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REDUCCIONES De Cristian Cruz

Por Marco López Aballay
-escritor-




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Miro por la ventana del bus y me percato que algo mágico ronda en el ambiente, sin saber de qué se trata. Tal vez sea el continuo conectarse con objetos y símbolos que insisten en recordarme quien era: un niño dispuesto a soñar con todo lo que aconteciera a mi alrededor; una sombra en la ventana, un fuego a las seis de la tarde mientras mi padre espantaba los fantasmas del viento y el frío. Miles de imágenes que acompañaban mi caminar de pequeño viajero: Cabildo, Pedegua, Hierro Viejo, Chincolco, Petorca. Universos paralelos dentro de un cerebro inquieto de un pequeño de no más de diez años recién cumplidos, pues ahora viajo en ambas carreteras al mismo tiempo: la de aquellos años (¿1978, 1980, 1983?) y la actual (2019).

¿Qué ha gatillado este peculiar momento? Ya no me quedan dudas. Es la lectura de un poemario que cala hondo; poemas que transitan por los senderos de la nostalgia y de la muerte, del cual es imposible salir indiferente. Se trata de Reducciones, de Cristian Cruz*

La primera vez que lo vi a Cruz -en Rinconada de Silva- me pareció un fantasma envuelto en la niebla. Tenía trece años, vestía siempre oscuro y demostraba una personalidad rebelde. En esos años jamás imaginamos que los caminos de la literatura se encargarían de encontrarnos. Pero veamos ahora que nos trae este libro lleno de misterio.

Al abrir las puertas de Reducciones emerge primeramente un conjunto de poemas desparramados entre el polvo de la muerte y la tristeza. La escenografía se desplaza por carreteras, ciudades y cementerios de pueblos anónimos. En estos espacios decido instalarme antes de alcanzar la segunda puerta de este libro viajero.

Es inevitable sentir la bofetada de la muerte mientras avanzamos en el viaje de lectura; tristeza, oscuridad, noche, moribundos: realidades que nos esperan en algún paradero desconocido de la carretera. Poemas que a través de la ventanilla del bus parecieran teñir el paisaje de melancolía. Y deletreo verso tras verso, una y otra vez, en un ritual oscuro que me deja un agrio sabor en la boca. Y palabras como brevedad, instante, vacío, dolor, me hacen reflexionar y entender que estamos de paso por estos territorios incógnitos, donde la tristeza nos recuerda que finalmente lo que queda es un puñado de tierra sobre un cuerpo hecho trizas, pero que, sin embargo, vaya paradoja, deja un resquicio a la esperanza: alguien espera por nosotros al otro lado del jardín. Leamos:

La han sacado de la cámara oscura
sudando de tierra, bañada de un silencio 
de una canción que traspasa nuestras bocas
y nos hace cantar.

En el paradero La Ermita diviso un funeral y dan ganas de bajarse del bus. Deseo mostrarles -como biblia sagrada- las palabras de este libro que adivina el dolor y la desesperación del difunto oprimido en aquel cajón de madera. Pero bien sabemos que los hijos de la muerte sobrevuelan otros territorios, tanto o más celestes que los imaginados. Me persigno entonces, no sin antes leer un par de versos dirigidos en silencio a la multitud del cortejo: 

Dentro de la escena
una nube baja y se arrastra sobre el mármol
del otro lado unos labios desechos
cantan en el abismo.

En la plaza de Rinconada de Silva -lugar cercano a Putaendo- diviso la alegría de un par de niños -de no más de tres años- que corren tras un balón, escena que se asemeja a dos ángeles sobrevolando el planeta que gira y gira sin intención de detenerse. Alguien, que al parecer me reconoce, hace señas con manos temblorosas, pero no alcanzo a responder: un llanto de siglos impide que levante los brazos.

Más arriba, cerca del Cristo de madera, ingreso nuevamente a los pasillos de Reducciones y presiento que tal vez el próximo paradero sea el cementerio de Putaendo. Allí esperan los brazos abiertos de mi padre, quien dejó este mundo una tarde de mayo de 1997.

El polvo circundante, como una mortaja misteriosa, parece envolver nuestro trayecto. Sin embargo, adivino el rostro de quienes están del otro lado: parientes, amigos y seres amados vienen al encuentro. Entonces me disfrazo de muerto y en son de saludo les recito estos versos poderosos:

Yo te quisiera hablar de un viaje de regreso
de la casa de un amigo
copiosamente cruzábamos la noche
uno, dos, tres cuerpos tragándose a escorpión
que tiritaba en el vacío
mientras voy entrando en uno de sus cuerpos
para que me hables pausadamente del amor.

 

 

______________________
*El autor ha publicado Pequeño país (Ediciones Casa de Barro, San Felipe, 2000); Fervor del regreso (Ediciones del Temple, Santiago, 2002); La fábula y el tedio (Ediciones Don Bosco, Santiago, 2003); Reducciones (Editorial Fuga, Santiago, 2008); Dónde iremos esta noche (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2015).



 

 

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