Proyecto Patrimonio - 2014 | index | Thomas Harris  | Carlos Decap  | Autores |
         
         
         
        
          
        
         
        
         
        LA MIRADA  DE CARLOS DECAP O ASUNTO DE OJOS
        Por Thomas Harris 
        
        
        
         .. .. .. .. .. . 
        A las ocho y media entra a  la mitad de Fellini:
            –Si lo que tienes que decir  es importante, tiene que interesarnos a todos
            Le señala de entrada, luego  guiños y palabras directos a la cámara
            La primera vez que la vio  estaba en Concepción y en el cine Regina
            –No le daré mi mano: leerá  lo que dicen mis dedos
            Como las gitanas que le  salían al paso a la salida del cine Reina.
        (Medio Fellini)
        
          El  fragmento que cito como pórtico a este “primer libro” en forma de Carlos Decap  pertenece a la sección “Poemas del cable” de la segunda parte de este libro –o  a su segundo poemario–: Golpes de vista. Comienzo mi lectura como si  esta fuese un relato, in media res, dado que me parece que este  fragmento da cuenta de la poética subyacente de Asunto de ojos, en tanto  cuestión de mirada. Porque desde sus primeros poemas hasta estos, ya avanzados  en su derrotero lírico, Carlos Decap mantiene una forma de ver el mundo, su  mundo: no es redundancia decir que el sentido privilegiado en todo este  poemario son los ojos y la percepción privilegiada de la mirada sobre un locus,  la ciudad. Tal vez a estas alturas del nuevo milenio esto no constituya un  espacio propio, una nueva altura de miras. Pero estamos hablando de un  texto que empezó a escribirse por allá por 1980 –o antes incluso– y donde  recientemente la ciudad se construía como un nuevo paisaje lírico en  Chile, o más, se cifraba en un espacio concreto, específico, una ciudad situada  –y citiadapor los tiempos que corrían– y con una tradición, una  historia, una especificidad urbana que emanaba de muchos mitos, ritos y también  escombros de un tiempo ya ido y que el poeta no quería recuperar, sino  resituar. 
        Me detengo en el fragmento que he puesto como epígrafe, ya que habla de  un sujeto citadino que va a ver una película, no cualquiera, sino Fellini 8  1/2, que, entre tantas otras cosas, es una poética y un “diario”  fílmico/visual de uno de los más emblemáticos cineastas de los años  setenta/ochenta. El poeta entra tarde –atrasado– a la función del cine Regina,  cine penquista que exhibía películas de “cine arte” (y del otro), es decir,  filmes de aquellos que te apelaban, de muchas maneras, que te hablaban de cómo  miraba el cine ese espacio que entre comillas, como pide Nabokov, podríamos  llamar “realidad”. Y el espectador, poeta y ciudadano es interpelado por su  retraso a la función por una voz con resonancias bíblicas –paródicamente,  claro– que le dice: –Si lo que tienes que decir es importante, tiene que  interesarnos a todos.  
         Estamos, entonces, ante una apelación tanto retórica como política –en el  sentido literario–, una petición de principios que el atrasado espectador  siente como casi una admonición. Y en el cine Regina, el cine arte de la ciudad  –Concepción–, es decir, el cine que, a través de la mirada, le expone al poeta  lo que ha de hacer: una literatura que nos concierna a todos, porque  todos estamos a la espera de esa palabra que nos ilumine desde la pantalla, y  de cual surja la mirada que nos guiará en la caverna platónica, ya sea del  cine, ya sea de la salida de este mismo a la ciudad, también caverna platónica.  Y veo al poeta, en los siguientes versos, si no rebelándose, entrando en cuenta  que la ciudad no solo es un filme, como quisiera su percepción que le dice, a  través de Octavio Paz, digamos por la época su Virgilio en el inferno de  la ciudad penquista, sino esa res publicae donde hay tantas formas de  percepción, que si bien se asumen por la mirada, igual lo permea el tacto –más  erótico si se quiere que la mirada, aunque esto es relativo, porque si la  mirada de Decap quiere ser abarcadora no solo mirará la ciudad políticamente,  sino también eróticamente, como un cuerpo urbano–, y entonces, en la  secuencia que el ojo transita desde su erotismo particular, la mirada se hace  tacto, cinestésicamente, y el tacto mirada. Como los dedos de las gitanas que  lo palpan para proferir la ciudad y nos hablan desde los intersticios, desde  las sombras de la lengua, desde los silencios del habla (poética) que hay que  comenzar a llenar, refundar y poblar entre tanto fantasma que ha dejado la  violencia de los tiempos de la dictadura y los fantasmas que ya habitaban el  Reino de la Concepción de Chile, abatido por otras calamidades más remotas al tempo de Decap, como las guerras, los terremotos y maremotos, las salidas de madre  del Biobío, la lluvia inclemente que todo lo fantasmagoriza produciendo dobles,  rarefacciones y refracciones.
        Walter Benjamin, en una de sus tantas iluminaciones sobre el París  de Baudelaire, habló que este hizo “botánica del asfalto” y desde allí creó la  ciudad mítica del siglo XIX, y situó sus flâneur y dandys,  sus putas y sus hombres de la muchedumbre –herencia de Poe–, subsumidos en el  placer de sumergirse en esos otros cuerpos indeterminados por la situación del  capitalismo naciente. Leer los primeros textos de Decap –“La ciudad y sus  fantasmas”– nos sitúan en un espacio similar, pero con muchos años ya  transcurridos de un posible Libro de los pasajes penquista, pero donde  hay herencias, o mejor, ecos desde una distancia imaginaria, ya que si bien  Decap había leído a Baudelaire, Benjamin aún no era parte de un estatus teórico  al que aferrarse, debido al aislamiento cultural en que nos tenía sumido la  dictadura militar; pero había otros, donde Carlos Decap y sus contemporáneos,  entre los que me incluyo, sí echamos raíces textuales, tanto líricas como  teóricas: Paz, Severo Sarduy (Escrito sobre un cuerpo), Enrique Lihn,  José María Castellet y sus Nueve novísimos, con Leopoldo María Panero a  la cabeza crazy, Gonzalo Rojas (el de Oscuro y sus oscuras putas  de Orompello), Carlos Fuentes, George Bataille, YasunariKawabata, Fernando  Pessoa, mucho cine, desde Fellini a un más posmo Abel Ferrara adaptando  a Philip Dick, en los textos ya más desligados de la Concepción de Decap. 
        Pero antes de avanzar en otros posibles datos intertextuales, quiero  situarme en el porqué de la elección del epígrafe citado y tratado de (re)leer.  Decap inaugura su poética, como había dicho, en la necesidad de dar cuenta de  un espacio, la ciudad hispanoamericana, y no cualquiera, esa enclavada en los  pórticos del sur de Chile y que arrastraba una tradición traicionada por el  golpe de Estado de 1973, a tres años del acontecimiento, es decir, hablar de  Concepción de Chile, ciudad a la que había llegado desde Los Ángeles y dar  cuenta metafóricamente de ella con la “caja de herramientas” que traía y con  las otras que adquirió ya en la “Ciudad Lila” –como él la llama en muchos de  sus textos–, herramientas ya citadas en su mayoría, inaugurales y en devenir. O  sea, en Asunto de ojos –incluso su actual plural– hay menos de inocencia  que de autoconciencia de lo que se habla, de lo que se poetiza: dado que más  allá de la intuición sentimental o sus afinidades electivas, hay un tránsito  por la Universidad de Concepción, en esos años amordazada y amenazada, con  rectores designados y soplones de “esos que te parten el alma”, como decía  Diego Maquieira en La Tirana, y muchos tiranos y tiranas de toda laya  (incluso eróticos, o sobre todo). 
        Primer dictum en relación a esta poesía: su conciencia textual, su  saber que acá estamos estructurando un libro o unos textos poéticos,  literarios, en un espacio adverso, pero no por eso olvidar que hay que  “refundar” muchas cosas, sobre todo decires, y que para eso hay que  encontrar procedimientos, como los llamaban los formalistas de entonces.
        Ahora bien, la primera parte de Asunto de ojos –“Asunto de ojo”:  nótese el cambio del singular al plural– está datada en el libro en 1980 –año  de la publicación de Posdata 1–; pero el texto fue publicado en la  revista Posdata N° 5-6, de marzo de 1986, donde los poemasde “La ciudad  y sus fantasmas” no habían sido enriquecidos por los textos de “Los territorios  encantados” (1985), es decir, en un momento lírico inaugural –“La ciudad y sus  fantasmas”–, del cual el poeta ya se había desligado de alguna manera y entraba  en una poética más densa, si se quiere, en su textualidad, y comenzaba a  “mirar” Concepción desde un espacio del ojo más lateral, menos implicado en la  contingencia, y con un compromiso más directo con el discurso, pero no por eso  menos desvinculado de ese lugar de enfoque que nunca ha dejado de ser su punctumbarthesiano:  lo que desliga de la escena la fijación de determinados pinchazos que nos  infiere la imagen (o la imagen captada de la realidad de la cual fue extraída):  “Los árboles no dejan ver el río allá a lo lejos/ Arrastrando nuestros vicios  industriales/ El cielo muestra pequeños trozos de lapislázuli pulverizado” o,  por ejemplo, uno de sus más notables poemas de bares: “Los espejos del Tahiti”.
        La mirada, entonces, es el espacio desde donde Carlos Decap va a proferir  y seguirá haciéndolo con ciertos giros muy significativos, desde la tecnología  hasta la epistemología que ella implica el mirar, el ojo, quizá no solo del  cíclope mítico, sino y sobre todo de la cámara (cinematográfica, fotográfica,  televisiva y las otras que advienen: la webcam, el e-mail, el amor on-line,  etcétera).
        Pero detenerme en cada libro de este libro –magníficos libros– excedería  el deseo de este prólogo, que solo pretende ser un pórtico –umbral y dintel– a  la poesía de un amigo, de un contemporáneo, de un flâneur o caminante que hizo una ruta similar, pero distinta en tanto su especificidad,  a la mía, que vivimos tiempos aciagos y pasionales a la vez, en el texto, desde  el texto y por el texto. O bien, si el lector lo prefiere, en la poesía, desde  la poesía y por la poesía. En Concepción de Chile y sus aledaños espirituales y  poéticos.
         Al hablar de estos aledaños poéticos, nos referimos al hecho de que el  poeta “penquista” en un momento de su trayecto lírico y vital, que permea al  primero, tiene que salir, primero, de la humedad de Concepción (y sus Túneles  morados) y, después, del “horroroso Chile”. El poeta del sur, que se fue  desde Los Ángeles a Concepción, estudió, padeció y escribió en su Ciudad Lila,  le llegó la hora del exilio, del viaje, de la partida. Entonces son los bares  de Santiago de Chile como primera estación de una suerte de calvario textual,  pero un calvario que va adensándose en su literaturidad: posteriormente, en  “País de poesía”, sus notables “Frases para el Bronx”, los “Poemas del cable” y  el poemario inédito “Calle ciega”, se hace cargo, siempre con la mirada, de  aquellos bares ya perdidos en su memoria en Santiago, y las películas que van  determinando su poética –digamos esos filmes que marcan su existencia de  cinéfilo inveterado, y, al fin, el poeta que viajero visita y fotografía con su  pupila mágica, mágicas ciudades –o ciudades que su pupila transfigura hasta una  suerte de real-post-mágico–, donde Berlín, Sarajevo, Xochimilco, Londres, La  Habana, Siberia, se entreveran con sus recuerdos fílmicos y, siempre, habrá una  fuente de soda Nuria, para que el poeta regrese, se detenga, afile la pluma, y  desde allí, desde el locusque aun imaginario o revisitado en las brumas  del alcohol, narre, poema a poema, película a película, su vuelta al día en  ochenta mundos como diría Cortázar. 
         Porque Decap salió –quiso, tuvo, lo empujaron a salir– no solo de la  Ciudad Lila, sino también del país muerto, agónico, desfalleciente, del,  insisto, “horroroso” país lihneano. Pero, y acá regreso a sus poemas de Asunto  de ojos, allí, en esos textos, hay un pathos de arraigo como una sed  de partida, una pasión de dar cuenta, como una impronta de Ulises, que lo lleva  a dar la vuelta al día en sus ochenta imaginarios y demasiado reales mundos –la  pantalla del cine como la circularidad del mapamundi– para siempre volver a  Ítaca, textos contra textos, y con el ojo avizor, para darnos cuenta de que la  Ciudad Lila estaba embrujada, que era la isla que lo aferró poema a poema, y  que, aunque ahora viva en Valparaíso con su mujer y en su cama apaciguada, en  los recovecos de su mente bulle la Concepción y el ojo del cíclope agónico, que  creo, no lo dejará jamás en paz, con tanta imagen y derrotero, con tanto Escila  y Caribdis, con toda esa épica degradada que vivimos y padecimos. Decap, como  Odiseo, sin duda, sueña a saltos, sueña portentos y maravillas (mirabilia),  viajes y películas, bares y noches prodigiosas y deseos, y sueños que  continuarán emanando poemas, tan y quizá, más inquietantes y espléndidos como  los que hemos leídos en este Asunto de ojos, en un plural muy bien  instituido.
        Thomas Harris, 
          Santiago, diciembre  de 2013