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        NOMETULAFKEN
          (Nometulafken. Al otro lado del mar. César Cabello Salazar, Lom Ediciones, 2017)
         Por Cristián Gómez O.
 
        
        
          
        
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Centrándose  en una elaboración poética de los rituales mortuorios del universo mapuche,  César Cabello Salazar (Santiago, 1976), se entronca en este libro con una  tradición que asume como propia y a la vez intenta superar, como es la  escritura de poesía mapuche y, además, con lo que Iván Carrasco denominase  poesía etno-cultural, con la cual guarda evidentes cercanías.
        Nometulafken es un libro que demuestra algo que ya sabíamos, esto es, Cabello  ha sabido consolidar un estilo propio, un tono que lo hace distinguible dentro  de un concierto más amplio. Sin llegar a los extremos de hablar de un “barroco  mapuche”, sí podemos concordar en que la poesía de Cabello –Las Edades del Laberinto, Industrias  Chile, El País Nocturno y Enemigo, entre sus títulos más significativos– ha sabido  desembarazarse de cualquier folklorismo para centrarse en una empresa que busca  resucitar antiguos mitos desde una voz eminentemente lírica.
         Si Nometulafken carece de la plasticidad y el virtuosismo desplegado en El País Nocturno y Enemigo, lo hace asumiendo un formato pre-establecido, un  camino trazado que quiere explorar y, en sus mejores momentos, insuflar de  nueva vida. Y lo logra, con creces. Estos poemas que dibujan la figura del  barquero que conduce las almas de los muertos hacia el otro lado, hacia el  nometulafken o tierra de los muertos, proponen, tal como lo hiciera el autor en  algunos de sus otros libros, la concreción de un proyecto híbrido que lejos de  exotizar el universo mapuche, lo engarza, si hacerle perder su singularidad,  con otros provenientes de tradiciones como la judeo-cristiana y la mitología  griega. En ese sentido, la exploración de la escatología mapuche no nos aleja,  sino que –por el contrario, a través de una larga metonimia– nos acerca y pone  de manifiesto el largo conflicto que el estado chileno ha mantenido en contra  del pueblo mapuche, a todo lo largo de su historia. Como lo plantea con lucidez  Fernanda Moraga-García en el prólogo que acompaña a estos poemas, 
        
          Así descubro lo que creo es  uno de los subtextos más potentes que cruzan 
            al poemario y que es tan  silente y definitivo como el lenguaje de la muerte. Se 
            trata del extendido  genocidio del pueblo mapuche, que no solo tiene que ver 
            con las muertes físicas,  sino con un crimen más amplio que atraviesa todos 
            los niveles de la existencia  de la sociedad mapuche. 
        
        Esta lectura de la profesora  Moraga pasa por entender el lenguaje (poético) como una especie de puente. Un  instrumento semiótico capaz, como el Caronte mapuche que circula por estas  páginas, de cubrir una distancia, de llegar hasta ese otro lado (de la  comunicación). Reconozco que es tentador hacer esta lectura. Hay, por lo demás,  indicadores de sobra para entender Nometulafken como un acercamiento al mundo mapuche, mundo del  cual forma parte la violencia por la que actualmente atraviesa y antes ya ha  atravesado.
         Sin  embargo, la reivindicación de la memoria como solución última ante los  conflictos sociales irresolutos que el libro (no) menciona, no creo que sea  necesariamente una lectura del Chile de hoy, no creo que el sentido ulterior  del texto vaya por el lado de reivindicar las demandas históricas del pueblo  mapuche. Aún más: creo que la potencia de este libro de Cabello pasa no sólo  por el lirismo de las imágenes que nos presenta, sino por ser capaz de aunar  ese lirismo con otras tradiciones en una solución de continuidad que no le  quita un ápice de su localismo ni de su fuerza identitaria.
         Como  dice el poeta:
        
          
            Mis pasos son seguros.
              Mi camino es lo que alcanza
              a iluminar mi lámpara.
          
        
        El oxímoron como declaración  de principios. Estas vibraciones del lenguaje, que son si se quiere leerlas  así, también vibraciones culturales, son los que desmarcan a este libro de  otros con los que se podría emparentar. En un poema que no puede pasar  desapercibido (“La travesía de ser el wampotufe”), se nos indica: “Marco las  consecuencias de mis actos en la piel”, i.e., llevar la historia tatuada en  nuestro propio ADN. Si esta es evidentemente una señal de que Nometulafken, el wampotufe (botero) recorre un periplo identificable para  nosotros, con mayor razón lo son estos versos:
        
          
            No es necesaria la luz  sobre la epidermis
              ni el discurso de las bellas  artes
              de los campus de Macul,
              porque la oscuridad es el  lenguaje
              de los que pueden ver
              una lágrima
              por cada muerto que cargo,
              fantasmas entintados,
              que son mis miedos.
          
        
        El conflicto creativo está  en el centro de este poemario. La posibilidad de un lenguaje comunicativo se ve  (parcialmente) truncada por esa oscuridad tautológica que se centra en la (im)posibilidad  de decir. La travesía del mar es la de este capitán Ahab que conoce lo que la  ballena blanca escribe sobre el agua. Para no ser innecesariamente abstruso,  referiría al lector interesado al poema titulado “Houdini”, donde sin hablar  explícitamente de arte poética, se detallan, sin embargo, algunos de los  procesos escriturales de este libro y, me parece también, otros del autor. Así,  cuando se compara al “personaje de esta historia”, es decir al botero/Caronte,  con el mago Houdini, se hace un paralelo entre la magia del escapista  húngaro-norteamericano y las sombras chinas que el hombre del bote ensaya sobre  el agua. Cruzar, así, las almas de los muertos, resulta en una especie de  escritura, en un intento de representación de la realidad a través de imágenes.  Pero por sobre todo, un elemento que nos parece clave para definir la  concepción de la escritura que maneja Cabello, es lo siguiente: esa  representación de la realidad a través de imágenes, no es nunca dócil ni  tampoco es transparente, no es un conducto donde enviar un mensaje sellado e  impoluto (una transmisión profiláctica de la realidad, un someter la escritura  a la realidad), sino que se trata en realidad de que esa re-presentación, ese  presentar otra vez, filtra –cuando no contradice– lo que la realidad/el  contexto/la Historia le propone. Aquí el poema:
        
          
            HOUDINI            
                  
              ¿Quién necesita al sol en  esta barca?
            Sobre cubierta,
              uno de los viajeros mata a  un ciempiés
              y se lo da de alimento a una  araña,
              la que teje vestiduras de  muerte
              para su víctima.
            En la red también yacen una  mosca
              y un pequeño pájaro redondo.
            Uno de los grilletes que nos  atan
              a estos maderos está vacío.
            Como Houdini, el personaje  de esta historia
              ensaya sombras chinas sobre  la superficie del agua.
            En sus manos:
              . . . . . . . . . El pájaro y la mosca
              . . . . . . . . . viajan juntos
              . . . . . . . . . hacia otra tierra. 
          
        
        De este modo, se puede ver que la poesía de Nometulafken tiende a una afirmación de los poderes de la poesía (ese pájaro y esa  mosca que ahora vuelan libres, lejos de toda telaraña) antes que a la  indagación en un conflicto político e histórico con el que guarda relación –a  qué negarlo– pero del cual no depende como patrón de lectura. 
         Tal vez la lectura de este libro de César Cabello  Salazar pueda ser también una invitación para releer nuestros códigos de  lectura de la poesía mapuche en particular, y de la poesía chilena en general.