Para comenzar quisiera contar una anécdota. Hace algunos años atrás unos amigos antropólogos que investigan la tradición poética del canto a lo divino me invitaron a una “alojada” que se realiza en una casa del Tebal, cerca de Salamanca, donde los “puetas” o cantores campesinos cantan toda la noche versos en décima a la virgen, versos antiquísimos, que tienen más de trescientos años. De pronto a medianoche reconocí a Cristián entre los cantores, nos saludamos y recuerdo que le dije que en este rito yo creía que estaba el humus de la gran poesía chilena, a lo que él me respondió que no era el humus sino el pilar. Y cuento esta anécdota para resaltar que Cristián es el único poeta que conozco que se mueve con soltura en ambas tradiciones -la de la poesía culta y la de la poesía popular-, el único que es “poeta” y es “pueta” al mismo tiempo, y el único por lo mismo al que yo he escuchado además de leído.
Cristián Cruz
Cristián es además él es único habitante que conozco de Jahuel, que es el nombre también de un libro mío de poesía. Somos en cierto sentido coterráneos, aunque yo haya habitado ese lugar solamente en la imaginación, mientras que él vive realmente en él y su paisaje es además indiscernible de su poesía. La suya, como dice Germán Carrasco en un texto de contraportada, es una poesía de montaña, la palabra que más se repite en sus poemas, pero ese paisaje, diría, está allí solamente como un telón de fondo de sus emociones poéticas y no como un motivo del verso.
Me gustan los libros así, los que ponen un paisaje al medio y se vuelven geográficamente reconocibles; los que anclan su imaginario en una atmósfera especial y extraen de ella un estilo, que en el caso de Cristián diría que es cálido y seco, y nunca acalorado o florido, que carece de notas estridentes, y destila siempre una melancolía que no es histérica, sino tenue o contenida, incluso si es a veces humorística.
Entrando más derechamente al libro que nos convoca, si no me equivoco esta es la tercera antología que Cristián publica de sus poemas, y para eso, en primer lugar, hay que tener una obra o una buena cantidad de poemas, y poemas además que sean antologables, que valga la pena agrupar descartando otros y que en conjunto den cuenta de un estilo y un imaginario. Yo no podría hacer lo mismo, porque he publicado solo 2 libros, mientras que Cristian ha publicado 8, una fecundidad que por cierto le envidio.
Las antologías, por su parte, permiten reconocer las obsesiones de un autor y los temas que organizan su obra, y yo he reconocido en esta; cuatro temas, o cuatro motivos obsesionales, que pasaré a detallar muy brevemente en lo que sigue, destacando algunos poemas que en cada caso se me fueron volviendo queribles.
El primer tema es el tema de la muerte, que es como el marco metafísico en el que se enmarcan los poemas de Cristián. Y cuando me refiero a la muerte no me refiero únicamente al hecho real de la muerte, cuyo emblema podría ser el poema “Reducción”, sino también a los mensajes por los cuales la muerte se anuncia a la vida, “los heraldos negros”, como los llamaba Vallejo, y que son a menudo la desaparición de los seres queridos, las separaciones amorosas, los fracasos personales, y otras formas de negatividad por las que nuestra potencia de vivir disminuye o nos sentimos morir en vida.
Estos mensajes de la muerte nos acosan siempre, pero se vuelven más sensibles a cierta edad, cuando la vida comienza a transcurrir más en el pasado que en el futuro, y el pasado además se preña, más que de recuerdos agradables, de fantasmas, fracasos y facturas impagas. Como dice Christian en el poema “Tomando un shop y esperando a nadie” -un título que me encanta-, “Después de los 50 entramos en la zona de la muerte / por eso: amémonos, amémonos, amémonos”. Yo tengo 51, como él, y puedo reconocer esa zona, que es la zona en la que he dicho se inscriben de entrada los poemas de esta antología.
El otro tema que pude reconocer es uno que Gonzalo Millán bautizó en un poema con el nombre de “apocalipsis doméstico” y en el que caben todos los poemas que redundan en el desastre familiar o la dificultad de la vida en pareja, y que moviliza la imaginación de Cristián tanto como el tema de la muerte. Me cuesta escoger en el libro un solo poema de este tipo, pero creo que uno muy elocuente es uno que se llama “Proceso”, en el que el hablante evalúa su derrota en el amor como una derrota del poema.
Finalmente hay poemas en esta antología que al mismo tiempo que dicen algo reflexionan sobre el poema o la escritura y dan cuenta por lo mismo de “las mediaciones que se interponen entre el poeta y el lenguaje”, como diría Alejandro Zambra. Hay varios poemas de este tipo, pero me atrajo en particular uno que se titula “Como un loco que se lanza en benji”, donde el poema es presentado como un elástico que nos acerca a intervalos a un abismo, y el hablante dice confiarse a esa sonda con más confianza que la que deposita en sí mismo.
Mientras leía este poema pensaba en otro poema sobre el poema, en el de Lihn que se llama “Porque escribí”, donde la escritura poética es presentada como una forma de sondear el abismo y como una “rara certeza” allí donde no existe certeza de nada. En la poesía de Cristián, pienso, hay siempre, como en Lihn, una base de escepticismo, pero subsiste de todos modos la misma confianza en el poema y su capacidad para darle a la vida el carácter de una composición a pesar del caos que nos circunda.
No quisiera cerrar mi intervención sin destacar un último poema de la antología que se llama “Mi hija patina en una tarde de invierno” y que podría formar parte de otro tema del libro que son las relaciones filiales, los diálogos de los padres con los hijos o de los hijos con los padres, como ese otro bellísimo poema que se llama “He perdido el trabajo”, en el que el hablante evoca un episodio de cesantía de su padre y lo consuela diciéndole que hasta los planetas han sido dados alguna vez de baja.
Me gusta el poema que Cristián le dedica a su hija porque es muy bello y porque es también algo así como una metáfora de la vida bajo el juego del arte, bajo cuyos auspicios intentamos, todo el tiempo, como la hija que patina, hacer la figura del ángel o la del cisne, que para Rilke o Baudelaire, como ustedes recordarán, eran también dos alegorías del poeta.
Y tengo la impresión de que cuando Cristian le dice a su hija que lo intente una y otra vez, que ensaye, en verdad se está hablando también a sí mismo, que se está diciendo que la poesía es siempre un ensayo, una tentativa, un esfuerzo, de crear una forma grácil, como decía Italo Calvino, que le haga frente a la pesantez de la vida y le quite peso.
Por la cerradura pasa el invierno
No pasa el viento helado del invierno
sin derribar los nidos del granado o del palto
No pasa el surtidor de la lluvia
con los cántaros llenos de luz.
El gemido de un árbol tumbado en el río.
La mañana glacial no puede con la camisa en cordel,
solo yo me deshago en el follaje
con un gato tendido en las piernas.
He perdido el trabajo
Así nos dijo papá en la mesa mientras bebía . . . . . . ./y fregaba por el aseo de la casa.
No he vuelto a escuchar esa frase nuevamente.
Esto no es más que dinero, ¿cierto?
Ahora soy un cero a la izquierda, nos repetía.
Después le veía salir de casa con muchas intenciones,
lo que hacen los hombres que se quedan sin trabajo.
Le acompañé un par de veces a su antigua fábrica.
Cada vez que volvía guardaba silencio, un gran silencio.
Si hoy estuviese frente a mí le diría que no se preocupara,
que hasta los planetas han sido dados de baja:
fíjate en Plutón papá, allá debe estar guardando silencio,
un gran silencio.
Asunto de fe
¿Has escrito últimamente?
Lo he intentado pero es difícil.
Es algo que va más allá de toda secta o amuleto,
remos dibujando las ondas que llegan a la orilla.
Encarnación del recolector de cochayuyo que . . . . . . . . . . . ./levanta sus poemas en la playa.
Sin optimismos ni fracasos, un asunto de fe;
La última hoja desprendiéndose del olmo.
La primera vaina estallando en el jacarandá.
Mudanza
Sillas de mimbre en la camioneta,
macetas con plantas.
Y piensas: ¡que se vayan!
Son los vecinos que aceleran sus motocicletas todo el día.
Pero recapacito: el barrio no será la fritanga mental . . . . . . . . . . . . . . /que ayudó con mis canciones.
No podría hacer más que despedirlos, desearles suerte,
pero no quiero levantarme del sillón y preferiría seguir fumando.
Que se vayan tranquilos con su banda sonora,
a todo ritmo, men.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Presentación de “Una Bella noche para bailar Rock”, de Cristian Cruz
Editorial Aparte, 2024
Por Bruno Cúneo