Dijimos alguna vez de la poesía de Cecilia Casanova que lo suyo era el trazo ligero, la
imagen ultracondensada, capaz de hacer comparecer todo un mundo personal como
puro acontecimiento, jamás como sustancia. Pura facticidad en desbandada, la suya,
podemos reafirmar, es una técnica fotográfica, antigua, claro, cuando el atrezzo era
esencial y la imagen no era precisamente una “instantánea”, sino el resultado de una
larga y cansadora exposición al tiempo y, sólo entonces, a la cámara.
Alguien se desvanece irremisiblemente en estas páginas; quien lo despide, quien se
despide, agita su pañuelo en el andén de la estación, la última, la desamparada. Quedan
los recuerdos, difusos o confusos, como siempre, se escribe tal vez para retocarlos y
comentarlos, con ese tono cansino, melancólico, pero también tiernamente irónico, de
quien repasa para otros un álbum amoroso que ya cuenta muchas páginas: en cada
blanco, la voz se pasma o se vuelve, una y otra vez, testamentaria. El conjunto termina
operando como una vanitas —toda foto es una vanitas—, en el que la vanidad de ser o de
tener no cesa de confrontarse con su propia evanescencia.
La poesía moderna nos ha habituado demasiado, quizás, a los desvaríos, alegrías y
pesares del amor loco, que vive de su propio ímpetu y de una ofrenda de futuro que
alguna vez le será negada. Sólo entonces, tal vez, comprendamos mejor esta otra y
bellísima poesía amorosa; cuando, parafraseando a Ashbery, aprendamos a gozar con
las palomas la caridad de esos momentos vividos que nunca pensamos, algún día, nos
serían dados en migajas.
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"Estación Termini" de Cecilia Casanova
Editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2004, 45 páginas
Por Bruno Cuneo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 26 de agosto 2005
