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Una lectura de “Sala de Espera” de Cristian Brito
Por Soledad Fariña
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Cristian Brito nació en agosto de 1977 en Antofagasta, Chile. Periodista, Licenciado en Ciencias de la Comunicación, titulado de la Universidad Católica del Norte y Magíster en Letras Mención Literatura, de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Vivió desde su infancia en el campamento de Chuquicamata. Muy joven viajó a los EE.UU. Su trabajo como periodista lo ha realizado principalmente como editor y en actividades culturales, pero nunca ha dejado su trabajo principal, la poesía. Dice que sabe bien que el oscuro trabajo de poeta demanda más sudor que talento, pero al mismo tiempo sabe que sin la lectura no podría escribir. Ha publicado Palos de ciego (Ed. Escritores.cl, 2010) y Papeles en los bolsillos (Mago Editores, 2012).
“Mis poemas representan en gran medida mi percepción de la vida, muerte, amor, odio, y el dolor, ese insondable dolor que, una vez que por nuestra vida se pasea, ya jamás nos abandona y sólo a través de las letras puedo efímeramente liberarlo". Su poemario anterior, Papeles en los bolsillos fue leído como un trabajo lúdico, irónico, nostálgico, desesperado y con un fino sentido del humor. Al prologar el libro, Erick Polhammer creyó soñar que el autor era discípulo lejano de Catulo, o alumno de la escuela de publicidad y poesía del único y sin par Eduardo Anguita.
Su último trabajo poético, reunido en este libro, se titula Sala de Espera. ¿Qué es una sala de espera? “Una Sala de espera es un edificio, o una parte de un edificio donde la gente se sienta o permanece de pie hasta que el hecho que está esperando ocurre”, dice la explícita y algo cómica descripción de wikipedia. Y es justamente aquí, en el tiempo de la espera donde se va a situar la voz del hablante de este libro.
La espera me agotó, dice la primera estrofa de Crimen, canción de Gustavo Cerati; pero esta espera, la de Brito no agota, pues se presenta como un estado “natural” del acontecimiento (la constante, el espiral) vida-muerte anotado aquí por una mente singular, la del poeta. El ser poeta, sus dudas, miserias y cavilaciones están presentes en todo el libro. Quién es, qué sufre, qué hace el ser que se autodefine como “poeta”.
“un poeta que no haya sufrido de alguna enfermedad psiquiátrica no es de los nuestros”, dice el autor con su antigua ironía;
“el poeta hipocondríaco espera sentado/ pensando en la muerte/ temiendo a la muerte”, el poeta como eterno “enfermo imaginario”, eso lo sabemos.
“los poetas deben mantenerse en la orilla/ deben leer la letra chica/ ver lo que no está a la vista”, en fin, leer la entrelínea, diría yo
“los poetas miran anotan/ los poetas son los espectadores/ los poetas nunca serán el héroe”.
Pero detengámonos un poco en la metáfora espacial que contiene esta espera: la sala. El tiempo –la espera- se inserta en el espacio -la sala-. Cristian Brito introduce muy bien el tema acompañándose de otro gran poeta escéptico, romántico, creyente y descreído:
“La micro es una sala de espera la / oficina es una sala de espera la /calle es una sala de espera / la sala de espera es una sala de /espera Australia es una sala de espera / el baño es una sala de espera el pasillo es/una sala de espera /la tierra entera es una sala de espera”, dice Claudio Bertoni.
Ninguno de los dos (Bertoni o Brito) dicen que “la vida” es una sala de espera. Todo es concreto, es espacio.
Pero ¿qué se espera en la sala de espera de Brito? Ante todo, se espera la muerte. En el poema que da título al libro, Sala de espera, el hablante reflexiona sobre única certeza que tenemos los humanos:
condenados como estamos / esperamos/ nuestro turno
la muerte es paciente espera y da vueltas con garras aguzadas /
noches de insomnio sombras de espera / la muerte dichosa encima nuestro flotando
Aunque también hay otras esperas, más cortas, más inminentes, más horrorosas:
“indefensos y vulnerables como ciervos / sudando lágrimas de horror / encapuchados / esperando el ruido letal/ el fin y el comienzo en medio del desierto/en tierra de nadie sin ni siquiera/un árbol”
… es la espera de los condenados a muerte, fusilados y extinguidos en el norte
o la espera en un hospital : “horas pasan /él sigue esperando pacientes moribundos camillas sirenas / luces de neón heridas y sangre”
Sin embargo podría haber una anti-espera, un movimiento in-esperado, una salida a esta condena:
“improvisar la vida / y sorprender a la muerte de eso se trata / ¿no?”
A veces, la ironía del hablante (“Escribir/ y que el iletrado te agradezca” “Esperando reencarnar en el lector sobreviviente”; “la muerte es tan literatosa/ que cuando se suicida un escritor / después lo resucita”) esconde el deseo profundo del poeta: la inmortalidad a través de la escritura, la trascendencia a través de la poesía.
La nostalgia por la niñez y la melancolía también se esconden tras estos pequeños gestos,
“extraño el sabor metálico del ripio la garganta seca y/ los pimientos silentes cómplices de todo”
“correr a pies descalzos / cruzando el desierto /como si el suelo fuese la vejez”
“Dios/ que nunca muera / el niño eterno / amén”
“el hombre que recuerda acurruca la melancolía hasta el sueño”
El hablante reflexiona sobre la fe, sobre Dios, un dios bromista (“a Dios le encanta hacernos saber que está aquí”); también sobre la honestidad en la poesía; sobre el despertar del amor. En medio de estos temas, aparentemente variados, pero que confluyen en la reflexión de un ser humano desde la poesía, quisiera destacar tres excelentes poemas donde en distintos tonos, el autor rinde homenaje a Gonzalo Millán, Raúl Zurita y Aristóteles España.
Al leer este libro de Cristian Brito tenemos la sensación de inmiscuirnos en un tiempo lento, sin el vértigo o la impetuosidad de una atracción por el abismo; la muerte por suicidio está tocada pero sin aspavientos. Aquí hay un acercamiento paciente y casi resignado, una calmada petición de incluir a la muerte en la vida, aunque sea en la inacción, en la espera.
Antofagasta, Abril 2014