Muerte y resistencia tras una secuenciación verbal
Reseña de "Piensa y Repite" de Camilo Brodsky 2023 Editorial Aparte Arica, Chile 118 páginas
Por Felipe Berríos Ayala[1]
Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Santiago, Chile fbayala@gmail.com
Publicado en OTROSIGLO, Revista de Filosofía, N°2, 2023.
Piensa y repite. ¿Qué relación sugiere Brodsky entre ‘pensar’ y ‘repetir’? Esta bien puede ser la primera interrogante que se nos viene a la cabeza al tomar o enfrentar el texto. Se ‘nos viene a la cabeza’, es decir, se vuelve objeto del pensamiento, se torna un intuitivo desafío como puerta de entrada al texto. ¿Cuál es el contenido de la ‘repetición’? ¿Qué es aquello que se repite? ¿Existe ‘algo’, un acontecimiento, que podamos identificar presto en su originalidad y de lo cual derive su permanente iteración? En otras palabras, ¿qué ‘dice’ el nombre del texto’?
Ciertamente, la respuesta a esta pregunta puede tomar, a lo menos, dos caminos, considerando que ha de existir algún tipo de secuencia que articule la relación entre los dos verbos: pensar y/para repetir, repetir y/para pensar: el pensamiento como iteración, la iteración como objeto del pensamiento. Por un lado, podemos imaginar una suerte de linealidad unidireccional en que se nos abre la posibilidad de pensar un acontecimiento original y su repetición posterior; en este caso, la significación de lo repetido se comprenderá siempre en comparación con el estatuto del acontecimiento original. Por otro lado, podemos pensar, genealógicamente, modos de presentarse un acontecimiento (que implica un modo de hacerlo presente) a partir del cual se abren campos de significación que, metonímicamente, pueden volver difusos los estatutos de originalidad y repetición; en este caso, su significación se juega en el ámbito de la apertura de un campo de sentido, es decir, en el de su emergencia posible como relato. La historia, una historia, una biografía, corresponderían, entonces, a marcos de orden comprensivo que resultan en relato desde alguna de estas posibilidades de articular la relación entre ‘pensar’ y ‘repetir’.
Entiendo el texto de Brodsky en el contexto de la última opción descrita, dibujando una temporalidad –y por tanto la posibilidad de articular el ‘pensar’ y el ‘repetir’– no sostenida del vector causa-efecto con objeto de instalar su condición de relato: Brodsky no solicita ni remite a un momento original, inicial, excepcional, desde el cual abrirse camino para retratar una historia, historias, experiencias. Su texto se convoca, como texto, en tanto abre un orbe de significación, un campo de sentido, a partir de una condición estructural: la repetición no remite a un anterior original, la repetición es siempre ya repetición y así constituye el presente. Comienza el periplo del texto con Brodsky sosteniendo:
“mi historia nada tiene
en realidad
de excepcional
una casa de muchas
en las cercanías de un río
como el comienzo de otra historia bucólica y en ralenti” (p. 9).
Una biografía, una historia que no guarda excepcionalidad, es como ‘otras historias’. Ser como otras historias es compartir elementos comunes, elementos que se repiten en una y otra. Pero aún es ‘otra historia’, no la ‘misma’. Pues esta condición de iteración no equivale inmediatamente a un ‘ser lo mismo’: aquel ‘lo mismo’ remite solo a un vacío, un lugar disponible para ser apropiado de diferentes modos, en las diferentes formas que puede adquirir la repetición. Es claro que circunda una comprensión derridiana de la repetición en el sentido de que esta remite al “enigma de la presencia «pura y simple» como duplicación, repetición originaria, auto-afección, diferancia. Distinción entre el dominio de la ausencia como palabra y como escritura. La escritura en la palabra. Alucinación como palabra y alucinación como escritura” (Derrida, 1989, p. 272) Lo realmente enigmático es eso de ‘la primera vez’, el original, la experiencia original, “«Una vez» es el enigma de lo que no tiene sentido, no tiene presencia, no tiene legibilidad” (Derrida, 1989, p. 339).
La historia de Brodsky, como ‘otra historia’ entre tantas, no se extravía, sin embargo, en el ‘entre’, en el ‘como otras’. Por el contrario, es desde allí que emerge como ‘su’ historia, que es distinguible al ser ‘otra’ como tantas. Esa en la que se observa a sí mismo como un
“retratista al que el sopor
barroco que lo acecha en
los pliegues claroscuro le
ocultara los detalles las
arrugas de los rostros” (p. 41)
Retratista imperfecto de otros, de otras, rostros diferentes, biografías alternas, historias ‘como’ la suya. Historias a partir de las cuales Brodsky compone su propia historia, piensa su propia historia y al hacerlo reconoce también una ‘historia en plural’. Pero esta ‘historia en plural’ difiere de una ‘metahistoria’: no se trata de un relato que engulle y detiene la heterogeneidad de su contenido disponiéndose como un archivo con el que hemos de relacionarnos de modo monumental o anticuario, recurriendo a las siempre pertinentes descripciones nietzscheanas. Por el contrario, lo plural se traza a partir de ese cotidiano y contingente ‘como otras’, de aquello que se disemina y repite en muchas biografías, aquello que persiste y excede la ‘propia’ historia en cada caso. Aquello que se reserva como siempre ‘presente’.
Pienso en Benjamin. Cito –repito– a Benjamin: “[l]a historia es objeto de una construcción cuyo lugar no es el tiempo homogéneo y vacío, sino aquel pletórico de tiempo-ahora” (Benjamin, 2014, p. 48). La historia como un tiempo repleto de ahora. Un ‘ahora’ que contiene la paradójica reunión de lo singular y universal, pues es una interminable sucesión de ‘ahora’: ahora aquí; ahora que se desvanece para ser ‘nuevamente’ ahora, una iteración que permite pensarnos; siempre ha sido y es ahora, siempre hemos sido y somos ahora. La singularidad de la historia de Brodsky, la singularidad de cada una de nuestras historias, no se erige sobre la excepcionalidad, sino sobre la condición de habitar este ‘ahora’ que nos entrama en un tiempo presente común, plural y dicho presente constituye un elemento que colma la historia, que colma ‘nuestra historia’: apropiación política de la historia.
Escribe Benjamin: “[e]l cronista, que detalla los acontecimientos sin discernir entre grandes y pequeños, tiene en cuenta la verdad de que nada de lo que alguna vez aconteció puede darse por perdido para la historia” (p. 41). Al respecto, aclara Pablo Oyarzún, en nota a píe de página, que la figura del cronista está “vinculada a la necesidad que tiene el materialista histórico de abandonar la forma épica de la historia” (Ibid.). Y así ocurre en el texto de Brodsky, en que desplaza esta condición épica hacia un ímpetu de persistencia, sello de –permítanme el oxímoron– ‘ausencia/presente’, declarando –implícita y secretamente– que dicha ausencia no es otra cosa que “una imagen irrecuperable del pasado que amenaza desaparecer con cada presente que no se reconozca aludido en ella” (p. 41). La escritura de Brodsky, entonces, habita ese ‘pletórico tiempo-ahora’ y en tanto tal convoca a esta ‘ausencia/presente’ por medio de imágenes irrecuperables que nos interpelan aquí y ahora. Escribe Brodsky:
“Quedan fijos los rostros que portan los desaparecidos en los retratos
[…] fijos como mariposas o escarabajos voladores en un insectario” (p. 21).
Retratos del pasado que persisten ahora. Retratos que exigen que este presente se reconozca aludido en ellos. Constituye esto la demanda de esas vidas, que eran vidas ‘como’ las nuestras, por exceder a la muerte y resistir a su re-desaparición en el tiempo. Y es esta la clave con que recorro el texto de Brodsky: lo plural, lo común de nuestras historias, aquello que nos hace compartir una historia; pluralizar una historia no es otra cosa sino la resistencia a la muerte. Puede sonar esto muy simple o reducido, pero es muchas cosas menos esa. Porque la resistencia a la muerte no se conjuga de modo individual –nada impedirá la muerte de cada uno– se trata de una disposición a mantener viva una historia común, la historia plural, y esto ha constituido un pilar estructural de muchas biografías y, en más de algún sentido, de nuestras biografías. Arriesgar la vida propia para mantener la vida en plural común: gesto iterado, gesto común; gesto que reclama también ser presente y que Brodsky (se) solicita cuando escribe acerca de la necesidad de:
“Aprender a transmitir el silencio de ese tiempo, ser
el silencio de ese tiempo […]
Se trata de transmitir […]
cierto peso específico sobre los gestos” (p. 12).
La historia es política y el texto de Brodsky trasluce una política para la historia: resistir la muerte de lo plural, de lo común, de eso –esto– que nos reúne dada su repetición. Resistir la muerte desde la interpelación de quienes también inscribieron su historia en la plural y común historia. Pensar y repetir esta resistencia. Ser todas y todos, ahora, interpelados por un botón de nácar, una amalgama de nácar y hierro forjado en que persiste un eco con los nombres de quienes yacen “en la profundidad líquida de esa libertad” (p. 23) pensada para lo que sería este presente. Entonces pensar y repetir se torna un ineludible imperativo y Brodsky nos exige
“Piensa y repite Jorge Isaac Fuentes Alarcón
Piensa y repite Yenny del Carmen Barra Rosales
Piensa y repite Alan Roberto Bruce Catalán
Piensa y repite Alfonso René Chanfreau Oyarce
Piensa y repite Alfredo Gabriel García Vega
Piensa y repite Máximo Antonio Gedda Ortiz
Piensa y repite Carlos Alfredo Gajardo Wolff
Piensa y repite Juan Bosco Maino Canales
Piensa y repite Carlos Enrique Lorca Tobar
Piensa y repite Reinalda del Carmen Pereira Plaza
Piensa y repite Sergio Daniel Tormen Méndez
Piensa y repite Edwin Francisco Van Yurick Altamirano” (p. 23).
Pensar y repetir nombres con que pronunciamos otros nombres, todos los nombres. Pensar y repetir una parte por el todo. Pensar y repetir el tiempo-ahora de nuestra historia.
Pensarnos en la historia. Pensarnos políticamente en la historia. Pensarnos a partir del texto de Brodsky que insiste en seguirle la pista a la muerte como buscando el motivo para vivir, señalando a la muerte en diferentes formas: estudiantes mexicanos masacrados mientras buscaban recaudar fondos para asistir a la conmemoración de una masacre de estudiantes, el fatal desenlace de un juego de niños con un revólver, el asedio de Münster en 1535, un matrimonio ejecutado en la silla eléctrica acusados de espionaje en el paranoico Estados Unidos del 53, un taxista asesinado por el disparo de una menor de edad, un tiroteo en una radio de Mazatlán el 2014, su suegro fallecido de un infarto, su cuñado asesinado en la esquina de San Diego con Matta, 39 personas en Brasil víctimas de la ira de un tempranamente abusado guardia de seguridad, 59 misiles BGM-109 Tomahawk cayendo sobre Siria… Hoy, sin duda, referiría a la franja de Gaza.
No viste Brodsky la armadura de Antonius Block que juega ajedrez con la muerte para engañarla y vencerla; Brodsky no quiere vencer a la muerte, pues con ello, sabe –imagino–, se interrumpe la práctica de la resistencia, se aniquila la dialéctica de la resistencia (su política para la historia, su modo de habitar la historia). Resistir la muerte, permanecer en esta resistencia:
“Quizás yo era otro o lo seré
desvestido en redadas policiales por la madrugada
disparando entonces piedras y no balas
no los fuegos
esparciendo al aire la desdicha humana.
Quizás ya soy otro y no lo sé, quizás
la muerte me quitó la vida que debía
desplegar por calles y arrabales, no lo sé” (p. 59).
En la superposición de estas escenas de muerte y resistencia, el texto late; como un corazón expuesto que repite la mecánica orgánica de oxigenar al cerebro que piensa. El texto reclama formas en que pensemos resistir la muerte excediendo nuestra propia individual historia y resulta entonces conmovedor la apertura de un pasaje en que se intuyen las hijas de su autor:
“La mayor se llama Violín y creció
escuchando a Led Zeppelin; la menor
se llama Wyoming,
hoy salta y grita alrededor […]
Violín y Wyoming
son alias de mi vida, las formas que ha tomado
la irregularidad rugosa de este tránsito” (p. 43).
La vida como forma de un presente propio que se expropia a sí mismo, que se asemeja en la medida en que se distancia y diferencia. Vida que se abrirá otro camino como este. Vida que es también generosa respuesta a la interpelación de aquellas otras vidas suspendidas. Se extiende, entonces, la relación con un futuro, con ese ahora pendiente, que no se comprende como intención ni operación de perpetuación de un individuo, sino como iteración del cuidado celoso del tiempo-ahora. Un ‘alias’ de la vida: nuevamente un nombre por otro nombre; reiteración del juego gestáltico con que, en el fondo, nos envuelve el texto. Habrán de construir, esos alias, nuestras y nuestros alias, otras formas de mantener la historia en plural, otras modulaciones de la enorme campaña de resistir a la muerte de lo común (que es la forma definitiva de la muerte de la política); otras formas de pensar la repetida insistencia de esta vital historia. A estos alias, Brodsky les desliza una advertencia:
“La música de los grillos no alcanza para
bien cubrir los restos de los muertos;
asesinato sobre asesinato, el trozo de tierra de acá abajo
enseñó a linajes completos a joderse al prójimo. Todo
es masacre mal disimulada: las violencias
pasajeras en la calle, los párpados
hinchados por el vino, la espera de una
muchedumbre en las aceras, la mano
de hierro en el Wallmapu; silencio
sobre silencio, piedra
sobre piedra y bajo tierra el agua que te ahoga,
bosques talados y otra vez silencio” (pp. 88-89).
Piensen esa repetición y conjúrenla con la iteración de esas vidas, biografías, historias que se reconocen en otras, pues en tal reconocimiento somos y seremos siempre ahora.
En la última página, justo antes de cerrar el texto, imagino invisible la sentencia: “[p]rohibido el reposo a cualquier forma de buena conciencia” (Derrida, 1998, p. 9).
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Muerte y resistencia tras una secuenciación verbal
Reseña de "Piensa y Repite" de Camilo Brodsky
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Por Felipe Berríos Ayala
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