Helen Vendler escribió en 1982 que, aun cuando parece infinito el número de estados interiores, aun cuando son fluidos, cuando no se pueden replicar; la única matriz de posibilidades lo bastante amplia para corresponderse con el mundo interior, al final, es la enorme diversidad del mundo exterior. Y esta correspondencia entre dos conjuntos que bien pueden tomarse por cardinales, ayuda creo, a edificar una espiritualidad laica –una espiritualidad terrestre, visible, cuya respiración sí se condensa– desde la que puede leerse el Libro de las Huidas y de la Hoguera, la última antología de César Cabello, editada por Aparte en 2021.
Porque estos poemas de Cabello deslizan los contenidos que se distinguen en el ruido. Y no hablo de lo típicamente interferente; de lo que es publicitario o de las basuras de ingenio a las que refiere, por ejemplo, la poesía norteamericana, sino al ruido con el que nuestra urbanidad satura lo que no está en su centro, o al ruido de la crítica y la ficción que manipula, también, estos contenidos en ventaja. Cabello escribe: «El mar es la historia y no materia de contrabando/ alegoría inútil para quien reduce el mundo/ al valor de su mercancía». Pero el libro no es, completamente al menos, una gesta o la voz de los pueblos porque, volviendo a la cita de Helen Vendler, hay siempre rutas personales en la correspondencia y el intercambio del mundo exterior con el mundo interior, sobre todo cuando se tiene al poema como estrella u ojo en el cielo, que ve desde el canastillo, por ejemplo, al viaje como «la distancia entre el mundo y su orfandad». También en la vista del niño, que sale de la población para volver en la madrugada «quizás más fuerte o más dolido,/ pero con el fuego de otra narración». Es el poema, entonces, como sistema o matemática del espíritu, que alimenta la hoguera, con fuego recogido en la huida.
Incluso, entrando exageradamente en esta matemática espiritual, recuerdo una grabación de radio que estuvo de moda en internet un tiempo, donde un hombre supuestamente en 1997 explicaba el sistema TERCOM de los misiles Tomahawk, es decir, cómo un misil de la época podía calcular su posición, calculando primero todas las coordenadas que no eran su posición, restándolas para avanzar. Y ligo esto con lo que dice Vendler, porque en la correspondencia exterior-interior, siempre está operándose el cálculo de qué coordenadas ocupamos en el mundo, para conocer nuestras ubicaciones internas, y así también, por consiguiente, saber donde no estamos para saber dónde podremos estar, física o espiritualmente hablando, igual que los misiles de la grabación. Todas cosas que acaban nutriendo las hogueras de Cabello de fuego garantizado por desplazarse así, y «habitar el mundo sin pronunciamientos». Entonces, ante todo, el Libro de las Huidas y de la Hoguera es el libro de esta correspondencia, un libro sobre el contacto: «luchar contra un fuego reposado/ llevarlo hasta tu sangre para darle vida/ como a un carbón». Así, en el libro no se lee una neurosis que ruede absorbiéndolo todo, ni la voz de este libro es un escarabajo pelotero que empuja materia y materia. Porque no todo cabe o aviva el fuego, o no todo fuego avivado ilumina, sino, como dice la cita: es el fuego mezclado con sangre, el de todos y el de uno, y el de dentro y el de fuera, aquel que puede transformarse en hoguera. Por eso este sistema no es formulario ni aritmético, necesita ponerse en lo que es, para ir avanzando siempre hacia lo que no se es. Este libro de César Cabello está en ese perímetro, este texto es aquello que reacciona, que computa las coordenadas y establece una dirección, ni completamente silvestre ni completamente alucinada, hacia otras formas humanas e internas de nombrar lo que existe afuera.
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sobre el «Libro de las Huidas y de la Hoguera» de César Cabello
Por Manuel Boher
Publicado en REVISTA ORIGAMI, 7 de marzo 2022