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Razones para quedarse en La Paz
A propósito de "Caldo de Cardán", de Carlos Cardani Parra

Por Jaime Pinos




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¿Por qué te has quedado en esta ciudad donde eres pobre y desconocido? Escrito por Roberto Bolaño, así reza uno de los epígrafes de este texto. De alguna forma, Caldo de Cardán es la tentativa del  autor por responder esa pregunta. Una lista de  sus razones para permanecer en la ciudad de La Paz. Y hacerlo escribiendo. Una bitácora de viaje donde se registra el proceso complejo de integrarse a una realidad radicalmente distinta a la del país de origen. Una forma de vivir y de morir cuya comprensión implica a quien quiera adentrarse en ella, cambiar él mismo. Cambiar sus hábitos, sus referencias, el ángulo de su mirada. Estos textos están escritos para comprender Bolivia, La Paz, desde el interior, en sus propios términos. Son la bitácora de un Visitante Profundo parafraseando el título de Jaime Sáenz, tan presente en las páginas de este libro.

Desde luego, un primer paso para convertirse en  ese visitante profundo es distanciarse  por  completo  de  la  mirada  del  turista.  Superar  la  experiencia  de superficie con que se conforman los que sólo están de paso y recorren las ciudades como si fueran decorados exóticos o pintorescos: A La Paz llegan todo el tiempo, y se van tal y como han llegado; con pocas cosas, con los ojos nuevos, pero sin entender mucho. Sin entender mucho, ni tratar de entender. El turista no quiere entender. El turista  pasa  sobre  las  ciudades,  ocupado  en  el  coleccionismo  de  postales,  con  el tiempo pauteado por la programación del tour. Ver, fotografiar, dar una vuelta y partir a la próxima locación. A eso el turismo le llama viajar. Para ellos, para los visitantes ocasionales, La Paz ofrece una fachada. Una especie de pared falsa tras la cual, escondida a los ojos de los pasajeros, la ciudad real se mantiene intacta, idéntica a si misma: Entonces cuando los forasteros tomen su pasaje de regreso, estos andenes recibirán a un hombre nuevo, viajeros que se despiden sabiendo que ahora son otros, al recorrer una ciudad que enseña tan sólo una cosa: No importa quien llegue, quien nazca o quien muera, ella siempre será la misma.

Cuando tomé la decisión, una demasiado evidente al parecer, fue el momento en que dejé de ser turista. Desde ahí sólo sería un chileno que recoge oro en las calles, para venderlo a los que lo patean en las betas a cada rato. El turista no se queda. El turista pasa. La decisión de quedarse abre a quien escribe aquí la posibilidad de otro viaje. Un viaje donde es necesario abandonarlo todo y tomar el riesgo de vivir de otra manera. Un viaje que se emprende como un aprendizaje, como una experiencia de búsqueda y descubrimiento: He decidido quedarme de este lado de la frontera. No volver a Chile por un tiempo, donde todo lo que conozca será una repetición de lo que ya he visto antes (…) Y no hay más Chile para mí. Ese lado de la frontera lo conozco bien, tengo poco que aprender, salvo las historias de un terremoto que pasó cuando no estuve.

Este libro podría ser leído también como un documental subjetivo o una colección de fotografías hechas para recoger ese oro en las calles de La Paz. Para registrar, con la mirada y la escritura, sus lugares y sus costumbres. Las formas de su sociabilidad y las huellas de su historia. Escenas y experiencias de una vida cotidiana acaso más auténtica que la nuestra. Ciudades son imágenes, escribió Enrique Lihn. Este libro como un catálogo de imágenes recogidas por alguien a medio camino entre la extranjería y la pertenencia. Alguien que intenta comprender una ciudad a través de esas imágenes. Imágenes como contraseñas para acceder a la ciudad secreta, al tiempo y la vida que sus calles encierran. Como escribiera Sáenz en Imágenes Paceñas: Pues el que las calles sean tal como lo que son, no se debe al azar ni al capricho, sino que es el resultado del tiempo y de la vida.

Cómo explicarles a los amigos chilenos qué es Bolivia. Ellos lanzan la pregunta como un rey que jamás se ha levantado de su trono para conocer las nuevas tierras de su reino, y pide cuentas a los que han llegado lejos, allá en la capitanía de Charcas. Una buena forma de poner en evidencia nuestro chovinismo, ese ridículo aire de superioridad en que hemos sido formados. Evidencia importante para un país que ha pasado años en la ficción de no pertenecer a América latina. Embolado en la ilusión de salir de ella. De ser el pariente más rico o más astuto de una familia que avergüenza. Una familia a la cual, sin embargo, pertenecemos y seguiremos perteneciendo si se atiende a nuestra formación común. Como se escribe en el libro: Da lo mismo en qué lado de la frontera hayamos nacido, nos han criado de la misma forma. Nuestras madres nos han parido bajo gobiernos militares, hemos sido educados con las leyes de la Operación Cóndor, aprendiendo a leer con el Silabario Hispano Americano, y la historia nos enseñó que los miembros de la Logia Lautarina son los padres de la patria. Marcas que llevamos en el cuerpo y en la cabeza.

En este mismo sentido, me parece potente como se presenta la situación de quien escribe estos textos: un chileno que escribe en un país que odia a Chile. El resentimiento de un país que lee la historia desde la perspectiva de los perdedores. Dice en el poema Ricardo Gutiérrez y su plan de invadir Chile: Me prometía venganza/ El ejército boliviano marchando por Santiago /Todas las mujeres que conozco violadas/ Y la tierra por donde he caminado cubierta de sal/ Ya verás, roto maricón/ Decía mientras me contaba  su  plan  de  guerra.  Los  sueños  de  venganza  de  Ricardo  Gutiérrez  nos recuerdan que somos los ganadores de una guerra sucia. Que las bases de nuestra identidad  nacional  están  fundadas  en  una  guerra  que,  como  toda  guerra,  es  una historia de sangre y de pillaje. Que nada hay de que enorgullecerse respecto a esa historia de la infamia cuyas consecuencias son tangibles hasta el día de hoy.

Un último apunte de estilo para ir terminando. Me parece que Caldo de Cardán confirma los rasgos que la escritura del autor nos mostrara en sus trabajos anteriores, Raso y Pasaje Tala. Una escritura caracterizada por la precisión, por una carencia absoluta de retórica que refuerza el poder de sus imágenes: Borra, tacha el mal verso hasta que desaparezca, dice en un pasaje. La calidad de estos textos demuestra su factura  en  ese  rigor  de  borrar  y  tachar  todo  aquello  que  no  sea  necesario  o significativo.

Vuelvo a la pregunta del epígrafe: ¿Por qué te has quedado en esta ciudad donde eres pobre y desconocido? Creo que la respuesta está en el mismo texto: Pero las cosas son todavía más fáciles para mí, no tengo un plan, sólo tengo una Obra, que aunque muera muy viejo, siempre estará a medio hacer. Escribir un libro como este, una Obra como esta, es una buena razón para permanecer en cualquier ciudad. Estos poemas hablan de eso. De  la poesía como experiencia de extranjería y pertenencia. De la poesía como viaje. La poesía verdadera es un viaje  siempre inconcluso. Nunca se acaba,  siempre  estará  a  medio  hacer.  Eso  es  algo  que  saben  bien  los  viajeros verdaderos como Carlos Cardani.

Valparaíso. Diciembre de 2013



 



 

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