En el bar con olor a fritura de pescado, la tropilla de poetas españoles estaba apelotonada en el rincón del poder, pavoneando su presencia, rodeada de pares iberoamericanos que le hacían la corte, intentando que su monserga adulatoria les permitiera acceder algún día a una editorial madrileña, de esas que se dicen prestigiosas, aunque eso también está por verse. Aquello tan descarado ocurriendo en la primera jornada del festival de Granada, no España, sino Nicaragua, me hizo comprender lo que es sentir vergüenza ajena mientras la sentía. Me sentí, lo reconozco, como han de haberse sentido Atahualpa, Colocolo o Cuauhtémoc al ver con impotencia la llegada en carabelas del imperio que come tortilla de papas y mata toros enojándolos con una capa roja. Prefiero la negra de Batman. Los novelistas se juntan para hablar de cuánto dinero ganaron con su última novela, los poetas, para alimentar su ego. Amo la poesía, detesto a quienes reptan a su alrededor. Así pues, estaba yo en una mesa felizmente solo, divirtiéndome para mis adentros con aquella carnavalesca escena de mucho ‘vosotros’ sin ningún nosotros, cuando de pronto una mujer vestidísima de negro se paró ante mis ojos, la gran gatubela vespertina, y me dice muy suelta de cuerpo, como si me conociera de una vida previa: “yo sé quién sos vos”. ¿Quién?, respondo. “Yo te leí, voy a proponerte para el premio Pablo Neruda”, afirma. Fue la primera y única vez que alguien se presentó proponiéndome para un premio tal, algo que cumplió años después sin yo ganarlo. “¿Pero ¿quién soy?”, insisto. “Sos Espina”, dijo antes de que yo respondiera preguntando, “¿y vos, decime, ¿quién sos?” “Soy Carmen Berenguer, emperatriz”, se apresuró a decir tan enseguida, que ni tiempo de impostar una reacción tuve. Como si la conversación hubiese comenzado antier en otra parte, seguimos hablando, ahora ambos sentados. “¿Has oído lo que leyeron estos españoles? Qué malos poetas que son”. La reflexión era suya, aunque podríamos haber sido ambos a dúo. En el espejo del criterio, nos reconocimos al unísono sabiendo que a Goliat siempre le hemos ganado por goleada. Carmen estaba con su esposo, el científico Carlos Jerez. Nada gratuito hubo en el cariño mutuo a primera vista, y tengo presente, porque ahí el pasado no llega, cómo nos reímos de los imperios, de los españolismos, de la mala poesía que la gente aplaude. Terminamos comiendo en el restaurante de un italiano simpatiquísimo con el cual nos entendimos mejor. La pizza estuvo deliciosa. Nuestro diálogo sin vosotros y mucho todos nosotros, los cono-sureños nacidos donde comienza el fin del mundo, al decir de Charles Darwin, se inició en febrero de 2009 y continuará en la próxima estación, donde el tiempo o lo sagrado lo decidan. El ‘barro’ del bajo fondo como el del tango nos acercó, el neobarroco del barrio y la barbarie nos hermanó. La muerte de Carmen, ocurrida el 16 de mayo de 2024, a la semana de haber hablado con ella por última vez (‘me falta el aire”, esa frase suya me quedó grabada), sirvió para reiterarme que la memoria es un cementerio inmóvil donde las almas de los seres amados se quedan a presenciar, respirando posibilidades inauditas cada vez que la poesía dice a todo sí. Sí. De lo incierto siempre estamos seguros. La muerte impide dejar mensajes en la máquina contestadora, por lo tanto, dejo para otra ocasión lo que no podré expresar en estas cláusulas de réquiem y quién sabe qué ocurrirá. Ars longa vita brevis. Hijos ambos, ella y yo, de una época tartamuda hasta nuevo aviso, en la que el prejuicio y la intolerancia fomentaron nuestra intransigencia, fuimos de lo mismo leales compañeros. Que Carmen me eligiera para escribir el prólogo de su Obra Poética (Cuarto Propio, 2018) y presentarla luego a sala llena en el recinto céntrico de la Universidad de Chile, son dos momentos imborrables que la poesía me ha otorgado sin pedirle nada a cambio. A lo largo del tiempo hicimos varias lecturas juntos, la última, el sábado 24 de junio de 2023, en el bar El Chancho Seis, Huérfanos 3025. Carmen estuvo brillante, su cuerpo, apagado. A pesar de los pesares, su humor marcó el ritmo. No era de perderlo ni siquiera cuando los achaques físicos, agravados por la muerte de su hijo en 2022, se convirtieron en némesis feroz. De esas tan horrendas, nadie sale ileso. Con el eco de lo vivido durante nuestra lectura, la noche y el cielo hicieron la vista gorda. Estábamos despidiéndonos en la calle, riéndonos luego de que le contara que había tenido COVID cinco veces, pero que seguía vivo porque la muerte no sabe contar hasta seis, cuando con la complicidad de la ironía marca registrada de la Emperatriz de Plaza Italia, sugerí: “no hablemos tan fuerte que vamos a despertar a Boric”. Pensé en cómo sería la almohada presidencial, ¿rosada y visible? ¿O blanca y escalofriante? Con el frío a favor, uno es capaz de imaginar cualquier cosa. En el barrio Yungay, donde Domingo Faustino Sarmiento escribió parte de Facundo o civilización y barbarie, y está localizada la residencia del actual mandatario chileno, vi a Carmen viva por última vez. Un presidente cansado dormía, nuestro presente transcurría insomne. En pleno apogeo, la imaginación se sintió tan bien, que no tuvimos que explicarle nada.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Poesía para despertar presidentes
Carta de homenaje a Carmen Berenguer
Por Eduardo Espina