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RIMBAUD EL DESCONOCIDO
Por Carlos de Rokha
Publicado en revista Mapocho N°70, segundo semestre 2011
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Me armé contra la injusticia
Rimbaud
Toda celebración tiende a momificar el personaje o bien la fecha que se trata de exaltar. De ahí que estos públicos reconocimientos, que casi siempre aparecen revestidos de un carácter universitario, oficialista, o simplemente moralista, en el peor sentido que puedan tener estas palabras, resulten siempre sospechosos. Quienes salen beneficiados directa o indirectamente con estos tributos póstumos que la sociedad arrepentida rinde a uno de sus miembros —cuya vida y obra no fue sino una réplica a ella misma—, son los filisteos de siempre. Entonces las instituciones honorables, que en vida dictaron prisión contra quien se atrevía a levantarse contra ellas, se visten de duelo y las banderas de una patria que no existió para el héroe son puestas a media asta; los reposados miembros de las Academias, que rechazaron todo vestigio de poesía, entornan los párpados y como si esto fuera poco para llenar la escena, antes de que termine el primer acto y la oportunidad se les vaya de las manos, hacen su aparición los monaguillos disfrazados de poetas, mientras los teólogos de la poesía recomiendan una misa.
Nada de esta portentosa farsa ha sido ajena con motivo de celebrarse el primer centenario del poeta Juan Arturo Rimbaud. Los homenajes a su memoria han invadido los titulares de la prensa. Aparte de esto, revistas de arte, publicaciones privadas y hasta ediciones de sus poemas se han sumado a estos insólitos homenajes. ¿Qué quedará de ellos frente a una poesía incontaminada como la que firmó Rimbaud? El espíritu avizor del más universal de los poetas franceses se encarga de descartarlos, de echarlos por la borda, de aventar la inútil hojarasca de una palabrería vana, cuyo eco no puede durar más que la ocasión o la circunstancia que le dio la oportunidad de hacerse oír. A la verdad, acaso hayan logrado ese milagro que el mismo Rimbaud no pudo conseguir en vida. Pero basta leer la “Correspondencia” de Rimbaud y encontrar entre alguna de sus cartas, que harían saltar a esta élite de sus cómodos asientos de espectadores, por ejemplo, aquella en que le comunica a un amigo su opinión sobre la revista ilustrada “La Rinnaccense” para que sea dado entrever el asco o el desdén que habría experimentado frente a estos homenajes en serie. “Si encuentras un ejemplar de dicha revista —escribe el Rimbaud de siempre— no olvides cagar sobre ella”.
A nuestro modo de ver es demasiado grande el ímpetu revolucionario e iconoclasta de la poesía y de la vida de Rimbaud para que estos homenajes, con motivo de su centenario, no constituyan una traición espiritual. Sólo el pueblo, fuente eterna de donde el poeta recoge sus vivencias e instancias creadoras, puede otorgarse el patrimonio de una voz que le hablaba a él con las modulaciones y modismos, giros, innovaciones y verbalismos, que el niño eterno de Charleville había escuchado en los labios de los campesinos de las Ardenas y que incorporó a su obra uniéndola al argot de ese “París en armas”, que canta en uno de sus poemas. Desgraciadamente, no podemos creer que el pueblo y el sentido verdadero de la Revolución y de la Poesía, hayan estado jamás presentes en la ya larga lista, que podría exhibirse como un escarnio, de estos homenajes, que pretenden pasar por espontáneos. No hay duda que ellos encierran un interés particular y móviles inconfesables además de aportar los elementos necesarios a una bien fundada sospecha. ¿Por qué estos aplausos, estos frenéticos reconocimientos, estas afiebradas salutaciones a un poeta que no habría aceptado ninguna de ellas? Ya lo dije: la misma obra de Rimbaud se encarga de invalidar estas adhesiones hechas siempre con un pretexto posterior secundario. “Rimbaud el realista, Rimbaud el pecador, Rimbaud el místico en estado salvaje, el aventurero, el ángel demoníaco, etc.”. Frases de cliché…. “Rimbaud se ha hecho culpable a nuestros ojos de no haber hecho completamente imposible las interpretaciones tipo Claudel”. ¿Quién le debe más, sin embargo, a Rimbaud que los superrealistas? Rimbaud ha sido traicionado y las fechas de esta traición empiezan con la absurda invención de la conversión, debida a su hermana Isabel, y culminan con la Presidencia del señor Georges Duhamel, en la Asociación Amigos de Rimbaud.
Todos ellos no van más allá del grupo que representan, y por lo tanto, muy valiosos o sinceros que algunos puedan ser, entrañan en sí mismos la negación de uno de los cauces más importantes de la Poesía de Rimbaud: su universalidad, su humanismo, su sentido revolucionario latente del principio al fin. Rimbaud es un humanista, pero el clásico sentido de esta palabra no podría definirlo, porque su humanismo está tomado del pueblo mismo. Es universal pero su universalidad se adelanta a la Revolución. Cuando grita: “¡Poetas, cambiad la vida!” es un grito, un clamor, que viene desde la Comuna, pero que nuestro siglo va a escuchar con más intensidad, que el que le tocó vivir. Por eso Rimbaud será siempre una voz permanente y habrá que volver a ella, pero libres de prejuicios y de intereses inmediatos.
Hay, sin embargo, que agregar: algunas de las adhesiones sinceras y desinteresadas caen, por su escaso número, vencidas o confundidas por las loas de los filisteos. De todas maneras la obra de Rimbaud permanece pura, inviolada, sellada, negada para los arribistas de la hora. Ellos no pueden alcanzarla aunque se empinen y se empujen unos a otros sobre la piedra eterna en que fue grabada con letras de fuego la “Temporada en el Infierno”, ese portentoso testimonio poético de un adolescente que alcanzó en su tiempo la exactitud de un misterio creador, que otros sólo balbucearon o entrevieron apenas. Muchos de estos homenajes, que habrían hecho reír o escupir al feroz desterrado, no dicen nada sobre su obra. Más bien se aprovechan de los ángulos externos, del anecdotario de Rimbaud para enfocarlo en un aspecto puramente casual, intrascendente, periodístico. Se entiende que Rimbaud va más allá de esto, que su obra exige un respeto cuya violencia es la primera clave. Violencia que, en ningún momento, se compadece con la profusión de inusitados artículos, que interpretan, según su interés ideológico de grupo o de posición, el espíritu atormentado, libre e independiente de Rimbaud. Acaso sea Rimbaud uno de los más altos poetas de todos los tiempos, en quien se resuelve magistralmente el dualismo de vida y obra. Hay una unidad total de ambos términos. Su viaje al África no es sino una confirmación de su obra. Pues bien: se ha pretendido separar al hombre de la obra. Se ha pretendido estetizar al más humano de los poetas. Decir que buscó el signo o el símbolo es traicionarlo en interés de un espíritu místico o religioso que Rimbaud no tuvo: él sólo buscó y encontró el sentido profundo de la imagen misma, de la palabra, del lenguaje creador puro.
No hay en Rimbaud ningún antecedente para la teología o la religión, o aún para una concepción religiosa del mundo y ni siquiera para un misticismo original como el de los románticos alemanes. No tiene nada que ver con Novalis, el Maestro Eckhardt, ni aun Hölderlin. A diferencia de ellos, su poesía es la búsqueda de la esencia humana del hombre. Tampoco podría encontrarse paralelos en los poetas metafísicos ingleses de los siglos XVI, XVII y XVIII con John Donne, Blake y otros. De ahí que la soledad creadora de Rimbaud en plena segunda mitad del Siglo XIX sea única, inobjetable, isla alumbrada por una sola estrella. Acaso encuentre hermanos en Chatterton, Browning y el Conde de Lautreamont. Sin embargo, lo angélico y lo demoníaco están resueltos en un sentido estético vital hacia el yo humano profundo. Ni romántico, ni clásico, ni parnasiano, ni naturalista, ni realista, ni simbolista, Rimbaud permanece aislado al intuir genialmente esa primera concepción estética del lenguaje que Vico plantea al separar la estética de la filosofía. Lo que en Rimbaud es intuición del objeto a través de la imagen (y creación del mismo, no sólo representación, ni puramente expresión en un sentido literario), en Goethe es el producto de un largo proceso de elaboración intelectual. Hay que decirlo: Rimbaud crea la imagen visionaria, trastrueca el francés con mayor intensidad, como lo hace Góngora con el español. No se puede, pues, encasillar a Rimbaud en una sola línea o cercenarlo en varias. Semejante afán es notoriamente un aspecto de la presunción y del desmedido afán proselitista y de la falta de seriedad y espíritu crítico de los admiradores de última hora del poeta de Las Iluminaciones. Acabadas exégesis, conferencias, estudios, notas, ensayos, han pretendido agotar un temperamento de por sí inagotable, fuente eterna de vivencias creadoras nuevas. Pero este esfuerzo es vano y falaz y constituye únicamente la manifestación más evidente de un fracaso total y general. Al croniqueur, al ensayista interesado, al escritor de oficio, al periodista, al hombre de cultura de gabinete, se les escapa ese Rimbaud que no pueden apresar entre líneas, ni definir con palabras, ni en la creación ad hoc de un conceptualismo o método estético, que el poeta siempre rechazó. Se les escapa, en fin, ese Rimbaud que abominó de la poesía como un oficio, de la vida como un programa de lo anti-vital. No pueden entender que su fuerza desatada y salvaje es la misma de su pueblo, de sus paisanos que le ven un día marchar desde Charleville a la conquista de una eternidad que tampoco amó y de una gloria que pisoteó al dejar atrás un pasado que se quema violentamente en las páginas de “Una Temporada en el Infierno”.
Pretender definirlo en unas cuantas palabras, es como anhelar definir de ese modo a la misma vida. Pretender encasillarlo es como querer aprisionar la selva. Pretender hacerlo “servir para algo” es traicionar su sentido del amor y del sueño, de la libertad, en fin, de la poesía misma.
Revista Polémica, Año II, Nov. 1954, Nº 12.