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Sobre "11" de Carlos Soto Román
Por Carlos Cardani
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La peor violencia es la que proviene desde los escritorios. Una sin adjetivos ni florituras agregadas para hacer sentir los golpes, los disparos, la electricidad en los genitales. Nada, este libro negro nacido de los memorándums e informes de tribunales es un texto carente de imágenes poéticas, vuelos literarios, de cualquier cosa que se espere de la literatura. “11” es un libro limpio como un informe de detenciones es ajeno a los calabozos, torturas, a la fosa común. Escrito con cartas de oficio, constancias, certificados que le dan la frialdad del lenguaje con el que los subordinados ejecutan el horror.
Para Carlos Soto Román la palabra autor le queda distante, casi innecesaria, pues no hay una sola línea escrita por quién firma este libro. Lo que hay es una selección de textos jurídicos y marciales propios de una dictadura. La nuestra, llena de detenciones, métodos de torturas, formas de ejecución, N.N. Antología del impersonalismo entre víctima y victimario, tan acotados como una orden y el anonimato de quién la acata. Perlas de la archivística que tan pocas veces se ven en poesía.
No necesariamente cronológico, “11” pasa por los 17 años del régimen militar y algunos fragmentos de esta democracia que se diferencia poco. Por ejemplo, el senador Pinochet (un oxímoron por sí mismo entre el cargo legislativo y el militar) preso en Londres. O la detención y destino de José Huenante en 2005, que en método de desaparición es igual a otros desaparecidos de los 70’s y 80’ ejecutados por agentes de la seguridad nacional. Pildoritas de nuestra historia que demuestran que la política de Estado es una sola desde Portales a nuestros días.
Por lo mismo “11” es un objeto raro. Sin par en nuestras letras, quizá comprensible dentro de lo escrito por estos lados al compararla con otras obras. Se podría decir que es un “La Nueva Novela” de la dictadura, por su juego visual, que la autoría no va en la creación, sino en el extraer textos de otros. También Un “Libro de guardia” desde el informe y no desde el hablante, que no es necesaria la voz del victimario, sino su cometido. Hechos y no palabras. Y eso es lo más terrible de este libro. Que dar lecturas de las sentencias de muerte redactadas en el Edificio Diego Portales o en el Ministerio de Defensa, que los textos que cuantifican a los desaparecidos también pueden leerse en los códigos de la poesía.
