En el país nocturno y enemigo: La poesía de César Cabello
Magda Sepúlveda Eriz
Pontificia Universidad Católica de Chile
Este texto corresponde a la presentación del libro Las edades del laberinto realizada en la
Fundación Pablo Neruda el 17 de mayo del 2011.
César Cabello titula su libro Las edades del laberinto (Santiago: Piedra del Sol 2011), advirtiendo al lector desde el inicio que, aquí, la salida está oculta. Desde la primera página, el lector es puesto en la situación de un laberinto de citas, borrando la noción de autoría, desarmado la idea de procedencia. Pero el título lleva además una palabra temporal, creo comprender entonces que estamos en un laberinto temporal, una y otra vez en el mismo tiempo, sin poder encontrar la salida. La herida antigua vuelve una y otra vez. La cita se vuelve entonces un intento de comprender la ausencia de una puerta temporal. Preguntarnos desde ahí qué edad tiene nuestro laberinto, cuántas veces hemos estado con otros personajes ante la misma llaga.
Cuál es la llaga creada por Cabello en este libro. Son varias: la llaga del hijo no deseado, la llaga del padre ausente y la de una lengua residual. El verso de Cabello “Si ella no te quiso de su entraña” unido al inicio de “la vida como una humillación” nos remiten a “Poema del hijo” de Mistral donde se asocia también vida a humillación. Mistral no quiere postergar una etnia de vencidos y por ello dice: “bendito mi vientre en que mi raza muere! / ¡la cara de mi madre ya no irá por el mundo / ni su voz sobre el viento, trocada en miserere!”. Cabello está en la tradición de Mistral, pero recrea el linaje al permitir que ese hijo nazca. De hecho, la voz del hablante es solidaria con esa etnia vencida.
El hablante de Cabello efectúa un proceso de identificación con las comunidades desarraigadas mediante la retórica de la elisión, en donde a través de ciertos lexemas como “dioses”, “piedra bruja” o “piel obscura”, el yo se identifica con su condición mestiza. Pero, este hablante no se asume en la acción de pedir piedad o miserere, sino en la posición de quien exige sus derechos, de ahí que la figura del lobo, los encapuchados o la ira sean lugares que le quedan cómodos:
“Y un lobo entumecido
que me anda por la carne
No mires el desprecio de mi piel obscura
ni arrojes a las piedras
la sangre de mis dioses” (57)
La ira del hablante está elaborada en relación con la amenaza vital que sufre, él no es dejado vivir, está amenazado desde su nacimiento en tanto su cultura lo está. La ira es respuesta a esa amenaza. Y es también una advertencia a los agresores para que detengan su comportamiento violento, en este caso, “no mires el desprecio de mi piel oscura” y no “arrojes a las piedras la sangre de mis dioses”. El privilegio de estrofas de dos versos en gran parte del poemario apoya esta idea de dar una sentencia a quienes lo amenazan.
Si la imposibilidad de ser un hijo deseado es la primera llaga, la segunda es la relación de ausencia del padre. La sinécdoque del caballo sirve para nombrar el padre. El padre viene a caballo, como en “Carbón” de Gonzalo Rojas, quien poetiza “Es él. Está lloviendo / Es él. Mi padre viene mojado / Es un olor a caballo mojado. Es Juan Antonio / Rojas sobre un caballo atravesando un río”. El caballo anuncia al padre en este entorno rural. El padre en Cabello es más itinerante, pues visita sólo en algunos inviernos:
“Mi primera casa fue un caballo golpeado a contraluz
una sombra apenas caída en los inviernos
A ella debo la sangre y voz del cormorán” (23)
Esta imagen de padre y sombra me dice mucho sobre nuestra identidad rural. Mistral también lo toma cuando, en “Meciendo” pone la paternidad en la sombra: “Dios Padre sus miles de mundos / mece sin ruido / sintiendo su mano en la sombra / mezo a mi niño”. Para Cabello, a esa sombra debe su voz. Veo entonces que es esa falta, la que produce la belleza de la voz.
El padre es el peso del hablante de Cabello quien carga físicamente los huesos de su progenitor. Desde la ausencia del padre, el hijo se imagina siempre como un niño: “arrastro como un crío mi cabeza rota/ la bolsa de mi padre / y el cóndor del resentimiento” (19). Su interés por sepultarlo equivale a su deseo de crecer. Pero, el hablante tiene sus complicaciones para hacer la fiesta fúnebre. La más grande es que estos huesos se encuentran diseminados por el territorio nacional y él debe recogerlos y darles una sepultura:
“Un lugar / un lugar donde reposen
estos huesos
para el fuego de tus noches
o los perros felices” (22)
Los huesos están esparcidos “en el país nocturno y enemigo” que es Chile, pero dicho a través de un verso del poema “En el desierto de Olmos” del peruano José Watanabe, quien usa esta expresión para referirse al lugar donde se lanzan los huesos de un animal tras usar su carne para un festín.
El “país enemigo” indica el país de la dictadura y también el único país latinoamericano donde la guerra contra los indígenas la hicieron los criollos y no los españoles. De manera que la búsqueda de los huesos atraviesa toda nuestra historia. Cabello elabora, hacia la mitad de este libro, un personaje cuya voz se va a apoderar de la palabra hasta el final. He aquí el verso en que lo crea: “Maldita la hora en que te parí! Antonio Romano Montalbán” (42). El autor se llama César, nombre romano, su nueva voz es él, pero desde una fractura que exacerba su violencia. Será este personaje quien intentará salvar la nave del naufragio y llevarla a algún puerto. Esa es su esperanza y en ella se adhiere a las voces de otros navegantes literarios como Cifar Guevara, creado por el poeta nicaragüense Pablo Antonio Cuadra en 1971, pero que constituyen más bien una épica del fracaso.
La última llaga es la palabra que no accede a la letra, pero que se sabe existente y por ello se indica que hay allí un tesoro: “Te diré que alguien ha muerto /que hay una voz enterrada en el corazón de cada palabra” (23). Pero que ese hombre que habla lo cierto es:
“que de ese cántaro roto /
y esos vendajes sucios
que asemejan a un hombre
no se puede leer más que silencio” (32)
Este silencio ronda a los dos hablantes del texto y los blancos del texto amenazan a la voz de cada uno de ellos. Otra forma de guardar silencio es replegar la voz para darle paso a versos de otros poetas como Efraín Barquero, por su vínculo con el padre; Enrique Lihn, por su visión crítica de Chile o Clemente Riedemann, por su comprensión de la poesía como oficio de tinieblas. Cabello lee la tradición poética chilena, hispanoamericana y de otros continentes, buscando puertas para ese laberinto que lo sitúa una y otra vez ante las mismas llagas.
La misma reedición de este libro, publicado por primera vez el 2008 y por la misma editorial, nos habla sobre cómo Cabello intenta volver a las señas que va dejando en el laberinto. Las marcas de la primera edición están intactas en este volumen del 2011. El escritor vuelve a las primeras marcas donde están las voces que pudieron romper el silencio. El poeta atraviesa, a través de las voces de otros poetas, el vendaje que esconde la palabra reprimida, donde la etnia subyugada vive el abuso en el cuerpo. En el primer y último poema del laberinto se repiten de forma idéntica ciertos versos que dejaré en suspenso para que el lector se acerque a este maravilloso libro.