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Carlos Cerda: Morir en Santiago

Por María Teresa Cárdenas
Publicado en Artes y Letras de El Mercurio. 17 de octubre de 2021



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EL mismo contaba que no había sido fácil escribir su primera novela chilena, aquella con la que inmediatamente se ubicó en el panorama literario nacional de inicios de los 90. Aunque en 1985 había vuelto del exilio en la entonces República Democrática Alemana, fue la caída del muro lo que tuvo un particular impacto en Carlos Cerda (1942-2001): solo entonces fue capaz de llevar a la escritura la experiencia de esos años lejos de su patria. Y en 1993, cuando en el país campeaba la "nueva narrativa", editorial Planeta, con Carlos Orellana a la cabeza, publicó Morir en Berlín. Pese a la diferencia de edad y de temáticas con la mayoría de esos jóvenes autores —Gonzalo Contreras, Jaime Collyer, Arturo Fontaine, Carlos Franz, entre otros—, Carlos Cerda se convirtió en una de las voces literarias más apreciadas en un país que recién recuperaba la democracia.

Mientras ejercía su trabajo de redactor publicitario también empezó a ser reconocido como formador de nuevos escritores a través de sus talleres y como un generoso promotor y defensor de sus pares. Al punto de escribir un cuento para denostar a la persona que había criticado con "mala leche" el libro de una narradora exitosa. Su lema parecía ser "por mí y por todos mis compañeros".

 



Una dolorosa trilogía

En los años siguientes —hasta su prematura muerte, ocurrida el 19 de octubre de 2001—, publicó otras dos novelas: Una casa vacía y Sombras que caminan, las que formarían con Morir en Berlín una trilogía en la que aborda desde diferentes ángulos las dolorosas experiencias y consecuencias de la dictadura. "Pensándolo ahora, a la distancia, parece que todo empezó a verse más claro, a ser distinto y a dolernos de otra manera, el día que supimos que don Carlos se iba a morir", se lee al inicio de Morir en Berlín, una inmersión emotiva y a la vez crítica en la experiencia del exilio chileno en la capital del "Primer Estado de Obreros y Campesinos en Suelo Alemán". Don Carlos, viejo senador sin Parlamento ni patria, es quien está a cargo de la Oficina, donde se tramitan de manera kafkiana los asuntos de los exiliados; pero el destierro se enfoca en distintos niveles en esta conmovedora ficción.

En Una casa vacía, publicada por Alfaguara en 1996, Carlos Cerda explora el horror que esconde una casa de imponente arquitectura que en el pasado reciente ha sido utilizada como centro de detención y tortura. La casa es restaurada completamente por sus nuevos dueños, pero el día de la inauguración se va despertando entre los asistentes la memoria de un pasado infame. Tres años más tarde, y también por Alfaguara, aparece Sombras que caminan, en la que recrea la vida de un actor alcoholizado que, después de sufrir la prisión política y la tortura, ha perdido todo: trabajo, esposa, confianza en sí mismo, la capacidad de tener hijos, fe en el género humano. Pero incluso algo peor: experimenta la pérdida de sentido de ese pasado. "En esa especie de 'reconciliación', que yo retrato de manera un poco irónica en estas parrilladas de los viernes, se abrazan y se besan grasientos de chunchules los que en un momento se consideraron adversarios con sentido y ahora son compadres sin sentido", explicaba el autor en una entrevista en el año 2000. Para concluir, con énfasis dramático: "Yo no quisiera que la reconciliación en este país, que es tan necesaria y tan urgente, se hiciera a ese precio".

En ese mismo período, Carlos Cerda dio a conocer dos volúmenes de cuentos: Primer tiempo (Andrés Bello, 1995) y Escrito con L (Alfaguara), en días cercanos a su muerte. El autor no alcanzó a participar en la presentación, programada para el 27 de octubre de 2001, pero sí pudo leer la elogiosa crítica que se publicó en estas páginas. Pocos meses antes, Lom había publicado en su colección Libros del ciudadano Balcones con banderas, un cuento de 1976.


El primer tiempo

Formado en el Instituto Nacional y en la Universidad de Chile, donde estudió Teatro y se graduó como profesor de Filosofía, Carlos Cerda manifestó desde temprano su vocación por la dramaturgia y la literatura, dos vertientes creativas que desarrolló junto a su labor docente y el compromiso político. Este último lo llevó a ser miembro del comité central del Partido Comunista y a publicar el ensayo El leninismo y la victoria popular (1971). Tras el golpe de Estado se asiló en la Embajada de Colombia y vivió los primeros meses del exilio en ese país, para luego trasladarse a la RDA, donde inició su trayectoria literaria con los cuentos reunidos en Encuentro con el tiempo (1976) y la novela Pan de Pascua (1978), ambos publicados en Berlín y en alemán. De esos años, además, es la obra de teatro "La noche del soldado" (Dresde, 1976). Después de doctorarse en Literatura en la Universidad Humboldt de Berlín, retoma su actividad docente, impartiendo un curso de Literatura Latinoamericana en esa universidad.

Ya de regreso en Chile, se incorporó al grupo Ictus, donde presentó su obra "Lo que está en el aire" en 1986, el mismo año que publica el volumen de cuentos Por culpa de nadie. Escribe, además, el ensayo José Donoso: originales y metáforas (Planeta, 1988), en el que analiza la novela Casa de campo. La admiración y la amistad que lo unió a este autor chileno de la generación del 50 se tradujo también en la adaptación teatral de su novela Este domingo, en 1990, y en una recopilación de ensayos sobre su obra: Donoso sin límites (Lom, 1997).

Completa la obra de Carlos Cerda el libro póstumo El espíritu de las leyes (Alfaguara, 2005), con materiales de ensayo y ficción. Una obra consistente que merece ser recordada y rescatada cuando se cumplen 20 años de la prematura muerte de su autor, a los 59 años de edad. Por el contrario, lo que se encuentra es un inexplicable silencio editorial.




 

 



 

 

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Publicado en Artes y Letras de El Mercurio. 17 de octubre de 2021