Entrevista al poeta chileno Cristian Cruz:
“Por más triste que suene la música, el poeta debe hacerse cargo de su coreografía”
Por Giovanni Astengo Publicado en Periódico Carajo, 19 de julio 2021
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Con Cristian, desde San Felipe, trazamos una cartografía de su obra y sus preocupaciones poéticas, como lo profundo que se puede encontrar en el gesto más nimio y cotidiano.
—Leyendo textos de tus primeros libros, como “Pequeño país” o “Fervor del regreso” descubro referencias de la gran poesía Lárica chilena o mejor dicho una renovación de esa tradición Tú naciste en San Felipe, una ciudad más bien provinciana ¿De dónde surge esta búsqueda temprana y ese lenguaje más anclado en lo contemplativo y nostálgico? —Anteriormente he tenido que contestar esa interrogante. Esa poesía me buscó, o digámoslo de otra manera, me uní a esa forma de ver y escribir la poesía. Podría citar la frase que me gusta y me representa “cuando mis lecturas se unieron a mis raíces” de Seamus Heaney. Él planteaba que uno de los impulsos para concretarse como poeta y saber que has elegido tu mejor forma de hacerlo, es a partir, valga la redundancia, de una base poética en el tema de lecturas. En este caso el mundo del Lar, ya formalizado y contenido en el aquel notable ensayo de Teillier, “Los poetas de los lares” otorgaba ciertas actitudes que estaban personificadas por ese ambiente humano que eran precisamente los poetas que Teillier cita. Léase; Barquero, Cárdenas, o el postergado Sergio Hernández, entre otros. Ellos se transformaron en una fauna exuberante de lectura y aprendizaje. Me planteas que he nacido y vivido en una ciudad provinciana, y claro, es una aldea urbana que no tiene comparación con las grandes urbes. Y debo agregar que no vivía precisamente en el centro de esa ciudad, más bien en una aldea verdaderamente. Entonces el paisaje y las montañas eran o son los elementos con los que convives. Debo aclarar eso sí, que ostento doble nacionalidad o doble patria; la gran urbe y la aldea. Parte de mi niñez y de mi adolescencia las viví entre el Santiago marginal o de las cunetas y la pequeña ciudad de San Felipe, o más bien dicho en el Valle de Aconcagua. En ese Santiago de fin de los setentas, recuerdo la avioneta que lanzaba poemas sobre los cielos de Macul. Mi papá y mi mamá no entendieron nada y yo no sabía leer. Ese podría ser un primer acercamiento a la poesía, que, por cierto, sólo provocó una cara de “qué es esta huevá” en el semblante de mis padres. La cosa es que viví desde el 84 hasta el 89 en Cerro Navia. Peluda la cosa, brígido desde el punto de vista de la convivencia, pero instructivo para darte cuenta que la dictadura era el peor mal que había llegado para quedarse. En esa zona de pobreza urbana y social, me hice de amigos cuyos padres eran del Frente Patriótico, y caché lo que era correcto en términos políticos y quién era el enemigo del pueblo. Todo lo anterior me otorgó una mirada respecto a lo que tenía valor o estatus poético en ambos terrenos, la ciudad y la aldea, por decirlo así. Al principio primó lo nostálgico y una vida ligada a lo bucólico. En la provincia comienzo a escribir mis primeros poemas. Esto último tiene que ver o se condice con la llegada a San Felipe del entrañable poeta Ricardo Herrera, quien trae una carga muy simbólica de la poesía de los Lares y sus expositores. Eso refrescó el ambiente para quienes creíamos que Neruda y Mistral se tragaban todo.
—El hombre de la ciudad piensa que se ‘mezcla con el Pueblo tan pronto condesciende a entablar una larga conversación con un campesino”, Escribió Martin Heidegger en “¿Porque permanecemos en la provincia?”, y esta cita me ayuda a contextualizar un libro, donde tu actuaste como editor “Felices escrituras (Poetas chilenos pensando una provincia) ¿Cómo es posible pensar la provincia, en tiempos donde todo confluye hacia el centro, hacia las grandes ciudades? —En estos momentos respondo tu pregunta en medio de las montañas de un pequeño Vallecito del Valle Grande del Aconcagua. Se trata del Jahuel. El poeta Bruno Cuneo escribió un libro llamado Jahuel, un bello libro de poesía, por cierto. Desde siempre se pensó que para ser poeta, suponía trasladarse a Santiago. La mayoría de los poetas se trasladaba desde el Sur. Pero los tiempos cambian y se corre el eje de este fenómeno de ser poeta. Ya ves tú las editoriales de territorio, las revistas situadas desde un lugar, sellos, grupos literarios, etc. Creo que esta nueva forma de quedarse en el territorio, representa un orden de época. Debería citar sin lugar a dudas “Los territorios Invisibles” de Felipe Moncada, “Sentido de Lugar” de Sergio Mansilla. Ambos son trabajos para restituir un territorio poético al estado más global del asunto. Las “Felices Escrituras” plantean un coro de voces supuestamente en estado de destierro. Algo así como otorgar tensión al centro. Pero no es así, los poetas que hablan allí, son poetas con una vasta obra, con una sólida conciencia de lo poético, sin necesidad de trasladarse a buscar algo al centro. Por qué, ¿qué se puede encontrar en ese centro? Me quedo con la figura que plantea Moncada o Mansilla en sus sendos ensayos; “Cualquier punto podría ser el centro en este entramado de voces”.
—Leyendo “Dónde iremos esta noche (Ediciones Inubicalistas, 2018)”, siento que es una escritura mas suelta, cotidiana y por decirlo de alguna manera, más “fresca”, donde se encuentran claves más narrativas en los textos que configuran el libro ¿ Cómo opera está forma más de relato y configura un mundo, que podríamos denominar en desamparo, pero con pequeños retazos de luz y salvación en el cotidiano? —Ese libro es el punto de inicio de una nueva forma personal de escribir la poesía. Sin las claves supuestas de una cosa literatosa para enfrentar el fenómeno del poema. Nace a partir de concordar esa mirada zen que tiene lo Lárico y los hechos cotidianos sin adornos preciosistas. La narratividad para todo lo anterior es elemental. Hace años me encontré con una tradición poética anglosajona. Todo eso gracias a las traducciones de poetas chilenos como; Uribe, Roa, Rioseco, que hacen de esa lectura un traspaso elemental para nosotros, los poetas de una sola lengua. Desde esa oportunidad, pude caer en los poetas norteamericanos; léase; Ginsberg, Carver o Creeley, entre muchos otros. En esas voces ya se planteaba una decadencia del ambiente social, de una atmósfera de fracaso de sus componentes más sencillos. Y cuando digo sencillos me refiero a esos personajes de simple reparto que son los miembros de una familia, o el repartidor de gas o la vendedora de una tienda. Tal forma de mirar el asunto de vivir, había sido formulado en la poesía por estos autores, hace unos cincuenta años atrás, la sociedad diezmada en sus valores y sobrepasada por el mercado, lo neoliberal, el dinero. Entonces como somos una sociedad en pleno proceso de mercado y abuso, Chile es una casa piloto para experimentar tal fracaso, en poesía por supuesto. Como ves, tal forma de vivir es un desafío diario. Me dediqué entonces a discernir en la poesía, el problema de vivir así, tan arrojados a los despojos, tan víctimas de antivalor de dinero. Como casa piloto del sistema neoliberal, los poetas pasamos a convertirnos en el híbrido escritural de una época, y la prosaica vida en si misma un problema a destrabar. La poesía puede dar cuenta de tal fenómeno. En cuanto al tema de la narratividad, los hechos más inusuales pasan a formar parte del entablado en donde se baila día a día. Por más triste que suene la música, el poeta debe hacerse cargo de su coreografía.
—Tu último libro, publicado este año “No era yo esa persona”, donde tú mismo defines en un texto, esta relación entre poema y narrativa o el hablante se refiere a cosas tan cotidianas como un limpiador fragante de pisos “Mis manos huelen a Poet/ y el poema nace” y un sin número de referencias a lo doméstico, pero que sin embargo, constatan una realidad bien profunda en realidad ¿Con qué autores o libros, podrían conversar estos textos? —Pienso que este libro es un contrapunto para determinar la voz con la que me muevo diariamente y la voz con la que otros se conducen. Ambas cosas funcionan para que el poema sea. Miro la vida con un tono de teatro. Mi esperanza es que este tono se desplace para convivir con todos los autores que te he citado y con los que no he citado. Es válido hacer de nuestra zona poética el poema. Me refiero a que mi pasar por este mundo tenga un carácter poético. Una forma de sanarse de la neurosis colectiva. Estamos en una sociedad al borde, entonces todas las formas de lucha sirven.
—Cristian, como has vivido las cuarentenas y el toque de queda en San Felipe, a que libros, autores o música te has acercado? —Bueno, creo que el sistema ya nos tenía por las cuerdas. Vivíamos y vivimos en un mundo de abusos, es así. Salimos de una dictadura y tuvimos que vender nuestra alma al diablo, que en este caso es el dinero. Entonces nunca nos enseñaron a sentir y sentirse libres. Luego se vendría la revolución de octubre, o la primavera de octubre, y se justifica el camino derechito al encierro. Y después la enfermedad que ataca la psiquis y el cuerpo de los más débiles. Entonces como que el pueblo ya estaba acostumbrado a esto y en lo personal me siento uno más de ese pueblo. La lectura se ha intensificado, y la música siempre es la misma, desde Víctor Jara a Espineta, desde los Inti a tibetanos desconocidos.
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Entrevista al poeta chileno Cristian Cruz:
“Por más triste que suene la música, el poeta debe hacerse cargo de su coreografía”
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