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La Derrota del paisaje, de Antonio Rioseco
Ediciones Inubicalistas 2009

Por Cristian Cruz

 


Generalmente los domingos suelo levantarme temprano, cerca de las siete treinta. No se trata por un tema de edad, tampoco deseo impresionar a la cuadra dando a entender  que el vecino no se va de parranda los sábados. Solamente me levanto para contemplar ese mar en calma que ofrece la ciudad, el vecindario calmo para  transitar por él con la misión de pensar en el libro o el autor por el cual se echarán unas palabras al aire. De esta manera me he levantado esta mañana y  se me vino a la memoria un libro llamado La Derrota del Paisaje del poeta Antonio Rioseco. Como una sutil concordancia con el clima reinante los domingos por la mañana, esta Derrota también asume ese clima calmo dentro de sus páginas. Es notable descubrir que los poetas noveles aún asumen un compromiso con las situaciones sencillas y  desbarrancan de todas las posibilidades el monótono discurso situacional que suele aflorar en las poéticas actuales. Es decir el chancar sobre lo fome, sobre lo sin sentido que termina aburriendo, puesto que el lector detecta de una u otra forma que los recursos son escasos como para derrocharlos en propuestas que no llevan más que a colocar a la publicidad por sobre el poema, a la internacionalización por sobre una escritura perdurable, que golpee, que tenga punch.

De qué nos habla Rioseco, de una superposición de lo importante que son episodios de la vida sencilla, de la mirada que desarticula y construye el espacio contemplativo y desde una ciudad. La Derrota  es aquella de verse inmerso en un mundo en donde las temáticas son extremadamente personales. Este libro se encuentra escrito desde la perspectiva personal, desde el fondo de la admiración sobre el asombro de sitios, lugares, personas que el  poeta descubre, adviene con ellos y reconcilia su propia derrota con todo esto.

El temple de estos poemas es calmo, nuevamente la palabra calmo como un trampolín hacia la observación, tanto dentro como fuera de si mismo.

Cosas que suceden el Barrio

U golpe seco
en la página seis
del cuerpo de.
Conozco la calle donde
Ese muchacho resquebrajó el pavimento.
La evito y me alejo también de los balcones.

Es medio día y el sol
quiere entrar por las ventana.
Al abrir las cortinas pienso
En cómo habrá sido ese sonido.
Intento imitarlo y logro sacar
algo que parece una tos seca.
Me golpeo con el puño la frente
pero desisto.
Sigo recordando al muchacho.

                     Desde acá

                                 puedo ver el edificio.

Rioseco se ocupa de transitar desde los balcones de Morfeo hasta las bacanales del Dios Baco sin estridencias ni alardes fuera de lo que no sea un poema cincelado en la calma de un taller de muebles. Los poemas son un taller de muebles, más bien dicho el libro o poemario es un taller de muebles, calmos, esperando que las luz de la mañana se meta hasta en los cajones de aquellos mubles y desnuden el color, el silencio en ellos.

Esta Mañana ( Alt. Take 1)

El ruido del lobby me despierta.
Un huésped que discute con el encargado.
Pero son casi las siete
y no vale la pena seguir durmiendo.

Pido el desayuno.
Pan, leche, tocino y huevos,
y un  trozo de pastel con nata.

Me arreglo frente al espejo
y ordeno algunos recuerdos en la mente:
lo de ayer y lo sucederá más tarde.

Qué me pueden decir estos poemas, (despierta, la mañana avanza,  piensa en el libro que haz de leer, en los poemas que haz de comentar, de escribir) ciertamente una escritura motivante. Esta escritura no me dispara al pecho amenazante, me sugiere,  me invita un Domingo tempranamente a escribir sobre ella ya que ella me escribe desde su balcón.

 

 

 

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La Derrota del paisaje, de Antonio Rioseco.
Ediciones Inubicalistas 2009.
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