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Un libro de color rojo.
Re-impresión de "Whitechapel" de Camilo Brodsky

Felipe Eugenio Poblete Rivera

 



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Fue en su departamento de la villa Frei cuando el propio autor —entre lacónico y apresurado— me entregó la quinta reimpresión, de la primera edición, de su libro Whitechapel (Das Kapital, 2009, 2012), el cual había hojeado recientemente en una biblioteca metropolitana. Esto de la reimpresión me parece significativo, pues valoro los rasgos materiales de un libro, su diseño y confección (los datos materiales y tangibles de un libro). La portada de este libro ya no es blanca como lo fue en su edición original, si es lícito llamarla así. Aquella había sido la que me quedé observando en la biblioteca, por lo mismo me sorprendió cuando Camilo me entregaba un libro rojo (en un parpadeo, intuí que se había confundido). Me parece saludable esto del cambio del color, la palabra inglesa white ya ofrece la información cromática, entonces ¿para qué reiterarla en la portada? Ese cambio editorial sustancial, marcó, en un golpe de vista, el camino de mi lectura, que ahora ofrezco.

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La verdad es que, primeramente, el libro se me bloqueaba. No me dejaba entrar, me ponía a leer, de buenas intenciones, pero los versos me expulsaban una y otra vez fuera de la página. Me demoré mucho en poder ingresar al libro, en recórrerlo, así como se recorre una vecindad desconocida, silbado, mirando para atrás. Yo soy lo que se dice "livianito de sangre" y además demasiado sensible a la violencia corporal explícita y en el libro la sangre abunda, de la mano de la violencia explícita, en razón de sus temas, bien reconocible (asesinatos, incestos, violaciones), e implícita, en la gramática y el corte de verso, esta última de modo más perceptible ya en las relecturas. En relación a la primera, la explícita, las heridas (p.14), los muertos (p.12), la muerte (p.17) y la puñalada (p.23), son continuidades al tema de la sangre, se dispersan por el libro otorgándole su color más representativo: el rojo.

Ocurre con el libro algo similar a lo que en un laberinto. Hace falta el índice (volveré sobre este punto más adelante), algo que el libro, por varias páginas, va reclamando de manera interna y fragmentaria: textos cuyos nombres se reiteran de tanto en tanto, articulando algo así como una continuidad. "Las versiones del silencio", "Los incestos" macabros, "Los epígrafes", "Las intolerancias", las agudas "Anotaciones al margen", como también las "Naturalezas muertas"; los personajes chikatilo o gesualdo. El libro va modulando esos poemas, esparciéndolos por la extensión del libro, como semillas por el valle, o migas de pan por el camino. Tal vez esa fragmentación es la necesaria consecuencia de un trabajo de edición despiadado y asesino, (a sangre fría, tal vez), un libro descuartizado y sin embargo libro, sin duda libro. De unidad fragmentaria, por utilizar un oxímoron, siempre tan disonantes.

Rojo es el color del libro, por supuesto, rojo hematina, como la sangre. Hay características de la sangre que jamás me podrán dejar de sorprender, en primer lugar que, al igual que un texto, la sangre sea un tejido. Sí, en términos biológicos, lo propio es referirse al "tejido sanguíneo". Rápido aflora la relación tejido-texto, pero de aquello ya se ha dicho mucho, ya lo entendimos. ¿Fue García Lorca quien dijo que Neruda era un poeta más cercano a la sangre que a la tinta? Para el caso de Whitechapel es, de todas formas, tinta, pero tinta que se aboca a la sangre, la llama, la rodea, la infecta o, como bien visibiliza el verso que abre el libro, la esparce con "un saxo surtidor de sangre" (p.7). Una tinta, tal vez, que escribe, literalmente, manchada de sangre.

Insisto en el tema de la sangre. La sangre vinculada a lo crudo y no lo amoroso, a lo violento y no lo amble, a lo morboso más que a lo contemplativo (diciendo esto no pretendo negar las relaciones que puedan haber, y hay, entre aquellos conceptos). Los poemas de Whitechapel se ajustan más a la primera tríada, es claro. Un poema como "Los vendedores de cadáveres" (p.46), puede ser representativo del total del libro, y de pasada recordarnos a Rimbaud. O también "gesualdo" (p.23), el tratamiento temático junto con la disposición del verso y la estrofa en el poema. Pero, no basta un par de ejemplos, obviamente, por lo demás, Brodsky utiliza a gusto diferentes registros: cursivas, versos íntegros en mayúsculas, prosa, mezcla de idiomas, citas, números árabes, barras (o "slash") entre medio de los versos, minúsculas para nombres propios, entre otras digresiones gramaticales. Con una poeta muy querida, siempre hemos defendido el siguiente postulado: "en poesía vive la anarquía de la gramática", el cual viene como anillo al dedo ahora.

Peckinpah, el cineasta estadounidense, es citado en el libro, el gran maestro del western, con quien se instala un abrupta confusión de los dominios del bien y del mal (en el ámbito del cine western, "La pandilla salvaje" es paradigmática), de la violencia en un sentido mayor. Del cine, también es tomado el género gore, ligado a la violencia, tanto visual (audiovisual), como corporal: "le adjunto la mitad de un riñón" (p.60), "otros también / comieron carne humana" (p.32), "limpiar a homosexuales y gitanos / quemar los rastros de los comunistas" (9.52), como se ve, por lo pronto, dilucidamos que: "Acá no hay ética posible: / es el deseo en su faceta / más bestial e incontinente" (p.77). La crudeza de este libro viene acompañada de referencias directas a ciertos escritores extranjeros, como Pound, Melville, Kerouac o Carrol, y otras no confesadas, como a Celan y Adorno.

Ofrecidos como escenas (escenas de crímenes), los textos de Brodsky presentes en este descarnado libro lleno de "detalles inescrupulosos" (p.61) se contraponen, por lo bajo, a la feliz foto del autor en la solapa. Tal es un dato que no pude dejar nunca de lado mientras leía el libro, y que me chocaba terriblemente al leer alguno de "los incestos"; además, la foto parece ser de un día de verano, y el libro modula una fuerte persistencia del invierno, sin duda. A su vez, trabaja una aproximación rapaz hacia temas duros, delicados (paradójicamente), como el holocausto judío o la contingencia político-social en Chile: "los centros de tortura y detención" (p.69). Crímenes en todos lados.

"No es solo el testimonio de un sicario" (p.25), lo que puede hallarse entre las páginas del libro, también "el silencio que quedó como testigo" (p.12), el cual busca levantarse entre las crepitaciones y rugidos de los poemas, pero el fuego, junto a la sangre y al horror (la representación del horror), no dejan, casi, espacio para que hable el silencio, a veces solo asomado al blanco de una página con un breve texto inscrito en su sector superior.

Del tema del índice, que bien puede ser un mero agregado, para el caso de la colección de poesía de esta editorial, no se acostumbra usarlos. Pero ¿es que de verdad es innecesario? Para el caso del presente libro, o para "Materias de libre competencia y regulación" (Andrés Florit), "El doble veredicto de la piedra" (Marcelo Pellegrini), y "Bomba bencina" (Juan Carreño), todos bajo el mismo sello, sí, tal vez no es completamente necesario, pero es simplemente ilógico para el caso de "Un momento propicio para el exilio" (Marcelo Guajardo Thomas), un libro que es una reunión de libros, no puede no tener índice.

Indicando, quizás vagamente, una tentativa de índice para este libro, ofrezco la agrupación de los poemas cuyos títulos coinciden. Y así: Whitechapel, pp. 7, 12, 16, 26, 58, 85; Las versiones del silencio, pp. 9, 14 ,25, 29, 36, 40, 48, 51, 55, 65, 70; Los incestos, pp. 13, 39, 78; Los epígrafes, pp. 18, 44, 45, 60, 65, 67, 86, 92; Las intolerancias, pp. 38, 49, 52, 96; Naturalezas muertas, pp. 74, 89; Anotaciones al margen, pp. 50, 54, 56, 66, 68, 72, 85, 87, 95. Esto último, coincide con el recurso de Jaime Pinos, sus poemas llamados "nota al margen", las cuales funcionan a veces como pequeñas artes poéticas, en su libro "Almanaque" (Lanzallamas, 2010). Acá queda únicamente propuesta —pues no viene a lugar desarrollarla en tan poco espacio— la articulación de los diálogos entre esos dos libros, tan entrañables en sí mismos, con varios ejes de intercomunicación.

Obviamente la editorial Das Kapital sabe hacer lo suyo ¡y de qué forma! Sólo hace falta mirar el catálogo de poesía, del cual ha sido discriminado, injustamente, El doble veredicto de a piedra. Un libro, Whitechapel, que ya lleva un buen tiempo circulando, y mejor tarde que nunca (según el dicho), chocar de frente contra sus operaciones y formas: un remezón fuerte, que obliga a detenerse y a dar una mirada más concienzuda a los trabajos de otros poetas antes de seguir el rumbo, y continuar silabando.


Junio de 2013.





 

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