Apuntes sobre Mantenimiento, de Ángel Valdebenito
Por Camilo Brodsky
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Desearía gritar pero temo oírme.
Jonas Mekas
De entrada, uno se pregunta ante este libro cuál es el objeto del mantenimiento de Valdebenito; qué se quiere aceitar, limpiar, mantener a punto. Qué PEM o qué POJH de la precariedad se va a desplegar en estas páginas. Porque de eso habla necesariamente todo mantenimiento, de algo que necesita ser mantenido, arreglado, balanceado. Pero no nos adelantemos. Yo puedo decir esto porque ya leí el libro y construí una lectura, pero no es el caso de todos los que estamos aquí. Así que vamos por parte, tomando apuntes, aunque desordenados, de este Mantenimiento.
1. Lo primero que llama la atención —por lo sintomático— es la apertura del libro con un "Testamento". Y no cualquiera, sino el testamento de alguien que uno adivina en las antípodas morales del poeta —del específico, pero también del arquetípico, si se quiere—. Si bien tanto este texto como el siguiente ("Después de las elecciones municipales") pueden generar un equívoco en el lector, dejando en un primer momento la impresión de que vamos hacia un lugar hacia el cual en realidad el texto no está yendo, sí nos abre una primera tensión, que estará de alguna manera presente a lo largo del libro, y que da en cierto sentido el tono de este: la del choque con un realidad que acaba por convertir al poeta en un cínico —en su acepción actual, la del descreído, la del que construye la coraza desde el sarcasmo y la ironía como defensa y crítica; no estoy pensando en Antistenes; aunque esa puerta tampoco hay que cerrarla, y ya veremos por qué.
2. Mantenimiento es un libro, entre otras cosas, de la añoranza. La añoranza de un mundo que ya le está vedado a quien lo añora, porque él mismo ya es otro¸ porque esa puerta del recuerdo ha sido cerrada para él, no le es dado recordar del todo ese otro mundo que dejó atrás a cambio de este territorio actual en que se incrusta —la ciudad, sus males—; ya no se puede recordar siquiera porque se es otro, se ha convertido en otro, distinto y distante del que fue en su origen:
La vida que no he podido recordar
descansa al final de esta hondonada
y se escabulle entre los riscos
junto al río y los cipreses viejos.
(p. 11)
Hay una nostalgia de la tierra y una esperanza de ser parte de ella nuevamente, pero la imposibilidad de volver a ese origen se levanta como un muro contra el cual se ha chocado ya demasiado, lo que deviene en derrota, en cansancio. Acá se abre, se distancia este libro de cualquier intento de hacer una lectura desde el larismo, por ejemplo. En Mantenimiento la nostalgia sólo produce monstruos, por decirles de alguna manera, y aunque se le idealiza a ratos como el lugar de remanso, es tan aguda la presencia de la derrota y el cansancio de lo cotidiano-urbano, que toda lectura del pasado acaba teñida por este cinismo en el cual el texto ha decidido guarecerse del chaparrón. Soy el vidrio de la ventana mojado por la lluvia, dice Jonas Mekas el 23 de agosto de 1949, todavía en Alemania, todavía íntimamente revestido de cinismo —en realidad el vidrio no se moja nunca, no es traspasado por el agua— para sobrellevar su desarraigo de desplazado por la guerra, de permanente añorador de su Lituania campesina, que permanece en él a pesar de sus impulsos permanentemente modernos y el infierno de la diáspora de postguerra. El mismo desarraigo, por lo demás, que lo llevaría a Nueva York algo después.
3. Pese a lo anterior, a la pesadez permanente de la pérdida de sentido en que parecemos estar navegando, Todavía una gota de lluvia/ puede representar mi sueño/ y agregar una pizca de sentido (p. 12). Es por esto, entre otras cosas, que al comienzo decía que quizás debiéramos volver más tarde sobre Antistenes y el cinismo clásico: aún hay una gota de lluvia de esperanza sita en la naturaleza, sino en una cierta concepción incluso de la virtud; aun cuando esta concepción sea sólo visible por oposición a la realidad, a la perversión asociada a una cierta realidad, principalmente urbana y mercantilizada.
4. Mantenimiento es un libro también de lenguaje a ratos oscuro, incluso hermético en ocasiones, de imágenes que parecen de gran densidad y dureza, pero que de pronto se vuelven inasibles, como si estuvieran en medio de una densa niebla y se nos escaparan cuando estamos a punto de aprehenderlas. Creo que es el propio origen el que está todo el rato a punto de desaparecer en este texto, como si estuviera a punto de ser borrado del disco duro del hablante, volviéndolo nebuloso, disgregándolo en esa niebla; e idealizándolo también, como una forma de construir una imagen firme, concreta, de ese pasado que se desintegra y que no nos deja recordarlo.
5. Por esto también Mantenimiento es un libro de muerte. Muerte de esa que se manifiesta como ausencia física, que queda como un agujero negro en el centro del pecho de los que quedamos; pero también esta muerte de la desaparición del origen, de la dispersión de los recuerdos en la nada. Y la propia muerte contenida en la añoranza, que es otra forma de muerte, quizás incluso peor, pues con los recuerdos no queda más que convivir, no se extinguen por más que comiencen a desintegrarse y recomponerse como idealizaciones; a fin de cuentas, son los recuerdos los torturantes, su presencia viva o su pérdida gradual. Nunca los muertos ni la muerte en sí.
La belleza de lo que queda tras la muerte
es un sembrado largo y ajeno,
donde juntos
aletean el cuervo y la mariposa.
(p. 13)
6. Tenemos entonces este polvo, que es cansancio, acumulándose sobre la experiencia; este cansancio de la derrota, de la nostalgia cínica sobre un pasado —un origen— que se asume ido, irrecuperable, y que ha dado paso a un estado de mantenimiento —aquí otra acepción— del statu quo que ha sido determinado por el desarraigo, por la decepción que atañe a ese desarraigo, a esa movilidad que fue física y geográfica en un momento, pero que deviene en espiritual, si se quiere, al convertir al que añora y al que nostalgia en un otro, al que le está vedado el ideal asociado al origen —idealizado él mismo a su vez— por la derrota de las expectativas, por el movimiento fallido tras el movimiento físico de un territorio a otro —territorio mental, estético, emocional.
[...] donde la esperanza se hizo mierda
y dejó apenas la cáscara
de un hombrecillo temeroso.
Allí donde pretendimos ser algo.
(p. 18)
7. Este cansancio —esta derrota— se traslada también al lenguaje, al propio oficio: [...] y no se puede hablar de las cosas, / aunque la experiencia de las cosas / alargue su sombra a un costado de la cama. (p. 18).
8. Se transforma, también, en resignación ante el desfase entre lo esperado y lo hallado. Y la derrota está inflingida por la realidad, pero —volvemos— principalmente por un modo de vida, por un modo de construcción de esa realidad, que es urbana, industrial, mercantil, que llevan al que es a enfrentarse con el que fue, en una puesta en escena de la batalla que se perdió sobre el entarimado de la ciudad, que aparece —se me figura, más bien— seca, calurosa, muy cerca de la inclemencia:
Las casas rosadas no me gustan.
En La Palmilla hay unos blocks recién pintados.
El azul y el plomo de las automotoras
es hermoso hasta cierto punto.
Techo alto, piso exigente.
Yo limpié esos pisos
con sosiego y ansiedad al mismo tiempo.
Y el ansioso triunfaba siempre sobre el sosegado
y el sosegado perdía el rumbo,
pero aguardaba con paciencia
hasta volver sobre algo
que se pareciera un poco
a lo que antes venía haciendo.
[...]
En el estrecho polvorín de los contadores
paseaba el uno con sosiego,
mientras el otro calculaba los versos
para un concurso español de poesía.
[...]
Ya no somos el que buscaba sombra
a un costado de la motoniveladora.
Es extraño no entender el contraste.
9. Posiblemente la tensión en torno a la que se articula todo el libro esté contenida, o al menos esbozada, en ese texto ("Es extraño no poder entender el contraste"); porque esa es la tensión, al final, el esfuerzo por entender el contraste entre aquello que se fue y aquello en que se devino, y la extrañeza a la que da lugar esa transformación, que acaba por enajenarnos del origen.
10. Esta derrota no es otra cosa que una derrota autoinflingida, y en cierta medida inevitable, pues es el costo del rito de pasaje corrupto del cotidiano neoliberal; así, su pátina, —la del cansancio, la resignación, el abandono— acaba por teñir la mirada completa del mundo, incluso nuestras relaciones mínimas, basales, como en el poema "Parque":
Al padre lo han trabajado más que suficiente.
Quisiera evadir el compromiso,
pero su enano lo incrusta
en un tropel de zapatillas luminosas
que derrapan en las veredas laterales.
[...]
Ahora el padre,
como un lento buey que avanzara
salivando por el barbecho, [...].
(p. 22)
11. O en el poema que da nombre al libro —o al revés—, "Mantenimiento", que en su sección XIII hace el que leo como un perfecto retrato de esa derrota general llevada al núcleo de la intimidad: Tu voz a ras de piso, esquivando las esquirlas del témpano que recordamos en cada aniversario (p. 32); imagen que podemos complementar con el final de "Puente colgante" —donde la soledad no es otra cosa que dos personas buscando felicidades distintas: Y cada uno mira su extremo / como la punta que anuda / en la versión correcta de la felicidad (p. 35). Estos textos, junto al poema "El amor, ruido y sedimento", hacen de Mantenimiento, también —y qué bueno, porque un libro debe ser muchas cosas sin dejar de ser un libro—, un libro de amor devenido en desamor. Hasta ahí caló la profundidad de la derrota, ahí también cayeron, víctimas del cansancio vital, los últimos espacios de cobijo, la retaguardia emocional que confiábamos mantener para enfrentar el invierno.
12. Y, sin embargo, queda de alguna manera la sensación de que estamos ante el cierre de un momento y el augurio de otro, que si bien no es posible esperar sea mejor —no lo permite el cinismo, e incluso la esperanza aparece un poco cansada acá; y es que, volviendo al principio, eso parece ser lo que este Mantenimiento busca por finalidad: un mantenimiento de sí mismo, una puesta al día de las cuentas pendientes, una mirada si no correctora, sí crítica del devenir propio, que se adivina como impulso para enfrentar de otro modo —aunque ya armado con las herramientas del desprendimiento cínico— lo que puede adivinarse en el futuro —otro constructo, claro. Un intento consciente, incluso desesperado quizás en cierta cuerda, por ajustar lo mejor posible los equipajes y las deudas, no como una forma de saldarlas ni dar por superadas tensiones y desajustes generados por esta realidad, que ya nos ha decepcionado y derrotado, modificando nuestro propio ethos en un grado no menor; sino ante todo como un ejercicio de sobrevida capaz de entender y asumir también la derrota como inevitable, pero no por ello causa de desfallecimiento ni abandono fatal, sino dato de la causa de un vida prestada —la nuestra— en un mundo que no es, en definitiva, el nuestro, y sobre el cual no ejercemos ni majestad ni dominio —el mundo del hípercapitalismo—, pero al que debemos hacer frente para poder construir, ahora sí, tal vez, una forma de vida que sea nuestra y en una dimensión que sea humana, incluso en sus derrotas, sus cansancios y sus desarraigos.