Aquí se reúnen veinticuatro años de escritura poética (2000-2024) y para suerte nuestra durante ese tiempo Cristian Cruz ha dado rienda suelta y textual a su manera de ver el mundo. Antes de terminar la lectura del libro, mientras lo hojeaba y leía, encontré unos versos del poema «Nada me trae el tiempo» que me llamaron mucho la atención: «Todo es un manifiesto de las cosas, / ellas no hablan si no guardamos silencio / no se desnudan si nos creemos más ágiles / que la rotación de las cosechas». Mientras sigo frecuentando los poemas de este libro y antes de continuar con mis elucubraciones, me atrevo a decir que los cuatro versos anteriores podrían ser declarados como el verdadero manifiesto de este poeta y editor que vive en San Felipe. Versos iluminadores que dan cuenta de la entereza de una mirada que descubre la lucidez y el desasimiento frente al hermoso poder de la naturaleza y sus cosechas. Es un lugar común crítico decir que existe una poesía que está siempre atenta a los hechos cotidianos, pero en el caso de estos poemas se me ocurre decir que el ojo interior del poeta consigue leer las muy diversas sedimentaciones y abismos de cada día, y eso, sin duda, corresponde a una escritura de otro orden, tipo, trabajo poético y natural inspiración. Por otra parte, pareciera que este poeta ha sabido darle una nueva vuelta de tuerca a aquello que se vino llamando lo lárico y diría que no lo hace decididamente a propósito, da la impresión que la escritura de Cruz nació en esos lares abismales y generosos. A esta poética le sucede que sabe interpretar la propia experiencia del mundo que la rodea, allá en San Felipe o donde sea que el poeta haya vivido y escrito estos atribulados y hermosos poemas.
En este libro se nos recuerda que toda caricia ablanda el miedo y así se comprende la existencial radicalidad de una bondad que pareciera pertenecer a otro orden del mundo real o deseado. En esa misma mano interpretativa las leyendas de bandoleros toman vida entre la utopía, la memoria y la crónica sensible, plena de gestos y verbos apropiados («La noche fue su empuñadura. / Rajó campiñas enteras parafraseando el miedo». «Mataste y amaste / y ambos verbos fueron tuyos»). También la aparición de versos como este: «Ven mañana olorosa / revienta tus vasijas en mis narices» o este otro: «Se desangra un rayo de luz en el patio» ofrece a nuestra habilidad lectora el sentido y la sinestesia emocional de la que es capaz un poeta que ofrece la experiencia del asombro de los sentidos y la contemplación viva de la naturaleza. Y, como quien juega a estar haciendo trampas, el poeta Cruz nos advierte: «No me creas nada / yo he desordenado un poco las cosas / para que tú entres confundido en estas páginas. / Nada se entrega a la primera». Un poco de ironía melancólica no va nada mal para la bandeja de los lectores que a veces consiguen jugar a ser incautos o inocentes. Vale la advertencia del poeta, aunque sospecho que acabaremos creyéndole, si no a él –a quien ahora imagino riendo– sí a las habilidades y recursos de su poética. Mientras lo copiamos y parafraseamos, dan ganas de decir que aquí los lectores son amable y convincentemente invitados a mirar lo que acontece en la profusa deriva que tiene lugar en «los embarcaderos del poema».
ACERCA DE LA PARÁFRASIS DE UN POEMA CHINO
Poema en dieciocho fragmentos, «La Aldea Kiang después de la muerte», es una versión abierta y muy respetuosamente libre del poema «La Aldea de Kiang» de Tu Fu. La paráfrasis está de fiesta, podríamos decir, pero adentrándose en la densidad, el amor y el dolor que transmite el poema, el lector se da cuenta de que el ejercicio poético que hace Cruz en este laboratorio vívido y textual es honesto –porque no se enreda en el artificio– y ejerce un mimetismo que se parece a una transfusión de almas o conciencia poéticas a través de los siglos y, además, también es políticamente singular. Decir que el poema refiere a un remanente diferidamente alegórico de la triste dictadura no sería arriesgado (la implacable sistematicidad del proyecto necroliberal, la sala de lecturas y torturas de la semiótica nacional); sin embargo la maniobra del poeta chileno se corresponde al sentido lúcido y compasivo, y otra vez existencial, del poema de Tu Fu (o Du Fu), el poeta chino del siglo VIII: «a pesar de las llamas cantábamos la canción de Kiang para mitigar el dolor», tal como el propio Cruz cita al poeta de la dinastía Tang. Una interpretación posible nos invita a ver la escena, el héroe regresa a una aldea donde sus familiares y habitantes están muertos, porque la aldea entera es el último crisol de la muerte que ha sido repartida por todo el país. «Esta era la voz en el cuartel del averno» […] «Estamos todos muertos, tú regresaste del averno / y la aldea al igual que yo te esperábamos». Situado en casi la mitad de esta antología, como si fuera su emergente centro de gravedad, el poema imanta todo el contenido de este libro. «No importa que estemos muertos […] Los voy a levantar hermanos de Kiang / como quien levanta una jarra, un puñado de musgo, un manojo de helechos».
EL POEMA ES LA TRAMA
La trama, en este caso, está trazada con los filamentos de la autobiografía, elementos cruciales en el itinerario vivo de esta «Camada actual», la última parte de la tarea poética reunida aquí por el poeta Lucas Costa y el editor. De hecho, ya en el título del segundo poema vemos proyectada sobre la cubierta del libro la promesa de una espléndida noche capaz de decantar el baile, los pulsos y ritmos de la música total de la vida, mientras el funeral, el viaje y la espera se fuman los pitos del dolor y el asombro, pero deseando que la comunión familiar pueda darse y entregarse más allá y acá de las pillerías y paradojas de la muerte.
El anhelo de la reparación emocional para los más queridos, también es otro centro de gravedad en esta parte de la poesía de Cruz: «Cómo me gustaría evitar los antidepresores que consume mi hijo, / los que consume su madre, / comer mariscos frente a la playa con nuestras familias». O el padre, ya sin trabajo, semejante a la empática soledad de Plutón, expulsado de la lista de los planetas. Cuando revela que los habitantes de sus poemas creen ver el sol en los espejos se produce una expansión de la melancolía, pero también de la ontología, y ambos movimientos corresponden a una ampliación del territorio que se está diciendo, de modo que los versos iluminan y revelan espacios interpretativos que van de lo filocompasivo a lo onírico solar. También vemos la fusión del cuerpo con el poema, descrita en «De cómo miro por la ventana», donde la mirada sinestésica reinterpreta los movimientos del cuerpo y su ser llevándolos a la entera materia de lo que se está escribiendo. Es decir, existe una clara voluntad in/consciente de tratar con los entresijos de la escritura, mostrando su carnalidad, el fluir sanguíneo y las neuronas: «Lo de adentro y lo de afuera se hacen uno para que el poema sea». Así terminamos con sus propias palabras, entre el zen y «la angustia que provoca la droga del poema». Insisto, el puro resplandor de lo cotidiano revelado por la inteligencia del poeta.
Ahora citamos tres últimos destellos alcanzados por el generoso idiolecto poético de Cristian Cruz:
«No existe problema alguno; / hemos sobrevivido al tiempo, / al espacio y las apariencias».
«Con el tiempo suceden trastornos, / las cosas se enfrían, / y el amor y la poesía se alejan».
«Dime tú, cómo termina esto».
Barcelona, agosto de 2024
4 poemas de Cristián Cruz
Una bella noche para bailar Rock
Esta es una bella noche para bailar rock.
A mi padre lo trajimos muerto desde Santiago,
La familia quería verse reunida por fin:
nuestra madre sólo recibía órdenes de la familia,
«Tú eres el encargado para irte con tu padre en la carroza».
Bien, asentí, y fui a comprar cigarrillos.
A la salida de la ciudad le pedí al chofer que prendiera la radio,
/ nos pusimos a fumar.
«Mi padre fumaba también», dije.
Ya en la carretera buscaba una emisora;
las radios aquí se escuchan mal producto de las montañas.
«Escuchemos un cassette», dijo el chofer.
Colocamos la cinta, una selección de rock argentino,
y luego preguntó si fumaba cannabis.
Fumamos mientras avanzábamos
/ por las montañas y la carretera.
Al llegar bajamos el féretro de papá,
le di las gracias al chofer por el viaje.
Hoy como hace dieciocho años
pienso a quién debo traer de la gran ciudad,
para que la familia esté unida
para que la familia sea feliz.
Limpia bien las tarjetas de polvo
Años atrás decía:
Cuando jubile podré escribir de esto o de aquello.
Me echaron del trabajo y me dio una gran comezón de libertad.
Podía entrar a cualquier cantina por la mañana,
viajar por el país o dormir por muchas horas.
Demasiada libertad, ¿lo ves?
Demasiada presión, ¿te das cuenta ahora?
Limpia bien el polvo de esas tarjetas que viven en tu billetera.
¿Este poema es valiente?
Puede que sea una pura weá,
pero tanta libertad, viejo, qué te puedo decir.
Por la cerradura pasa el invierno
No pasa el viento helado del invierno
sin derribar los nidos del granado o del palto.
No pasa el surtidor de la lluvia
con los cántaros llenos de luz.
El gemido de un árbol tumbado en el río.
La mañana glacial no puede con la camisa en cordel,
solo yo me deshago en el follaje
con un gato tendido en las piernas.
Mudanza
Sillas de mimbre en la camioneta,
macetas con plantas.
Y piensas: ¡que se vayan!
Son los vecinos que aceleran sus motocicletas todo el día.
Pero recapacito: el barrio no será la fritanga mental
que ayudó con mis canciones.
No podría hacer más que despedirlos, desearles suerte,
pero no quiero levantarme del sillón y preferiría seguir fumando.
Que se vayan tranquilos con su banda sonora,
a todo ritmo, men.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com CHORROS DE LUZ
"Una bella noche para bailar rock".
Antologia del poeta Cristian Cruz
(San Felipe, 1973).
Selección de Lucas Costa
— EPILOGO —
Por Bruno Montané Krebs