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El ritmo del poema

Carla Cordua



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Como quiero ser breve, deseo declarar algunas cosas desde el comienzo. Parto de la convicción que la poesía es la primera y principal de las artes; lo digo en voz alta con perdón de la música que, desembozadamente, aspira a ocupar este lugar entre ellas, pero a la que, por tener una existencia más separada del lenguaje, no queda otro remedio que negarle el cumplimiento de su pretensión. Creo también que, entre las cosas que se han producido en Chile, lo más grande y acabado es la poesía. Si examinamos el paisaje de las producciones humanas vemos muchas actividades cultivadas con dedicación y entusiasmo; entre estas algunas son incluso patrocinadas oficialmente, lo que en la opinión de muchos podría conferirles un aura especial. A pesar de esto, los resultados que obtienen tales afanes no pueden competir ni por un instante con las flores de todo tipo que produce aquí la poesía creciendo espontáneamente y en abundancia entre las piedras y a la intemperie.

La poesía en todas partes y siempre de nuevo da que pensar, pero el pensamiento estimulado por ella rara vez consigue hacerla menos misteriosa. Sin dejarme desanimar por esta convicción quiero proponer algo que se me ocurre a menudo leyendo poesía. Parece ser que lo que más importa en un poema es el ritmo y que, si diéramos la descripción adecuada y veraz de lo que tiene de único el ritmo poético, podríamos pensar con cierta claridad la misteriosa virtud de la poesía bien lograda. Ritmo quiere decir, por cierto, muchas cosas diversas debido a que hay muchas clases de ritmo: lo hay en la música y en la naturaleza, en algunos movimientos espontáneos y en otros aprendidos, en las estaciones del año, el oleaje del mar, en la respiración de los seres vivos, en la lluvia y en los relojes. Pero ninguno de todos estos ritmos se debe confundir con el que alienta en el poema. El ritmo de la poesía es la andadura temporal del poema; su movimiento medido y organizado de comienzo a fin. Controla al ritmo poético la asociación provisoria entre ciertas sonoridades y el significado de las palabras, una colaboración fortuita entre elementos de procedencia bien diversa. Este ritmo específicamente poético, afecta de una manera sorprendente al acontecer del poema; pues, por un lado, el suceso del poema es gobernado por lo que el poeta sabe hacer; pero por otro, en cuanto movimiento libre, se precipita hacia su final por un terreno inexplorado, inseguro, imprevisible e inmanejable. La conjunción de lo sonoro y lo significativo es, pues, controlada pero también azarosa. Por este último elemento del azar es tan frecuente que los poetas digan que el poema es un don.

Algunos poetas se han referido expresamente y de manera inequívoca a este carácter de la poesía, que surge de la conducción rítmica del tiempo por la palabra. Machado dice:

Ni mármol duro y eterno,
ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo.
...............................................
Se canta una viva historia,
contando su melodía.
(Antonio Machado, De mi cartera)

Los puntos decisivos de esta caracterización de la poesía son, a mi parecer, los siguientes: el poema no es ni esculpido ni pintado; tampoco es compuesto musicalmente. Es, más bien, "palabra en el tiempo o significado en vías de ocurrir", "una viva historia cantada", "una melodía contada". Estas fórmulas combinan lo que tiende a contrariarse: significados que acontecen, historias que se cantan, melodías que se cuentan. Además, la poesía no es erigida en una materia natural, como el mármol o el metal, ni se la formula para los ojos o el tacto. Tampoco se la destina a los solos oídos o se la dota de significados dirigidos exclusivamente al pensamiento, sino más bien, a pensamientos que oyen y a oídos que descifran ideas. ¿Cuál es, entonces, el receptor del poema rítmico? El ritmo poético no afecta en particular, con sus aspectos materiales, a ningún sentido físico especializado, como hacen las otras artes, sino que actúa sobre el cuerpo animado y sensitivo en su conjunto. El sentido de sus líneas y estrofas no autoriza una interpretación que se independice del poema y que lo pueda sustituir. Sabemos por experiencia que hay poemas que hacen bailar o cantar o saltar o pensar; que ponen de pie y hacen caminar, o que hay que leer en voz alta y gritar. Nuestras respuestas al poema envuelven muchas reacciones combinadas que sobrepasan a la mera percepción del ver, o del escuchar o a la exclusiva actividad de pensar.

Para profundizar en el ritmo, leamos en voz alta un breve poema de Eliana Navarro. Se llama "La mesa roja" y dice:


Miente la flor vestida de congoja.
Miente la luz brillante
Sobre la mesa roja.
Miente la extraña música que se deshoja.
Miente, miente tu rostro,
tus ojos,
la dolorosa línea de tu boca,
¡miente!
Mentimos todos,
máscaras transitorias
en eterna farándula
junto a la mesa roja.

(Eliana Navarro, La mesa roja)

Me parece que el movimiento de este poema está medido por dos elementos: un par de rimas poderosas y simples y un par de ideas contrapuestas entre sí. La mesa roja rima primero con congoja y con deshoja, luego, más suavemente, con boca. Hay una tensión entre los significados de mesa roja, una cosa vibrante y luminosa y los deprimidos de congoja y deshoja; de manera que las rimas reúnen a contrapelo elementos distantes. Las dos ideas comprometidas son la vida y la muerte. Un equilibrio en el fiel exigiría que el brillo de la mesa roja apunte hacia la vida, pero el poema le asigna, más bien, la muerte que acongoja y lo que se deshoja. Entre las sonoridades y los significados hay una fricción que sirve al ritmo. La mayoría de los versos del poema denuncian equívocos: mayormente mentiras pero también una máscara que, como la mentira, sirve para ocultar.

En las doce líneas del poema se dice ocho veces que las cosas mienten o enmascaran algo. ¿En qué sentido miente la mesa roja? Simula vivacidad, plenitud de los sentidos corporales, en particular de la sonoridad acentuada por las rimas al comienzo del poema. Pero también la vida miente en cuanto esconde a la muerte, mientras sus colores distraen a los vivos. "Miente la luz brillante / sobre la mesa roja". "Miente la extraña música que se deshoja". La extraña música avanza hacia el silencio mientras trascurre bellamente en el tiempo, esto es, se mueve, como la vida, sin anunciar lo que prepara. "Mentimos todos'', dice el poema, porque "somos máscaras transitorias". El desenmascaramiento de las apariencias por la acusación de que mienten, atenúa las sonoridades de la segunda mitad del poema. Las rimas se ablandan y acaban por desaparecer. El ritmo del conjunto, en cambio, acentuará la intimidad entre lo que se muestra y aquello que esta apariencia oculta, la cercanía entre la vida y el mundo en su innegable esplendor, y lo que secretamente albergan en su interior. Es un ritmo que no se deja afectar por la contrariedad entre los significados. La mesa roja es la eficiente máscara de la muerte. La mentira solo engaña a algunos pero no al poeta, y a los primeros los engaña solo transitoriamente mientras forman parte de la farándula.

Tal vez los efectos que el ritmo poético tiene sobre quienes leen el poema no sea suficiente para convencerlos que se trata de una clase peculiar de ritmo. Tal vez podemos proponer algunas comparaciones directas entre ritmos diferentes para ver si se justifica caracterizar a la poesía por él. Pero, antes de comparar, es preciso fijar algunos rasgos elementales del ritmo del poema.

El ritmo que importa en la poesía no se deja tipificar o clasificar; el de cada poema es el suyo nada más y no es posible independizarlo de sus palabras, sus versos, sus estrofas ni del conjunto que con ellos forma. Respira en el todo y en sus partes con un aliento invisible, inaudible, pero notorio e incluso, imperioso. Manda leer el poema de cierta manera que excluye otros estilos de lectura y los hace incorrectos, equivocados. Su manera de hacerse presente en el poema suele ser la de confundirse con él. Se lo siente inmediatamente o más tarde, pero el ritmo siempre acaba corriendo de comienzo a fin y animando la obra. A veces asoma ya en el primer verso o en el díptico inicial. Como ocurre en este comienzo de San Juan de la Cruz:

Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
(Juan de la Cruz, Coplas del alma que pena por ver a Dios)

o en este, de Rubén Darío:

La tigre de Bengala,
con su lustrosa piel manchada a trechos
está alegre y gentil, está de gala.
(Rubén Darío, Estival)

Otras veces, en cambio, el ritmo necesita una estrofa completa para darse a sentir, o, incluso, el poema entero:

¡Beato sillón! La casa
corrobora su presencia
con la vaga intermitencia
de su invocación en masa
a la memoria. No pasa
nada. Los ojos no ven,
saben: El mundo está bien
hecho. El instante lo exalta
a marea, de tan alta,
de tan alta, sin vaivén.
( Jorge Guillén, Beato sillón)

Por estos y otros rasgos, el ritmo poético no debe ser confundido con el musical, que depende solo del oído y puede ser descompuesto en pequeñas partes homogéneas, en intervalos, en golpes o silencios medidos por el metrónomo. El de la poesía no es una función del elementó sonoro aislado, que siempre forma parte de ella; no procede, digamos, de las varias clases de rima o de la musicalidad de las palabras, sino que consiste de la corriente interna que corre por el poema desde que comienza hasta que termina pero que también puede anunciarse ya en el primer verso. Si queremos comparar el ritmo poético con un aspecto de la música diremos que corresponde más bien a la melodía, que es, como aquel ritmo, una manera de animación esencial de la obra, a la que habita entera, y que siendo única e intransferible, nace y muere con ella.

Por otra parte, el ritmo del poema no es repetitivo como los ritmos naturales, sino que posee un curso que se cierra o alcanza su perfección con el término de la obra. El ritmo del oleaje marino sigue y sigue sin descanso, sin jamás llegar a puerto. Parece no haber comenzado nunca y podría durar para siempre. No progresa, no madura, no arriba. El mismo carácter de la repetición insensata tiene la sucesión de las estaciones del año, el trabajo de las hormigas, los movimientos del tipo de los latidos del corazón, del crecimiento de plantas y animales, que se desarrollan, fructifican y mueren para que sus sucesoras recomiencen en seguida otra vez. El ritmo que alienta en el poema feliz, en cambio, va derechamente a su fin y lo alcanza una sola vez; se parece, en este sentido, a un destino trágico, que no tiene sino una sola oportunidad y no volverá a ocurrir jamás.

Es una sola hora larga como una vena,
y entre el ácido y la paciencia del tiempo arrugado
transcurrimos,
apartando las sílabas del miedo y la ternura,
interminablemente exterminados.
(Pablo Neruda, Las furias y las penas)

De manera que en el poema se cumple, gracias a su ritmo, esa convivencia de lo fugaz y lo duradero que llama tanto la atención en la poesía. Porque el poema está sometido a un aliento íntimo que lo recorre de principio a fin, resulta ser lo más fugaz, una carrera hacia la muerte. Pero debido a que el ritmo establecido en la obra no tiene igual, no se repite nunca y no se deja comparar con nada, sobrevive en la memoria y en las letras, es citado, aprendido y atesorado. Vive para siempre en su fugacidad y es esta durabilidad la que funda y alimenta la inmortalidad de los poetas.


 

Fotografía de Sergio Larraín



 



 

 

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