Con Brito somos viejos amigos, del tiempo de la universidad. Estábamos en Antofagasta, rodeados de desierto y mar; éramos un grupo de cuatro, a veces cinco estudiantes de periodismo cuyo lazo se había forjado gracias a los libros, la música, el cine. Más que los periódicos y los medios de comunicación, lo que verdaderamente nos importaba por esos días eran los libros. Los libros e irnos de fiesta. Las aventuras. Y en un entorno hostil y seco como aquél en el norte de Chile, donde había solo dos librerías y un cine en ruinas, y era la ciudad con mayor índice de desigualdad económica y social del país, los libros se habían convertido en una vía de escape, en una fuente vicaria de peripecias y en el puente que nos unió durante aquella época.
Se terminaban los noventas. Chile había vuelto a la democracia después de Pinochet hacía casi una década. Durante un tiempo, supongo, algunos esperaron que se cumpliera ese eslogan que presagiaba “la alegría ya viene”. Pero, en lugar de alegría, lo que sentíamos —al menos nosotros, los amigos aficionados a la literatura— era otra cosa: incertidumbre, desazón, confusión, desconfianza, desapego, indiferencia. Y lo combatíamos con cinismo y con ficción, con poesía, con palabras impresas en los libros que leíamos, intercambiábamos y casi traficábamos entre nosotros. Los libros nos arropaban y eran, de alguna manera, el pegamento de nuestra amistad.
Éramos de Iquique, de Arica, de Santiago; el único de la región era Brito, de Chuquicamanta. Pero estas procedencias daban lo mismo. Nuestro centro gravitacional era el piso 17 de la torre Codelco número dos. Allí, en el departamento de Brito precisamente, celebrábamos nuestras reuniones, que consistían en tomar cerveza, leer en voz alta, aventar los libros que no nos gustaban por la ventana, subir el volumen y corear a los gritos las canciones que expulsaban los parlantes, para volver a leer en voz alta, subidos arriba de la mesa, con el mar oscuro y los cerros pelados allá afuera.
Por ese entonces, Cristián Brito comenzó a escribir sus primeros poemas. Premunido de un lápiz y de un largo abrigo, aunque hiciera calor, se llenaba los bolsillos de papeles garabateados a la salida de los bares, en los carretes, y después los leía en escenarios improvisados en la explanada de la universidad, o leía pasajes provocativos de Bukowski, que por ese entonces nos gustaba más que muchas de nuestras bandas favoritas.
De pronto, promediando la primera década de los dos mil, ya egresados, comenzamos los amigos a buscar trabajo, a irnos a otras ciudades u otros países; de pronto, algunos tuvieron hijos, casi todos deudas y planes concretos pues el tiempo cada vez se hizo más escaso; de pronto, quién sabe cómo, nos alejamos los unos de los otros.
Lo normal, deduzco.
Nada de otro mundo.
Con Brito, sin embargo, continuamos ligados a los libros, a la literatura. Hasta ahora que él vive en La Serena y yo en Santiago, tenemos largas conversaciones telefónicas sobre novedades, chismes editoriales y recomendaciones de libros.
Hasta la fecha Brito ha publicado seis poemarios, los cuales, por supuesto, he seguido a lo largo de estos años con atención y sorpresa y felicidad. En octubre de 2018 presentamos aquí mismo su anterior libro, El estado de las cosas. Faltaba justo un año para que la sociedad chilena estallara, pero ya entonces las cosas parecían bullir y Brito captaba en sus poemas esas alteraciones atmosféricas, esos cambios de estado alrededor, casi como premoniciones. O como imágenes. En uno de sus poemas breves titulado PERDIDO, Brito se preguntaba: “¿Hacia dónde queda el futuro?”. Y hoy no deja de ser sugerente que su nuevo poemario se titule Todo es sobre la muerte. Casi como una respuesta, como un certificado que constata y nos enfrenta a eso que nos pasmos la vida ocultando y quizás sea lo único verdadero: “que respiramos y dejamos de respirar”, como decía ese otro poeta, Jorge Teillier. Y más en tiempos como los actuales, donde la pandemia es solo uno de los síntomas de agonía planetaria, que se manifiesta en el fin del progreso entendido como promesa, desarrollo y crecimiento. En el fin del agua, del petroleo y el aire limpio.
La filósofa catalana Marina Garcés escribió hace cinco años: “En definitiva, nuestro tiempo es aquel en el que todo se acaba, incluso el tiempo mismo”. Así las cosas, no es raro que proliferen los viajes a otros planetas, pues damos por finiquitado este. “Compartimos una misma experiencia del límite. Nuestro tiempo ya no es el de la posmodernidad sino el de la insostenibilidad”.
Así que sí, eso parece: todo es sobre la muerte. Y Brito escribe en un poema titulado
MORIR POCO A POCO:
La muerte es sólo una excusa
es la vida la que lastima
Tener miedo
es un canto a la vida
Morir poco a poco
pensando en lo que se ha vivido
recordar los días
La tierra, paciente y generosa
espera tu llegada
Bueno, “tú llegada”, la nuestra, la de otros humanos, otras especies. Tétrico panorama. Pero Brito se las arregla incluso para deslizar alguna que otra pequeña broma en este volumen:
El poema se llama CONSUELO:
Nos queda toda la nada por delante.
En otro poema, titulado MAÑANA ME CORTAN LA LUZ, hasta le parece hermosa la vida cuando el club de fútbol Cobreloa mete un gol un domingo cualquiera.
Brito escribe que ha “comprobado que es perfectamente posible morir sin morir”. Esto también le ocurre a algunos personajes de los que pueblan su libro. Uno de los poemas que más me gustan de este conjunto se llama EN EL SUPERMERCADO, y en él se lee:
Ternura en la mirada del niño
candidez en su sonrisa
milagros que ocurren
en la fila del supermercado
se estrellan con los ojos cansados
de la cajera
Este libro está lleno de imágenes así, de versos para combatir la muerte, que también es la muerte en vida que vivimos como la cajera zombie del poema. Palabras para dar la pelea en momentos decisivos, cuando no queda otra que darla, cuando quizás sean más urgentes que nunca. Así que estoy contento de celebrar estos versos sobre la muerte que publica mi amigo Cristán Brito, y estoy de muy de acuerdo con el poema que abre este libro y que se llama RAZONES PARA ESCRIBIR (y yo agregaría también “para leer”):
Convivir
en armonía con la muerte
Quizás solo se trate de eso, de vivir en armonía con la muerte. Parece fácil. Parece magia. Leer, escribir... Cualquiera lo tiene a la mano. No sé. Pero creo que vale la pena hacer el esfuerzo intelectual y quién sabe lo qué pueda pasar. Después de todo, casi siempre ocurre no lo inevitable, sino lo inesperado. Así que, eso, felices lecturas y larga vida a Todo es sobre la muerte.
____________________________________ Alejandro Aliaga Rovira: Es periodista y magíster en Literatura. Ha sido editor literario en sellos como Alfaguara, SM y Punto de Lectura, ha colaborado como tal con otros como Alianza, Debate o Huellas (Universidad Diego Portales), Literatura Random House y varios más, tanto en España como en Chile. Ha publicado columnas, perfiles, crónicas, reseñas y entrevistas en Letras libres, Rolling Stone, The Clinic, Revista Santiago, El Mercurio, Cinepata.com … Tocó el bajo en una banda de post punk. Es autor de Una tierra de inmigrantes (SM. 2021).
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Presentación libro Todo es sobre la muerte, de Cristián Brito Villalobos
Cuarto Propio, 2021, 110 págs.
Por Alejandro Aliaga