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Pequeños Migratorios,
de Claudio Guerrero
Ediciones Inubicalistas 2014
Por Cristián Cruz
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Escapando de la ciudad para instalarse en la provincia, aunque Viña del Mar es una provincia de proporciones, Claudio Guerrero (Santiago 1975) continúa con su escritura y su poética, desde los umbrales de la casa interior. Desde su primer libro “El Silencio de esta casa” 2000, se han aparecido y abierto, un sin número de ventanas motivacionales en sus poemas. Sin abandonar la profundidad y la esencia contemplativa, sus poemas abarcan otros espacios, otros dramas humanos. Digamos que Guerrero asume un desencanto endémico para la poesía Chilena, la tristeza de lo imposible. Más que denuncias, son pequeños arponazos de la memoria, sutiles hallazgos bajo el fondo marino del corazón. Este embajador del desencanto (poético), trata de salir a flote con un puñado de joyas refulgentes que no son más que señales inequívocas de que el olvido, la modorra y la desidia, apagan y descabezan todo intento. Asumamos la decadencia reinante, la decadencia occidental que amarra toda forma de espiritualidad, y de eso no se escapa la poesía. Claudio Guerrero no claudica, no baja la bandera y realiza uno de sus mejores momentos poéticos, encarna uno de esos espacios abandonados por el discurso, la poesía personalísima que analiza y recrea el tono humano que nos ha abandonado. No se debe dejar de mencionar la nueva faceta minimalista del poema, lo preciso, lo justo para entregar una gran significancia:
Ten cuidado
-te dijeron-
todo lo que esa mujer toca
lo vuelve higuera
pantano.
Los niños hacen fuego.
Las letras de los diarios de vida chillan y callan.
Algunas hojas se reniegan y vuelan a ninguna parte.
Es de madrugada y todos duermen
Como la quejosa escalera de madera.
Con estos pequeños guiños, Claudio ha trabajado el poema en su máxima expresividad y acento en los finales. No se puede dejar de mencionar la segunda parte de este libro, segmento que nos devuelve hacia un mundo escondido, malamente silenciado, el bajo mundo de la tortura. Personajes que alguna vez estuvieron y que fueron arrebatados, desde sus íntimas convicciones hasta sus despojos humanos, de su trayectoria de vida; familia, hijos, empleo, barrio, y el Yo destruido. Guerrero alcanza vuelo máximo en esta sección titulada “Villa de las Ánimas” un símil a Villa Grimaldi, la odiosa muerte que nos visita de vez en cuando;
Estuve en Villa de las Ánimas
alrededor de cinco meses
me colgaron de las manos y los pies.
Sentí ratones mordiendo mi vagina.
Tengo mis pezones amoratados.
Me duele la espalda al caminar
M.U
Estuve en Villa de las Ánimas
un mes.
Mis hijos nada saben.
Tampoco mi nuevo esposo.
A veces me preguntan por qué lloro.
Les digo
porque estoy feliz
de tenerlos a mi lado.
J.D
De manera directa, abandonando los eternos recovecos o recodos del lenguaje, algo que suele enmarañar el poema, Guerrero, heredero sin lugar a dudas de la tradición literaria chilena, se asoma nuevamente a la barda para darnos estos poemas, pequeñas luciérnagas en el verano de nuestras vidas. Como un emisario regresado de un remoto tiempo, quien se quedó bajo un pueblo distante, abre la gran casa de la poesía para que seamos uno más dentro de la cofradía. Un poeta es una cosa fulgurante en la casa, por lo demás, no es un adorno, Claudio Guerrero ha generado su luz propia en estos Pequeños Migratorios, luz que comparte entre todos nosotros.
Entonces sucede hermano
de pronto entras a la iglesia
y ves a todas esas jóvenes rezando
cabizbajas
sentadas en el suelo
te enamoras
y deseas
los blancos pies asomados bajo las túnicas
los dedos de los pies apenas empolvados por la tierra.
Es eso
lo que pasa hermano
es que quisieras acariciar esos sagrados pies
desenfundar la capucha que cubre el rostro
encontrarse con una mirada de lluvia
y descubrir que bajo las telas celestes
se enciende
un cuerpo enclaustrado.