EVALUACIONES
Por Carla
Cordua
Artes y Letras de El Mercurio, 9 de
julio de 2006
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La lectura de crítica literaria nos entrega una mezcla del
análisis de la obra en cuestión con la evaluación de sus diversos
aspectos y del conjunto que forman. Quien la escribe ha engarzado el
producto de ambas actividades, analizar y evaluar, de manera que, en el
caso ideal, el lector encuentra que
se funden en una sola perspectiva del asunto. Pero de hecho el crítico
analizará en particular lo que le importa evaluar y evaluará
precisamente los aspectos discernidos por el análisis.
En la
penumbra del escrito crítico se esconde la diferencia relativa entre los
dos procedimientos. Cuando el crítico ofrece no solo su exposición sino
también un sistema de signos que representa plásticamente su juicio,
como hace Camilo Marks, por ejemplo, en Revista de Libros con los cinco
tinteros, algunos llenos, otros vacíos, se tiene la impresión de que el
veredicto final del crítico es no solo unitario sino cuantificable. La
operación con tinteros llenos y vacíos ha triunfado sobre los dos
factores, análisis y evaluación, que generan la pieza crítica.
No
hay una línea divisoria clara entre análisis interpretativo y
evaluación, pero no hay duda que se trata de dos modos diferentes de
ocuparse de una obra. El análisis pertenece y sirve al orden del
progresivo conocimiento de las cosas mientras que la evaluación,
indemostrada e indemostrable, es una reacción personal del crítico
frente a lo revelado por el conocer. La capacidad valorativa y su mayor
agudeza son tan capaces de desarrollo y refinamiento como el saber, pero
ellas no darán ni un solo paso adelante sin contar con más y mejores
conocimientos de la obra. Las diferencias y las disputas entre gustos,
sobre las que supuestamente no hay nada escrito, solo son conversables
si quienes las tienen superan sus conocimientos en dirección de un saber
más amplio y profundo. Esta dependencia del saber que caracteriza a las
evaluaciones cultas, como deben ser las de la crítica literaria y las de
arte en general, explica que ambos procedimientos colaboren
estrechamente en la crítica profesional, y acaben disimulando su
diversidad.
No se puede sostener, en cambio, que toda valoración
depende del conocimiento. Pues a menudo se la adquiere con el lenguaje y
la pertenencia a un grupo social.
También el crítico se acerca a
los objetos artísticos que evaluará con nociones previas adquiridas en
su medio. Para él, esto y solo esto es verdadera poesía y si una novela
carece de determinados rasgos, tanto peor para ella.
La
experiencia de las obras exploradas estará condicionada por las
categorías aportadas por el crítico a su actividad. Los dos elementos,
análisis y evaluación, son posteriores y se desarrollan dentro del
horizonte que el crítico trae como miembro de una cultura. La habilidad
profesional se edifica sobre una herencia histórica no elegida. En
literatura se establece primero el texto y se lo interpreta como
conjunto articulado para evaluarlo luego.
Análisis y evaluación
son sucesivas pero el proceso entero está insertado en el ámbito de lo
que el crítico posee como miembro de una comunidad histórica. Las
habilidades profesionales adquiridas por elección libre, aunque sabias,
resultan imprevisibles por el ingrediente histórico-cultural que las
antecede.
La diferencia entre el análisis de una obra y su
evaluación es menor si se la compara con el elemento injustificable e
imprevisible del aporte personal al ejercicio
crítico.