El año pasado, Alquimia Ediciones publicó El margen de la propia vida, de Carlos Cociña: una recopilación de sus últimos libros, además de algunos poemas inéditos. Una obra que nos vuelve a recordar por qué Cociña es uno de los mejores —e injustamente desconocidos— poetas chilenos. Aquí, algunos apuntos sobre su poesía.
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La reciente publicación de El margen de la propia vida de Carlos Cociña (1950) hace pensar sobre el fenómeno de la impersonalidad literaria. Cociña es una suerte de autor relativamente (des)conocido en el gasesoso medio poético nacional. A pesar de venir publicando con persistencia, si bien con algunas lagunas temporales, su obra muestra una consistencia y serenidad literaria envidiable. Entre sus obras hay que consignar: Aguas servidas (1981), Tres canciones (1992), Espacios de líquido en tierra (1999), Plagio del afecto (2000) y El margen de la propia vida (Alquimia Ediciones, 2013). A estos hay que agregar 71 (setenta y uno) publicado en el sitio web del autor Leídos en conjunto, estos libros muestran la literatura como forma de exploración en varios registros: en el lenguaje con su capacidad de representación de la realidad; en la escritura poética con un estilo persistente en su neutralidad; y subjetiva con una conciencia concentrada y reflexiva como pocas.
La impersonalidad de su escritura se lleva a cabo en contra de la tendencia dominante del sujeto lírico de filiación romántica, en contra del expresionismo literario que enfatiza el dramatismo y la hipérbole sensacionalista, y en contra de la autobiografía como clave de la poética. La impersonalidad podría ser un motivo central de la poesía moderna europea, así lo propuso Hugo Friedrich en su estudio historicista sobre la poesía europea contemporánea de 1956: La estructura de la lírica moderna. Para Friedrich, Baudelaire, Rimbaud y Mallarmé, y aún autores posteriores de la vanguardia europea, enfatizan el desarrollo de la impersonalidad. Sin duda, esta lectura es posible. Es más, se la puede continuar, al menos desde el Chile de los años 1970-90, y pensar la obra de Gonzalo Millán y Juan Luis Martínez expandiendo, desde una neo-vanguardia, las intenciones de la primera vanguardia. Quizá la tesis de Hal Foster en El retorno de lo real sea plausible: es la neovanguardia de los años 60 (y después) la que cumple el proyecto de la primera vanguardia histórica. Pensar esto, sin embargo, conduce a deshacer la linealidad histórica.
Una sintaxis, un procedimiento textual, una posición del sujeto, un marco para la mirada y que permita describir lo visto y acaso hasta una ética, todo esto podría caracterizar la impersonalidad. Por esto, ella es la piedra fundamental de la poética como en el caso de Carlos Cociña. En su poesía destaca esta suerte de anulación del sujeto. A veces esto se logra mediante efectos de sintaxis —en los que Cociña es un maestro como pocos—, a través de descripciones minuciosas y de una mirada móvil. Como Gonzalo Millán, esta visualidad es una manera de enfrentar desde el discurso poético el ubicuo despliegue de las tecnologías visuales en el siglo XX y XXI. En vez de la seducción empática y seductora de la visualidad de la fotografía, las narrativas televisivas y cine de Hollywood, Cociña plantea una visualidad lenta y exacerbada, inquisidora y distanciada. Quizás a la manera de Raúl Ruiz, que explota los distintos dispositivos del cine clásico (tiempo, espacio, narración, diálogo, encuadre, personajes, etc.) como forma de llegar a los límites del medio y sus códigos de representación, Cociña utiliza lo impersonal no para alejarse del mundo sino para estudiarlo con más rigor.
Además, este autor tiende a la súbita especulación teórica. Como Juan Luis Martínez, que parodia el discurso pedagógico y científico para producir efectos de “saber” en el lector, este poeta alterna en su escritura la mirada estricta y referencial con las reflexiones más abstractas y teóricas. Ambas se complementan en su texto como el método científico que contrasta hipótesis y experimentos. Por ejemplo, este fragmento de “A veces cubierto por las aguas”, la última frase no sólo se refiere a elementos del mundo —como el resto— sino que, más universal y abstracta, se pueden ampliar a otra serie de rasgos del mundo o del sujeto:
“El trumao cubre las carreteras de acceso a la ciudad extendida hacia las aguadas, donde los lugares de quiebre; más allá o acá de las murallas, los líquidos se contienen cuando el polvo cubre las trizaduras. Todo parece firme, sin embargo los contrafuertes cordilleranos son dunas que pueden escurrirse con leves aires. La observación es la defensa y la distancia y reemplaza”.
La mirada de Cociña tiene también el rigor perceptivo de una conciencia concentrada en la meditación y la reflexión. En contra de la visualidad rápida y saturada del televisor, de la distracción instantánea e infinita de internet, la atención visual de Cociña, al contrario, muestra la decisión perceptiva del budismo. Este budismo enmarcado en la vanguardia —en la cual Cociña insiste en inscribirse— se asocia quizá con la música de John Cage, ese Marcel Duchamp de la música clásica, brillante y risueño a la vez. Si Cage como Duchamp propone que la función del arte ya no es crear objetos bellos para el museo sino alterar la percepción de cómo se mira, escucha y entiende tanto el arte como resto del mundo (los ready-mades y 4’33′‘ podrían leerse así), Cociña posiblemente se sumaría a tales propuestas: su escritura no es sólo una obra interesante sino que además se propone como modelo de mirada y lectura, como propuesta de percepción de mundo, como un estado de la conciencia.
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T. S. Eliot en su célebre ensayo “La tradición y el talento individual” abogó por una vanguardia impersonal. Ahí Eliot afirmó:
“La poesía no es un dejar suelta a la emoción, sino un escape de la emoción; no es la expresión de la personalidad, sino un escape de la personalidad, si bien, desde luego, sólo quienes cuenten con personalidad y emociones sabrán lo que significa querer escapar de ellas”.
Eliot parece proponer que sólo los que sienten con una cierta intensidad (¿o implica más bien que algunos no sienten?) intuyen que esos afectos son demasiado fuertes y hay que evitarlos, o al menos, darle una figuración literaria de la distancia. Por esto, aunque la impersonalidad parece anti-humanista, anti-romántica, anti-poética, también sirve para hablar de lo que suele clasificarse como “íntimo”. De esta forma, Cociña muestra cómo los afectos son también algo impersonal, algo que sucede entre los cuerpos, como intensidades entre sujetos. En estos momentos el juego entre lo personal y lo impersonal se mezcla. Plagio del afecto, por ejemplo, es un conjunto de textos basados en otros textos (plagios, citas, reescrituras) que dan cuenta de emociones, sentimientos y afectos subjetivos. Se llega así al interior del sujeto desde el texto, el afuera, el mundo. Intimidad y exterioridad se hacen reversibles en este texto, lírica y literatura. Sub-personal, pre-personal, lo que sucede entre los cuerpos y entre los sujetos intenta tomar forma acá:
“Empezamos a hablar cuando las neuronas están preparadas para decir algo. Están antes y cualquier movimiento es pasado recién percibido. Ambas partes no se conocen. Cada una hace lo suyo. Se mienten a sí mismas y mutuamente. Y así, en verdad, están de la manera en que se puede amar en fragilidad” (Ref. Michael S. Gazzaniga. El pasado de la mente)
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La propuesta poética de Carlos Cociña es certera y consistente. Quizá es su persistente anti-lirismo lo que lo ha mantenido al margen del reconocimiento más patente en la poesía chilena. Si hubiera que honrar la tradición de vanguardia y la tradición crítica en la poesía chilena –si es que hubiera que honrar algo– la obra de Cociña debiera leerse con más inteligencia y fervor. Quizá no faltan autores en Chile, sino lectores acuciosos. El autor de “La nadería de la personalidad” alguna vez prologó: “A veces creo que los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores”. Nuevamente podría tener razón, aunque la posible ironía quiera decir lo contrario.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com LO IMPERSONAL
El margen de la propia vida, de Carlos Cociña.
Alquimia Ediciones, 2013, 143 págs.
Por Matías Ayala
Publicado en 60watts, 4 de julio 2014