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        Hacia la reconciliación de un mundo  deshecho: Asunto de Ojos, de Carlos  Decap
        Por Carlos Henrickson 
        
        
        
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          Una  lectura efectivamente política de la literatura emergente bajo la Dictadura -o  acotando más críticamente, de la literatura que emerge determinada por las  condiciones que la Dictadura puso- tendría que tomar en cuenta la distancia con  respecto al poder en que se sitúa la figura del creador. Así, más allá de las  miradas interesadamente simplistas, vemos diversas formas de entender la  situación del arte en el juego de voluntades sociales y políticas generado por  una época de crisis: perspectivas que, a veces, no resultan tan evidentes para  quien busca mensajes directos o claves cifradas o contextuales. Así, la  afirmación del arte como espacio de privilegio humano en medio de la ruina  material, espiritual o simbólica no podría ser tomada solamente como un gesto  de huida o refugio, sino como un gesto de resistencia, desde el instante en que  el creador asume el lugar del arte como espacio de comunicación íntima -y hasta  secreta- más que escenario de luchas sociales. Más aun en el caso en que ese  espacio de privilegio se ve contaminado por el miedo y señalado por el acecho  sublimado de la violencia política.
         Hago  esta introducción para que se entienda bien cuando digo que Asunto de ojos (Viña  del Mar: Altazor, 2014) de Carlos Decap (Mulchén, 1958) afirma a través de sus  páginas el privilegio profundo del arte como rescate de la posibilidad de lo  humano, asumiendo que toda Gran Batalla por estos ideales está perdida de  antemano. Lo de Decap es la señal íntima, la comunicación honda y última que es  fundamento absoluto de acuerdo al epígrafe (resignificado) de Octavio Paz que  parece explicar el título del volumen: Todo consiste en mirar / Y en ser  mirado. La poesía se hace una señal de resistencia, una denuncia  comprensible para aquel que se logre reconocer en el entorno social crítico en  que surge. Por ejemplo, el breve poema “Fantasmas lilas”, del conjunto La  ciudad y sus fantasmas, de 1986:
        
          
            Estoy rodeado de fantasmas
              Que habitan esta ciudad
              Este montón de palabras  rotas
              Se les ve petrificados en  algún muro de la calle
              O redivivos en un sonido  como de pasos
              Arrastrándose a través del  sucio cemento
              También los hay que  caminan
              Tranquilamente por su  centro
              Inmutables al paso del  tiempo.
          
        
        La  ciudad, está claro, no puede ser otra que Concepción, la “ciudad lila”, color  frío que simboliza tradicionalmente a Concepción en lo deportivo, y que resulta  muy cercano a ese color morado que Daniel Belmar asoció a la ciudad en su  novela; el azul del agua lejos de su connotación de mar para ser la mancha de  humedad o el tinte del vino. El poema retrata con intensidad no tan sólo la  desaparición física por la represión -de hecho, esa sería desde ya una lectura  simplista-, sino en general el desvanecimiento del Otro, el fin del  sentimiento de lo colectivo, fruto de una era de sospecha y clausura de la  comunidad. Esta conciencia sitúa ya a la poesía en Decap como espacio de  resistencia personal que no asume como su deber la denuncia obvia, sino que  está forzado a apuntar a la crisis profunda de deshumanización de la que las  tragedias políticas y sociales visibles son síntoma, siendo en este sentido  notoria la relación de su poética con la de Jorge Teillier. Precisamente, vemos  el mismo desencanto radical y el privilegio del patrimonio cultural común (sin  distinguir necesariamente entre la literatura, el cine, la música docta y la  popular) como recordatorio cómplice de una comunidad, que por otro lado es  capaz de recrear perspectivas: el hablante se hace capaz de verse de lejos y  entregarse a interpretar su situación, a partir de ese imaginario que se  despliega como Libro de Libros, en el mismo rol de referencia ética y  metafísica que la Biblia o el Corán tienen para los pueblos consagrados bajo su  ley. Tan sólo así, con la mirada afectivamente intensa de la comunicación  poética como redención reconciliada de un pasado, se podría superar el profundo  trauma social y se lograría una mínima habitabilidad para las ruinas de un  mundo ya deshecho. 
         Esto  último, sin embargo, en el seno de poéticas que asumen la desaparición de modos  de sentir y hacer (de vivir, en un sentido pleno), no puede sino  desembocar a la concepción de esa cultura común como confirmaciones de la  obsolescencia de su imaginario. En el caso de Decap, vemos la visita continua  de este mundo habitable que pasa desde el cine de Fellini hasta la balada de  radio, siempre contrapuesta a la situación pasmada del hablante, cuyo ánimo  está preso por un ser ausente o por su propia escritura como actividad íntima.  Esto lleva a que la realidad se asocie más a la evanescencia de la obra  artística ya hecha que al entorno mismo del hablante. Por ejemplo, en el poema  “Página de la realidad”, del conjunto Los territorios encantados, de  1985:
        
          
            Joe Turner da vueltas por la  casa
                  Su voz lo penetra todo
                  La trompeta de Gillespie
                  Pero no puede con el  tecleo de la máquina de escribir
                  La niebla afuera y un poco  a lo lejos
                  Aquí Joe y yo estamos  salvados del frío
                  La realidad se serpentea  en la página
                  Aunque nada me dice de ti
                  Tampoco nada dice de lo  que hay tras la niebla
                  De lo que cae cada día en  alguna parte del día
                  Pero el día se abre
                  La niebla se disipa
                  Justo cuando la voz de Joe
                  Apaga el tocadiscos. 
          
        
        Este  carácter problemático de la realidad parece llevar al hablante, paradojalmente,  a un nivel pleno de experiencia en instancias posteriores, como lo muestran los  textos de la sección Poemas del cable, del libro Golpes de vista,  de 2005, en que el viaje y el encuentro –reales o virtuales- del creador por  los territorios señalados por la cultura moderna logran entregar a su  “registro” una dimensión en que lo vivido y lo creado coexisten en una sola  instancia, que bien se podría considerar una redención tanto de un mundo  desaparecido como de la conciencia creadora. El texto es particularmente  notable, desde el momento en que dentro de la fértil generación a la que  pertenece Decap, el carácter problemático de la realidad tiende a no  reconciliarse y a una visión irónica (en el sentido de negación intencionada)  de un posible más allá de la experiencia escindida.
        Esta escritura, desde el  pesadillesco escenario de los primeros textos hasta la afirmación de la  experiencia plena de los últimos, se ve siempre impregnada de una fe profunda  en la posible reconciliación del mundo desde la voluntad creadora. La vocación  humanista profunda que anima estos textos -y la poderosa empatía que  despiertan- pone a Decap en ese difícil lugar de guardián del fuego que  Rimbaud asumía como deber del poeta, y lo sitúan con ello en la situación  inclasificable que distingue al creador que sabe hacer bien su oficio: más allá  de escuelas, generaciones o “mapas”.