y Soledad Bianchi al cronista y crítico mexicano Carlos Monsiváis, a la Ministra de Cultura Sra. Paulina Urrutia. Al Consejo del libro y la Literatura, por haber creado este premio.
Sé de la experiencia, que uno de los requerimientos para escribir, es ese ocio esperando que llegue aquel estado donde se encuentra el horror al blanco de la página, para hacer el primer signo que se borrará una y mil veces. Tal estado da cuenta de un desasosiego que es ‘salir de sí’, donde se produce una sensación de vaciamiento de tal magnitud como si se perdiera el centro.
Nadie se imagina el privilegio que es escribir y pensar con la lengua hablada y escrita a la vez. Allí donde opto por contravenir el orden y la ley.
En esa trama hay toda una política de la lengua, una opción estética y ética que se diferencia de lo banal de la literatura que es auspiciada por el mercado MEGA-editorial, con su exigencia funcional y entretenida. Cosa que repiten algunos poetas encerrados en los cenáculos de la nueva burguesía nacional, restaurando el horror vivido a través de la belleza y el encanto formal.
Leí libros que despertaron mi curiosidad adolescente: Aquí están intrusas a pesar de los propios vocablos que se intentan titubeantes en las primeras sílabas, fueron objetos de transferencia para acercarme al mundo que me rodeaba. Y me di cuenta en mis primeras lecturas que si no veía una forma novedosa de narrar o poetizar daba vueltas la página y me iba al kiosco de la esquina a leer revistas ilustradas o al cine que quedaba a la vuelta de la casa.
Y en la aventura de inscribir las primeras intenciones a la hora de transcribir las emociones del tiempo esta breve nota para ilustrar de qué manera di el primer paso a la escritura, en la que me leo hoy e intento descifrar. Entonces evoco aquellas lecturas que dejan su huella por diversas razones: A Gabriela Mistral la escuché antes que leerla y quedó como fijación el sonido de su voz, como una interrupción radial atonal y milenaria. Fue un momento clave para mi futura vida literaria. El mundo estaba cambiando; sentí el movimiento de la cuerda eléctrica, y yo ya vivía en casa grande. Y por primera vez me sentía libre después de haber sido dueña de pieza, frase acuñada por Nicanor Parra.
Y como lo dijera el primer día que recibí el Premio, en aquella calle santiaguina, transcurría placenteramente mi pubertad. Los chicos estudiantes leían los Veinte poemas de amor del poeta Pablo Neruda. Los versos dichos en esa casona grande y vieja hicieron un hueco romántico en mi corazón. Sucedió junto a ese silencio que sólo se alteraba por el crujido de la madera que dejaba la caminata del gato dentro de la casa. Ingresó un nuevo vocabulario de la modernidad a la tertulia provinciana de la época. Y yo presenciaba tal momento.
A mí me quedaba la captura del sonido de este nuevo mundo. Creo que se prefijaba la hija de la poesía bastarda. Mi querido poeta, lo aplaudo, por reconocer su voz como doblaje de la única voz de Gabriela Mistral. Esa voz quejumbrosa de la montaña, que en Ella fue glacial y gélida; en usted se hizo románticamente dolorosa. Una épica del dolor. Y que junto al sonido de la guitarra eléctrica, fijó el preludio de mi inconformidad.
Y esa lengua recibió un golpe mortal y se llenó de llamas La casa de la Moneda, corazón de la república, y se llenó de lágrimas y se embargó de tristeza el valle y la muralla de piedra y fueron arrojados al mar y fueron perseguidos y fueron vencidos. ¡Ah! “amigo Neruda el pueblo está contigo”, el eco de una oración perdida escuchada cuando leíamos en las catacumbas de la república. Como tantas palabras borradas en la era de la simulación.
Puedo decir que escribía al mismo tiempo que se quemaban libros en la Plaza Pública. La lectura literaria de Confieso que he vivido de Pablo Neruda fue clandestina. Hay una imagen que simboliza ese momento entre la moneda en llamas y el entierro del poeta, como el fin y caída de la utopía.
No obstante, hay páginas inolvidables que las hice mías, épicas como Canto General, que trazaron su ethos en la poesía chilena, y que se hizo fundamental en los oscuros momentos que nos tocó vivir.
Por eso tuve que recoger los despojos de un sujeto en crisis permanente, crisis contemporánea y en alguna forma encubrir su representación de género. Pues hay que reconocer que bajo la sombra del bardo, ha sido una tremenda exigencia, destinada a descifrar el infierno cotidiano. Por eso cuando leo las artimañas y argucias de las que se sirvió Sor Juana Inés de la Cruz en su carta al Arzobispo de Puebla Tres palabras: “saber”, “decir”, “no”, articuló las estrategias del decir desde el lugar subordinado. Toda una cartografía de la política de la lengua.
Como bien dice Foucault: “Cuando Hitler o Stalin y Pinochet dirigen todo un país manejando únicamente el poder del discurso, es absurdo tratar el resultado como algo que ocurre simplemente en el interior del discurso. Es evidente que el poder real se ejerce por medio del discurso, y que este poder tiene efectos reales”.
Me hice escritora cuando firmé mi propio documento, puse mi nombre a un primer libro, mi voz entró en el cuerpo de un hombre moribundo de un insurreccional y salí de allí haciendo una raya en la pared, un graffiti, eso fue apenas una raya para trazar mi resistencia dentro de la lengua y fuera de ella en la escritura en la pared. “Y nadie dijo nada” podría continuar citando al poeta Pezoa Véliz y recordé una frase de Lenin “La insurrección es arte”. ¡Cómo ha pasado el siglo del horror!
Pero allí nací y me tocó presenciar su fin, la calle y su vocería pública de tantas formas descritas, desde la visión del brillo en un tarro amohosado o la imagen de los gatos calientes en los tejados de los cuartos de Jaime Sáenz, el poeta de Bolivia, en mis piezas donde habitaban mujeres, parajes tristes y desolados de ese frío que recalentaba el estómago en una escuela pública y el inefable pedazo de dulce de membrillo.
A mí se me cayeron los calzones jugando en el barrio, otra cita de mis letras. Entre narrativas realistas y versos, viví con la esperanza que cambiara la vida. No estoy hablando de cambiar el mundo, como Rimbaud, yo no tuve estadías en el Infierno. Yo viví el infierno. No fue esa mirada utópica de cambiar el mundo, yo quería cambiar mi vida y leía La Sangre y la Esperanza, junto a Flash Gordon y el rico Mac pato.
Cuando leí que Emily Dikenson no salió nunca de su casa y escribía poemas maravillosos en su jardín, (tiene un poema espléndido “Abejas”) pues en su casa se encontraba una de las bibliotecas más completas, yo en cambio tenía que salir a la calle a jugar y no contaba con una biblioteca, pero leí porque a mi madre le gustaba la poesía y sus autores preferidos eran Rubén Darío y Amado Nervo. En cambio la tía Elvira se paseaba en la oralidad dramatizada entre el teatro, el cura y la política. A ella le gustaba escuchar el foro de los diputados en el Congreso y me arrastraba a verlos como también a Doña María de La Cruz después que la destituyeron del cenáculo político, 100 mujeres la siguieron y entre ellas mi tía Elvira.
La imagen de una escena en un recodo de la pieza con un brasero de rescoldo y olor a naranjas quemadas, entre mate y mate, aprendía a escuchar la plática de mi madre y mi tía Elvira. Esta reflexión me hizo retroceder el tiempo de aquellas noches de pláticas: “Tan callada y lateral fue siempre su relación con la marcialidad de los discursos establecidos, que los hombres, paradójicamente, calificaron a la mujer de muy platicadora. Y la plática no sería otra cosa que esa enmarañada mezcla de niveles discursivos cuyo decir, como objeto, es la nada (Tamara Kamenszain) Aquellas noches de susurrantes pláticas de mujeres, creó una cadena irrompible de sabiduría por transmisión oral, que nunca quedó recogida en los libros.”
Se dice que un texto femenino se reconoce por el hecho de que es interminable siempre, sin finales: no hay clausura, el texto no termina, por eso es difícil de leer. Porque hemos aprendido a leer los libros que básicamente postulan la palabra “fin”. En cambio un texto femenino sigue y sigue y llega al punto en que el volumen se acaba, pero la escritura continúa y para el lector esto significa algo así como ser lanzado al vacío. (Cixous)
Pablo Brodski, a quién le doy las gracias por atender mis peticiones, me entregó las antologías para que revisara los discursos de los poetas precedentes que habían obtenido el Premio Iberoamericano. Noté que los poetas se sienten cómodos hablando de ellos, amigos poetas de una generación establecían sus genealogías reconociéndose en la tradición precedente. Este hecho me hizo titubear, pensando ¿cual es mi generación? No son más que un puñado de escritoras, surgidas en los 80 para dar un tremendo salto con el fin de sostener un diálogo con Gabriela Mistral, Marta Brunet, en un siglo.
Para que nos lean, la mujer escritora ha tenido que asumir las normas que rigen el canon mayor de los libros. Aún cuando cuento con escritorio y biblioteca, el salón de estar quedó en el pasado, he tenido que rastrear textos perdidos —olvidados— mutilados y suprimidos para lograr entender el estado de la literatura escrita por la mujer.
Y esa ha sido mi incomodidad de sentirme en una lengua ajena, instalada en el lenguaje que lo hago mío por pertenecer a una comunidad lingüística, pero lo vivo ajeno por sentirme intrusa en otra lengua. En esa comunidad de poetas vivos y muertos que trazan lo que Virginia Wolf llama el estilo masculino, combinación de sensibilidad, visión de mundo y uso de palabra.
Para terminar, quiero cerrar con una cita de la poeta y ensayista Rosario Castellanos, la niña que se vio inicialmente rechazada por sus padres porque había nacido hembra, para verse más tarde revalorada, porque era más blanca que su hermano. Porque su obra representa la experiencia de buscarse como sujeto dentro de una historia nacional y continental en que todo parecía estar organizado para negarla.
No, no es la solución
Tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con el venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar
Debe de haber otro modo que no se llame Safo
Ni Mesalina ni María Egipciaca
Ni Magdalena ni Clemencia Isaura
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.
(“Meditación en el Umbral”, en Poesía no eres tú, 1972)
Hoy Mi querido Pablo, en su nombre ya no canta el pueblo. En su nombre se aplaude a un salvajismo sin precedentes, después de los asesinatos que maldijo en vida. En su nombre se criminaliza al pueblo originario. Así es la muerte querido poeta Pablo Neruda: Un mito.
Yo hago un brindis verbal, por su paladar poético, por el ají picante, por un pebre cuchareado, incluso por su caldillo de congrio, y sobre todo por una teatralidad trágica.
Buen aniversario Pablo Neruda.