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Libro de las huidas y de la hoguera
(Segunda edición, agosto de 2023 / Muestra)

César Cabello


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Cincuentenario de la Población Sta. Olga

(2016)

Celebro la sombra de mi infancia
en una toma de terrenos, al grupo de niños
con el que jugábamos a explorar
la fábrica abandonada, el hospital inconcluso,
las fronteras de los aeropuertos.

Celebro las horas desérticas,
las hechizas lámparas: velas al interior de tarros de pintura
con las que alumbrábamos la marcha nocturna
de los nuevos pobladores
que llegaban por Panamericana
hasta el baldío, todavía sin nombre.

Celebro al homo faber,
a las dirigentas del comité Sta. Olga de Kiev
y al político desconocido que, sin pedir nada a cambio,
convenció al propietario de esos manzanares
para que firmara la expropiación.

Celebro la falta de vigilancia de los primeros años,
el peso del puñal que se aliviana
porque caminas solo,
sin detractores.

Y aunque a veces me descubro
envuelto en el ropaje de tus calles,
veo como extiendes tus manos
por encima de mi propia vida,
celebro el día en que me alejé de ti
y solo regresé para cargar el ataúd
en el funeral de un amigo
o consolarme con las mismas verdades
de Que el dios abandona a Antonio.

Celebro que me dieras un lugar,
una tumba donde arrastrar mis colmados huesos,
aún fuertes, aún no heridos por el horror
de tener que recobrarte.


Tratado de música

(2008)

La musa... la música, cualquier música,
¿la insinuación de lo liviano o el pájaro entrampado
en la pupila de su dios?

Demasiado lejos, demasiado alto,
para intentar la piedra en las alas del ángel,
buscar entre las plumas la herida
o enterrar la carne de animales
que se baten entre lo aéreo
y lo terrestre.

Una nota cae, el silencio cae,
sobre la estatura del hombre.

La musa... el músico,
¿un lento sacrificio o el viaje sin retorno
por los laberintos de la luz?

Sin Dédalo en el aire
o partitura que resuelva
el mármol de las aves.

Oír muy alto,
obedecer la sangre de celeste campanario
o caer tan bajo, cautivo de la piedra
y del arco del espíritu.

La música... el músico, la única certeza:
en las arenas de la muerte
reposa en su silencio
la osamenta,
. . . . . . . . . . el polvo de la voz.




El capitán

(2011)

He vivido entre las moscas,
frente a un viejo surtidor de agua que expulsa sangre.
He roto lámparas
y como un escualo hostigado por pescadores
he debido esconderme fuera de la ciudad.

Prostituir mi cadáver, dejando una aleta,
el espinazo, como evidencia de una agonía silenciosa.

Los crímenes por los que se me acusa no son reales,
salvo por esos dos «choros» de puerto, infantiles,
que vendí como personal de aseo a un barco inglés.

Me amparo en la ficción traída desde costas extranjeras.
Soy el único marino negro, estibador, de Valparaíso.

Que mi rostro no los asuste, he perdido el mar.
Vendí dos niños, es cierto, pero mi derrota viene de mucho antes.
De la palma enana, del vudú, de los primeros esclavos.

Mi nombre no lo conocen en mi país.
Vivo oculto en lo visible, como la ballena.

Llamadme Ismael, Ahab, Starbuck,
la perversión de mi alma no la explican
los océanos.


A la manera de Seamus Heaney

(2017)

Como quien traslada
a un polluelo de halcón desde su nido
y no deja huella de su delicadeza insolente,
mi abuelo ayudó a mi madre
con sus labores de parto.

Él cortó el cordón umbilical
y ató el nudo que me separó 
del alumbramiento.

Al perder la luz,
quedé yacente en la tierra,
prisionero de un mundo
que no fue soñado.

Ahora de pie,
junto a la tumba de mi abuelo,
como el nieto de un criador de pájaros
que salda una antigua deuda,
libero tres halcones y devuelvo
el cadáver del viejo al nido.


 

Ley de Ismael

   (2008)

I

Nunca he creído en el amor de las esposas
o en el canto pensativo de las águilas del monte.

Cifar —me dices— Ismael,
tu copa es la medida del aire y la alabanza,
la piedra que sostiene el fuego de mis dioses.

¡Pamplinas! —te respondo—,
la tierra es mi camino y el linaje de tu muerte.

 

II

¡Oh, Ismael, cuántos hijos arrojados a las aguas!
¡Cuántas voces reunidas en el trueno!

Me pesan la sangre y los intestinos
y un indio que regresa por mi sombra
y sus manzanas.

Ya me he vuelto viejo, Ismael,
las horas se me caen como piedras
o mis dientes.

Ven acá y dame esas muletas,
a palos sacaré la llama del espíritu,
a palos limpiaremos al dios de tu cabeza.

 

III

¡Aléjate, Cifar! —me gritan los espejos
y las madres obedientes—. ¡Nadie ha curado
la fiebre de los niños
. . . . . . . . . . . . . y la noche es el espíritu
que atrae a los enfermos!
¡Sabemos que tus libros aparecen a las bestias!

La chusma está endiablada —me río—.
Su dios no les provee de sangre ni alimento.

¡Púdranse, escarabajos de las sombras!
¡Muéranse, famélicos becerros!
¡De nada servirán sus coronas y sus lanzas!
¡De nada servirá la cruz sobre mi cuerpo!

 

Para conmemorar una vida

(2016)

Al fondo del patio descansan, ordenadas, tus herramientas,
mientras en el suelo, entre inmóviles ladrillos,
la losa del radier emerge como una página en blanco
sobre la que trazarás los cimientos
de otra vida que se aproxima.

Primero fue el día
en que abandonaste la casa de tus padres.
Tenías 17 años y el mundo era un gran hotel.
Lo desconocido, una nueva tierra
que se ajustaba a tus proporciones.

Luego vino el dormitorio de una mujer mayor.
Fue ella quien te preguntó: ¿Quién eres?       
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿A qué lugar pertenecías?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Qué podías ofrecer?

Y en ese juego nocturno de peón contra reina vieja,
hablaste de tu gusto por los materiales ligeros,
los alimentos perecibles y un libro de Proust
que nunca comprendiste del todo.

Asististe a varios funerales,
fueron menos los matrimonios.
Te emparejaste de nuevo,
ahora con mujeres de lechos más fértiles,
pero que preguntaban lo mismo: ¿Quién eres?
. . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . ¿A qué lugar pertenecías?,
. . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . ¿Qué podías ofrecer?

Fue entonces cuando decidiste detener tu marcha
y transformar aquellas preguntas
en los pilares que sostendrían
tu residencia.

Entre los escombros de otra vida que se aproxima,
la losa del radier devuelve tu imagen como un espejo.
Si alguna vez tuviste algo que decirles,
esta era tu respuesta.


El muerto

(2017)

¿Por qué bajas los párpados?
Ya no será necesario que te reconcilies con los espejos.
Todos los que estamos aquí hemos visto un cadáver.
Solo la poesía puede aparecer en un lugar semejante.

La verdadera muerte
está en la infancia de las palabras.
El vacío nunca tuvo edad ni morada.

Llevamos en nuestra memoria el desierto
y nos echamos a llorar
porque las piedras no se hornean
como el pan que anhelamos.

El vacío no tiene por qué lamentarse,
siempre viajó en el velamen del pájaro
que muda en apariencias.

¿Por qué bajas los párpados?
Solo la poesía puede aparecer en un lugar semejante.
El vacío nunca tuvo edad ni morada.
Ya sabemos que estás muerto.




Casa con bandera chilena

(2013)

Lanzas el metro-carpintero para cuadrar la puerta.
Corriges con el plomo la altura del nivel.
Clavas en el marco una foto de tu madre
y más abajo enciendes braseros con carbón.

Tres carretillas hondas te pesan en las manos
y los brazos se te rompen con el abuso de las piedras.
Aunque la pared deberá secar
y tus huesos alinearse en el descanso.

Entonces piensas en el animal herido
que enterraste en los cimientos,
en la inclinación de la techumbre
como si el cielorraso hubiera amenazado
una vaga llovizna sangrienta.

Te inquietan los días y los maderos que aún faltan,
las planchas de Maciza con las que dividirás los cuartos.
El papel negro y la lana de vidrio te protegen de la noche,
pero nadie cuida a tu familia del crimen que cometiste.

 

La ballena

(2018)

Dejen en paz a la ballena,
no la persigan, no la transformen en reina.
Déjenla en el diario del naturalista,
en su propia grandeza es humilde.

Cuando está anciana, empeorada o sospecha su final,
se aparta del grupo para varar en la costa.

Por primera vez conoce su peso,
por primera vez es consciente de las fuerzas
que nos mantienen en tierra.

Dejen en paz a la ballena,
no la fabulen, no la transformen en reina.
¡Por su esófago no cabe un hombre, Jonás!

Los que hemos estado cerca de una ballena
sabemos que su chorro deja una mucosidad salobre
en el rostro
. . . . . . . . . y un hedor que inunda
de sus entrañas el aire.

Dejen en paz a la ballena,
no la molesten, no la transformen en reina.
Cuando se asoma a la superficie
parece que el océano entero
saliera a respirar.


Tabernáculo

(2013)

Una vez que has vuelto a la casa de tu madre
y un grupo de vecinos te regresa
sus vestidos empacados,
tú miras al interior del féretro
a una vieja conocida.

Puedes notar el cuadro
que no estaba allí cuando viniste,
porque ella llenaba todo
y las cosas ocupaban
un segundo nombre.

Puedes notar que nunca abrió el juego de tazas
que le regalaste en el invierno,
que los perros están más flacos
y los familiares que desconocías
hoy aparecen limpiando
y ordenando las habitaciones.

Apenas se distingue el brillo de un rosario
marcado entre las sábanas.

Puedes observar los objetos desnudos,
despojados del carácter de quien los poseía.
Porque ella llenaba todo y el color blanco
nunca fue su favorito.

Has comprado el jarrón
que conservará sus cenizas
y que desde mañana gobernará la vista
frente a tu escritorio.

Estará en ti encontrarle algún sentido
o dejar que se mezcle entre los adornos
que ya no significan nada.

 

 

Tumbas de cristal

(2020)

Te despediste de quienes te conocían.
Dijiste que emprenderías un viaje
hacia tu propia sombra,
. . . . . . . . . . . . . . . . . donde lo innecesario,
. . . . . . . . . . . . . . . . . lo que no tiene cuna,
. . . . . . . . . . . . . . . . . era igual al exilio.

Hablaste de un lenguaje exhausto.
La ciudad se había transformado
en un gran potro de tortura.

Te detuviste bajo el umbral de la puerta.
Entre dos espejos enfrentados
creíste encontrar una salida.

En una de las imágenes eras el discípulo;
en la otra eras la infancia
convertida en el poema.

No había claridad o fuga en tus cavilaciones.
La preocupación por la luz que entraba
fue un nuevo tormento.

 

 

Mi padre, de pie, sobre un motor Volkswagen
de dos cilindros

(2013)

Me despido de las carrocerías de autos
abandonadas en los patios de las casas
y talleres mecánicos;
. . . . . . . . . . . . . . . del overol azul
que me dio mi padre junto con un salario
que no alcanzaba
. . . . . . . . . . . . .a fin de mes.

Me despido de estos poemas,
a los que nunca le llegaron las refacciones
y debieron ser terminados
con repuestos hechizos o partes viejas
de otras escrituras.

Me despido de este país y de sus capataces,
de sus ríos de aceite en los que flotan
pertrechos y carburadores quemados.

Me despido de las baterías de autos
que se acumulan unas sobre otras
como reliquias de un tiempo detenido,
incapaces de avanzar por su cuenta
hasta el cementerio de chatarra.

Y me despido de estos objetos,
de su muerte limpia, en manos de quien
no les ha encontrado un uso mejor,
para que vuelvan a ser saldos
o materia de la poesía.

Me despido de lo inservible,
al enterrar este motor Volkswagen,
modelo 68.

Y me despido de lo que fui,
el hijo de un mecánico que heredó su oficio
a otros iletrados,
a los que nunca pudo contratar
definitivamente.




Pillanes

(2017)

A pesar del olvido, de sus formas breves de pájaros o insectos,
los pequeños dioses del sur de Chile esperan a que alguien
los invoque en su oración.

Si hay caminos de montaña o ríos que cruzar,
si tu voz te abandona al encontrarte con un muerto,
los pequeños dioses sabrán qué hacer.

Confía en ellos, amarra hojas de canelo
y de quintral a un muñón de árbol,
en el patio de tu casa, para honrarlos.
Espanta al búho que precede al perimontun.

Tú mismo serás la ciénaga
que recibe a los viajeros del bajo mundo,
de quienes solo los caballos que los transportan
conocen sus verdaderos nombres.

Los pequeños dioses están aquí 
para recordarte la fragilidad del sueño
al que perteneces.

Como una mariposa que escapa de súbito
desde la cabeza de un niño
o una débil luz que brota sin llanto
desde tus ojos difuntos.


Multitud

(2020)

Escribirás de historia, no de mitos.
Al caballo alado lo dejarás pastar en la aridez
de la hierba muerta.
. . . . . . . . . . . . . Darás al hombre
una bandera izada como un traje nuevo
y un rostro al inquilino hospedado por la marcha.

Pondrás tu voz al servicio de las hordas,
no la tibia sonrisa del esclavo o del rehén
que abraza a su asesino.

En el lenguaje de la guerra,
el mártir revive en un cadáver aún más fresco,
como un ídolo desfigurado al que no le sanan las heridas.

Necesitas sangre para teñir los pétalos de la rosa funeraria,
cavar trincheras en las mentes de los jóvenes
para que su patria sea un país
y no un abismo.

Un soldado marca su victoria en el pecho de un huérfano.
No así un rebelde que arrastra sus ataúdes
hacia el coliseo del amanecer.

En el lenguaje de la guerra la muerte escoge un bando,
levanta tiendas de campaña en nombr e de los hechos
que consuman la derrota del más fuerte.
Escribirás de historia, no de mitos,
para instar a la revuelta del hombre
que acaba de nacer.


Mapucherías de estío

(2010)

F r e s i a
es  una  princesa
c a m i n a    t o d o    e l    d í a
juega a la ruleta / machetea 3 monedas
y     v u e l v e     p a`     l a     p i eza
Fresia se ha apostado lo poco que tenía
la sombra de un küpam* / una cría envejecida
Fresia es Antilef / un sol contra la bruma
y también es Salazar mordida de locura
Todos se la saltan y se apartan cuando Fresia pasa
Se la tratan de pitear / de cambiarle la crianza
Pero ella es así de fiera
no por india ni flotante
ni venida de las copas
Fresia es una princesa
No es su culpa
No
es
su
sangre
es la patria
y la miseria.

 

Formas de la ausencia

(2017)

A veces los muertos están aquí,
se mezclan con las palabras y con el horror
de nuestros días.

Solo ellos saben darle a la ausencia
un peso humano, quitarle gravedad
o disiparla.

Repiten sus rasgos
en el nuevo integrante de la familia.

Solo ellos saben darle al dolor un rostro conocido.
Se mezclan con nuestra risa o con la sombra
de un perro echado bajo la mesa.

Solo ellos saben darle al dolor una nueva máscara
y un fondo de liviandad a sus propios huesos.

A veces los muertos están aquí.
Saben callarse y dejarnos a solas
con nuestras palabras.

 

 

Wéstern o la división del trabajo

(2016)

No recuerdo haber jugado más que con trenes en la infancia.
Mis sueños y el peso del hierro me devolvían a una edad remota,
donde la combustión de la sangre y del alma
convergían en el camino interminable de los rieles.

Iba a ser maquinista (o mecánico de aviación),
pero el trabajo y mis anhelos fueron separados por el tiempo,
como en esa lucha de indios contra vaqueros.

Pienso en esto, sentado frente al polígono fabril
donde se construían las locomotoras
y que hoy albergan las bodegas
de un supermercado.

Solitario, como un vagón fantasma
que retorna, sin fuerzas, por la vía.
Furioso, contra ese tren negro, sin luces,
en el que se ha convertido mi existencia.

 

Babel

(2020)

Morí por el ataque de un águila.
Los cuervos enseñaron a mis padres qué hacer conmigo.
Los vistieron de luto hasta el fracaso de sus planes.
Abandonaron la ciudad a causa de la idolatría
por su hijo predilecto.

No sin locura, dijeron que mi cruz
fue fabricada con madera del árbol del Paraíso,
que multipliqué los panes, los peces,
las plagas, los amigos.

Mi madre creó el llanto; mi padre el dolor;
yo, las bocas hambrientas de deseo.

Hasta que vinieron otros que lloraron distinto.
Se lamentaban a su modo.

Fue entonces cuando la luz
entró en las grietas y en los rincones.
Tomó la forma del cáliz, de la joya de la prostituta,
del cisne muerto.

El lugar del combatiente olvidado en las trincheras.

El sufrimiento fue patrimonio personal e intransferible.
Hubo dolientes como naciones en el mundo.
Se necesitaron emisarios, institutrices,
agentes del espíritu que recorrieran el país
del aire al cuerpo,
. . . . . . . . . . . . del cuerpo al tiempo,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . del tiempo a la ceniza.

Cada niño, al nacer,
era envuelto en una bandera blanca.
Su piel era la única frontera.
Su lengua, el primer exilio.

 

Chemamull

(2017)

No olvidemos —dijo— el arte de los mapuches,
siempre lo celestial a la altura del hombre.

Desconfiemos del arquitecto de las arenas
y mantengámonos de pie
junto a la piedra que perpetúa
nuestro peso en la tumba.

Tú dices que debajo de las lápidas no hay nada.
Tú dices que la piedra aún vencida es victoriosa.
Tú dices que solo somos forasteros en el lecho vacío.

Pero esto no se trata del dolor
que fuera convertido en hueso al nacer
o del alma promovida a los elementos
en busca del porvenir.

Esto se trata de cortar con las duras materias
que nos cercan, de librar al cuerpo de sus vanas envolturas
terrestres y, a los pies de aquella estatua
de aceitadas maderas, defender la Vida
consumada en la Muerte.


Una república de balleneros

(2018)

Aquí está el barco.
La sangre fue lavada de la cubierta.
El gran pez que trajo desde mar adentro
Dejó de ser una verdad natural,
es ahora una verdad de la poesía.

Su cuerpo fue una montaña,
la metáfora de la patria
en la rasgada serenidad del Pacífico,
un claro de luna que huye
de quienes ansían tocarlo.

Una noche, entre un grupo de balleneros,
encontré su guarida,
. . . . . . . . . . . . . . el orificio nasal
. . . . . . . . . . . . . . por encima de la superficie
. . . . . . . . . . . . . . del agua,
. . . . . . . . .. . . . . . . . . ¡desafiante!

Su famosa voz de soprano y su quijada abierta,
como una invitación al abismo, me alejaron
de la seguridad de los puertos,
del riachuelo donde compiten
dos niños con sus barcos
de papel.

La patria fue entonces una ficción,
un gigante caído que no pude sostener
en mis manos.

Como un buzo que nos mira
desde el interior de su escafandra,
la realidad a la que temíamos
esperaba no ser descubierta.


Carceleros

(2016)

Cuelgan de sus cinturas un manojo de llaves
como si la libertad fuera un asunto serio.
Le dan importancia a los cerrojos y a las jaulas,
al pichón que nace y nunca abandona el nido.

Se conforman con solo mirar por las rendijas,
unir un pie a una cabeza que pasa y saluda
sin levantar el rostro.

Están del lado de los cerdos y de los capataces,
de los dictadores y de los árbitros de fútbol.
Nunca opinan, pero de noche, antes de dormir,
repasan sus castigos sobre un potro de tortura.

Sus esposas viejas esperan
que les pongan una mano encima
como por la tarde hicieron
con el condenado a muerte.

Al igual que buitres de pesadas alas,
los carceleros no conocen la carne fresca.
Están del lado de los cerdos y de los capataces,
de los dictadores y de los árbitros de fútbol.

También, de todos nosotros,
cuando ensayamos esta idea
de reclusión.

 

Ejercicios de simetría

(2020)

I

Ese rostro se deforma con el tiempo. ¿Cuánto demora la belleza en convertirse en un cadáver? La muerte te encuentra y repite su decrépito seseo de niño. Es como si aprendiera a dominar el lenguaje de una marioneta que tiene una de sus cuerdas enredada al cuello.

No son muchas las palabras que resumen nuestro diálogo: horror, traición, doble venganza; quizás la injusticia de una saga de accidentes, no lo sé.

A mi espalda, el escorpión exhuma lejanas existencias. A filo de lanceta talla la barcaza donde anidará la familia del cuervo blanco. Sospechoso, como Saturno, de devorar a sus crías antes del banquete y de los gusanos de la sangre.

Cuando la humanidad aún no era albacea de carroñeros y los recuerdos caían a la tierra como nueces frescas, algunos de nosotros buscábamos la leche cuajada en labios de los dioses y arrojábamos al vacío sus inexpugnables máscaras.

Durante mucho tiempo grité «eternidad». Hacerlo una última vez, antes de partir, no cambiaría nada. Las palabras tropiezan con el sonido azul del vértigo y la belleza es una sombra desdeñosa que cojea a nuestro lado.

Trae con ella la poderosa muerte, responde con evasivas largas notas de suicidio. La belleza es un andamio más en el edifico del alma, telaraña temblorosa tejida entre dos juncos:

El poema / su escatología.
Durante mucho tiempo grité «eternidad». Hacerlo una última vez, antes de partir, no cambiaría nada. Sus fronteras esparcidas en la cuna perfilaron mi silencio; la mortaja tiñó mi rostro con fríos rasgos de escepticismo.

 

II

¿En qué crees? Te persignas.
El chillido de las gárgolas congela el aire
y descose los hilos del vestido
de la mujer ataviada con una corona
de flores muertas.

Es dulce el Paraíso
y la fantasía de ser aplastado
por el pie del tiempo.

De tu lengua caen látigos,
falsos anatemas, continentes.

Al lector le están veladas
las puertas de la metáfora.
En sus tobillos lleva grilletes
de escapista.

Tres vértebras del cuello de una virgen
forman una catedral
y la bailarina huye de la herida
que moldeó su cuerpo.

¿En qué crees? Te persignas.
La imagen repite otra vez el mundo.
Los límites del futuro no tienen bordes.
No hay quien curve las sombras de los árboles,
desnudos, bajo los elementos.

 

III

¿Hacia dónde vas? Te detienes. Es extraño no habitar lo que vemos de la tierra. Los impulsos se reducen a la exacta simetría del tigre, contenidos en la zarpa y en el abismo que muestra a Dios sus incisivos.

Las sombras delinean atajos de deseo y ese niño que gatea, como un ídolo transfigurado, pasa entre miradas sediciosas de hombres que lo sacarían, de un puntapié, de escena.

La túnica en la que flotas huele a flores, a sábanas sucias, a velas de cementerio. Es como si alguien cortara para ti una amapola fresca, pero dejara trozos de raíces en tus bolsillos.

Reunir tus fragmentos se ha transformado en un hábito imposible. Las regiones de las que alguna vez fuiste parte, en ese doble juego de plenitud y vacío, salen en tu búsqueda y piden ayuda.

 

Inhumano

(2021)

En el agua soy eso que ronda,
de pesadas gotas negras desmembradas
en arterias de la creación.
Bicéfalo de padre
y hermano de los hombres,
asesino al tiempo,
a la edad perdida de la tierra,
en su lengua y en el látigo
que levanta al cadáver
de la tumba.  

Soy eso que sucede mar adentro,
personero de su lápida,
sombra cadavérica
apoyada al ángel
con el pie hundido
en una poza.

Soy mucho más antiguo
que la muerte, pálpito de arena
o mueble inconfesable
de traidor.

Soy andamio de lo informe,
engranaje que sostiene al viento
en su peldaño.

Sin mí las cosas se derrumban,
muestran sus podridas vendas,
su raíz sin dedos,
a aquello que no sabe
y no puede morir.

Soy un nido atiborrado de tijeras,
dentaduras falsas, como cuernos
o clavos. 

Sin mí las cosas se derrumban,
retuercen sus desnudas huellas
y siguen al sol en retirada.

Al agua vuelvo
como sombra de lo humano,
entre aquello que no sabe
y no puede morir.

 


 

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(Segunda edición, agosto de 2023 / Muestra)
César Cabello