Proyecto Patrimonio - 2015 | index | Camilo Brodsky | Jonnathan Opazo | Autores |
CAMILO BRODSKY: “UNO HA ESCRITO MUCHO DESDE EL RESENTIMIENTO,
DESDE EL EMPUTECIMIENTO CON EL MUNDO”
Por Jonnathan Opazo
http://loqueleimos.com/
.. .. .. .. .. .
Si tuviéramos que resumir la poesía de Camilo Brodsky (1974) a ciertas temáticas —tarea, de suyo, difícil de llevar a cabo—, probablemente estos serían memoria, violencia, pero también una suerte de metapoesía: tanto en La noche del zelota (Das Kapital, 2013) o Whitechapel (2009), por citar sus obras más conocidas, nos encontramos con una voz que ausculta ciertas zonas oscuras, el abismo siempre latente de la irracionalidad o la barbarie, junto con la tensión frente a la construcción poética misma, sus límites y fisuras. En esta ocasión conversamos sobre esto, sobre sus rutinas de escritura, la biblioteca personal de imprescindibles y el mundo editorial chileno.
— Una banda, una película u otra obra (que no sea un libro) que haya tenido un impacto decisivo en lo que escribes.
— Desconfío de los impactos decisivos, sobre todo si no son históricos, sociales, colectivos. Y hasta esos muchas veces te dan olímpicamente la espalda. Me gusta el cine, aunque ya casi no voy. Los westerns, el cine negro, documentales, muchos documentales, cosas más experimentales a ratos, aunque no tanto como quisiera. Veo un montón de tele, casi sin discriminar, para vaciar la mente sobre todo. Y la música. La música me raya, casi toda y casi siempre. No se puede vivir sin música, supongo. Yo no podría.
— ¿Qué piensas de la categoría “escritor joven”?
— No mucho. Es como esa otra de editor independiente. Cabe de todo ahí. La cosa son los textos —o los catálogos, en el caso de los editores—, no los rótulos. Lo otro es paja.
— Una breve descripción de cómo son tus jornadas de escritura y lectura.
— Caóticas, por lo general. He intentado todo tipo de métodos, pero lo único sistemático en ellos ha sido su fracaso. Le robo tiempo a la rutina, a la noche, cuando el músculo duerme y la ambición descansa, a las mañanas en blanco, al baño, a la micro. A los espacios en que mis hijas ya están acostadas o andan fuera de la casa. Tiendo a leer en cualquier parte y claramente le dedico mucho más tiempo que a la escritura, por resultarme más relevante, significativa y placentera que casi cualquier cosa que pudiera escribir. Sobre la escritura, donde más me rinde siempre el asunto es en Concón, donde todavía hay una casa donde llegar con las cabras. Allá me aíslo bastante, quedo un poco fuera del tiempo y sus obligaciones, lo que me deja mucho espacio para elongar el cerebro. Lamentablemente, no paso todo el tiempo que quisiera allá, o en otro lugar cualquiera lejos de Santiago.
— ¿La envidia y el resentimiento juegan algún papel en tu trabajo? ¿Cuál?
— Creo que la envidia es muy difícil de evitar. La lógica de la competencia te lleva a esas aguas, que a mí me parecen estancadas. Ahora, el tema es que no logro entender la escritura como una carrera funcionaria, un espacio donde subes o bajas en un ranking imaginario. Creo que fue Adriana Valdés la que hablaba de la literatura chilena —o la poesía chilena— como una carrera de caballos y en esa cuerda yo no creo que valga la pena entrar. Se pierde demasiado tiempo en esa tontera, tiempo que es mejor usar en otras cosas. Encuentro preferible gastarlo en huevear con mis cabras chicas, en leer o escribir, no gastar la pólvora en ese gallinazo. Sobre el resentimiento hay una cosa distinta. Hasta cierto punto uno ha escrito mucho desde ahí, desde el emputecimiento con el mundo. Aun así lo central en el ejercicio sigue siendo el texto, sus respiraciones, su capacidad de echar luz y poner el lente en lo que se tiende a obliterar, y si ahí te sirve el resentimiento, bienvenido. Pero que no te coma la cabeza, que no te llene, porque ahí te vas a la mierda.
— Las redes sociales suponen un nuevo escenario para el escritor: hay una nueva forma de exposición, posicionando a algunos incluso como presuntos líderes de opinión (en Facebook o Twitter), ¿Qué opinas de esto?
— No creo que haya escritores con capacidad para ser líderes de nada hoy por hoy, la verdad. Y tampoco estoy seguro de que deban hacerlo, aun pudiendo, aunque ese sea otro asunto. Y la red, bueno, la red es la red. Es fácil ahogarse ahí, en ese exceso de información que termina muchas veces siendo nada, conduciendo a nada y saturando, más que otra cosa. Como en todo, supongo que hay que saber buscar y elegir lo que se lee y lo que se desecha, lo que se toma y lo que se deja.
— ¿Cómo ves el estado de la crítica literaria en Chile? ¿Lees crítica literaria?
— Constreñida, si nos limitamos a lo que se hace en los medios escritos tradicionales, donde más que la crítica —como ejercicio de un diálogo abierto— abunda el reseñismo y una natural tendencia a respaldar, con textos de relaciones públicas, la literatura más mainstream, por decirle de alguna forma, y esto, claro, con las excepciones de rigor. Eso obedece también a la chatura en que se desenvuelve lo que uno podría llamar la escena literaria criolla, que tiende a la endogamia en más de un sentido. Sin embargo, también se pueden ver esfuerzos más interesantes en los circuitos del off Broadway, donde sí se puede encontrar algo como una crítica con vocación de construcción cultural, de debate literario y político. Ahí pienso en cosas como las que hacen Carlos Henrickson, Jaime Pinos, Víctor Quezada, Juan Manuel Silva, la gente del sitio Poesía y crítica, y así varios otros que han mantenido esfuerzos concretos por mantener la crítica chilena en un cierto nivel por encima del reseñismo y el monólogo algo sobrevaluado que se ve en espacios más tradicionales. Como editor, es obvio que leo y estoy atento a lo que plantea la crítica. Como escritor, la verdad es que me da más bien lo mismo a estas alturas. No es una legitimación que me quite el sueño ni nada.
— Háblanos de algunos lineamientos de tu —permítenos llamarla así— poética. ¿Qué imágenes o preguntas o temas se reiteran en tus libros?
— Me remito a trabajar con lo que me interesa en el momento de escribir y a intentar tener una relación lo más amistosa que se pueda con el lenguaje, con su corriente interna y sus reverberaciones. Obviamente se me repiten y me persiguen a veces temas, pulsiones. La violencia es algo que me deja constantemente perplejo, por ejemplo, y vuelvo siempre ahí de una u otra forma. Pero también lo pequeño, lo familiar, lo íntimo, son cosas que me llaman mucho la atención, tanto en sí como porque ahí está también el drama y el sinsentido de todo esto. La brutalidad que hay ahí y que dejamos pasar todo el tiempo. Me pego muy fácil también con los textos encontrados, ya sea en diarios, libros, en la calle. Quizás, más que escribir, uno documenta, anota la realidad, un poco como si fueran masoras de un observador algo psicótico. En esa cuerda hay cosas que me parecen claves, como despliegue y programa. El trabajo de Charles Reznikoff en Holocaust, por ejemplo. Hasta cierto punto, creo, la verdad poética está un poco en bancarrota, tiende a ser un manoteo desesperado de alguien que se ahoga, y eso me lleva mucho al texto encontrado, a la idea del montaje, de la cita. Porque está también el dato de que ya hay mil cosas escritas que dicen mucho mejor que uno lo que a veces se quiere transmitir, o textos que por su fuerza simbólica, por su contexto, logran un impacto mucho más acorde a lo que se está buscando que un par de versos piñuflas que uno hubiera podido escribir. Ahora, eso no es absoluto, para nada. Yo ahora estoy, precisamente, metido en un forrazo con unos textos porque me fui en otra volada y ahí estoy, medio encallado, con los cables de colores bastante cruzadas por las formas en que asumo la pega de escribir.
— ¿En qué clase de escritor rehusarías convertirte? ¿Hay alguna forma de aproximación a la literatura que veas en nuestro mundo literario que te provoque rechazo?
— Rechazo, no. Simplemente desinterés, y no solo con lo que se hace acá, sino que simplemente hay cosas que no me interesan y que seguramente a otros sí. Es algo normal, uno no comulga con todo y nada más. Una literatura que no se cuestiona, que no es capaz de ponerse en duda, que no está encima de los procesos humanos internos y sociales, que no entiende el lenguaje como materia básica y primordial, sino como correa transmisora de sentidos comunes y mensajes nacidos de la mercantilización de la realidad, son cosas que no me llaman la atención, de las que me alejo instintivamente. Si alguien quiere leer un Corín Tellado para las viejas ABC1, bien, es cosa de cada uno. Pero a mí no me calienta, así de simple, como tampoco me banco mucho las impostaciones de marginalidad, los versos de conveniencia y la autopromoción como modus operandi. Es algo que simplemente no es lo mío, no me llama la atención como práctica textual, me aburre y no me deja nada, que es lo que espero de cualquier lectura, que me deje algo, que me turbe o me dé paz, de alguna manera, que me remueva, no que me deje indiferente.
— La distribución de los libros ha cambiado: aumentó el influjo de las editoriales llamadas independientes. ¿Qué ves de bueno y malo en este escenario?
— Más allá de que haya aumentado o no eso que llamas influjo, creo que hoy hay un lote de gente detrás de editoriales que están dinamizando en buena medida la escena literaria, con sus pros y sus contras, y sin pensar en ningún momento que se está inventando el hilo negro. Pero hoy, sin esa pega, este país vería menos libros nuevos y relevantes de poesía, ensayo, investigación periodística y narrativa, entre otras cosas. Hay gente que está haciendo de la edición eso que fue y nunca debió dejar de ser: un oficio donde lo que se busca es aportar en alguna medida a la democratización de la cultura y su enriquecimiento por sobre lo que te dice el mercado y las gerencias comerciales, que son las que deciden en las trasnacionales qué se publica y qué no. Y esa pega ha servido, además, para que crezca el circuito de lectores de literatura chilena y la circulación de obras que si no, quizás, no hubieran salido nunca de imprenta. Y esas cosas espero ayuden también a que ojalá mañana podamos pensar en la construcción de otro paradigma cultural para el país, porque lo que se intenta proponer es también otra convivencia, otro diálogo, otro campo.
— Algunas editoriales cuyos catálogos te llamen la atención.
— De las de ahora, las que más me llaman la atención son las que están en la órbita de lo que se ha dado en llamar editoriales independientes, rótulo que a mí la verdad no me dice mucho, pero en fin. Lo que hace la mexicana Mangos de Hacha, por ejemplo, Estruendo Mudo en Perú, Eterna Cadencia, Mansalva y Vox en Argentina, por ahí van mis fichas, sobre todo por un asunto de complicidades, de ver catálogos que se atreven. De las chilenas, yo creo que esfuerzos, en flancos distintos, como los de La Calabaza del Diablo, Alquimia, Eleuterio, Ceibo, Inubicalistas, Perro negro, por ponerte un par de ejemplos, le ponen movimiento al asunto, ayudan a abrir cancha en materia editorial.
— Se suele hablar del pésimo hábito lector del chileno como un correlato del alto precio de los libros: ¿cuál es tu posición al respecto?
— Que, aun siendo un factor, echarle la culpa al precio, o al IVA incluso, es una chamuyo del porte de un buque. Acá si se lee poco es porque estructuralmente se ha permitido, se le abrió la compuerta a la mercantilización de la cultura, a la jibarización de la educación pública y a la desidia generalizada en estas materias. La dictadura generó las condiciones y la Concertación, con sus políticas de licitación de la cultura y aniquilamiento de la educación pública, terminaron la pega. Es cierto, los libros debieran ser más baratos, es obvio. Pero acá lo central es que mientras la sociedad chilena no sea capaz de modificar sus fundamentos estructurales, por las vías que sean necesarias, no va a pasar nada. Una sociedad capitalista, neoliberal, ultramontana en lo valórico para más señas, no solo hace más difícil leer. La lectura, la cultura, la educación, son parte de lo que en cierto modo busca combatir. Y lo hace de manera efectiva, me parece.
— ¿Qué estás leyendo ahora?
— De todo un poco, porque en general me cuesta bastante poner el foco en un solo lado, así que termino leyendo a varias bandas, saltando de un lado a otro. Además me toca leer harta cosa inédita, por la pega en la editorial, así que me mantengo en forma con eso también. Por ahora estoy viendo una novela de Le Clézio, unas cosas de Charles Olson y una historia chiquita del ajedrez de la editorial Turner. Eso más que nada.
— Parece haber cierto consenso en torno a ciertas obras decisivas en la formación literaria en general (los clásicos de siempre: Cervantes, Homero, Borges, etc.): ¿podrías nombrar cinco títulos que no entren en esta categoría que hayan sido fundamentales para ti?
— Soy malazo para las listas, la verdad, sobre todo de libros. Me dan un poco de tirria. Siempre algo queda fuera, siempre entra algo que no debía. No sé, supongo que pienso más en autores que en libros muchas veces. Quizás Q, del colectivo Luther Blissett (hoy Wu Ming), la poesía de Pasolini, Artaud. El reportaje al pie del patíbulo, de Julius Fucik, por motivos completamente extraliterarios, igual que Los vagabundos del Dharma, de Kerouac. La narrativa social chilena casi completa, así como casi todo Lihn y De Rokha. Y aunque sea cliché, sin Salgari, Stevenson, Conan Doyle y Verne difícilmente le hubiera agarrado el gusto al asunto, si leo es un poco por ellos.
— Un autor o libro clásico que te pareció decepcionante.
— Hasta ahora no me ha decepcionado la literatura. Puede aburrir a veces, y mucho, pero nada más.
— Hay una frase, atribuida a Malraux, que señala que en París había intelectuales que no sabían ni abrir un paraguas. ¿Cuál es tu relación con el trabajo convencional? Si no fueras escritor, ¿qué estarías haciendo hoy?
— Más o menos lo mismo que he hecho casi toda mi vida: trabajar en lo que va saliendo. Nadie vive de escribir, no en este país, así que todos, quien más quien menos, tiene que ganarse los porotos de alguna manera. Yo en los últimos años he tenido la suerte de poder trabajar en cosas más o menos relacionadas con el asunto de escribir, pero tampoco ha sido algo permanente, así que no me complica pensar en trabajar en otras cosas, porque nunca he tenido problemas con abrir ningún paragua. Me hubiera gustado, sí, tener algún talento y disciplina con la música, pero bueno, si no hay dedos para el piano, no hay no más.
— Para bien o para mal nos estamos quedando sin vates, sin figuras totémicas como lo fueron Lemebel, Bolaño, Millán, etc. ¿A quiénes te imaginas encumbrados en esa posición?
— Lo sacerdotal nunca me ha gustado, ni en términos de discursividad poética ni en ningún otro sentido. La idea del poeta único es una huevada que en este país ha resultado nefasta, desde mi punto de vista. Prefiero esto que está pasando un poco ahora, la eclosión de muchos, el concierto de voces, que cada huevón escriba lo que se le venga en gana, pero que lo haga en serio, con oficio, con ganas y sin codazos pendejos al del lado. Que haya amor, desesperación si tiene que haberla. No hay huevada más fome que escuchar la voz monocorde del púlpito, sea quien sea que se pare en él. No me gustan ni los curas ni los sermones, en ningún lugar.
— ¿Qué otros autores te interesan y crees que deberíamos entrevistar aquí?
— Está lleno, entrevístenlos a todos. Entre los que han escrito buena narrativa últimamente, yo creo que a Mike Wilson, Alejandro Cabrera y Guillermo Valenzuela, por ejemplo. A la Cynthia Rimsky. A Thomas Harris, a Jaime Pinos, que siempre tiene algo que aportar en estas cosas, igual que Huenún, Carlos Soto Román, Gustavo Barrera y Marcelo Guajardo Thomas, por nombrarte un par de buenos poetas de los que están funcionando ahora. A todos los que dejan entrar aire por la ventana, en realidad.
— ¿Podrías compartir un fragmento de algún trabajo inédito?
Kintsugi (poema)
Un límite para la riqueza.
Como el que se construye para encontrar
el texto indicado, la línea.
Pero piden cosas que no es posible entregar
cosas que no se pueden dar sin un desgarro.
Digo
este no saber lo que se hace, el fallo
permanente en las aplicaciones de la teoría
una grieta encima
borrando cualquier rastro de ternura.
Detrás de todo hay una rebelión en marcha que nunca
resultará del todo, no se verá
realizada con la meticulosa neurosis que requieren estos hechos.
Hacer cuentas sin capitular.
La luz prefiere siempre superficies claras.
El lado blanco de la hoja de un álamo
brillando al ritmo del sexo bajo treintaicuatro grados celsius
y mostrando sus dos caras alternadamente
horas antes de que el calor te expulse
fuera de la cama y tengas que partir
a buscar a tu hija mayor al liceo; el álamo
que acompaña tus casas como las estaciones, el viento
la brisa caliente a comienzos del verano
parte del discurso que se te desgrana
como la falta de respuesta del destinatario
—después del sexo, en todo caso
quiero que me echen una sábana
fría y delgada sobre el cuerpo
una sombra como la que proyectaba
el pino que cortaron en Concón
porque estaba siempre a punto de caer
sobre alguien
de aplastar a alguien
de reventar contra el suelo
el cráneo descuidado de alguien
como balas sobre arena en El Alamein
o escarabajos caminando sobre mi pie izquierdo
—acaba de pasar
no las balas, sino el escarabajo
grande, opaco, negro
no del marrón brillante de las baratas
casi rojo a veces
sino de un tono más egipcio, si se puede
usar el símil
si me dejan
usarlo
—pero no importa en realidad
lo que se puede o no decir en el poema
como si no fuera en todo caso una ficción adentro
de otra ficción esta pregunta
retórica del todo, mentirosa
chapucera, una
paparruchada más
otra grieta en la superficie del discurso que sellar
como el señor Tagomi quizás
hubiera querido
antes de volar la quijada del alemán
que Philip K. Dick puso en su oficina
para hacer que la novela continuara funcionando
como el mecanismo de precisión que debe ser;
todo a prueba de fisuras
que rellenar con oro para embellecer
la trizadura de una vida o de una
época
un rastrojo de generación —pues no queremos
morir en este día
junto a quien no quiera
morir junto a nosotros… ¡San Crispín!
¡San Crispín!
Esa bota muerta que descansa a un lado
de la tienda de campaña permanece
impávida como el Honor o el Heroísmo, y sirve
tan poco como ellos. ¡No se come!
¡No se traga!
¡No alimenta otra boca que la boca seca de la parca!
Pero sí retuerce el cuello de la grieta
se mete como cuña y aporrea
resquebrajando toda la memoria de un hombre;
las fotografías familiares en el velador se desencajan
el maquillaje escurre por la cara de su amante tras el agua
de una lágrima salada como el Mar de los Sargazos
todo se lo lleva ese agujero de gusano
la integridad del cuerpo, su agonía —entonces
no nombrarlo.
No nombrarlo nunca, no decir el hilo, no mostrar
el recorrido de la costura.
Un zurcidor japonés
para el jarrón del alma — y todo
para volver a empezar
recorrer otra vez el poema y dar
con el error de buscar la perfección; un loop
por el que ya se ha transitado
se repite como el sol cayendo
sobre el escritorio a las cinco de la tarde, y claro
genera también ese cansancio de la iteración
que desbasta relaciones, anhelos, simples ganas de hacer algo.
Porque ahí está
siempre quebrándose algo
siempre haciéndose añicos
trozos pequeños que se clavan
en los pies
y no te dejan caminar sin que la sangre
manche el piso, el camino, la moqueta
—en el living
donde hemos sacado la alfombra a causa del calor
unas niñas —mis niñas
hacen una máscara de cartulina.
Ahí está, para mí
toda la ciencia:
saber hacer las máscaras de cartulina
muy a lo Mishima, no desesperarse y saber
hacer las máscaras de cartulina
para cubrirnos de la mejor manera ante el desastre
dejando un generoso espacio a la altura
de lo que debiera ser la boca
para sonreír de vez en cuando
y seguir tragando bocanadas presurosas
de aire
aire
aire
de aire.
Porque piden cosas que no es posible entregar
cosas que no se pueden dar sin un desgarro y eso
no nos puede conducir más que al desastre —volver
a la letra entonces, al latido de la letra. Cerrar la puerta
a la pálida intención de redimirse por el texto
a la triste idea terapéutica del texto;
matar el corazón de la letra para que la letra
deje de joderte el día con su latido insistente.
Vivir la contradicción
mientras pegas los pedazos
de cerámica
los recortes de los diarios
las fotografías de los obituarios en la cocina
y llenas tus dedos de pegamento.