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Escritor solitario
Materiales de construcción
. Ensayo. Carlos Droguett.

Pedro Gandolfo
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 04 de Enero de 2009

 

Un ejercicio de interés es la lectura de la obra de Carlos Droguett (Premio Nacional de Literatura, 1970) según los parámetros críticos, preferencias y obsesiones con que él escudriña a sus compañeros de generación. La reedición de Eloy (Tajamar, 2008, $8.900) y, sobre todo, la compilación de ensayos Materiales de construcción, mueven a llevarlo a cabo y proporcionan útiles elementos. Se podría decir que Droguett puede (y acaso quiere) ser juzgado con la misma vara que juzga a otros escritores.

En Materiales de construcción se hallan las coordenadas básicas. El texto inaugural, que le da el nombre al libro, “Materiales de construcción”, texto de género mestizo, más bien autobiográfico (“informe para mí mismo”), narra de curiosa e intrincada manera la formación del autor “que ha querido ser escritor de garra o con garras”. El reporte, que abarca preferentemente su infancia y años de colegio, se aleja del modelo lineal y nítido del rememorar y busca espigar los “materiales” de construcción de ese escritor (“aquí no hay estilo, trato que no lo haya, sólo elementos primarios, datos escuetos, inútiles, supernumerarios, gestos más que ropas, gestos silenciosos de gente silenciosa…”) y definir la energía que los funde y convierte en escritura y obra de arte.

Respecto a esto último, la respuesta señalada en este ensayo y reiterada en varios otros, apunta a la soledad como matriz esencial de formación del escritor: “esa soledad total, absorbente, inconmensurable que llena el alma del pequeño niño, del niño huérfano, del niño con madrastra, del niño lanzado a los dormitorios de un internado o a los patios de una fábrica”.

Droguett (como uno de sus referentes, Marcel Proust) sale en busca de esa infancia, “de los elementos que formaron o deformaron mi infancia y que, de algún modo misterioso, me hicieron escritor o más bien me impulsaron a juntar palabras para reconstituir una infancia o inventarla”. Ese papel lo desarrolla también en la obra de Pablo de Rokha (véanse las páginas 89 y 90), de Manuel Rojas (página 101) y, en el estupendo ensayo sobre Francisco Coloane, en que recorre algunas de sus obras siguiendo el “papel desintegrador, diluyente, de la desgracia y de su aspecto más persistente y socorrido, la soledad” (página 122).

Hay otro punto en que Carlos Droguett insiste: la vieja dicotomía entre literatura y vida (una encrucijada que algunos grandes escritores de su época vivieron con desgarro, por ejemplo, Knut Hamsun, a quien leyó mucho). Droguett abomina del escritor libresco, encerrado en su biblioteca, sin conexión con la vida ni la realidad social: “Cuando yo era niño, más exactamente cuando era adolescente creía antes en la literatura que en la vida, probablemente porque no había vivido o porque, y es otra posibilidad, no sabía que vivía.

Pero desde entonces el mundo, el mundo exterior a mí mismo o a mi tierra cambiaba y se desangraba y me estaba todo el tiempo enseñando, sin que yo aprendiera, que había que creer primero en la vida y después en la literatura”. El descubrimiento de algunos autores (Manuel Rojas, ante todo, Baldomero Lillo, Vicente Pérez Rosales) en los que el ser escritor es otra manera de ser hombre en el día de hoy y de que, en la gran literatura, la vida narrada es la vida verdadera, le ofrecen una vía para resolver estas contradicciones.

En este mismo orden, celebra al “escritor comprometido” con los que sufren, con los marginados, con los que padecen el dolor de cualquier forma pero, en particular, con las víctimas de la opresión y las desigualdades sociales. Eso no significa que abone la opinión desbordada; refiriéndose a Lillo alaba, así, “su parquedad de expresión, una economía de sus reflexiones, que es casi estitiquez frente a la soltura de vientre de los escritores sociales posteriores”.

El estilo de Carlos Droguett, su peculiar impronta idiomática, aparece en estos textos de modo visible: “tenso y nervioso”, como lo señala él mismo en el diálogo final (página 150), en ningún caso “acezante” sino más bien “galopante”, de largo aliento, de frases que por vía de acumulación y crecimiento, prolongan (sin infringirla) la rígida estructura del sujeto, verbo y predicado; aparece aquí un Droguett que, desbordando el ensayo, se acerca a la apología (al tratar de Rokha, por ejemplo) o regala magníficos momentos de diatriba (el párrafo dedicado a Borges, es un buen caso, página 137); aparece también, en el análisis de la obra de Baldomero Lillo y de José Donoso (El obsceno pájaro de la noche) un crítico agudo, sincero y respetuoso.

Sus dotes como narrador están sobresalientemente representadas por su relato de un llamado urgente de Pablo de Rokha (páginas 92 a 95), digno de figurar en cualquiera antología de la narrativa chilena. Libro, pues, indispensable para conocer a Droguett y a sus compañeros de soledad.

Materiales de construcción
Ensayo
Carlos Droguett
Ediciones UDP, Santiago, 2008, 152 páginas.

 



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