Cristian Cruz, nacido en San Felipe en 1973, publicó su primer libro a los 27 años, edad en la que algunas de las legendarias figuras del rock eligieron abandonar este mundo y seguir brillando más allá del tiempo y el espacio. Sin embargo, Cruz no formará parte del célebre "club de los 27"; sus destellos y fulgores están reservados para una constelación menos popular, una que lo impulsa a seguir acechando la realidad: la constelación de Calíope, musa de la poesía. Son los años del nuevo milenio: se anuncian virus informáticos capaces de inutilizar los electrodomésticos, profecías apocalípticas, Eminem, Britney Spears resonando en los parlantes y, desde nuestro humilde lado del orbe, la contienda entre Lagos y Lavín. Es el comienzo de una vorágine irrefrenable que, en un abrir y cerrar de ojos, ya ha durado 24 años. Así ha sido este casi cuarto de siglo: fugaz e inmediato.
En pleno cambio de siglo, Cristian Cruz publica “Pequeño país” (2000). Será el inicio de un tránsito escritural que a la fecha le ha permitido explorar diferentes rutas. Si el camino de la escritura fuera un viaje en carretera, “Una bella noche para bailar rock”, antología poética publicada por Editorial Aparte (2024), sería un compilado de fotografías polaroid, perfectos fragmentos ordenados para comprender su derrotero.
El viaje se organiza cronológicamente en tres momentos. El primero, titulado Vieja escuela, alberga textos publicados entre los años 2000 a 2008. Son escritos donde la naturaleza y sus elementos cobran vida, adquiriendo una dimensión divina: el viento, la luz de la mañana y la imponente montaña, entre otros, son invocados por el poeta, como puede observarse en Plegaria de la tarde (p.12). Este poema está cargado de movimiento y permite sentir la proximidad de la noche, la brisa jugueteando con la copa de los árboles, una solitaria moneda que brilla bajo el agua, todo ello mientras la pluma de algún ave desciende lentamente del cielo. Lo interesante no es la carga cinética del texto sino la ejecución de una pequeña maniobra: estas imágenes construidas por Cruz nos transportan a otro espacio, uno donde los amigos arruinados por las deudas se entrometen en la contemplación del hablante, quien rápidamente vuelve a su ejercicio, interpelando al lector: “mirad el espléndido brillo de una moneda lanzada al agua / el último giro de una pluma que se despide del cielo”.
Es un cotidiano que permanentemente se entromete en la actitud contemplativa del hablante, como queda graficado en Por la cerradura pasa el invierno (p.14): “La mañana glacial no puede con la camisa en cordel, / solo yo me deshago en el follaje / con un gato tendido en las piernas”, escribe Cruz. La soledad se percibe en este primer apartado como un elemento que favorece el estado contemplativo del hablante. El paisaje circundante es el que dialoga con el poeta, quien declara en Nada me trae el tiempo (p.16): “Todo es un manifiesto de las cosas / ellas no hablan si no guardamos silencio / no se desnudan si nos creemos más ágiles / que la rotación de las cosechas”. Se evidencia también en esta etapa una suerte de declaración de intenciones, plasmada en Lámparas huyen de nosotros (p.17) con los versos: “Uno es el iniciado que intenta sobre las montañas / y siempre vuelve al principio / Entonces, a quién estas líneas? / Para la provincia que causa risa si la colocas en el poema, / a sus lámparas huyendo de nosotros”. Lo territorial, plasmado a través del sol incandescente del valle y la cordillera visible desde el Valle de Aconcagua, se integra con honestidad y autenticidad en estos primeros poemas.
En los siguientes apartados, titulados Fábula del bandolero y La aldea de Kiang después de la muerte, es posible identificar un giro. La voz del poeta se impersonaliza, conectando en ocasiones con la poesía épica y coqueteando descaradamente con el tono de la poesía china. Cruz se permite experimentar y modificar su estilo, transfigurando en Fábula y el tedio (título original de donde se extraen los poemas que integran el apartado de similar nombre) al escritor Enrique Volpe, devenido ahora en bandolero que transita hacia la muerte en su carreta, cual Caronte cruzando el Estigia. Modifica el estilo, pero se mantiene fiel a sus principios; el territorio aparece desarrollado a través del imaginario campesino, y la obra huele al campo profundo, al sabor mismo del polvo, a pólvora y a cazuelas servidas con “cariño” en esos páramos. Su poema Emboscada (p.31) es quizás el mejor ejemplo: “Es una carreta triguera tambaleándose en el camino. / Su choco respira por toda la provincia / el botín queda en casa de las perversas / donde toda caricia amansa el miedo”.
En La aldea de Kiang el procedimiento es diferente. El mecanismo –declarado en la misma obra– es la paráfrasis; a través de ella, Cruz amplía y resignifica la aldea de Kiang y plasma de forma definitiva algunas de sus más frecuentes obsesiones: el paso del tiempo, la muerte, el olvido y su contraparte, la memoria. En La aldea de Kiang, para Cruz, la verdadera muerte es el olvido, y la única forma de salvarse de ese hado trágico es mantener vivo el canto a la aldea. A mi parecer, esto comulga armónicamente con la declaración de principios del poeta, manifestada previamente en sus proyectos anteriores. La aldea representa el territorio de enunciación, que no solo lo desafía a representar su geografía desde la inspiración visual y la contemplación, sino un espacio literario que pueda dialogar tanto con las tradiciones como con su propia identidad. Tanto en Fábula del Bandolero como en La aldea de Kiang después de la muerte, esta antología nos ofrece una mirada panorámica de la visión y aspiración de Cruz al abordar la provincia, la aldea o el territorio como un referente ineludible en su proyecto poético, donde apuesta a abordarlo explorando distintas formas de representación.
El último segmento de la antología, titulado Camada actual, explora los textos creados entre 2015 y 2024. En este conjunto se evidencia por parte de Cruz un cambio en el estilo. El poeta se acerca a las experiencias cotidianas, distanciándose de la naturaleza y asumiendo una perspectiva más profana de la realidad circundante. Así, temáticas como la muerte o el paso del tiempo, muy presentes en los primeros trabajos del escritor, regresan en esta etapa ahora a través de diversos vínculos afectivos: el padre, los hijos, la pareja y los amigos surgen como protagonistas de los instantes que se representan. Cruz parece decirnos que la poesía nos habita, impregnando nuestro quehacer: armar un bolso antes de un viaje, sacar la basura, conversar con una mesera en un restorán; son actividades simples que operan como plataformas gatillando una mayor reflexión. Del mismo modo, experiencias vitales como la muerte del padre o el fin de una relación de pareja se transforman en experiencias reformadoras para el hablante. Poemas como He perdido el trabajo (p.70), Cómo miro por la ventana (p.80), Lista de almacén (p.83) y el célebre Una bella noche para bailar rock (p.66), texto que da el nombre a la antología, son ejemplo de lo expuesto.
Mención aparte merece la carga metapoética de esta última etapa. Cruz crea una ramillete de textos que exploran su visión ya madura del trajín poético. En Qué es esa cosa extraña (p. 75), La trama (p. 78), De cómo miro por la ventana (p. 80), Proceso (p. 88), Poema crítico de comienzos de siglo (p. 93) o Asunto de fe (p. 94) atestiguamos la maduración del poeta respecto de su actividad. Frente al estado permanente de alerta que exige la poesía, Cruz se muestra sensible a todas las experiencias circundantes. El poeta no espera que sean las cosas o la naturaleza a quienes le hablen; abre su percepción mediando con el ambiente. La poesía de Cruz es, en definitiva, la poesía de las tensiones, una tensión que se experimenta en la sintaxis, en los silencios, en la reverberación de sus textos y cuya intención queda explícita en el poema Como un loco que se lanza en Benji (p.90).
Para finalizar, agradezco a Cristian por permitirme hablar de este casi cuarto de siglo de poesía publicada. Las antologías de autores son como hitos que certifican una mayoría de edad poética, un punto de término a la ficción del “poeta joven” que se extiende como un arquetipo sin fecha de caducidad. Aquí se ha cristalizado el tránsito de un poeta que, en su madurez, sigue bailando con la poesía como quién baila rock una bella noche: con energía inagotable y el ímpetu de quien sabe que cada poema es una sacudida que revive lo profundo y nos invita, a todos, a bailar.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Presentación “Una bella noche para bailar rock”,
Antología poética de Cristian Cruz.
Jueves 7 de noviembre de 2024 / VALPARAÍSO PROFUNDO.
Por Claudia Jara Bruzzone