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Cuchipuy: Un viaje al Chile profundo o la vuelta al lugar de origen
Por Carlos Cardani Parra.
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El título es el siginificado del libro. Cuchipuy: la voz quechua que se traduce como “devolver una persona a su lugar de procedencia”. Estos poemas son la definición de ese concepto. Cada texto es un paso en ese periplo. La idea y vuelta entre la infancia y la adultez, entre Santiago y San Vicente de Tagua Tagua, el tránsito de esta voz poética que se ha alejado de este pueblo del Chile central y lo ve con ojos capitalinos. La Ruta Tacoha, la calma y vida de las calles donde todos se conocen, contra el anonimato y ritmo acelerado que ofrece la gran ciudad. Ahí se resume el discurso general de este poemario, pero hay más.
En el poema que abre el libro, Pablo Ruz (San Vicente de Tagua – Tagua, 1991) apela a la cotidianidad invulnerable diciendo “Todo está igual que antes”. Mentira. Sabe que el pueblo ha cambiado. Su mutación es lenta, a la fuerza, pero real. Él mismo se delata diciendo “hay pocos a quienes saludar en las calles”. Ya esa familiaridad de gente que vive junta toda su vida no existe. Los viejos conocidos han muerto o se han ido como el mismo. Y a su vez han llegado otros con costumbres ajenas a la siesta después de almuerzo o la vida social de la plaza de armas.
Entonces este Cuchipuy muestra una pelea a muerte entre el progreso y la tradición. Los cambios propios de la modernidad de las ciudades versus la raíz del campo. Una lucha diaria que al igual que el mito de Tregtreg Vilú y Caicai Vilú, da como resultado San Vicente de Tagua Tagua. Un lugar que sueña con un mall donde comprar en los tiempos de cosechas, donde los semáforos no siguen el ritmo de la gente, donde los ciclistas cumplen la ley de llevar cascos, pero se los calzan sobre las chupallas. Una mixtura entre las costumbres heredadas del Chile colonial y los estímulos que llegan por internet y la televisión. Acá se vive un arraigo que se niega a los cambios.
Por otra parte, quizá los dos talentos de Ruz en este libro es que su Yo es sólo un testigo, alguien que mira escenas ajenas, pero desde ahí se describe a sí mismo. Su alejamiento es falso. Desnuda la realidad de su lugar de origen para mostrarse en persona. El autor busca contestar su pregunta de identidad narrando la rutina del pueblo donde se creció, pero ya no pertenece del todo. Los verbos que ejecuta la voz poética es el volver y el irse y desde ahí hace las comparaciones. Esta voz ya salió de ahí. Conoce otra realidad. Vive en otro lado. Está contaminada por una capital con siete millones que lo vuelven anónimo. Pero también su anonimato está el lugar de origen. Sabe que el pueblo funciona sin él. Que él no incide en esa cotidianidad. Su ausencia se limita a una habitación vacía, una venta menos en el almacén de la esquina, un asiento libre en el colectivo, un espacio más en la ronda con los amigos de siempre. Entonces sale la pregunta ¿De dónde soy? Pareciera que todo el libro tratara de contestar esa duda.
El otro talento es que este libro cumple con la doble función de describir San Vicente, tanto para el que no lo conoce como para el lugareño. Para el foráneo, queda resuelto el paisaje, la descripción de Ruz con imágenes precisas hace fácil imaginar la escena. Desde ahí dialoga con otros textos del Chile rural. Habla con los cuadernos de salas de clases de Lautaro, con las reinas de otras primaveras, con los cuentos de Alfonso Alcalde, con la Geografía del mito chileno de Oreste Plath. Incluso, yendo con mucho sentido del humor, se pone a tono con la caricatura que hace Pepo sobre estos pueblos con su Pelotillehue. La cantina de siempre, micros destartaladas que traen visitas de los fines de semana. Amigos de toda la vida que nunca salieron del horroroso Sanvi. Ruz lo sabe y se “escapa” diciendo entre risas que esto es poesía lárica. Sabe que dialoga con los viejos. Su parlamento en esta conversación son los cambios de la voraz modernidad. Un discurso necesario en las poéticas de esta década, que poco y nada han hablado de la vuelta de la ciudad al campo. Pero a su vez también Ruz construye en estas páginas el San Vicente identitario y distinto a cualquier otra parte de Chile. El Sanvicentano se ve reflejado aquí. Ruz reclama junto a ellos los fósiles robados por europeos, demarca pucarás, mueve cada piedra, transita por calles y rutas con la maniobra de la bicicleta. Pero también describe las problemáticas tan propias de aquí como de cualquier otra parte. Maltrato a la mujer, trabajo infantil, cesantía, alcaldes que actúan como patrones de fundo, aprovechamiento de los recursos naturales por transnacionales, pocas oportunidades dentro de un lugar pequeño. Quizá ahí el libro sea incómodo de leer para el sanvicentano. Una representatividad que va más allá de describir unas cuantas calles y los campos de sus alrededores.
Con este Cuchipuy, Pablo Ruz da un poco de aire puro a esta poesía actual, saturada del Yo y de lectura sin crítica social, cegada por sus problemas de historias mínimas y sin tener la intención de ser testigos de su tiempo. Ruz nos trae lo que esperamos del Chile profundo: una encomienda, un paquetito lleno de productos de la zona con la mejor calidad posible. Nada que se encuentre en los supermercados ni se pague con tarjetas. Del productor a su mesa. Ahora es nuestro trabajo parar las lecturas citadinas que nos rodean, hacer un alto a los textos de plástico y artificio, para disfrutar y admirar esta verdad tan necesaria.