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“Golpes de vista" de Carlos Decap
La Calabaza del Diablo, 2005
Por Álvaro Ruiz
Revista Taller de Letras, N° 39: 204-207, Facultad de Letras, Pontificia
Universidad Católica de Chile, 2006.
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He tenido que desplazarme a la Oficina de Aduanas del puerto del Callao para hacer los trámites necesarios y retirar el libro Golpes de vista, del poeta chileno Carlos Decap, el que, vía marítima y tras varios días de navegación, ha llegado a mis artríticas manos, empeoradas por la continua y húmeda niebla de Lima.
Después de una detenida lectura del poemario, siento que estamos ante un sensible y versátil poeta, que posee las características propias de un habitante del sur del mundo, distante, telúrico y alucinado, con unos textos que aciertan en la interpretación de los cotidianos códigos existenciales, donde toda observación es transformada en ágil y amena poesía, donde en cada “golpe de vista” nos dice algo de este ancho y ajeno mundo. Carlos Decap nos testimonia hechos puntuales y se mofa de aquellas verdades que le duelen: “Señales de humo para un país/ que pierde a sus poetas/ como a sus trenes/” o “El tiempo es el caballo de Troya,/ el Pegaso muerto de 1973”.
El libro está dividido en dos partes: la primera lleva como subtítulo “Frases para el Bronx”, que a su vez es el nombre de un excelente poema con el que culmina esta primera parte, el cual transcribo enteramente con el placer que produce la genuina admiración y su consecuente correspondencia poética:
En nombre de nada pido permiso para amanecer:
¿Quién equivocó el paraguas a esta hora del rocío?
Cobijados en el calor callejero
Somos arañas en busca de la mosca.
Durmamos un poco, me dices,
Para emborrachar a la negra.
Sácame este puñado de palabras
Que me atoran la garganta,
Este pedazo de montaña,
Esta locomotora,
Te respondo alucinado.
La ciudad está congelada en un plano secundario.
Mi corazón es un velero rojo
Que navega al amanecer.
La tevé clave da la hora en la pantalla de tu mente.
Tú activa los campos de seguridad.
Yo vi a los peregrinos hacerse piel con la noche.
Nunca es más oscuro despertar
Que cuando el gallo aletea en tus narices trasnochadas.
Las huestes de la oscuridad han quedado reducidas al alba.
“La madrugada es oficio de sobrevivientes”, dices.
No por mucho madrugar escribes más temprano.
Mano a mano hemos amanecido.
El sol obviamente no es un invento mío.
La claridad llega como una invitada obligada.
El poema es mi copiloto.
Mi poema es albo.
La noche es tinta.
Amanecer ácido.
También en esta primera parte del libro sobresalen dos singulares poemas elegíacos: “Carta a Bárbara Délano”, en el que describe con delicadeza y alto lirismo los recuerdos, los ojos y la mirada de la poetisa, trágicamente fallecida en un accidente aéreo frente a estas grises costas limeñas: “Esos ojos tuyos tan cielo azulado/ no sé qué miraban/ pero miraban más allá/ del horizonte del fotógrafo”; y “Gato negro para Roque Dalton”, el poeta y guerrillero salvadoreño que murió fusilado por sus propios compañeros en la jungla de su país, en el que en sus primeros versos nos señala: “No hace falta un Gato Negro/ para que te hable de Roque Dalton./ La humanidad es un concepto de onanistas,/ te lo cito y ríes”, poema que más adelante se despliega y se cierra sosteniendo que Dalton fue al infierno dos veces y que resucitó, cual Ave Fénix, para alcanzar una merecida vida nueva.
La segunda parte del libro se subtitula “Poemas para el cable”, especie de culto literario a los medios de comunicación audiovisuales, donde el lector podrá viajar por los más diversos rincones del mundo sin necesidad de boleto aéreo alguno y conocer de cerca Roma, La Habana, París, Madrid, San Francisco, Borneo, Berlín, Nueva York, Sarajevo, Siberia, Londres, Ciudad de México, Sevilla, Tokio y Gaza. En cada ciudad estará el poeta esperándolo, auscultando la realidad de los días y ofreciéndonos las imágenes que nos llegan a través de su propio cable, visión refundida de lo que un día originalmente se transmitió y donde con un mágico golpe de vista las escenas se detienen, se congelan en la retina del poeta, para dar paso a un inspirado hablante lírico, que, además, funge de testigo y cronista de su tiempo.
El lector podrá ingresar en Londres a la Catedral de San Pablo, donde descansan los restos del legendario almirante Nelson; a la abadía de Westminster, que, dicho sea de paso, “está llena de reinas y reyes muertos”; cruzar Abbey Road y el río Támesis, para finalmente abandonar la ciudad tras mirarla a través del ojo de la British Airway, “la noria más grande del mundo”. Ir a una corrida de toros en Sevilla, donde los toreros Ortega Cano y Julio Aparicio harán al público oler la sangre del toro, derramada sobre la ardiente arena andaluza. Perderse en Tokio, donde “de noche todos los gatos son orientales, el ojo rasgado por el neón”, o asistir a la coronación de la Miss Sarajevo 1996,
donde Pavarotti canta con Bono, cuando simultáneamente la ciudad es cruel y atrozmente bombardeada y “en las barracas bélicas/los jóvenes soldados se inyectan heroína”.
Como un tributo al título de estos Golpes de vista, se amplían y fortalecen en él la función de los ojos, que no solamente miran o ven, sino que observan, con lujo de detalles, escenas del cine, las que son captadas por el rapsoda en bien logrados versos, en los que rinde homenaje a varios notables directores de cine, formando con los homenajeados una impecable trilogía: Fellini, Herzog
y Tarkovski. Del poema dedicado a este último director, Carlos Decap nos dice: “La Zona es un complicado sistema de trampas./ Una trampa muere, otra nace./ La Zona deja pasar a los infelices,/ a los que no tienen esperanza./… El agua rompe el silencio de la Zona./ Un tren pasa con su banda sonora/ junto a un perro negro/ que atraviesa el fin de la película”.
Y no satisfecho con toda la maravilla que observan sus virtuosos ojos, el poeta deja en este libro –notable traducción al lenguaje escrito de todo aquel mundo audiovisual– una breve firma poética que nos señala que ya nos hemos adentrado en el siglo XXI: me refiero a un poema que alude al masivo uso de la internet y que lleva el vanguardista título de “Ciberpoemanecer.como”, y en el que nos señala:
Ahora afuera todo es noche.oscuridad. lluvia.
Las palabras se pierden en el ciberespacio.
Navegan hasta el amanecer.como.luciérnagas.
Nada dicen de ti ni de mí las parcas qué dirán.
Avanzan a paso lento como si se las susurrara.
Se callan cuando ellas lo quieren y no yo
que las fuerzo a proseguir su vuelo al espacio
blanco y final de allá fuera amanecer.como.lluvia”.