El grito, la protesta, la palabra
te suben de los pies a la garganta,
te la quieren cortar, aprisionar, que no se escape,
ni respire, ni hable,
si hablas está perdida, si hablas estás perdido,
nos perderemos todos, tú y yo, en la provincia
y en la capital,
y los que aún no nacen y los que se murieron hace 12 años,
12 años justos, en el terremoto de la pequeña ciudad sureña,
en medio del verano que reventaba en los escombros,
entre las nubes de cemento,
estás lleno de palabras, de unas pocas, simples palabras
grises que crecen en los diarios y en los pupitres
de los viejos maestros
y en los bolsillos del diputado y del ministro
y caen al suelo, en la vereda, desde un segundo piso,
en la plaza donde sopla el otoño,
y son aplastados con los recibos, los sobres, las promesas
por los zapatos que pasan bajo el sol,
que atraviesan la lluvia,
y en la pobre carta sin destino que escribe el preso
en el subterráneo, junto al lavatorio, al water-closet,
donde golpea el sol a veces, unas cuantas horas,
donde gotea el agua minuciosa en las noches de invierno,
es que está herido de muerte,
es un moribundo, un ser extraño, envejecido,
con el costado abierto, lleno de anhelos y de extrañezas,
Jesús en la cárcel, en la dirección de detectives,
ya no sabe las vocales ni las consonantes, ni las palabras
dulces, ni las palabras crueles, sólo recuerda nombres,
unos cuantos vocablos,
algunas pequeñas sílabas asoleadas de costas lejanas,
unos milagros informes no maduros,
se torna sordo y olvidado, se mueve un poco de lado
cuando caen el grito, el golpe, la amenaza,
voces que le preguntan por la verdad y el reino,
como un par de bueyes rojos que le robaron a Arón,
el rico hacendado de Bethania,
y sólo oye voces que no identifica ya, que no recuerda,
voces que suenan en las copas y los vasos,
en el agua fresca y en el vino dulce,
cae el vino de las botellas y de los escaparates,
botado en el suelo, agarrado al madero,
lo ve descender con sosiego de las sillas,
las sillas están todas desocupadas
y sólo con algunos zapatos bajo ellas
y en ellas se desparrama abierto el sol,
un sol suave, apenas tibio,
porque hizo frío anoche, cuando cantó el gallo y lloró Pedro,
el gallo estaba al fondo de una quinta
y Pedro en lo hondo de la cocina, junto al fuego,
estaba tiritando, esperando el segundo canto
y sabía que vendría y tenía hambre, además,
la futura primavera brilla en ese sol enfermo,
de él emana,
él sonríe, sonríe justo cuando tiene los labios húmedos
y ve el vino que gotea de los árboles húmedos
y piensa en los altos minaretes
mirados desde lejos, sin premura,
en los elevados árboles del desierto,
o más bien del oasis,
cuando venia subiendo de la costa,
cuando tenía los labios jóvenes llenos de sed y risa
y la cabeza llena de historias,
oh, padre mío, oh, madre llena de lágrimas,
ay, parientes lejanos y ocupados, amigos míos serviciales
y voraces,
cuán solo estoy, cuán solos estamos todos en este mundo,
en esta sala de guardia, en estos ascensores
que suben de año en año hacia el silencio,
o en este mercado de legumbres y de avecitas muertas,
el sol cae en sus manos, el vino cae en sus manos
como en aquella lejana tarde de la boda,
se alza hasta su nariz ansiosa, hasta su boca deshecha,
padre, madre, parientes, tíos, amigos míos, mis comensales,
tengo mucha sed, una enorme fiebre,
un espantoso calor en medio del desierto, como cuando venían
los detectives a buscarme para que firmara papeles, citaciones,
el vino se acumula amablemente a su lado,
lo alza, como antaño, hacia las nubes,
tengo 33 años, dice, y se estremece
y siente que se va a caer,
pero no cae, no te caerás,
te clavaron en la madera para durar en ella muchos años,
toda una vida, muchas vidas tajeadas por el tiempo,
hasta que se llene de trizaduras el imperio
y se derrumbe con estrépito en los libros de historia,
en las futuras bibliotecas de luz sucia,
en los internados de la vieja Europa,
en los hospitales y casas de expósitos
abiertos en la última peste,
te incrustaron en la madera como un estupendo injerto,
hasta tocar la veste, el ruedo de las vírgenes, de las castas
doncellas, de las pecadoras que lavan su lacra con sosiego
junto a sus vestidos de fiesta envejecidos,
te echaron hacia abajo, empujado al fondo,
hasta tocar los huesos del condenado por estupro y robo
y uxoricidio,
durarás muchos años, miles de años, millares de decenios,
tu madera es una carne dura,
tu carne la carne de sus frutos,
esto era lo que querías, dios orgulloso y débil,
ser comido, devorado, digerido, ascender por el hombre
como un árbol,
subir por el mendigo hacia el avaro,
por el pie del llagado hasta la salud del mundo,
tu pan no era de este mundo,
tu digestión no era del orden visceral,
clamabas a dios y al tetrarca hablando de las vísceras, reuniéndolas,
sacando pan y peces para ellas, llenando sus canastas,
construyendo con ellas tu iglesia
como un palacio con material de deshecho,
así lo querías, repartiendo tus vestidos, tus pobres joyas,
despilfarrando tus parábolas en las manos torpes del pescador
Simón y de Andrés su hermano,
éste es mi cuerpo, sacad unas lonjas de carne de él,
de nervios, de sufrimientos,
ésta es mi sangre, bebed con ella a mi salud,
a la salud de este mundo enfermo y embriagado,
eras un soñador maravilloso, en cierto modo un egoísta,
te paseabas rodeado de una resaca maloliente de mendigos,
de putas, de ladrones,
de una larga leva de gente miserable y sospechosa,
¿qué querías tú, después de hacer andar al paralítico
y darle luz al ciego?
¿qué querías tú, dios orgulloso y débil?
eras un enemigo de la salud, no sólo de la enfermedad,
ahí estaba el imperio, duro como roca,
en él debías golpear tu dulzura hasta romperla
para probar la fortaleza de tu historia,
la reciedumbre de tu orgullo, de tu hermosa novela,
ahí estaban los guardias con feas armas cortas,
aguardando la hora,
buscando el día hacia Roma,
no podías ocultarte en los jardines,
no deseabas hacerlo sin peligro, dios peligroso y débil,
repartías previamente tus riquezas, tus bucles, tus sandalias,
la túnica que te tejió Maria de Magdala o Salomé o Teodorinda,
la hija del rico posadero,
buscabas la piedra en el jardín,
el jardín en lo oscuro, las espadas de los guardias en lo oscuro
e ibas hacia ellos, dios suicida, dios orgulloso y débil,
y esto sigue.