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Encuentros con Carlos Droguett

Por Francisco A. Lomeli
Universidad de California, Santa Bárbara
Publicado en Literatura chilena, creación y crítica. Julio / Septiembre de 1981



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Carlos Droguett. Santiago. 1912. Escribe desde la adolescencia. En sus años de alumno de Humanidades escribió una cantidad de versos y una narración ¿Por qué se enfrió la sopa? Algunos de estos versos los ha reproducido el Profesor Teobaldo A. Noriega en su tesis de doctorado sobre la obra de Droguett. La narración, cuyo original se perdió, seria reescrita unos 30 años más tarde.

En las décadas del 40 y del 50, dejó profusa huella en el periodismo. Publica en los diarios La Hora, Las Ultimas Noticias y Extra, del que fuera uno de sus fundadores.

La más difundida de sus novelas, -no la mejor, según él- es Eloy, que tiene ediciones en España -en tres editoriales-, en Cuba y en Argentina y que ha sido traducida al italiano, alemán, danés, checo, polaco, francés y portugués.

En la década del 50 conoce providencialmente por carta a Francis de Miomadre, antiguo Premio Goncourt y redactor de Les Nouvelles Littéraires, quien se entusiasma con sus cuentos y los da a conocer en Cahiers du Sud, de Marsella y en Les Nouvelles Littéraires, años 1952 y 1953, respectivamente.

En la nutrida correspondencia que sostuviera con su generoso y desconocido patrocinador, éste le decía: Usted tiene un talento excepcional (en realidad, no tenemos el equivalente suyo en Francia) y es imposible, a pesar de la onda de mediocridad que lo aplasta, que este talento no sea reconocido un día en forma explosiva...  Es innegable que usted es uno de los escritores más auténticamente grandes de la América Latina. Haré lo posible para que Francia se convenza de ello.

De Droguett se han escrito estudios generales o particulares de su obra. Entre los más importantes figuran:
- Carlos Droguett: Poética de la obsesión y el martirio, por Francisco A. Lomeli, B.A. San Diego State University, 1971, M.A., San Diego State University, 1974, Ph.D. University of New Mexico, 1978. EE.UU
-Estructuración Narrativa y Visión de Mundo en las Novelas de Carlos Droguett, por Teobaldo A. Noriega. Ph.D. University of Alberta, 1979. Canadá.
-Un Estudio de Eloy, de Carlos Droguett, por Ana Marra Díaz- Moreno, Université de Poitiers, Francia.

 La Universidad de Poitiers, en este año de 1981, le dedicó a Droguett un semestre de estudio, que culminó en un coloquio al que asistieron catedráticos universitarios y críticos de Europa, Norteamérica y Sudamérica.

En 1969 Droguett fue galardonado en su patria, Chile, con el Premio Nacional de Literatura. Al año siguiente, ganó en España el Premio Alfaguara con la novela Todas esas muertes.

Aprovecha este viaje para publicar también en España, El hombre que trasladaba las ciudades, la más densa y larga de sus novelas.

Droguett ha viajado varias veces a Cuba, como jurado del Premio Literario Casa de las Américas y ha participado en coloquios literarios y sobre la literatura del exilio, en la misma Cuba, en Francia y Venezuela. En las Universidades de la Sorbonne y de Poitiers ha dejado grabaciones, tanto de sus intervenciones en coloquios y entrevistas como de narraciones inéditas.

Reiteradamente, por escrito o de viva voz, Droguett ha confesado que dos hechos históricos marcaron y señalaron su trayectoria de escritor: la guerra civil española y la revolución cubana. A estas páginas de historia local o internacional, el autor agrega -o la vida le ha agregado- una más sangrienta y muchísimo más infernal: el asalto militar fascista al poder político en Chile, en septiembre de 1973. Este hecho, esta fecha abominable, esta transgresión repugnante, han dado un nuevo rumbo a la apasionada búsqueda de este escritor, ahora exiliado. De la inolvidable experiencia iniciada con el asesinato de Salvador Allende, ha sacado, por lo menos, un par de novelas y algunos estudios y narraciones que lentamente han ido saliendo a luz en los Papeles de Son Armadans, de Palma de Mallorca, en la Revista Casa, de La Habana y en nuestra revista Literatura Chilena, creación y critica.

Droguett piensa que en el exilio ha escrito tanto como en el resto de su vida. No sabe cuántas páginas son porque no las ha contado, pero contienen, tal vez, tres o cuatro novelas, dos o tres obras de teatro, probablemente algunos volúmenes de cuentos. No sabe cuándo dejará de escribir. Tal vez una vez que haya muerto. Pero no está seguro.

De sus reflexiones, de sus lecturas, de su soledad, en realidad de su vida, Droguett ha sacado algunas constancias, motivos, justificaciones:
1) Yo creía en un tiempo que me iba a morir como escritor inédito y realmente, estoy a medias inédito. A mí me habría sido más cómodo no haber tomado partido y vivir contratado y colonizado por los United States. Me tocó en suerte la soledad. La soledad es ese estado en que uno se encuentra en compañía de sí mismo.

A uno lo ayuda a profundizarse y, si tiene salud, a crecer. Como niño y adolescente me tocó una vida aun más solitaria. Pero esto es siempre relativo. Por eso comulgo con esa alegría de la desesperación de la Novena Sinfonía, la de luchar por los perseguidos, por los ignorados, por los desterrados de este mundo, viviendo o muriendo sano entre los contaminados, aunque sólo sea por amor propio. Se puede contar la vida del pueblo o se pueden contar dólares. Hay que elegir.

2) Mirar primero, después escribir. Escribir como ahogándote. Pero vivir todo el tiempo y escribir de vez en cuando. Hacer obras como el albañil murallas y el revolucionario revoluciones. Expresar la vida, su carencia, su coraje, su rabia. La más peregrina pregunta que se le ha hecho al escritor es la siguiente: ¿Por qué insiste usted en aclarar que nació en 1912, en circunstancias de que la mayor parte de los estudios de su obra, las antologías, las historias literarias, le dan una fecha de nacimiento posterior? ¿Por qué no aprovecha ese error generalizado y lo justifica con su silencio? Droguett contesta: Por la misma razón que no me tiño las canas. No soy otro, no quiero ser otro. Yo soy el que soy.

PRIMERAS EDlCIONES de los libros de Carlos Droguett

1. Crónicas
Los asesinados del Seguro Obrero (Santiago: Ercilla, 1940).

2. Novelas
60 muertos en la escalera
(Santiago: Nascimento, 1953).
Eloy (Barcelona: Seix Barral, 1960).
700 gotas de sangre y 200 de sudor (Santiago: Zig-Zag, 1961 ).
Patas de perro (Santiago: Zig-Zag, 1965).
El compadre (México: Joaquín Mortiz, 1967).
Supay el cristiano (Santiago: Zig-Zag, 1967 ).
El hombre que había olvidado (Buenos Aires: Sudamericana, 1968).
Todas esas muertes (Madrid: Alfaguara, 1971 ).
El hombre que trasladaba las ciudades (Barcelona: Noguer, 1973).

3. Cuentos
Los mejores cuentos de Carlos Droguett (Santiago: Ed. Alfonso Calderón, Zig-Zag, 1967). El cementerio de los elefantes (Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora, 1971 ).

4. Teatro-Novela
Después del diluvio (Santiago: Pomaire, 1971).

5. Ensayos
Escrito en el aire (Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1972).

LAS ENTREVISTAS DE FRANCISCO A. LOMELI A CARLOS DROGUETT, CORRESPONDEN
A LAS FECHAS SIGUIENTES: SEPTIEMBRE 28/29 y 30 y 1 de OCTUBRE, 1977.

Carlos Droguett ha sufrido una relativa postergación dentro de la literatura hispanoamericana pero ha logrado imponerse con una extensa producción novelística. Su trayectoria es larga y prolífica, empezando desde 1953 con su primera novela 60 muertos en la escalera hasta su más reciente El hombre que trasladaba las ciudades (1973). Aunque ha sido marginado en parte por el llamado boom, se le reconoce ser quizás el novelista chileno más importante después de Manuel Rojas, habiendo sido objeto de una cantidad asombrosa de reseñas periodísticas. Sin embargo, llama la atención que sólo existe una docena de estudios críticos y serios sobre sus obras, lo cual da a entender que casi no se estudian. Se debe en gran parte al hecho de que se le considera un enigma en su propia patria -y ahora fuera de ella- porque no se apega a una determinada escuela o tendencia. Es decir, repetidamente exige acercamientos que desafían a lo más tradicional, ya que su visión es funcionar como cronista contemporáneo de vidas y hechos que de otra manera quedarían olvidados para siempre en un silencio fatal. Droguett en sus novelas tiende a mirar el mundo desde abajo para mejor comprender su composición imperfecta y por eso combina símbolos de seres enajenados con ideas abstractas. Tómese el caso del niño-perro en Patas de perro (1965) donde personaliza el sufrimiento a la vez que lo mitifica. Así presiente una necesidad fundamental de buscar un orden social más justo y en muchas de sus novelas se procura una profecía de reconciliación entre una conciencia social y las enseñanzas verdaderamente cristianas.

En los presentes encuentros con Droguett se evidencian sus muchas inquietudes. Aquí incluimos sólo unos trozos selectos de las extensas conversaciones que tuvimos con el novelista según los días indicados. No cabe duda que Droguett es autor con aportaciones valiosas a la literatura hispanoamericana: entre ellas, sus nueve novelas, dos antologías de cuentos, una novela-teatro y un libro de ensayos. Cuenta con numerosos premios literarios de rango internacional como el de Ediciones Alfaguara de 1971 de España por su novela Todas esas muertes. Además, fue finalista en el Premio Biblioteca Breve de la Editorial Seix-Barra1 en 1959 por su obra Eloy, la cual ha sido traducida a cinco idiomas. También recibió el galardón más importante de Chile con el Premio Nacional de Literatura en 1970.

28 de septiembre de 1977:
F.A.L. ¿Qué libros tenias de cabecera de joven?
C.D. De niño no, porque de niño era muy desordenado como cualquier niño. No me apegaba mucho a los libros. Sólo mi padre tenía libros en casa, yo no. Recuerdo que mi padre me regaló un libro que no comprendí llamado Los viajes de Gulliver, también Robinson Crusoe, pero no eran libros de cabecera. Ya más maduro, después de haber salido del Colegio San Agustín, salido de la universidad y salido también de mis dudas, estaba dispuesto a convertirme en escritor hacia el año 33 ó 32. Como libros de cabecera, tuve a algunos santos y filósofos, las Confesiones de San Agustín, los Pensamientos de Pascal, El contrato social y las Confesiones de Rousseau, que me parecía un libro de inspiración divinamente demoníaca, y la Biblia. Si tú me preguntas qué libro tienes en tu cabecera, contesto inmediatamente la Biblia, pero nunca lo he tenido como libro para apoyar mi terror a la muerte o mis dudas de si existe o no cielo, infierno o purgatorio, aunque si creo que vamos a alguna parte cuando morimos. La única manera en que lo he tomado es como pozo de materiales. Para mí es un pozo de materiales inagotable, un tratado de sociología, una historia de la humanidad. Por eso no me extraña que tipos como Dostoyevski y Tolstoi vieran muchos temas en él. Creo también que Walt Whitman, a quien en Chile tenía en la cabecera, es escritor místico, a los que habría que agregar a los rusos más notorios y a los menos notorios (Korolenko, Lermontov, Chejov, que me fascinaban y me siguen fascinando), Flaubert, especialmente su correspondencia, que es un tratado de estética y de psicología, un cambio para quien, desde su situación de hombre en este mundo, desde su hombredad, quiere recibirse de escritor, los escandinavos (Selma Lagerlof, Sigrid Undset, Ibsen), Proust y sus miasmas posteriores.

F.A.L. ¿Qué diferencia hay entre tu manera de enfrentarte a la literatura hoy de cuando eras más joven?
C.D. Para aclarar la pregunta, diría que un escritor nace y no llega a ser escritor. Hay unos que dicen que con sufrir se aprende a escribir como Kafka, pero él mismo nació escritor, aunque no lo sabia a pesar de sus pellejerías, y sus penalidades, todas sus aventuras y desventuras de hombre. Todo eso formó parte de su aprendizaje para después llegar a ser escritor. Y si se nace escritor se tiene estilo, se viene con herramienta o no se viene de ninguna manera. No creo que haya un escritor sin estilo. Desde muy joven he tenido un planteamiento de que un escritor -y si no, no es escritor, incluso, en el caso de escritores dentro de lo fantástico como Poe y el alemán Hoffmann de la época romántica- es decir, un escritor fuera de tener estilo, fuera de nacer como escritor, nace también con una capacidad de encuadrar el mundo, así como tu lo encuadras con tu máquina fotográfica. No creo que haya un escritor ciego y sordo desde el punto de la sensibilidad; creo, más bien, que ella es también su herramienta de trabajo. Creo que el estilo es una herramienta y la visión del mundo también. Proust  decía precisamente a propósito -tu sabes que admiro mucho a este maestro en teoría literaria- que el estilo proviene no tanto de las palabras sino de la visión del mundo. Es la pura verdad. No creo que se pueda desentender o separar el estilo, es decir, cómo presenta un escritor un tema y cómo mira el tema. Considero que la forma y el fondo son la misma cosa. Mi visión de escritor cuando era joven y mi visión de escritor ahora que soy viejo es la misma. Lo que pasa es que he tomado otro ángulo de visión en términos de fotografía o he tomado otros paisajes, otras escenas. He mirado de otra manera el mundo. Si tú quieres, cuando escribía cuentos me sentía muy solo; me sentía el genio entre comillas ignorado, incomprendido. Los cuentos míos son todos textos cerrados. He afirmado antes que casi todos mis cuentos son así por su sombría atmósfera, absolutamente cerrados en su clima, en su cauce de luz no alegre, depurada.

F.A.L. ¿Consideras la soledad una rica fuente desde donde brotan muchas de tus novelas, o sea, es una forma humana de compensación del no sentirse realizado o la ves como vehículo para autocomprenderte? En otras palabras, ¿la soledad es defecto o es arte?
C.D. Creo que la soledad en realidad es algo no aconsejable, pero creo también que no es necesariamente una desgracia, sino más bien una maravillosa desgracia. Es decir, es una especie de suerte desgraciada o una desgraciada suerte. No es deseable en un escritor sufrir la soledad y que desde la soledad surjan sus temas. Pero, si empezamos a hojear las historias de la literatura con las historias de los escritores, sin soledad no tendríamos la obra de Poe, ni la de William Blake, ni la de Proust, ni la de Kafka. Probablemente sin esa honda soledad en la cárcel, no tendríamos la obra de Dostoyevski. Por otro lado, quizás tendríamos la obra de Tolstoi de todas maneras, pero él nunca fue un individuo solo y poblaba su mundo de una variedad de seres. El era un tipo de la multitud o que se encontraba siempre acompañado, efecto seguramente del mundo en que nació y vivió. Creo que la soledad, en realidad, es una bendición para un tipo maldito como son los escritores. Te tengo que confesar eso, pero es que no te quiero mentir. Para mí no ha sido defecto como tal: el defecto, o el error, ha sido envejecer aparentemente demasiado pronto.

F.A.L. ¿Dirías que la soledad no es tanto una fuente ni tampoco una musa, sino un motivo que reaparece en tus novelas?
C.D. Para mí la soledad es un mueble en el cual me siento a escribir. No me siento molesto en absoluto por el hecho de estar solo; incluso, me siento descansado y aliviado cuando mi familia sale y puedo estar unos días solo conmigo mismo, con mi cuerpo, para leer, escuchar música y escribir. Creo que sin soledad no se podría escribir. A la vez, creo que sería muy difícil escribir un cuento cuando uno va a tomarse un café entre la multitud, aunque sí creo que se puede inspirar en el mismo lugar. La soledad, como el mueble, se puede utilizar de distinta manera porque se puede utilizar como una pose también de inventarse su soledad. En cambio, creo que mi soledad es de la misma manera en que otros tienen una jugosa cuenta corriente en el banco.

F.A.L. ¿Tomas la literatura como manera de desnudarte o como forma de desvestirte en el sentido de ponerte una máscara?
C.D. Esta pregunta me hace recordar la pregunta famosa que siempre se le hace al escritor que por qué escribe. A esta pregunta contesto siempre que escribo porque no lo puedo evitar. Para contestarte, te diría lo mismo. Yo no escribo como la persona enferma del estómago que se toma un purgante para aliviarse. Creo que un escritor, que se siente escritor realmente, y no que se siente estrella, candidato al Premio Nóbel, por ejemplo, o que se siente candidato al premio Rómulo Gallegos, se mantiene latente en espíritu, no más, incluso sin tema. A mí varias veces me ha tocado sentarme frente a la máquina de escribir, a ver qué salía, pero en el fondo tenía ganas de escribir. El que tiene ganas de escribir tiene un tema, aunque no sepa que va a resultar. Así es que al que me diga “¿Usted escribe para superar sus frustraciones o para vestirse o desvestirse?", yo no me llamo Carlos Fuentes, tengo el placer de contestar. Ni me visto ni me desvisto mientras estoy escribiendo. Escribo porque no lo puedo evitar no más. No puedo escribir ante otras personas, aunque sea mi mujer, aunque sean mis hijos. Tengo que estar absolutamente solo en este mundo, salido, incluso, de mi cuerpo; esto te lo digo con toda sinceridad porque el mismo cuerpo me molesta, quizás porque ando mal del cuerpo o él me sobra. Cuando escribo, he podido superar mis depresiones, o males del cuerpo, echándolos a un lado mientras escribo, prescindiendo de ellos, superándolos.

F.A.L. Casi todas tus obras tienen algo sobre la marginalidad. ¿Esto es indicación de que están inspiradas en algo político o es sólo la expresión de una cosmovisión?
C.D. Sí, creo que a medida que he venido envejeciendo he tenido una visión más joven del mundo; es decir, como otros se transforman desde escritores revolucionarios hasta pequeño- burgueses en su madurez y superreaccionarios cuando tienen su casita, su cuenta bancaria, su intacta agradable somnolencia inútil. He sido un poco como el camaleón, no en el sentido que cambio de color cada año o cada primavera, sino en el sentido de que termino por la cola y empiezo por ella, incluso en el sentido de la técnica literaria. Muchos me podrían acusar de reaccionario, precisamente, ahora que según ellos estoy solo tomando mi matecito de plata y leyendo mis frustradas novelas inéditas, En realidad, estoy enfrentando una situación sin hacer teatro dramático al respecto; actualmente corro un riesgo, pero creo que si ese riesgo no lo corriese, sería un miserable. Me sentiría lleno de mierda si ignorara la situación que vive mi patria y que vive gran parte de América Latina. Yo me considero hijo de los hijos de José Martí:  primero América y después el resto del mundo si hay tiempo. En ese sentido, creo que voy a poder servir mientras respire sobre la tierra y tal vez después unos minutos. El escritor no sé si debe ser arriesgado, pero tiene que tratar de arriesgarse por lo menos. No creo en la torre de marfil con respecto al escritor. Creo que debe ser vocero de su tiempo por ser precisamente vocero de sí mismo. Creo en la labor social del escritor, y en la obligación social del escritor, por ser hombre: escribir es llegar a ser hombre.

29 de septiembre de 1977
F.A.L. ¿Se puede decir que tomaste la literatura en un principio como escape, o como manera de imponerte al mundo?
C.D. Trato de entusiasmarme con la pregunta, pero no sé si estoy tan inteligente esta tarde. Creo que no tomé la literatura como escape sino como desafío si tu quieres: desafío a la situación familiar, a la situación doméstica, desafío a la situación escolar en que me encontraba, desafío a la situación económico-social para hablar en lenguaje sociológico porque me encontraba, como muchacho, con muchas ganas de leer, de ir al cine, de escuchar música, de viajar. Siempre, deseé, desde que era niño, tener 13 ternos de distintos colores y 13 pantalones y 7 chaquetas. Cuando empecé a escribir, no creo haberlo tomado como escape sino realmente como afirmación, un grito de desafío, como ese grito que pegó Balzac al llegar a París, desde su buhardilla, mirando las luces de la ciudad en la noche: “ ¡París, ahora estamos tú y yo frente a frente!” El mundo santiaguino y el mundo chileno también frente a frente con Carlos Droguett. Traté de mostrarme a mí mismo que tenia las condiciones de escritor y la capacidad necesaria. Sigo con el tema cuando te digo que me propuse desafiarme a mí mismo y hacer una especie de reacción química y espiritual para ver si era o no escritor, si estaba enfermo o no de literatura. Por eso, alguna vez, siendo un muchacho, me propuse escribir una especie de comentarios a unos capítulos del Quijote, guiándome sólo por las viñetas de la edición antigua ilustrada por Gustave Doré, y los escribí.

F.A.L. La literatura,  ¿es una denuncia para ti?
C.D. Mira, no sé si es o debe ser una denuncia, pero si sé que la literatura es una constancia y una constante para hablar en términos musicales o de contabilidad. Creo que en ese sentido la literatura tiene que ser un ojo abierto, pero los ojos no son tan fríos para mirar. Ya sabemos que los ojos pueden mostrar todos los grados de la emoción humana, sea la emoción del goce, de la rabia, del entusiasmo, de la desesperación, de la soledad. Creo que la literatura es un arma. El libro no es este objeto tangible y visible sino que es un producto espiritual, una cosa que se puede convertir en música o en pintura, esas artes sin palabras y tan elocuentes, quizás por eso mismo.

F.A.L. ¿La tomas como manera de despertar el espíritu o de mantener cierta conciencia de la realidad?
C.D. La tomo en el sentido que dijo Sócrates: "Yo estoy sobre la ciudad como un tábano sobre la piel de un noble y brioso caballo, para picarlo y mantenerlo despierto.” Para mí, la literatura es una herramienta de trabajo y no es la máquina de escribir y no son las letras que pongo en un papel. La literatura es algo más profundo y más permanente que la materia que es una máquina o una cinta, un lápiz o un papel. Por mi parte, ya me he convertido, casi en un ambulante delirante o en un delirante ambulatorio, si tu quieres. He dicho muchas veces que el escritor, el predestinado, no el aficionado, es el que escribe la literatura, la maneja como una herramienta de trabajo para hacer cosas útiles, es decir necesarias. Es un testigo y su trabajo una denuncia. La literatura no sólo puede presentar así a personajes exteriores, tipos simpáticos o tipos dados. Si hay testimonio en este mundo, aunque no sea fotográfico, creo que se ha dado para quedar como literatura de permanencia. Y si hay una literatura real y verdadera en este mundo, no puede ser sino literatura acusadora, una literatura destructora y constructora al mismo tiempo. Recuerdo a Manuel Rojas, quien toda su vida fue un anarquista hasta su muerte, quien no creía en las instituciones corrompidas, sólo en el hombre. Para mí la literatura es, o debiera ser, lo que decía un gran anarquista, creo que Bakunin: “La pasión de la destrucción es una pasión creadora.” En este sentido, entonces, la literatura tiene que ser denuncia y testimonio. Es un reflejo del mundo, pero no como la propaganda, la fotografía, la televisión o la radio, sino un rayo equis espiritual nada de inmóvil.

F.A.L. ¿Entiendes por literatura una especie de fuego que quema al lector para dejarte una cicatriz?
C.D. La literatura es una especie de medicina que torna sano al enfermo y enferma al sano; es decir, te hablo de una literatura que llegue al cuerpo y al espíritu, que llegue a las entrañas, al sentimiento y a la memoria. Por eso creo que si el escritor quiere ser escritor no puede caer en la frivolidad. No separo al escritor del hombre. Considero al trabajo literario como una especie de sacramento, de sacrificio a los dioses, una purificación. Tengo que experimentar un tipo de trance para escribir cualquier cosa, pero, yo no escribo cualquier cosa. Por lo demás, alguien de la profesión, afirmó una vez que el lector no es nada más que un medium, un intermediario.


30 de septiembre de 1977:
F.A.L. ¿En qué sentido te consideras un escritor revolucionario?
C.D. La pregunta es difícil de contestar en pocas palabras. Te puedo empezar a dar una respuesta citando unas ideas de un libro, Historia trágica de la literatura, donde se habla de este mismo tema. Allí se plantea lo siguiente: no se puede ser escritor revolucionario porque se es revolucionario o se es escritor, pero no se puede ser las dos cosas al mismo tiempo. ¿Qué es un revolucionario? Un revolucionario tiene que salir a la calle, tiene que ir a las fábricas, visitar las minas, promover el desorden en la sociedad mal ordenada. Un escritor no puede estar entre la multitud vociferando y en su oficina escribiendo. El revolucionario se profundiza en la obra que él está haciendo, a través de su libro, aunque no quiera ni lo sepa. Yo acepto tu pregunta, ya que te la acepto afirmativamente de que si, soy un escritor revolucionario porque veo que el asesino, el asesino uniformado, el asesinato masivo de mi pueblo, el arrasamiento de la sociedad chilena, el saqueo de las minas, de las instituciones, el saqueo de las leyes y la moral en Chile por los gorilas conocidos y generales, es un tema de absoluta obligación para el escritor, no sólo para el chileno, sino para el argentino, el peruano, el paraguayo, el uruguayo, el brasileño, porque de América, pienso como los cubanos, que todos somos uno, En este sentido, te digo que si un escritor ignora su pueblo de América se vuelve de espaldas a la realidad de Chile, por ejemplo, un escritor chileno que no se vuelve de cara a la realidad de Argentina, del Uruguay, del otro infierno, del otro lado de los Andes, es un escritor que ni siquiera es hombre. Es decir, a mi me interesa mucho más que tu me preguntes ¿Es usted un hombre? más que un revolucionario actualmente. Y si es escritor, tiene la obligación de ser un hombre integro; es revolucionario siempre y cuando por ser del mundo, porque transfiere este mundo en palabras y se da cuenta de que su mundo es mierda, mundo de injusticia, mundo de sangre; y en ese sentido, uno es escritor o no es escritor, y si es escritor no puede ser sino revolucionario, aunque diga que no lo es y aunque no quiera serlo. Fijate en el caso de Dostoyevski, un genio, quien era partidario refinado del padrecito Zar. Era más beato que cristiano, más que lo que es tu amigo Droguett; era legitimista, odiaba al pueblo. El mismo dice en una obra suya que ama al pueblo, pero que no puede soportar el olor de la multitud. Sin embargo, Dostoyevski es un inmenso revolucionario que precede y anuncia a la Revolución Rusa, un precursor, un visionario. Era revolucionario y no quería ser revolucionario, pero la vida, la situación de su mundo, de su tiempo, lo hizo así. Lo mismo puede aplicarse a Balzac, arribista, legitimista, odiador de la democracia, adorador de la aristocracia, realista como hombre -partidario del rey- y realista como escritor, descubridor de mundo moderno y de su podredumbre, etc. Se puede ser revolucionario estético, literario; además, Whitman, Proust, Joyce, Kafka y esto con lo otro, el escritor-hombre, ser escritor porque se es hombre, es lo fundamental, lo fácil o lo imposible, como habría dicho Oscar Wilde.

F.A.L. ¿Cómo se explica el hecho de que creas muchos personajes marginados?
C.D. Claro, porque el mundo y sociedad actual es una sociedad de gente marginada. Tal vez Ramón Neira (de la novela El compadre, 1967) sea la figura más simbólica de mis libros. Recuerdo tanto a Manuel Rojas, a quien le respeto su opinión, cuando dijo que Patas de perro era una obra simbólica, igual que El compadre, pero, fíjate, que esas dos obras no las escribí pensando en simbolismos. Las escribí con el afán de transpirar una historia, porque yo transpiro novelas, siempre lo hago. Patas de perro ya me tenía un poco enfermo como tema obsesivo. El compadre propone el mundo mirado desde un andamio, como el mundo por un enano. Recuerda la novela de Gunther Grass, El tambor de hojalata, o el mundo mirado desde el subterráneo, de Dostoyevski, o desde el otro subterráneo, La casa de los muertos, o desde la estrella del principito de Saint-Exupéry. Es otro modo de enfocar la realidad, como un fotógrafo con una misma fotografía, que la toma de diferentes planos. Creo que sin realidad no podría escribirse. Sin inquietudes y sin pasiones, tampoco se podría, que nos conmueven por eso, porque son realidades. Todo es realidad.

F.A.L. ¿A qué se debe que tu estilo sea de contenido emotivo donde siempre vibra una vitalidad?
C.D. Es tal vez una manera un poco personal de enfocar las cosas, pero no describo un objeto como el vendedor del objeto. Tal vez escribo sobre la vida del objeto, si tu quieres, para decirlo en una forma un poco rebuscada. Pero, claro, vivo mucho con el mundo animado y, tal vez, por eso me hace sufrir tanto el padecimiento de los seres que no pueden expresar su dolor, sus sufrimientos, a través de las palabras. ¿Has pensado alguna vez que si el pobre perro que era Bobi  (en Patas de perro) pudiera alguna vez escribir él mismo su propia historia?

F.A.L. ¿Cómo le contestarías a alguien que te preguntara cuántos Droguetts hay?
C.D. No lo entiendo. Es obviamente una pregunta muy borgeana. Bueno, se podría contestar de diversas maneras. Claro, han de ser varios, tienen que ser varios, aunque nunca los he contado porque, además nunca me he preocupado por contarlos, pero aparecen siempre así, y parecen ser varios. Cualquier tipo puede ser -aunque no tenga el talento de Borges, talento que no envidio por otros motivos, extraliterarios- cualquier persona. El Droguett mismo que es el Droguett adolescente, el Droguett hombre, el Droguett insatisfecho de un mundo, el Droguett enamorado, si tu quieres apasionado, el Droguett funcionario, el Droguett panfletario, un poco salido de los cauces legales de una sociedad criminalmente constituida, el Droguett que rememora su historia y rememora la historia de otros como en el caso de Eloy (en Eloy, 1960), por ejemplo, o en el caso de las novelas históricas.

 F.A.L. ¿Escribir novelas históricas lo consideras una forma de nacionalizar la literatura? C.D. Creo que si, una forma de nacionalizar lo que ocurrió en nuestra tierra y de nacionalizar nuestros temas, nacionalizarnos nosotros mismos. Esta es una de las labores mas positivas que hace la literatura como responsabilidad del escritor; o sea, el revolucionarismo del escritor está aquí: reescribir la historia, hablar de su tierra, contar la historia que no escriben los historiadores. Ese es para mí el papel del escritor. Porque, fíjate en Chile, de la matanza del Seguro Obrero, que ocurrió el 5 de septiembre de 1938, nadie hubiera dicho nada en una historia contemporánea de Chile. De la matanza de 3.500 obreros salitreros en 1907, en la Escuela Santa Maria, de Iquique, ningún historiador ha dicho nada. Uno de ellos describe esos años de la Presidencia de Pedro Montt, el autor de la matanza, de "absolutamente pacíficos."


1 de octubre de 1977:
F.A.L. ¿Cuál es tu procedimiento para encontrar el material novelesco?
C.D. Hablo de cosas que existen o que han existido porque sitúo todo el ambiente en un lugar concreto y conocido, o sea, identificable. Ramón Neira realmente existió, era cliente de un policlínico del Seguro Social en Santiago, sólo que no tenía ese mismo nombre. Alguien me había contado la anécdota de su vida, un médico amigo, a quien lo conmovió la historia tan impura o pura de este hombre tan puro o impuro. Yo le tenía lástima, fíjate, que el hombre no creía más que en el trago, en el licor, y me costaba comprender si su situación era de alegría o de tristeza o alienación. Me produjo una gran simpatía, porque me contaron además, la historia de su mujer y su hijito. Otra cosa, la historia transcurre durante el período de la Presidencia de Pedro Aguirre Cerda, que fue una corta época de justicia social y, por lo tanto, de esperanzas. Eso es lo que se llama ser reportero de la vida: juntar la historia de Ramón Neira con la suerte de mucha gente. En realidad, puedes verlo recorriendo la mayor parte de mis libros, no invento mis temas, yo los recojo, hago de ellos un reportaje en el sentido esencial. Si, no tengo mucha imaginación.

 F.A.L. ¿La muerte es un temor para ti o llega a ser un reflejo de la vida?
C.D. Creo que es sólo un misterio. Como a todo misterio, un hombre le tiene miedo a esa altura o esa profundidad. Cuántas veces he pensado ¿qué pasaría si el tren o el avión para aquí para siempre? Hablando de Fausto, se vende para morir. A mi no me importaría morir. ¿Cuántas veces me pregunté esa posibilidad en Chile, donde la muerte tiene ahora una sucursal y un gran concesionario? ¿Cuántas veces, después de que mi hijo menor estuvo preso y fue torturado, después de que mi hijo mayor tuvo que salir rápidamente del país con su novia porque tal vez la policía andaba detrás de él? ¿Tú crees que muchas veces no me enfrenté a la posibilidad de que esta noche me vinieran a echar abajo la puerta y me tomaran preso? Sería muy fácil y económico torturarme a mí, porque soy débil de cuerpo. Muchas veces me hice ese cuestionario rápido, sin apuntes, si me cogen, si me torturan, si me matan. No sé, realmente, no creo ser un héroe, pero creo que habría enfrentado con cierta dignidad a la muerte, sí, habría ingresado peinado por lo menos al otro mundo. Entonces, escribir sobre la muerte, o desde la muerte es como un medio, a mí se me ocurre, de neutralizarla, de exorcizarla, de darle un plazo porque ahora estoy ocupado.

F.A.L. ¿Muchas veces la muerte aparece como una llamadora o diosa en tus novelas?
C.D. Sí, entonces, de allí que ocurre en mi ese afán desde hace mucho tiempo y que más se ha cristalizado y más se ha profundizado en los últimos años. Ahora yo gozo del aliento de ser un escritor místico, como Kierkegaard lo era, por ejemplo. El Maestro Eckhart, Unamuno, a quien mucho he leído y no quiero leer más; Dostoyevski mismo es un místico. Acuérdate de la leyenda del gran inquisidor y su feroz temor a la muerte, pero es un temor por la muerte metafísica. Es decir, a mí no me importa la muerte física sino la muerte del alma, porque el cuerpo se demora poco en morirse. ¿Pero, cuándo se muere el alma?, ése es el problema. La idea de la muerte emplea la idea de la vida realmente.

F.A.L. ¿Tú sientes que hay algo más allá de la muerte? ¿Crees en la nada?
C.D. Estoy lleno de dudas, oye, y no tengo sucursal en el otro mundo ni corresponsal tampoco. Dudo que un científico absolutamente materialista, marxista así, enfrentándose a su soledad total, pueda resolverlo. No creo que cualquier persona normalmente dotada de buena salud corporal y espiritual, que se enfrente a la pregunta, ¿Crees que hay algo después de la muerte? , la pueda contestar. No sé qué contestarían si son honrados, porque yo francamente te confieso que no tengo idea. Tengo mis dudas y esas alimentan mi temor a la muerte, pero un temor, oye a que me arranquen las uñas vivo los gorilas de Chile. Un miedo de que violen a mis nietas, que violen a mis hermanas, que hagan violar a una chica de la cual soy padrino de bodas por los perros policiales del ejército, como acostumbran Pinochet y sus demás asesinos. Es mucho temor, mucho más limpio y más trascendental, más permanente. Es decir, lo acepto como terror y como tema y en el libro que voy a comenzar a escribir en cuanto te vayas, creo que voy a tornar a la muerte, es decir a la vida, tal vez a través de un tema bíblico. Tengo que propagar esa sangre nuestra a través de la tinta de la imprenta, o tratar de hacerlo, pero lo que a mí me preocupa es no tanto la muerte en sí, sino lo que está al otro lado, más allá del límite.

 

 

Fotografías de Armindo Cardoso
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Por Francisco A. Lomeli
Universidad de California, Santa Bárbara
Publicado en Literatura chilena, creación y crítica. Julio / Septiembre de 1981