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Presentación de Cecilia Casanova
Por Adriana Valdés
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No hace menos de veinte años de mi primer encuentro con Cecilia Casanova: fue en 1975. Un buen amigo poeta me llevó a su casa, a un costado del cerro San Cristóbal. Me dijo: "escribe poemas notables". Llegamos a una casa acogedora - recuerdo el sol en las ventanas, la sonrisa de Cecilia, en persona y en una fotografía, su manera de contar algo sobre sí misma y desviar un poco la vista y encoger un poco los hombros, diciendo algo como "así pues...", con largos puntos suspensivos. (En los primeros encuentros uno nada sabe de los puntos suspensivos de quienes van a ser sus amigos.) Recuerdo la risa de Cecilia también, igual hasta ahora, que se larga y luego se recoge, como si su propio sonido le resultara excesivo. La conversación cordial de su marido Enrique. Con esa visita, comenzó de mi parte un aprecio que dura hasta ahora. Como muchos de sus amigos, recuerdo su amplia mesa generosa de la hora del té, y haber estado silenciosa, tratando de ver los pasos de gato de esa conversación, sus puntos suspensivos, que adivinaba eran muchos.
Poco tiempo después leí "De acertijos y premoniciones", el primero de sus libros en llegar a mis manos, y desde el título me acordé de esa sensación de adivinar. Por cierto, había escrito varios otros. Tendríamos ocasión de mirar juntas "Como lo mas solo", el primero, de 1949; "De cada día", publicado diez años después; "Los juegos del sol", editado en Venezuela en 1963; "Poemas y cuentos", de l969. Lo tengo a mi lado, este último, mientras escribo. Su dedicatoria me dice: "para Adriana, de esta ilusa, con tendencia a taquicardias y a desvelos". Y otra dedicatoria, esta vez escrita en "Los invitados de tu memoria", libro que le prologué en 1993: "entre este mundo y el otro", dice en parte. Como en sus muchos de sus poemas, en estas dedicatorias aparece una voz fantasmal, o una voz de duende, o una voz que susurra en un tiempo que no es precisamente el de ahora, en un lugar que no es precisamente el aquí. Cuando la escuchamos leer su poesía - y es lo que sucederá aquí mismo, espero - ese esquivo lugar, y ese tiempo también esquivo, hacen su aparición ligera, breve. No quisiera interferir esa aparición con demasiadas palabras mías.
Sí quisiera traer palabras del poeta Enrique Lihn, admirador de la poesía de Cecilia, compañero de generación, quien prologó "De acertijos y premoniciones". Me resulta curioso leerlas en el marco de este homenaje a la poesía de mujeres, en Chile, y de la conmemoración de Gabriela Mistral. Porque Gabriela aparece en ese prólogo, y la referencia es ambivalente: en el libro de Cecilia "no nos encontraremos con la maternidad cósmica de una Gabriela Mistral ni con ninguna de las actitudes que suelen adoptarse para rivalizar con ese monumento." Hay que aclarar, tal vez, que el amor de Enrique Lihn por Gabriela Mistral se expresó a lo largo de toda su obra, desde la "Elegía" escrita en la fecha de su muerte hasta una carta de amor encontrada por su hija entre sus papeles póstumos. No hay denigración, pues, de la Mistral, sino de los "monumentos" caricaturescos que por muchos años se proyectaron a partir de ella, los falsos modelos de femineidad a que antes había hecho referencia en el mismo prólogo: "la supermadre que rima rondas infantiles con ternuras de parvularia o la amante contrariada y frenetizada". Leer aquí estas palabras de hace veinte años atrás es darse cuenta que ha pasado desde entonces mucha agua bajo los puentes de la lectura de los escritos de mujeres... Las caricaturas son ahora bastante más variadas, y también los críticos nos portamos más cuidadosos.
No encontramos ni caricaturas ni falsos modelos de la femineidad en la poesía de Cecilia Casanova: encontramos poesía, y encontramos una poesía inconfundiblemente de mujer, pero también a modo de un acertijo. Qué será ser mujer - culturalmente hablando; qué será haber sido mujer en generaciones anteriores, y cuánto de eso nos queda adentro todavía. Quisiera tranquilizar al auditorio: no pienso responder a esa pregunta altisonante. Creo que en la buena poesía de mujeres se encuentran atisbos de respuestas, materiales para responder, para ir adivinando: basta eso para entrar en el encanto de estos poemas, su forma particular de seducir al lector.
Primer atisbo: esta poesía no se toma la palabra. Recuerdo otra vez a la joven Gabriela, cuando importunaba a Dios: “Padre nuestro que estás en los cielos/ por qué te has olvidado de mí". No se quedaba chica en los destinatarios. Y tampoco vigilaba la extensión de sus plegarias: "parlándote un crepúsculo entero/ o todos los crepúsculos a que alcance mi vida". Estos versos se me vinieron a la cabeza como contraste perfecto. La poesía de Cecilia Casanova no se toma la palabra. No declama, no grita: susurra. No agota las imágenes riquísimas que propone: las esboza, las deja en pocos versos. Es breve, como si interrumpiera. Es una conversación paralela a las otras conversaciones, es una acotación hecha como si se hiciera al pasar. "Fina, grácil, leve...", para tomar los adjetivos de Pezoa Véliz, y también esquiva, una palabra que me gusta mucho. Es una poesía que se dice y no se dice, al mismo tiempo. Que se da permiso para decir, pero se lo retira al momento de estar diciendo.
Segundo atisbo: es una poesía que no se permite excesos. "Hablar de nuestros sentimientos/ sería como caer en un pozo", dice, y es precisamente de los excesos de la sensibilidad de lo que se precave. La insinuación queda registrada, en trazo breve. El lector adivina las historias que hay tras esa insinuación, adivina también los sentimientos, de lo que no se habla.
Hace muchos años, pensé en el tema de los permisos que se da y no se da esta poesía, y traté de vincularlos a los permisos que, culturalmente, se dan o no se dan las mujeres, o se daban o no se daban las mujeres. Todavía me da vueltas esa idea. En la poesía de Cecilia encuentro siempre esas barreras invisibles, que acotan un espacio dentro del cual se puede escribir: los límites que ella misma se pone; la campana de cristal, que es el título de un libro de Sylvia Plath, la poetisa norteamericana. Los cristales, las ventanas, los límites del espacio interior se me presentan aquí con fuerza, como un tema de los muchos que dan estos poemas para pensar y, sobre todo, para sentir.
Y dan mucho más para pensar y para sentir. En su brevedad, nos ahorran las historias tras los poemas. No lo había pensado antes: los poemas más breves son casi japoneses en su economía de medios, en la intensidad con que dotan a las imágenes, que se rodean de misterio precisamente por toda la omisión de la historia y del comentario. Un ejemplo que siempre me ha gustado mucho: "Cisne". "En la mampara/ sin mirar hacia atrás/ incólume a todo desastre/ flota un cisne de hielo." En tiempos de Pound y Eliot, Pound cultivaba formas de la poesía japonesa, especialmente el hai-ku, por sus efectos instantáneos, por su condensación máxima: cuando definía la poesía, resaltaba que era justamente eso, la condensación de un máximo de sentido en un mínimo de palabras. Y Eliot hablaba de los poemas largos como narrativas que se armaban en torno a momentos muy especiales, donde hacía su irrupción la lírica, su aparición, para luego volver a caer en la narrativa. Es esta narrativa la que Cecilia omite, y es esta la que a su manera imagina, añade, sueña cada lector que entra en su esquivo juego seductor. La comparación con Emily Dickinson, muy socorrida cuando se habla de Cecilia, sigue siendo también adecuada en este sentido.
Y por último, para no cansarlos, junto con esta de la brevedad, otra idea reciente sobre la poesía de Cecilia (yo vuelvo a ella muchas veces, según lo que me va pasando, y la entiendo cada vez de nuevas maneras: los libros de buena poesía no son obvios, los libros de buena poesía se leen cada vez de modo distinto, los libros de buena poesía nos revelan que ya no somos el lector que fuimos, que entendemos más y entendemos otras cosas, que nos salta a la vista ahora lo que antes apenas nos llamó la atención.) Bueno, la idea que hoy me llama especialmente la atención tiene que ver, en un verso de Enrique Lihn que cito una vez más, tiene que ver con:"aquello que todavía llamamos el alma". Asistí hace poco a un seminario: venía agotada un poco como siempre, "productiva" un poco como siempre, y en esas condiciones me sentía "desalmada". "El alma", me dijeron, "está en los pequeños vacíos entre pensamiento y pensamiento." Y la poesía no es precisamente pensar, ni hablar: "es más bien un modo de callar": es paradójicamente adentrarse en esos vacíos, en el silencio, crear un dispositivo de palabras que señale el lugar del silencio, que conduzca a ese lugar intersticial de aquello que todavía llamamos el alma.
En un poema de su último libro, "A Margarita", Cecilia Casanova habla de los pesares, de la confusión, del deseo, de las experiencias, de la historia personal. Y dice: "pero saldrás de ellos/ ligera/ como de un bosque/ consciente que al otro lado/ llegarás inmune/ abierta/ solamente a la luz". Estos poemas son, en retazos (en este mundo no ha de ser de otra manera), los momentos en que la experiencia se abre a la luz, y en que la existencia condicionada se abre a las posibilidades ilimitadas que cada uno lleva adentro, en aquello que todavía llamamos el alma.
Para terminar (y eso que he omitido el humor, y eso que he omitido la ironía, y eso que he omitido quién sabe cuántas cosas más): un alma que no tiene edad ni condición. Al oír mis exclamaciones cuando lo leyó, Cecilia me dedicó una vez el siguiente poema: “Voy a poner a secar mi espíritu/ al igual que esos frutos/ que uno ve en los tejados/ camino a la costa/ Es demasiado joven para mí." Es ese espíritu, que nunca se ha secado ni podrá secarse, lo que ha dejado su huella en los poemas de Cecilia, y lo que nos conecta a cada uno con el propio espíritu, donde vivimos más libres y ojalá, como ella, llenos de gracia.
Santiago, 5 de septiembre de 1995.