Sendas Perdidas y Encontradas
De Ricardo Herrera.
Ediciones Kultrún 2007
Por Cristián Cruz
En lo personal no se si un premio engrandece una obra literaria o la deja al desnudo refiriéndose sobre su calidad y estética. Lo cierto es que este libro contundente en su espesura, se adelanta y se recrea en la tradición y el discurso poético chileno. Ricardo Herrera (Temuco 1969) un poeta de los márgenes, aquellos lugares que parecieran inexistentes, nos entrega esta propuesta tremendamente lúcida, producto de su extrema sabiduría literaria que aflora por todos los rincones de esta escritura. Si en poesía se valora la inteligencia y el conocimiento, sumando la estética y la sensibilidad, es pues valedero citar ciertos pilares que sustentan la misma. En Sendas Perdidas y Encontradas se pueden leer claramente situaciones que dan forma a uno de los libros más reveladores de los últimos 15 años. Dentro de las afirmaciones con respecto a la producción poética chilena, en este periodo solamente se esbozan intentos de lo que podría ser una obra en ciernes. Es entonces acertado y a la vez arriesgado decir que Herrera entrega el manifiesto de un tiempo, resume lo que una generación completa, la de los noventa y parte de la mal llamada novísima ha venido plasmando en sus movimientos, amoríos y desencuentros con la tradición.
Estas Sendas Perdidas y Encontradas llaman en su génesis, al eco indisoluble de la voz poética de Chile. Asume el riesgo de mimetizarse con esa sustancia que, quiérase o no, aglutina cierto tenor verbal que desde Mistral a Hahn o si se prefiere, de Neruda a Zurita, el lector atento, al bucear y buscar una raíz común, encontrará el arrecife lingüístico común, la lengua madre de la poesía continental y por que no, una cuota de la poesía mundial.
Dirán entonces que los dichos son arpones que se devuelven contra el poeta, que es demasiada la responsabilidad de ensayar. Pero en un tiempo de franco receso, cuando lo esencial en si, no es el poema si no quien lo escribe, este libro como propuesta de obra, sin el autor realizando piruetas para exportarse al mercado no explotado de nuestros países vecinos, aplica el orden, el arqueo de los noventa y primera década del siglo actual.
Volvamos al inicio, a los pilares visibles. La generación de los noventa, amparada o naciente desde la academia, es responsable de sostener o de plantear una renovación del discurso poético chileno. Comienza entonces el aislamiento generalizado, el individualismo, exceso de autoediciones, por ende, desaparición de medios reales de crítica. Se crítica al compañero de carrera, se publica al compañero de facultad. Por último, se pierde el norte de lo que en realidad se debiera rescatar, el poema y su red, el abanico de posibilidades ciertas de ser convertido en herramienta comunicativa eficaz sobre el lector. Ante esta crisis dicha generación regresa dignamente a la tradición un tanto abandonada. Para Ricardo Herrera y su escritura en ciernes desarrollándose en la ciudad de Valdivia, continúa el proceso, nutriéndose de los poetas tutelares; Neruda, Huidobro, de Rokha, Teillier, Cárdenas, Barquero, Lihn y los mas contemporáneos, Hahn, Millán. Y entre los más recientes Decap, Llanos, Maqueira, Riedeman. Si tomamos esta referencia y las pocas traducciones existentes, Herrera se hace de un acopio fructífero y amplio, ya que leer la poesía chilena se lee la poesía del mundo. Esta gracia hace que su escritura sea por añadidura, un reflectante de lo que el poeta toma como calidad, atesora como valedero. Ya lo escribía en su Primer libro el poeta; Delirium Tremens, escritura lúcida y definitiva.
Pero Herrera sigue al margen de todo ruido, no tanto por desconocimiento del medio, si no, por una opción personal. Con estas bases sólidas y entendiendo que el trabajo de todo poeta es la lectura, guarda silencio y mesura. Sigue creando así su andamio sólido y reconociendo lo que en poesía da ventaja; tener conocimiento, estar conciente de lo que se ha escrito antes, de lo que se puede escribir mañana.
Otra de las virtudes que aflora en Sendas Perdidas y Encontradas, es la denuncia sobre la fisura, del discurso poético chileno. Es decir develar el conflicto “se acabaron los padres y se acabó el respeto”. Apuesta entonces por la inteligencia, el meta poema, pero no de manera simplona y floja. Agrega a esto Delirio. Rasga vestiduras, golpea, sangra, vomita, suda y luego “El paisaje en calma” la cordura para rematar cada poema con desenlaces sugerentes, armoniosos, que atan el descalabro. No siendo un libro inventivo como aquellos de Maqueira o Harris, ni una poesía temática como las propuesta actuales, Sendas Perdidas y Encontradas se deleita en el poema como poema, pero con la tremenda salvedad que cada escrito encierra un microcosmos, un sistema bien urdido, léase el poema “ La soledad del poeta”.
Por último la escritura, la confección y códigos lingüísticos, son asociadas de tal manera que encierran rítmicamente el aliento del lector. La encabalgadura creciente y contenida sustentan una base más que sólida para la exigencia que cualquier lector busca.
Corro el riesgo y adelanto este libro como la suma de todas las intenciones de quince años de poesía escrita en Chile por poetas menores de cuarenta años.
Sugieren estas palabras, la lectura detenida de Sendas Perdidas y Encontradas para recrearse en ellas y asumir desde los márgenes, que la provincia quiérase o no, aún ejerce su paternalismo sano con la poesía chilena.
Para entregar un dato al pie de toda fe, Sendas Perdidas y Encontradas obtuvo el año 2008, el premio del Consejo del Libro y la Lectura a la mejor obra editada.
Ricardo Herrera Alarcón, (Temuco 1969).
Ha publicado:
Delirium Tremens 2001
Sendas Perdidas y Encontradas 2007
Bar: Antología poética chilena 2005
En la actualidad reside en la ciudad de Carahue (La ciudad que fue) IX región.
* * *
La soledad del poeta
En mi casa les dije que ahora me iba a acostar y escribir algo
que tenía un poema hasta la mitad y me sentía bien
además no estaba ebrio todavía (difícilmente
podía escribir ebrio) así que me iba a acostar.
-¿Te sientes bien hijo?
-Me siento bien, mamá.
-Que bueno que te sientas bien. Escribe toda la noche si quieres
y no te preocupes si te quedas con la luz prendida
eso sí, apaga bien los cigarros y cuida de abandonar el poema
por pensar en mujeres o en una cazuela con chuchoca
a orillas del mar.
Mi hermano dijo que iba a rezar para que no pasara mucho rato
sin escribir
“aunque sea un maldito verso”. Así mismo dijo.
“Ojalá lloviera”, pensé.
“Ojalá lloviera”, pensaron
y al instante empezó a llover.
Todos en la casa saltábamos de felicidad.
El perro llegó corriendo con el lápiz y casi llorando se lo arranqué
entre los dientes y abrí el cuaderno
-déjanos quedarnos unos minutos y observar como escribes,
dijo mamá.
Y a cada palabra que salía parece que llovía más fuerte y sin querer
fue avanzando la noche: yo escribiendo y ellos mirando: uno
me prendía un cigarro, otro limpiaba el sudor de mi frente,
mi madre
repetía que quizás vendría mejor otra palabra
a ese hemistiquio, que le sonaban de otros
los techos de zinc, el magenta, la patada del terremoto
en la boca.
Despertamos todos en el piso entre rumas de papeles escritos.
El perro lamía mi mano que aún sostenía el lápiz bic
De tinta verde.
Leímos entonces a coro mis poemas.
“Este solo gesto hará nacer Iliadas” decía madre
“Epopeyas de los culos y tetas de Chile”
repetía hermano. Al terminar de leer se oscureció la casa.
Se encendieron velas entre gritos, pero la oscuridad
lo había borrado todo.
La oscuridad o el amor exagerado lo habían borrado todo.
¡qué bello espejismo qué bella ilusión! repetían derrotados
dejándome solo
“nunca aprendiste a estar solo” gritó mamá desde adentro
“¡duérmete ya!”
Sólo el perro lamía aún mi mano
Como si fuera la misma tristeza esperando que nacieran
Otra vez las palabras.
* * *
Leer también: Sendas perdidas y encontradas.
Por Luis Riffo