La merecida antología de Cecilia Casanova «Poesía reunida». Editorial Universidad de Valparaíso, 2014. 184 págs. Por Pedro Pablo Guerrero
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 20 de abril de 2014
La luz del mediodía inunda el café de La Reina. Cecilia Casanova (Santiago, 1926) toma una taza de té a pequeños sorbos y diezma las galletas protestando que no es justo que se las vaya a comer todas Sonríe. Al contestar usa la misma concisión de sus poemas, dejando flotar algunas frases en el aire. Se distrae viendo a la gente que camina por la calle. Cree reconocer a alguien, pero no. "Uno vuelve, siempre está volviendo. Tú miras la calle, ves pasar caras, pero son las caras que llevas adentro. Caras conocidas. Te recuerdan a otra gente", comenta.
Las suyas, admite, son las de toda la vida, partiendo por los tres Enriques: Lihn, Lafourcade y Moletto, su segundo marido, al que conoció en una fiesta de amigos. Los mismos que se reunían en los bancos del Parque Forestal, el jardín secreto de la Generación del 50; cubierto de neblina en los sueños donde ve a un estudiante de Derecho sujetando a su perro del collar. "Al otro lado", como el título de un poema que publicó en 1975. "Una persona a la que yo quise, y que me quiso, pero murió cabro", revela Cecilia Casanova.
En sus recuerdos páginas, también aparecen Jorge Teillier y el malogrado artista Juan Capra, autor del retrato a tinta en la portadilla de su libro Poesía reunida. Con la ya habitual encuadernación sin lomo, el volumen fue recientemente publicado por la editorial de la Universidad de Valparaíso. Incluye una nota preliminar de Adriana Valdés y un anexo de los prólogos que dedicaron Teillier a Los juegos del sol (1963), Adriana Valdés a Los invitados de tu memoria (1993), José Miguel Varas a El sonido de las estrellas (1998) y el sesudo epilogo de Enrique Lihn a De acertijos y premoniciones (1975).
—¿Cómo consiguió que Teillier y Lihn, que no se llevaban bien, le escribieran prólogos a usted?
—Con amor. Porque los quería a ambos. Éramos muy amigos. En la amistad puede haber amor y yo creo que Enrique y Jorge sentían ese casi amor por mí, como yo por ellos. Cuando murieron se me cayó un poco el mundo. Me dolió mucho. No me acuerdo si fui a sus funerales, porque era algo superior a mis fuerzas.
Familia de pintores y músicos
"Tu muerte no se hizo para nosotros" es el titulo del poema que le dedica a Lihn en el libro Mi misma (2001). Los muertos de Cecilia Casanova asoman en toda su obra. El Mercury 47 ("que llegó a saber tanto/ de nosotros") simboliza la muerte de Enrique Moletto. Con la partida de su hijo Humberto, "Desde su cielo/ Dios me asestó/ un mortal zarpazo", escribe la poeta. Igual laconismo usa para despedir a su amigo Adolfo Couve ("Las gaviotas/ marcan cruces en la arena") y en "Recuerdos del 80" —época del exilio de sus hijos y de vacas flacas—, "Oíamos con devoción/ a Gardel/ entre vasos de tinto/ con canela/ y uno/ que otro/balazo".
Mucho antes, los versos de "Esperando", en Los juegos del sol, evocan la tarde de verano en que murió su abuelo y la hicieron salir al patio junto con los demás niños. "No había espacio más que para las coronas/ cuando nos sacaron por un pasillo lleno/ de sombreros negros". Se trataba de Alvaro Casanova Zenteno (18574939), pintor de marinas. "No moleste al tata", le advertían a ella y a su hermano cuando el abuelo se encerraba a trabajar. "La muerte del Tata fue para mí una cosa tremenda, porque uno cree que la gente va a ser eterna, ¿te has fijado?", comenta.
Del abuelo paterno heredó su talento para la pintura, que practicaba hasta hace un par de años en un departamento de Providencia con vista al Parque Balmaceda, antes de llegar al hogar de reposo donde vive hoy. Así como de su madre, Blanca Hatch Vidaurre, heredó el gusto por la música. En el poema "Bemoles" la recuerda tocando al piano una pavana y, en otro, un terna de Scriabin, que su hija tararea afinadísima. No es de extrañar. Sobrina del director de la Orquesta Sinfónica de Chile, Juan Casanova, Cecilia estudió canto lírico y tenía condiciones para haber seguido una carrera en la ópera. "Me encantaba. Pero lo que a uno le gusta mucho a veces no lo hace. No sé por qué será, pero es así", dice.
—¿Le gustaba más la poesía?
—No te voy a decir que me gustaba más, pero me incliné por ella. Es curioso. Empecé bien niñita. Nunca me pregunté cómo voy a escribir, si rimado o verso libre, escribía no más.
—¿La poesía elige por uno?
—No. Uno es el que lo hace.
—¿Su madre quería que usted se dedicara a la música?
—Ella no quería sino que lo que queríamos nosotros. Era muy inteligente. No sacas nada con querer que un hijo sea lo que tú quieres que sea, cuando él quiere ser otra cosa. Si persevera va a ser lo que él quiere. Siempre pasa lo mismo.
—El poema "Teriosos miste" lo dedica "a una niñita sensible que se angustiaba con ciertos cantos gregorianos".
—Esa niñita era yo. Toda esa mise-en-scène que existía alrededor, el olor a incienso y los vitrales, me producía cosas muy místicas, fuera de este tiempo, pero a la vez me atemorizaba.
—"Si dios me hubiera preguntado/ ¿Quieres nacer?/ Lo habría pensado dos veces", dice en un poema de 1998.
—Y volvería a decirlo. Lo pensaría dos veces. Es algo tan personal y a la vez no. No sé cómo explicarlo. No se elige nacer, pero a la vez como que se elige, que algo te tira para ese lado.
—¿Cree en la reencarnación? Uno de sus últimos poemas lleva ese título.
—Mira, yo creo en todo. A veces.
"Me lo merezco"
—¿De quién fue la idea de editar "Poesía reunida"?
—Me llamaron Cristián Warnkern y Adriana Valdés. Querían hacer una antología y aquí estamos. Se puede decir que la hizo Cristián, que para mí es una eminencia, lo conozco del tiempo de Enrique Lihn, toda la vida.
—¿Qué siente al publicar este compendio de su obra?
—Me lo merezco. Claro que sí, porque siempre uno está pensando "voy a hacer esto o esto otro" y no lo realiza, pero llega un día en el que das en el clavo. Justo en el clavo. Yo quiero hacer esto y lo voy a hacer, y se lo propone hasta terminarlo.
—¿Sigue escribiendo?
—Todo el tiempo. Poesía, cuento, el cuento del tío... ¡ja!
—Adriana Valdés dice que sus poemas "han ido adelgazándose y entrecortándose, haciéndose cada vez más sintéticos y asombrosos". ¿Cómo lo consigue? —Corrijo mucho. Porque como a mí me gustan las cosas no es como le gustan a todo el mundo, ni mucho menos. Yo corto, corto, corto y la gente se espanta. "¿Por qué cortaste esto?", me dicen. Porque me nace así.
—¿Le gustan los haikus?
—Mucho.
—¿Son uno de sus modelos?
—No. Porque también me gusta otro tipo de poesía: larga, explicativa. No me rijo por eso no más. Me gusta Neruda. Tuve la suerte de conocerlo. Desgraciadamente no conocí a Huidobro, pero lo leí y me encantaba. Tan grande que era.
—¿Cómo se llevaba con Stella Díaz, que nació el mismo año que usted?
—Ja. Como se llevaba todo el mundo con la Stella. Alcanzamos a ser amigas. Por un tiempo, no fue largo, pero fue un tiempo. Era una escritora hecha a su manera, muy especial. Me gustaba como persona.
—¿Estuvo de acuerdo cuando Lafourcade la comparó a usted con Emily Dickinson?
—De acuerdo no, porque ella era muy grande, un peso pesado. Agradecida sí.
—¿Cómo se reconoce un poeta?
—"Me gusta cuando callas porque estás como ausente...". Un poeta se reconoce cuando calla, en sus silencios.
—¿Cómo definiría la poesía?
—La poesía es lo que sientes de verdad. Porque también hay mentirillas verdaderas. Pasan autos, personas, ¿y son de verdad? No sé.
—¿Duda de la consistencia de la realidad?
—A veces dudo de mí y de todo. Y es cuando estoy más segura. No sé si se entiende. La poesía juega con esa verdad-mentira. ¿Es de verdad esa persona que pasa o es de mentira?
—¿Si hubiera una frase para definirse, cuál sería?
—Una persona que le gusta volver a lo que ya ha vivido. Volver, volver, como el tango. Me considero un alma tonta, porque regresa tantas veces a lo mismo que ya es como nacer cientos de veces en el mismo lugar.
—"Si los sueños/ no se realizan/ es por despertar antes de tiempo", escribe en su libro más reciente, "Poemas del vago y del simpático" (2010). ¿Ha realizado todos sus sueños?
—No creo. Nadie los ha realizado nunca.
—¿Cuál es el más importante que le falta?
—Soñar más. Si lo hiciera a lo mejor realizaría más cosas también.
Imagen superior: Cecilia Casanova en un dibujo realizado en 1962 por su amigo Juan Capra.
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«Poesía reunida». Editorial Universidad de Valparaíso, 2014. 184 págs.
Por Pedro Pablo Guerrero
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