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Los nombres propios, de Héctor Hernández Montecinos: Nace un poeta
Por Cristián Brito Villalobos
Periodista y magíster en literatura
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No se trata de un libro común y corriente. En efecto, podríamos describirlo como una novela de autoficción, un ensayo de literatura, un extenso poema o un diario de vida. Como sea, en Los nombres propios, Héctor Hernández Montecinos (1979), despliega un discurso donde abarca desde su temprana edad, cuando recién se acercaba a las letras, y luego su adolescencia, su crecimiento, tanto como persona como artista. Relaciones amorosas, la sexualidad, la escritura como último recurso de escape, son algunos de los múltiples tópicos que el autor desarrolla en este libro que podría ser considerado como una precuela de Buenas noches luciérnagas, libro de similares características. En el texto nos encontramos con una voz que narra diversas aristas sobre cómo se ha desarrollado este laureado poeta a través de su carrera literaria, donde es unos de los referentes ineludibles, tanto a nivel nacional como en el mundo hispanohablante. El libro comienza con una suerte de declaración de principios en donde Hernández divide los dos yo que lo cohabitan. Un tipo frágil, con problemas para relacionarse con las personas, acomplejado por su voz y falta de personalidad. Ese es Adrián. Por otra parte, está el escritor exitoso en su área, que goza de una inteligencia sobre la media, que le gusta estar con personas y polemizar con diversos tópicos. Ese es Héctor. Ambos, claro está, son la misma persona. “…comencé a escribir un libro, un libro duro, difícil en donde de algún modo repasaba mi infancia y adolescencia desde lo que ha sido para mí la homosexualidad. Un intento de entenderme y por qué no, de perdonarme”, anota el poeta en un pasaje en lo que resulta una descripción a grandes rasgos del volumen. Más adelante nos encontramos con la siguiente cita aclaratoria. “…el eje del libro no es la homosexualidad, sino que la literatura, esto es, las escenas de lectura en el recorte que uno hace de una vida, desde revistas y libros del colegio hasta lo que uno conoció en la universidad y talleres. Aprender a leer es aprender a leer el mundo y de cierta manera ver no solo cómo está escrito sino quiénes lo escribieron y tratar de entender las razones, intensiones y los modos”. Aquí el escritor ahonda en lo que para él significa el acto escritural. Los nombres propios es un libro en pasajes doloroso, con quiebres y penurias, y, al mismo tiempo, un volumen que ilumina la vida poética. En definitiva, estamos frente a un libro escrito con rigor, con una prosa ágil y directa y que llama la atención del lector desde el inicio. Una lectura muy recomendable de un autor imprescindible.