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Secretos

Carla Cordua
Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 25 de febrero de 2007

 

Guardar un secreto es una acción intencionada que depende de haber discernido lo que esconderemos. Lo separamos de otras cosas para tratarlo con sigilo. Revelar un secreto también es intencional. La palabra "secreto" viene del latín "cerneré", que nombra la acción de pasar algo por un cedazo para separarlo, distinguirlo o mirarlo, como señala Corominas. Los buscadores de oro que trabajan en arroyos recogen abundante arena y piedras en la cernedera para colocarla luego bajo un chorro de agua que se lleva lo que sobra y permite retener sólo lo valioso. Quien tiene algo que ocultar lo trata como oro que hay que esconder de la codicia ajena, pues el conocimiento de lo secreto apetece a todos. Su carácter selecto y vigilado lo convierte, sin consideración de su importancia, en algo valioso y deseable, como el oro. Se presume que quien lo posee tiene razones para guardarlo de los demás. Revelar a alguien un secreto personal es honrarlo con la confianza de que también lo ocultará como cosa propia.

Pero las confidencias son traicionadas frecuentemente por motivos que impulsan al indiscreto. Son tan preciosos los secretos que los mitos antiguos reservan terribles castigos y venganzas para quienes los revelan. Cuenta Hesíodo que Zeus mantenía el fuego escondido de los hombres. Su furia, cuando sabe que Prometeo lo roba para entregarlo al hombre, lo mueve a planear una venganza secreta. Inventa a Pandora, la primera mujer, tan bella como falsa, y le da una caja con todos los secretos que, una vez difundidos, se convertirán en las peores aflicciones y sufrimientos para la humanidad. Pandora abrirá la tapa de su caja y desparramará su contenido sobre los mortales que hasta entonces "vivían en la tierra libres de males, de trabajos duros y de grandes enfermedades". Después de recibir los regalos de Pandora, "innumerables plagas circulan entre los hombres; la tierra está llena de males y el mar está lleno".

Los secretos son muy variados: tanto revelarlos como mantenerlos ocultos puede hacerlos peligrosos. Hay algunos que son dañinos precisamente mientras no son revelados. La Esfinge les proponía adivinanzas a los que pasaban cerca de ella; desmembraba y se comía a los que no daban con la solución. Quien, en cambio, la encontraba oportunamente derrotaba al monstruo y rompía el atroz encantamiento. También son diferentes entre sí los secretos de un individuo de aquellos compartidos por grupos. Los secretos colectivos duran menos y debido a eso ponen en peligro también al grupo que de ellos depende. Como cualquier miembro del grupo puede, en principio, traicionar el secreto compartido, la responsabilidad de cada cual se debilita: puede haber sido otro el que faltó a la palabra empeñada, el que traicionó. Crece, en cambio, la comezón de difundirlo secretamente. La fragilidad del secreto en grupo hizo decir a un astuto que aquellos que son compartidos por tres personas durarán sólo si dos de ellas ya están muertas.

A pesar de sus inconvenientes, los humanos necesitamos tener secretos. Son parte de nuestra intimidad, fomentan la independencia personal, avivan la imaginación, permiten madurar planes de crecimiento y prepararles sorpresas de todo tipo a los demás. Algunos nos envolverán en inevitables conflictos con padres y autoridades que siempre aspiran a conocernos sin salvedad alguna. El solapamiento no es mejor que la franqueza, pero la franqueza total sería, si fuese posible, bien majadera.

 

 

 

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Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 25 de febrero de 2007