LA NEGACIÓN DEL OLVIDO:
HACIA UNA POÉTICA DE CARLOS DROGUETT(1)
Por Soledad Bianchi
Carlos Droguett no concibe su obra separada de su propia vida; escribir se le impuso con dolor y desgarramiento como su quehacer principal al que no pudo escapar, y su producción contiene, con frecuencia, rasgos autobiográficos. Por esta razón, el escritor se niega a aceptar que él imagine. Según él, sus obras son sólo el producto del recuerdo, y la imaginación casi no aparece en ellas. Y lo anterior es cierto, pero al mismo tiempo no lo es tanto. No cabe duda de que Droguett recuerda, y así pueden explicarse sus dos primeras obras, Los asesinados del Seguro Obrero, y su primera novela, Sesenta muertos en la escalera. Droguett, contemporáneo de la matanza del Seguro Obrero, que conocía a algunos de los muchachos asesinados, es golpeado con fuerza por este hecho sangriento y acepta que por primera vez conoció en ese momento su "capacidad de odiar".(2)
Desde sus inicios, Droguett se alza, entonces, como un cronista, como un testigo de la realidad, y especialmente de aquella que es acallada por el orden establecido, aquella que el sistema político-social-y-económico tiende a silenciar para que se olvide. Droguett, que considera que "... Lo más importante en América es la historia...", (3) se asume desde su primera publicación como un historiador del olvido, transformándose en un escritor que rescata ese olvido porque se propone dejar la huella del recuerdo.
Pero yo decía que Droguett también imagina, porque no se limita a mostrar los hechos sino que penetra profundamente en personajes y situaciones. Porque necesita mostrar vivos hasta a los animales y los muertos, Droguett profundiza y se niega a permanecer en la superficie; ésta es —por lo demás— una de las más fuertes críticas que le lanza el criollismo literario chileno, que se queda más bien en lo folklórico, sin preguntarse por las causas de las situaciones, sin indagar ni plantearse las consecuencias de las anécdotas.
Droguett no teme mostrarse él mismo ni en sus múltiples polémicas ni en sus obras literarias. Con valentía reconoce ya en "Explicación de esta sangre", que precede a Los asesinados del Seguro Obrero, que esas páginas serán la explicación de él, del hombre, del escritor, y el esclarecimiento de su concepción de la literatura, de su concepción de su propia obra. Y Droguett escribe Los asesinados, y después escribe todo lo que sigue en más de cuarenta años, porque siente lo que narra, porque considera propías no sólo sus vivencias más inmediatas sino también trozos de la historia de América, en El hombre que trasladaba las ciudades, o fragmentos de la historia de Chile, en Cién gotas de sangre y doscientas de sudor, y en Supay el cristiano, novela, en dos tomos, de la fundación de Santiago y de la Conquista de Chile, que enfoca temas y momentos similares: la sublevación de Pero Sancho de la Hoz y su posterior ajusticiamiento. Por supuesto que en ellas Droguett toma partido por el rebelde, por el marginal, por el segundón, por el ser atormentado que sufre, modelado en su destino por el momento o la sociedad. Droguett intenta no cambiar los hechos, no quiere inventar sino reconstruir, recoger, hacer perdurar, y la única manera de lograrlo es revivir en sí mismo la rabia, el impacto de la injusticia, del dolor, del sufrimiento.
Este escritor se alza como una figura distinta y casi solitaria dentro del panorama literario chileno, porque son pocos los que en prosa habían dejado constancia de la realidad chilena, esa realidad de sangre, de dolor, de explotación. Droguett, consciente de su deber, quiere asumir una tarea que pocos han realizado, quiere testimoniar, quiere revivir, quiere oír el acontecimiento, desea escuchar al personaje que todavía habla y que clama porque se dé a conocer su vida, porque se dé a conocer su historia, que es la que se sigue repitiendo, porque de ella se podrán sacar conclusiones que servirán a todos, que permitirán que no se haga con otros lo que se hizo con él, que permitirán conocer la reacción, la conducta del hombre ante la soledad, ante el desgarramiento.
Carlos Droguett, entonces, se propone como mediador, como cronista que no se quiere interponer ante los hechos sino que quiere entregarlos tal como sucedieron. Por esta razón, él no quiere inventar sino re-construir, re-vivir, re-coger y en esta acción se da por entero: no recoge con la punta de los dedos sino con sus dos manos, porque "las manos son lo más peligroso del hombre, las manos no son sólo las manos del hombre, sino el ojo del hombre..., el pensamiento del hombre, las acciones del hombre, los objetos del hombre (esos pensamientos tangibles), el persistente inolvidable sufrimiento del hombre...".(4) Así, las manos no sólo le sirven para escribir, para construir su obra. También son ojos, son instrumentos que se transforman en memoria porque Droguett quiere hacer, quiere construir el archivo de la sangre derramada para impedir que sea borrada, para impedir que se seque. Esto significa que quiere permitir que siga hablando, que pueda expresarse y darse a conocer a través de él, uno de los que la oye y que está dispuesto a re-vivir el sufrimiento aunque al transmitirlo sufra.
Para poder realizar esta labor de cronista de re-elaborador, el escritor intenta ser verdadero y confiesa su deseo de verosimilitud, su necesidad de apegarse a los hechos sin variarlas porque se propone entregarlos en toda su crudeza, "sin cambiarle nada; sin agregarle ninguna agua".(5) La labor del cronista permitirá que los hechos se fijen mediante la escritura, que al contar la historia verdadera se opondrá a otra escritura, la de la historia oficial que se ha dedicado a borrar el dolor, a desconocer el sufrimiento, a diluir y ocultar la sangre que sólo ha mantenido viva la leyenda mediante la palabra hablada. Droguett-cronista quiere que sus palabras permitan a los lectores reconocer en los hechos un pasado, un presente, para impedir que en el futuro se repita la violencia, la injusticia, la explotación. Al escribirse la historia de los personajes y de los acontecimientos sucedidos, el lector podrá reconocerse en ellos, podrá conocerlos y reconocerse no sólo individualmente sino como colectividad, como pueblo que sigue sufriendo y sobre el cual sigue cayendo la fuerza del destino de América Latina, cuya historia y geografía han sido marcadas por la sangre y donde lugares, personajes, acontecimientos, hablan por su sufrimiento, por su dolor, por las batallas o por las matanzas, desde Cholula, "primera rosa americana", hasta cualquiera de las dictaduras de hoy. De este modo, la sangre, aquella que atraviesa la historia de Chile y de América, podrá servir de material, de soporte, de base, de "firme cimiento" para construir nuestra historia, "nuestra vida",(6) para conocemos y reconocernos.
La literatura de Carlos Droguett se quiere historia, verdad, hecho real y posible. Para hacerla, se rechaza lo fácil, sin otorgar "franquicias ni al panfleto ni al escándalo".(7) El panfleto acercaría al escritor a un cierto hombre político que utiliza la historia para sacar provecho personal, olvidándola después de la elección. El escándalo otorgaría al escritor un lugar en la sección más pasajera de los periódicos, la crónica roja, donde la tremenda y cruel realidad pierde verosimilitud para transformarse en un hecho anecdótico y casual.
Pero no sólo la crónica se quiere historia en Carlos Droguett, sino toda su literatura y, por esta razón, prologa su primera novela, Sesenta muertos en la escalera,(8) con palabras muy similares a las que cerraban la "Explicación de esta sangre"; allí señala: "... En las páginas que siguen hago historia, pero historia de nuestra tierra, de nuestra vida, de nuestros muertos, historia para un tiempo grande y depurado",(9) porque sólo conociendo el pasado se puede entender y cambiar el presente para construir ese futuro diferente, amplio y limpio, es decir, más justo, menos sangriento, con menos explotación.
Y a la novela sobre el hecho vivido y sentido recientemente por el autor, sigue otra sangre, la de una persona, el bandido campesino Eleodoro Hernández Astudillo, al que la policía borra y mata dos veces: en su identidad, dándole un nuevo nombre, Eloy, y en su vida, acribillándolo a balazos.
Droguett, que se ha quejado de que ciertos acontecimientos nacionales se pierden porque los "escritores-escritores" —como él dice— se olvidan de acogerlos, asume este papel y quita material a posibles manos de folletinistas y se atreve con la "novela histórica" que se duplica en Cien gotas de sangre y doscientas de sudor y en Supay el cristiano. Para hacerlas, el escritor debe realizar una labor de investigación, de lectura, de acopio de datos porque, nuevamente, quiere ser fiel a los hechos. Pero esta fidelidad no significa una simple repetición, ya que la obra construye su propia verdad al aceptar "como verdaderos episodios afirmados por los cronistas y negados por los historiadores", puesto que, como lo afirma Droguett: "... No podía proceder de otra manera, porque ello convenía al destino de mis personajes".(10)
Cien gotas de sangre y doscientas de sudor, "novela de la ciudad", se ha ido construyendo y variando a través de los años "... botando asperezas, cuerpos extraños, pasajes lindos, nada más que lindos",(11) porque el trabajo del novelista, tal como el del carpintero,(12) consiste en pulir, cepillar, limar asperezas, intentar dar forma a una materia que se opone, el lenguaje o la madera. Para hacer una novela, a veces, hay que dejar fuera partes que pueden ser hermosas, pero que no aportan nada más porque —para Droguett— "... lo bonito no tiene permanencia"(13) si se limita a esta única característica sin trascenderla.
Las novelas de Droguett expresan el grito, la protesta, la palabra de personajes marginados de la sociedad porque molestan, porque con su sola presencia hablan de las injusticias, de la pobreza, del dolor, del sufrimiento, de la diferencia. La burocracia, el poder instituido, los detectives, la policía, el sistema judicial, intentan acallar a estos individuos que pertenecen y forman las mayorías silenciadas. Y estos seres hacen la historia con soledad, desgracia y abandono. En ellos, en cada uno de ellos, Carlos Droguett —soñador y rebelde— ve a Cristo, ve al hombre-Jesús, que lo atrae por sus múltiples facetas, por su complejidad, por sus ansias de justicia, por ser "profesor de vida", (14) " por su consecuencia "... entre el decir y el hacer".(15) Carlos Droguett encuentra al "Cristo auténtico que emerge de las auténticas escrituras"(16) resucitado en los seres que aparecen en sus libros y en personas y situaciones actuales: en la Nicaragua de hoy, en la Cuba de Fidel; en el Che, en Camilo Torres o en Salvador Allende, que no se contaminaron y dieron su vida por la causa que defendían. En ellos o en Bobi o en Ramón Neira está el crucificado. Además, Droguett reconoce, también, a Cristo en "la multitud que contemplaba"(17) la crucifixión, es decir, cualquiera de los pueblos que hoy sufre porque ve y vive el dolor.
Considerando que la obligación de un escritor es ser un hombre de acción mediante la palabra, Carlos Droguett alza su voz apasionadamente contra el silencio que imponen las instituciones sociales. El escritor que reconoce ser un apasionado se alza con ardor y vehemencia contra la injusticia, el sufrimiento y la desgracia, sin inventar nada porque todas estas imperfecciones han sido inventadas por la sociedad.
Carlos Droguett, que ha señalado: "... Se puede contar la vida del pueblo o se pueden contar dólares: hay que elegir", desde muy temprano hizo su elección, dando, con los años, una versión sobre su tiempo y su realidad en una obra comprometida y realista. Con el sello de la sangre y la violencia, Carlos Droguett, que ha dicho: "Escribo porque tengo obsesiones",(18) ha contado la historia de Chile y ha revivido la historia del hombre de América Latina, su obsesión, porque Carlos Droguett no escribe para olvidar, como el narrador de Patas de perro, sino para negar el olvido.
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NOTAS
(1) Para la elaboración de este trabajo han sido utilizados solamente los escritos en que Carlos Droguett se expresa directamente: prólogos, entrevistas y artículos, además de su ensayo autobiográfico, Escrito en el aire. Nada de lo expresado por los personajes de sus novelas o por sus narradores es considerado para la poética de Droguett, ya que sus palabras son más bien la mostración de ella.
(2) Luis Merino Reyes, Escritores chilenos laureados con el Premio Nacional de Literatura, Arancibia Hnos. Editores, Santiago, 1979, p. 115.
(3). "Carlos Droguett: 'expresar la vida, su coraje, su rabia'", entrevista de Julio Huasi, en Crisis, nº 8 (diciembre 1978), Buenos Aires, p. 42.
(4). Carlos Droguett, "¿Qué ha significado para ti la Revolución Cubana?", en Casa de las Américas, nº 112 (enero-febrero 1979), La Habana, p. 12.
(5). "Explicación de esta sangre", prólogo a Los asesinados del Seguro
Obrero, 2ª ed., Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1972, p. 8.
(6).
Ibid., p. 12
(7)
.Ibid., p. 13, y Sesenta muertos en la escalera, Nascimento, Santiago,
1953, p. 6.
(8). Sesenta muertos en la escalera, Nascimento, Santiago, 1953, 292 pp.
(9). Ibid., p. 6.
(10). Cien gotas de sangre y doscientas de sudor, Zig-Zag, Santiago, 1961,
p. 13
(11). Ibid., p. 13.
(12). Véase "Borrador de un reportaje", previo a los cuentos El cementerio de los elefantes, de Carlos Droguett, Fabril Editora (Col. Narrativa Latinoamericana), Buenos Aires, 1971.
(13). Cien gotas, p. 13.
(14). Cf. los ensayos Escrito en el aire, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1972, p. 118.
(15). "Carlos Droguet: 'expresar la vida"", entrevista cit., p. 42.
(16). Escrito, p. 81.
(17). Escrito, p. 145.
(18). Después del diluvio, Ediciones Nueva Universidad-Editorial Pomaire,
Barcelona, 1971, p. 9.