“Desde la casa incendiada tomo un tizón y escribo este chorro de luz después de todo”
C. C.
Cuatro estaciones o etapas de la obra de Cristian Cruz (San Felipe, 1973) recorre esta antología poética preparada criteriosamente por Lucas Costa (Santiago, 1988), quien va a tomar el nombre de un poema emblemático del autor para titular el arqueo como “Una bella noche para bailar rock”.
La primera parte se llama “Vieja escuela (2000-2008)”. Aquí el poeta instala —desde un principio— los motivos fundamentales de su canto; a saber, por un lado, las cosas desechadas, maltrechas, aquello que se abandona en un mundo semirrural que padece los embates de la modernidad, dejando a su paso muñecas destrozadas flotando en el agua, nidos en el suelo, ancianos moribundos y la ciudad llena “de pensiones / y amigos endeudados”. Pero, al mismo tiempo y como segundo tópico, sobrelleva las penurias con esperanza, con fe en la dignificación de fracaso, de las ruinas que deja a su paso; en este sentido, el poeta va descubriendo pequeños destellos de luz donde aferrarse para no sucumbir, y ahí aflora la poesía como tabla de salvación en el naufragio: “Derrotados del mundo: / mirad el espléndido brillo de una moneda lanzada al agua, / el último giro de una pluma que se despide del cielo”. Ahí, en esa delgada línea entre la realidad pavorosa que contamina la comarca y el asombro de “alguien que enciende su luz nocturna” aflora la secreta belleza que nos conmueve en estos poemas iniciales de un poeta de provincia.
Cristián Cruz
En el segundo apartado, “Fábula del bandolero (2005)”, Cristian Cruz viajará al fondo de “los dominios perdidos” en busca de respuestas existenciales, rastreando las huellas donde afirmar una identidad que tambalea y se desperfila: “En una carreta debe ir Enrique Volpe seguro con su revólver / para enfrentarse a forasteros con aliento a pólvora”. Así, tras epopeyas y leyendas, pronto se aleja de la urbe globalizada por la ley de la oferta y la demanda, la misma que nos quiere imponer una cultura light sin gusto a nada; el poeta “ante el panorama inmenso” se adentra por huellas ariscas hacia la desnudez de lo arcaico que aún perdura en los antros del Aconcagua, y se sienta a conversar con arrieros y bandoleros, en una actitud de arraigo donde no se desecha lo rural como material poético. Aunque los abismos cuentan que los cuatreros fueron cayendo uno a uno -“Te cercaron en medio de la floresta, / historias y fogones emprendieron la retirada. / Asomaron decenas de cañones, / la vendetta venía por ti; / siempre vino en las ancas de tus mulares”-, sin embargo, el poeta de San Felipe encontró en la naturaleza cerril y en su drama humano una veta inagotable para crear su arte poética.
En el cuerpo que sigue —“La aldea Kiang después de la muerte (2007-2018)”— el hablante nos pasea por los reinos de la gran China milenaria donde medita desde una taberna o “restorán sencillo” de su pueblo natal, creando una notable fusión de edades, culturas, inquietudes y certezas donde constatamos que el hombre y antiguas civilizaciones de otras latitudes perseveran desde antes que nosotros en algunas cuestiones simples y esenciales, como volver al lugar de origen, por ejemplo: “Después de vagar por el averno, el muerto vuelve a casa”, algo así como el eterno retorno al paraíso perdido, a entonar canciones pasadas de moda sólo por compartir, sólo por sentir que aún estamos vivos, que aún nos queda aire en los pulmones como para dar otra vueltecita por los contornos del hogar, del lar, cuna y arranque de la sabiduría: “Queremos que vengas a nuestra casa, / dijeron los más pobres de la aldea. / El muerto sorprendido echó a llorar y arrastró su túnica hasta allí”. Interesante este conjunto de poemas porque nuestro autor mira hacia otras latitudes en búsqueda de certezas antropológicas que le permitan rescatar su humanidad frente el acoso fundamentalista del necroliberalismo: “Pero ustedes siguieron cantado por mí, / levantando el vino cada vez que caía una estrella. / También los animales en el corral querían sentir mi mano en sus cabezas, / labrar los campos abandonados”. No está de más recordar que los diálogos del que regresa a la aldea junto a su familia, amigos y lugareños son, al igual que en “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, entre personas fallecidas hace ya muchos años: “Oh, mi choza calcinada, / aunque estamos muertos te habitamos susurrando”. Así, la poesía parafraseada de Tu Fu, escrita en el siglo VIII dC, viene a darle consistencia y un vuelo más universal a la escritura —ese "generoso idiolecto poético”, según Bruno Montané— de Cristian Cruz. “La muerte no derribará nuestro canto”.
Por último, en el cuarto segmento, “Camada actual (2015-2024), el poeta, con un bagaje literario bastante más sólido y consolidado se adentra en los vericuetos de la ciudad moderna y de la literatura nacional desde una doble marginalidad, tanto geográfica, dada su condición de provinciano insobornable, nieto e hijo de costumbres sencillas con raíces campesinas profundamente arraigadas en su imaginario —“Fui al centro de la ciudad a revelar unas fotos / en que estoy con mis hijos en la montaña”—, como así, también, tomando una posición sociopolítica y cultural contestataria, a contrapelo, porque asume conscientemente una mirada crítica desde la periferia, lejos de los círculos de poder e influencia, sin caer en el panfleto ni nada que se le parezca -“Yo solamente iba pasando por el borde de la imagen”-. Es, a mi parecer, en este apartado donde la poesía de Cristian Cruz se despliega en su mayor envergadura, creando una propuesta escritural que se yergue como una de las más interesantes del país.
Lenguaje coloquial, impronta de una poesía vital, testimonial casi, escrita a flor de piel en el lugar de los hechos -“El poema es la trama que está sobre nosotros sin darnos cuenta”- que es, en definitiva, la escritura de los clásicos que decantan en el texto la palabra justa, directa, cotidiana, llana, no exenta del rigor estético, que va por la página en blanco creando imágenes y con ellas una nueva realidad, o más bien subvirtiéndola, trastocándola, con una persistencia de orfebre, de minero, de recolector de cochayuyo, de profesor de castellano en un liceo público, con la esperanza, siempre con la esperanza, de rescatar lo noble, lo entrañable, lo que conmueve de la inmensa humanidad. “El estilo es la resistencia: / estética de las olas dando en los roqueríos”.
Esta poesía me confirma la real valía de los momentos (in)significantes que se hacen trascendentes bajo la mirada atenta de un poeta que coge la hermosura a manos llenas, independiente del lugar que se halle —“pienso en los caminos terrosos de la provincia”—, cuando el humilde asombro empieza a transformar los objetos grotescos en maravillosos —“Suena tu alma azul”— y las personas indiferentes, lejanas o muertas se nos hacen vecinos, hermanos o compañeros de lucha —“Los ancianos de la aldea, / aquellos que vi morir y que enviamos barca abajo por el río. / han brindado una cena en mi honor”—.
En la medida que abrimos el “entendimiento” a las palabras verdaderas, neologismos, vocablos crudos todavía, nos acercamos a esta poesía donde todo se expresa en silencios llenos de gestos que maduran en espera de la hora propicia —“Mis poemas no se han dado cuenta que están viejos”—, entonces, los pájaros y los grillos, como si fueran monjes trapenses, acompañan al poeta en ese instante inédito, original, insondable, donde se conecta la tierra con los sueños, y viceversa: “Qué mejor que tu cara sea el cielo”. Así, a su manera, el hablante logra captar soplos, sombras veloces y fugaces, relámpagos cargados de humanidad y, antes que la niebla empañe las ventanas de sus ojos, entrará en diálogo con el padre ciego en su lecho de muerte, con la hija pequeña que patina en la plaza del barrio, con un chofer de carroza que lo invita a escuchar rock, en fin, con esas “vidas mínimas” donde resiste el pequeño resto de humanidad que deambula al desgaire por tabernas, sitios eriazos, calles oscuras, carreteras... En ese encuentro, muchas veces casual, el bardo aconcagüino, como si estuviera en el Tíbet, logra rescatar de las cenizas del tiempo y la distancia “un ángel o un cisne, / como esa luz que se apodera de la cima y la abandona / todas las tardes, una y otra vez”. Poesía necesaria, oportuna, sincera, la que nos regala Cristia n Cruz, quien tiene toda la autoridad del mundo -del mar, del valle y las montañas- para exclamar: “Tengo las patas en el barro, / pero puedo mirar las estrellas”.
Talca, Viernes Santo 2025.
Poemas de "Una bella noche para bailar rock", de Cristian Cruz
Se acerca a la reja de la cancha y me dice: ¿Qué figura . . . . . / quieres que haga; el ángel, el cisne (aunque ese me cuesta
mucho) o la paloma hacia atrás?
Me gusta el ángel, pero realiza lo que quieras mostrarme.
Entonces abarcó toda la cancha,
de una esquina a otra; pensando quizás cómo sorprenderme.
Al rato se acercó a la reja y me pidió la botella con agua.
El día había estado nublado y frío,
de pronto una luz naranja rompió en las cordilleras nevadas . . . .. . . . .. . . . . ./ que están sobre el valle.
No sabemos lo que haremos más tarde . . . . ./o cuál será el desenlace,
la brisa comienza a amoldar nuestras mejillas,
y quizás es hora de volver a casa.
Espera, espera, déjame realizar otro intento.
Claro, inténtalo toda tu vida; ser un ángel o un cisne,
como esa luz que se apodera de la cima y la abandona . . . . . . . . ../ todas las tardes, una y otra vez. . . . . .
Tan poco usual
Un coreano del Norte abandonó su trabajo . . . . . . . . ./de poeta en la corte de Kim Jong-un.
Esto pasó cuando leyó El gran Meaulnes.
La literatura logra su objetivo; el emperador se . . . . . . .. . . ./quedó sin poeta.
Escuché esta historia en una fuente de soda . . . . . . . . ./de Estación Central.
Un bello relato, una cadena de favores,
por qué no lo hiciste un poema?
Pero mi acompañante no lo vio de esa manera.
¿A cuántos le habrá ocurrido la vida de esa manera?
Yo leí el Gran Meaulnes a los 20 y no me . . . . . . . . . . . . . .. . . ./escapé de nadie,
me quedé filtrando hasta el día de hoy.
¿De quién escapas ahora mismo?
Cuando la gran cadena de hielo se ha roto, y te . . . . . . . .. ./ hundes y sales a flote?
El otro día no más, pude cruzar la noche . . . . . . . . ./con mi Ivonne de Galais de cincuenta años.
Ella vive en la población El Esfuerzo al poniente de la ciudad.
Entonces fui mi emperador y el gusano que huye de la isla.
Nadie sabe de nosotros compañera;
como un glaciar que se triza a media noche . . . . . . . . ./ y deja la fractura flotando.
Circunstancias de un hombre muerto entre el velador y la cama
Un hombre que arrienda piezas a otros tipos . . . . . . . . ./tan o más alcohólicos que él.
Uno de los arrendatarios lo encontró torcido y . . . . . . . .. . . ./ en calzoncillos entre el velador y la cama.
Se llamó a la policía, brígido,
entre el velador y la cama de este hombre que . . . . . .. . . . . . . ./ había tenido una mujer e hijos;
una familia que rodó varios kilómetros por una . . . . . . . . ./ pendiente hace muchos años.
Doblado en el sillón todas las noches,
arrendando piezas al fondo de la casa.
Hace años dormía sin mujer y comía sin hijos en la mesa.
Una mañana entre el velador y la cama, cuático el asunto.
Los agentes examinaron su cuerpo
la policía hacía preguntas.
Se empadronó al barrio:
que estuvieron metiendo bulla hasta tarde,
que pasaban tomando,
que había sodomía, cosas así.
El tipo que arrendaba la pieza al fondo de la casa
dijo que podría ser la peste;
entonces lo dejaron solo con este hombre . . . . . . . . ./que arrendaba piezas;
Un día, dos días…
Y terminó entrando y saliendo de esa habitación en . . . . . . .. . . . ./ donde había un cuerpo entre el velador y la cama.
Fue al refrigerador, sacó el paquete de cervezas del muerto . . . . . . . . ./ que tuvo una familia y rodó por una pendiente,
y se las bebió sentado en el sillón
y fue por más; encontró unas botellas de pisco bajo el lavaplatos,
y fue por más; encontró dentro del velador más botellas,
el velador al lado del cuerpo que rodó hace . . . . . . . . .. . ./ años y por varios kilómetros.
Y volvió al sillón hasta quedar doblado
mientras afuera se seguían algunas diligencias;
sobre un cuerpo, sobre una pendiente,
kilómetros y kilómetros más abajo.
Laboral
De puro aburrido en la sala de espera:
escribo.
Ud. mantiene una licencia rechazada con nosotros.
Ok, vamos;
excusas, explicaciones, “porfa una chance”.
(igual viajé a Chiloé en esos 15 días)
Pero Ud. no está enfermo; . . a) Usted defrauda al sistema . . b) Usted es falso . . c) Usted es un pillo . . d) Todas las anteriores
Si ninguna de las anteriores corresponde a su caso, justifique:
yo iba pasando nada más,
entonces sin prever caí en un vacío
una profunda grieta,
lesiones propias de las circunstancias,
laceraciones a la vena, falta de motivación.
Pero ya estoy saliendo,
tengo las patas en el barro
pero puedo mirar las estrellas.
¿Me van a pagar la licencia?
La junta va a decidir
¿Y cuánto se demoran?
Lo que Ud. termine de salir de esa tal grieta . . . . . . . . /en la cual dice que cayó,
o saque las patas del barro,
o termine tocando las estrellas,
simple.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Una bella noche para bailar rock
Antología poética de Cristian Cruz.
Editorial Aparte, Arica, 2024, 120 páginas
Por Bernardo González Koppmann