"La muerte es una clase de territorio donde crecen árboles horizontales. Silenciosos bosques donde jamás un pájaro, nunca una brisa agitaron los ramajes altos. Bosque para llorar a gritos, para clavarse las uñas sobre la misma garra de la sangre. Nada más que pájaros de tierra que la gente llama paletadas..." (Página 28) He aquí una de las tantas definiciones que sobre la muerte da Droguett. Autor casi desconocido, brinda los matices fríos, desgarradores, violentos de la muerte. Y a ella le contrapone la alegría del vivir de los mortales: mujeres livianas, carabineros que cumplen por rutina su deber, pensando en los momentos futuros cuando estén fuera del servicio diario: hombres modestos, rufianes de mirada torva y huidiza, hombres rebosantes de salud y gordura como don David... Y cerca de este ambiente de soltura e ingratitud hacia la muerte —podríamos decir— está asustada y temerosa "ella" la de fria mirada, con la guadaña en la mano. Droguett llega a colocar cerca de esta mujer temible a Cupido, el dios del amor que cabizbajo y solitario después de una jornada. pasea sus alitas y sus flechas por el Centro de Santiago. El chiquilín logra ver a esos muertos a los cuales van trasladando y a la Muerte, triste y abatida, vigilando. Huye a la calle de Sn Pablo, encontrándose con un borracho solitario y comparten penas. Pero este, flechado por Cupido, ubica un amor y el niñito angelical queda sólo, terriblemente solo "pues nos sentimos solitarios por la sencilla razón que existen los otros, los demás seres".
Son dos sucesos que se entremezclan en esta novela, como dice Juan de Luigi en el Prólogo. Y muy bien que nos lo diga, pues no entenderíamos estos dos núcleos en el relato. Un obscuro crimen en la calle Lord Cochrane (protagonizado por don David, Corina, Diego y otros) y el incidente universitario con sus sesenta muertos del Seguro Obrero. (Los nombres se entremezclan, se cruzan). Pero hay también otros elementos que se amalgaman y nos proporcionan una compleja acción que se caracteriza, desde el punto de vista gráfico, por la longitud extrema de las oraciones y los párrafos largos.
Para no ser injustos, debemos decir que existe una visión global de los acontecimientos en este novel autor; su individualidad es característica y paso a paso, muy lentamente, nos habla de los muertos en la tétrica escalera: "El amigo del Gobernador tuvo que saltar para seguir subiendo, porque el número de cadáveres iba creciendo ascendiendo, en un descanso de la escalera tuvo miedo. Yacían ahí, unos sobre otros, formando montón, unos quince cuerpos ensangrentados, con los ojos desmesuradamente abiertos, esos ojos fríamente sarcásticos de los muertos y sobre los cuales un muchacho rubio y de bigote recortado, de marcado tipo extranjero. agonizaba. (Pág. 122) (La puntuación es la del libro).
Los que lean esta obra con el ánimo de encontrar opiniones, detalles olvidados de los acontecimientos, se sentirán desilusionados, pues "60 Muertos en la Escalera" es una vasta exposición, aburrida algunas veces, de las ideas del autor sobre la muerte y la tragedia, con ciertos detalles amargos con demasiados paréntesis en la trama misma, lo que dificulta la ilación consiguiente de los sucesos.
Hay pensamientos acertados (vgr. la dualidad entre el alma y el cuerpo y la importancia de la primera "la cárcel del cuerpo"; las ideas
sobre Navidad) varias descripciones logradas, pero en total, el libro no logra llenar todas las expectativas que teníamos, sobre todo si se habían leído anteriormente, las extraordinarias alabanzas del francés Francis de Miomandre sobre Droguett. Es raro que Miomandre no haya notado la ausencia de ese humanismo profundo que —desgraciadamente —falta tanto en nuestros autores chilenos.
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"60 muertos en la escalera"
Carlos Droguett. Editorial Nascimento, 1953, 292 págs.
Por Alfredo Peña Ríos
Publicado en Mensaje, N°28, mayo de 1954
