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NO ERA YO ESA PERSONA
(Cristian Cruz, Ediciones Inubicalistas, 2021)

Por Cristián Gómez O.




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El más reciente libro de Cristian Cruz (San Felipe, 1973) nos trae de vuelta a una conciencia escritural que protagoniza estas páginas, así como a la representación de un universo marcado por el desencanto y esa zona donde ni siquiera la palabra fracaso nos permite entender por completo la desazón del hablante y de aquellos que lo rodean.

Porque, dicho sea de paso, este libro no es necesariamente un libro sobre la soledad, sino más bien sobre ese fenómeno del que nos alertara Sartre hace siglos: “El infierno son los otros”. Página a página, Cruz despliega ante sus lectores una serie de viñetas en las que la interacción con los demás es vista a través del cedazo de la pérdida (la madre, por ejemplo, que pierde la memoria, el poeta que pierde, o al menos pone en peligro, su tenue contacto con la realidad saltando en benji, la casa y/o la familia, como se ejemplifica en “Los bolsos para qué sirven?”), sin que se vislumbre la posibilidad de encontrar una salida ante tales carencias.

No deja de ser digna de atención la mezcla que ofrece Cruz en este libro: por una parte, una marcada tendencia a subrayar cómo se despliega ante el lector el proceso de escritura del poema, a la cual se suma la ya mentada crónica del desafecto y, en suma, de la negatividad. En el prólogo que escribe para el volumen, Sergio Mansilla señala con lucidez que estos dos aspectos del libro se conjugan en armonía para dejar en claro cuál es la dinámica central de No era yo esa persona: por una parte, los incontrarrestables efectos de la fractura cotidiana, por otra la escritura como única salvaguarda ante los conflictos que plagan su vida diaria. Porque eso es lo único que el poeta no puede dejar de hacer, escribir. De alguna manera, al testimoniar/escribir el poeta Cruz ofrece el único tipo de solución que puede encontrar ante la imposibilidad de solucionar tales conflictos, a saber: una resolución simbólica de ellos cuya expresión es el poema.

Si lo anterior parece una simplificación del análisis de Jameson en The Political Unconscious, habría que decir en nuestra defensa que si toda narrativa es un acto simbólico -y en la poesía de No era yo esa persona hay un relato-, en la lírica de cualquier poeta chileno de comienzos de este siglo hay, a nuestro parecer, una serie de nudos gordianos que pujan por una salida, cualquiera que esta sea. Las tensiones propias de una realidad social que permean el acto de la escritura, fuera de las vicisitudes propias del ámbito personal, el contexto que rodea al autor y resulta inescapable, la intrascendencia de ese mismo contexto que aparece como único horizonte, son, entre otros, los puntos de anclaje que forman el telón de fondo de aquellos que escriben en estas condiciones.

Cruz, por su parte, en esta dialéctica entre realidad y deseo, que tiende a definirse a favor de la primera, aun cuando se insista en tratar de botar la muralla a punta de cabezazos y/o poemas, Cruz, decíamos, propone un examen de la escritura que no sólo intenta desentrañar los vericuetos de esta última, sino que también se convierte en un sostén ante la imparable marea de lo cotidiano.

Dice Sergio Mansilla: “Escribir poesía en esta escena es una ‘batalla humana’ por ganar algo de espacio propio, algo de libertad incontaminada, así no sea esta victoria un puro acto de discurso, como el acto de escribir poesía, el que, en la atmósfera poética de Cruz, no es sino la práctica de leer/escribir el poema que está debajo de la prosaica superficie del existir cotidiano”. Nosotros, sin ánimo de caer en juegos de palabras, nos atreveríamos a decir que esa prosaica superficie del existir cotidiano es el poema, por lo menos en el universo de Cruz.

¿Cómo se enfrenta el poeta a esa prosaica superficie?, ¿cómo se convierte esa prosaica superficie en el poema? Ya lo esbozamos antes: la conciencia de la escritura, la atención puesta en todo aquello que conlleva escribir. Véase, por ejemplo, este breve poema, “Ejercicio”:

Me cuesta escribir
como me cuesta el aseo de la casa,
el poema comienza a nacer, y no sabíamos
/que estuvo días posando en la repisa,
a punto de caer y romperse como un cenicero
/o un gato de porcelana.


Logra el autor un equilibrio envidiable entre la (auto) reflexión y los hechos más pedestres y, al mismo tiempo, iluminadores. Federico Schopf hablaba de “iluminaciones profanas”, al referirse a la presencia de lo numinoso y lo secreto en la poesía de Gonzalo Rojas. Tal vez podríamos decir algo semejante de estos poemas de Cruz, en la medida en que el desasosiego que prima en estos textos ofrece a ratos la posibilidad, aun cuando escasa, de trascender aquel sentimiento.

Quisiera llamar la atención sobre tres momentos de autoafirmación –hay más– que abren la puerta a una mirada distinta. Uno de ellos es el poema “Estilo”, para mí un sampleo de un poema homónimo de Charles Bukowsky, “Style”. En ambos poemas la reivindicación del estilo como actitud vital, es un intento por recuperar espacios que la trama del día a día ahoga en su propio peso.

Otro es el poema “Cuota de pesca”, donde encontramos una declaración tal vez más explícita por parte del hablante en torno a cómo enfrentar los obstáculos que la situación (hogareña, laboral, etc.) le presenta:


“el estilo es la resistencia;
/estética de las olas dando en los roqueríos”

Es interesante ver cómo estos versos evocan el poema anteriormente señalado, pero es igualmente interesante el tema de resistir, resistir a través de una estética que es un continuo ir y venir, una estética (o una poética) de la insistencia cuyos resultados, sin embargo, difícilmente ofrezcan una modificación en el paisaje, en tanto los roqueríos permanecen impertérritos ante el oleaje.

Dejo para el final otro momento que nos deja entrever, en “Al (bello) alucinar de esta manera”, uno de cuyos versos le da título al libro, la posibilidad de que la escritura también albergue un humor (un humor doloroso, quizás) que ante el peso de las circunstancias sirva como un antídoto. “Al (bello) alucinar de esta manera” nos presenta el relato de un quiebre de pareja, a partir de una anécdota que se origina en un lapsus, un desliz lingüístico que delata los fallos de la memoria. Imposible no notar que el título nos refiere al libro de Lihn de 1983, Al bello aparecer de este lucero, donde la pasión erótica, triunfante y derrotada, pero indiscutible en su arrasadora vitalidad, ocupa el centro de la escritura; no hay destellos de aquello, sin embargo, en el poema de Cruz, sólo una mirada cómica e irónica sobre los devenires de esa lengua cuyo desliz se desliza, finalmente, hacia la poesía.

Valga anotar que el mismo título del libro de Lihn es una cita de un verso del poeta español Fernando de Herrera (1534-1597), escrito a propósito de su encuentro con Doña Leonor de Milán, condesa de Gelves. El ideal neoplatónico de la época permitía que esta relación sin destino se mantuviera dentro de los límites de las costumbres de palacio. Sobra decir que nada de eso, tampoco, se encuentra en la poesía de Cruz, pero el hecho de que sus ecos resuenen en ella, no hacen más que incrementar la valía de esta última.

 

 

 



 

 

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