Todo escritor o artista, por su incapacidad de adaptarse a moldes, patrones, consignas y esquemas, por su inadaptabilidad esencial, es un exiliado; sólo que, cuando se exilia verdaderamente, cuando sale con su cuerpo medianamente vivo de la tierra que lo formó, que lo sustenta, se nota más.
Vauvenargues decía que no se puede llevar a la patria en la suela de los zapatos, pero esa frase de comodidad sedentaria, reflejo de la autobiografía de una neurosis, es evidentemente extraviada. El arte se ha nutrido desde muy antiguo del exilio. Si no, que lo cuenten Ulises, que llevaba su formidable optimismo de rechazado por todas las tierras y mujeres que pisaba; o José, el futuro ministro bíblico; o Dante, el que se extrajo de las nostálgicas y sollozantes entrañas su tumultuosa comedia. Luis Cardoza y Aragón, el guatemalteco, ha dicho también palabras experimentadas sobre el exilio, como impulsor del arte o como liquidador de él: "El exiliado nunca pierde su tierra. La lleva consigo, más que en la memoria en la imaginación. Nunca concluimos de recorrerla; nunca nos fatigamos de crearla. Como en el amor, es más su imagen que la tierra misma en sí. Y la imagen irrumpe, se nutre, se erige con lo que nadie puede suprimirnos: mitos, actos, sueños, conducta, palabras".
Además, que tú, él, nosotros exiliados, somos de tierra, no sólo somos de la tierra, estamos hechos de nuestra tierra y el día en que salimos, expulsados o impulsados de ella, nos la llevamos de todas maneras, no goteando por la planta de nuestra peregrinación de cercenados y ensangrentados por las lágrimas, sino que circula nuestras
arterias, cae con las palabras de nuestra lengua, matiza indeleblemente nuestras miradas, baraja nuestros recuerdos apasionados o tibios, trabaja con nosotros, trabaja desde nosotros.
En estos días, naturalmente, se han escrito y se siguen escribiendo textos reales, algunos excelentes o promisorios, en cl exilio y sobre el exilio de Chile; en Europa, en Asia, en Africa, en América se lanzan análisis políticos, económicos, sociológicos, hasta psicológicos, sobre el drama chileno, pero aquí y ahora no hay páginas para referirlos.
Junto a ellos, en una trayectoria históricamente paralela, vibran otras cuerdas incisivas y resonantes. Por ejemplo, Tejas verdes, de Hernán Valdés, radiografía personal y ambiental de su paso por el notable infierno de la costa chilena, porque siendo Hernán, hasta aquel fatal día, un escritor hermético, exquisito, incontaminado supo, en su individual condena, rescatar y recuperar, en sentido médico, su capacidad atroz de irse hacia el fondo del idioma para encontrarse a sí mismo y al mundo que lo sumerge; mundo infame, infierno uniformado, dolores no metafísicos, sino físicos que lo acorralaban y encendían para apagarlo, y en la pausada y adocenada agonía renace él, no vertiéndose desde la tinta del tintero sino desde el caudal inobjetable de su sangre torturada. Cerco de púas, de Aníbal Quijada Cerda, muestra otra cara del sufrimiento, el que circuló por el infierno helado de Isla Dawson. Lo rescatable de este texto es que no se trata de un testimonio retórico de esta psicosis y esta catarsis inconsolable que suele ser a menudo la literatura sino es, sólo y únicamente, una voz desde fuera del papel y desde dentro de la vida, no es la obra confesional de un escritor de profesión, sino la confesión truncada de un hombre de profesión hombre, de un ser que ha sufrido y ha visto sufrir, que ha constatado la elaboración del sufrimiento y a sus oficiosos hacedores.
Hay en el ancho mundo una permanente primavera y una proliferación de lenguaje, teatro, música, que inciden, no podía ser de otro modo, en la visión, desde uno y otro ángulo, desde una y otra parte, de lo que fue y sigue siendo el asesinato del presidente Allende y su sanguinaria secuela. El Chile destrozado es ahora, obligadamente, nuestra musa de todos. Es en algunas páginas poéticas y en algunas páginas musicales, donde, según mi gusto y mi información, se están cristalizando, no para nuestro legítimo dolor de ahora, sino para nuestra infortunada remembranza de después, los más certeros ejemplos de lo que hacen, piensan, callan, suspiran, vierten en lágrimas y en signos los intelectuales chilenos desparramados en el exilio. Pero en esta situación y reiterada verificación hay algo sorprendente.
¿Por qué nadie ha dicho nada o lo bastante del otro exilio? Por que hay también otro exilio. El que sufren los chilenos que no salieron, no supieron o no pudieron salir del país. El exilio de los que, sucesivamente, enfrentaron la delación, la cárcel, la tortura, la desaparición, el asesinato y lo absorbieron y dejaron testimonios escritos o hablados de su paso por la tierra, de su vertiginosa agonía en la celda y en el lecho de tortura —que también eran su patria—, transidos y húmedos con su pasión. No he hablado, y no quiero hacerlo, sólo de escritores, sino de seres humanos, pues el tema es el sufrimiento en general. No sólo el escritor, el pintor, el músico sufren insignemente y tienen capacidad contratada de sufrimiento, pero hay en su cuerpo y en el cuerpo de su alma, una lumbre, una ventana, una puerta por donde se suelen ir: la maldita bendición, la bendita maldición, la profesionalidad no sólo de sufrir sino de explicar, mostrar, contar su sufrimiento. Pero en el sufrimiento atroz, no sólo los privilegiados de la lengua tienen esta elocuencia fácil cuando es innata, obvia cuando es implacable y eficiente. En el infierno del fascismo la elocuencia no se particulariza ni se especializa, la capacidad de expresión no es sólo patrimonio de los que pasaron por la escuela o tranquearon conocidamente por la inspiración o por la inspiración ajena que les fue transferida. El infierno los hace a todos elocuentes, es la experiencia y madurez del horror la que habla, mira, palpa con su cuerpo que se está muriendo.
Tengo que decir aquí que, durante los dos años que me quedé en Chile después del golpe militar fascista, tuve una gran suerte y me doy cuenta ahora que no puedo decir siquiera que fue una triste suerte. pues hay en esta clase de tristeza acongojada un elemento constructivo y distributivo, esperanzador; hay siempre una latente espera en el sufrimiento cuando éste se da cuenta de sí, de sí mismo, como carne que sufre, carne que seguirá sufriendo, carne que morirá sufriendo y, sin embargo, en lugar de desesperarse, obnubilarse, anularse, enmudecer para siempre en su entraña todavía viva, deja un fulgor, una prenda, una palabra, un rastro balbuceado de su padecimiento sin regreso.
Sí, tuve el privilegio de conocer directamente algunos de estos testimonios, conocí íntimamente a algunos de estos héroes que, como estaba programado por el fascismo, deberían morir en la tortura o desvanecerse en la otra muerte natural de los gorilas, el desaparecimiento.
Y entre estos testigos que hablan, que sueñan, que escriben, que esperan —cuando saben que ya nada pueden esperar— hay dos clases de personas, de personas que sufren y los que han profesionalizado su sufrimiento, los que lo han instrumentalizado, vaciándolo en el sufrimiento del pueblo, los elegidos natos, Víctor Jara, el cantante; Ignacio Ossa, el poeta, hermanos en el arte y en la forma idéntica de morir torturados.
Pero hay más, hay otros que escriben sin ser escritores, que sueñan sin ser soñadores, que no tienen más elementos de juicio para expresarse, más herramienta de trabajo para exponer y pintar su martirio sin tregua que su propio y puro dolor. Yo no sé, y no quiero saberlo, porque soy un enfermo, un comprometido y mi compromiso me timbra y me suprime, cuáles de estos testimonios son más valiosos. Creo que todos lo son, que todos son más valiosos. Sólo me corresponde —la premura del espacio no me permite más— decir una advertencia, insinuar una esperanza para los que hoy, mañana, pasado mañana, nacen artistas desde el sufrimiento de su cuerpo, de su familia, de su pueblo: que en el hombre que no escribe y que en el tránsito postrero escribió, escribió por una única y conmovedora ocasión, encontrarán y tendrán, más que en los tipos de los libros y de quienes los supuran, un guía, un maestro, un ejemplo. Repito, apoyándome en él, lo que dijera José Martí, aquél que en su radiante y vertiginosa vida supo ser las dos cosas: hombre y artista, y no sabemos quién murió y fue asesinado en aquel amanecer de Dos Ríos, si el hombre o el escritor, tal vez los dos, tal vez ninguno. Contaba Martí, al recordar a los poetas de la guerra de independencia de Cuba, que eran muchos, y no todos poetas, los que entonces escribían y subraya: "Su literatura no estaba en lo que «escribían» sino en lo que hacían. Rimaban mal a veces, pero sólo pedantes y bribones se lo echarán en cara: porque morían bien". Repito mi nerviosidad, mis ardorosas dudas: ¿Por qué escribe el hombre que no escribe? ¿Por qué no escribe? ¿Por qué escribe en esas circunstancias, la de su segura y despiadada muerte, el hombre que apenas, en su corta o larga y sacrificada vida, apenas ha escrito nada, algunas cartas sencillas, exteriores, pueriles, domésticas? ¿Por qué siente, en esas postreras horas, el ansia, el hambre, la sed, la urgencia de utilizar una herramienta, el idioma, que jamás fue la suya y que si no fuera por eso, por estar cara a cara a la muerte, jamás usaría? Este hecho inobjetablc, esta pregunta, esta duda, debe, por lo menos, mostrar una cosa y a ella dirigirse: que la vida está primero, que la vida intensamente vivida, la vida de las últimas horas de la vida, es lo que le da esa calidad, esa cualidad, esa sobriedad, ese clasicismo, a una palabra, una frase, un matiz de pensamiento, de ideas, de deseos, de anhelos, que estaban dormidos y tapiados en el ser del hombre que va a morir y que en el postrer día, en la final tiniebla, abre una puerta, la última y la única, para decir su alma por escrito, para dejar señalada una huella de su paso por la tierra y por el sufrimiento. Porque su carne atónita y arrinconada, que va a ser triturada y devorada por el fascismo, sólo dispone de esos testigos, esos testimonios, esos recursos que son su carne misma, su mano, su boca, sus ojos, elementos del ser humano que inventaron el arte de la comunicación y lo trajeron a este mundo.
Además del padecimiento latente y funcional que soportó esta gente que escribió sin escribir, tenían otro infierno suplementado: el de los soplones, el de los acusadores de oficio, el de los denodados validos constantes y sonantes, aquellos que siendo escritores o habiendo fracasado como escritores, se pusieron desde antes del 11 de septiembre al servicio de quienes preparaban la gran matanza, vates zigzagueantes que en las editoriales saqueadas, en las imprentas de diarios empastelados, en las revistas del Opus Dei, en las estaciones de radio y televisión, defendían el fascismo y lo propagaban. Es el caso específico de Nicanor Parra. Como buen profesor de matemática, oportunamente había hecho sus cálculos de que poniéndose sin condiciones al servicio de los milicos, era para él más sustancioso y menos dispendioso. Porque esa cobardía era todo su coraje. Porque Pinochet era su gerente, su cuerda maestra, su cueca larga, porque para eso, para esa felonía escalonada se había preparado sigilosamente desde su visita a la Casa Blanca —el 15 de abril de 1970—, a tomar té con la señora Nixon. Su libro Artefactos, con su nomenclatura culinaria, desaguada en versos libres, libres hasta de poesía, era todo un programa y una batería reluciente en que se concentraba su resentido odio al pueblo, al gobierno de la Unidad y a Salvador Allende. Por aquellos días, en un homenaje que le dediqué, yo enumeraba públicamente algunos recuerdos:
Me acuerdo de Violeta y tengo miedo
deben ustedes creer en mi palabra
la poesía sirve para todo
y estoy seguro en lo que digo
yo, por ejemplo, me hago caca
y la publico
si Jacques Prevert se muere
ya no escribo,
Jacques Prevert se murió
el otro dia
y yo tuve que morirme de repente
pidiendo toda clase de disculpas
me enterraron en el comedor de la señora
me acuerdo de Violeta y tengo miedo
........................................................
otra vez me cogoteó la poesía
y se llevó todos mis versos
siempre me pasan estas cosas
todos me asaltan en las esquinas
de la reina
y me quitan el talento a manos llenas
no tengo idea de lo que es la poesía
por eso ahora escribo antipoemas
yo soy el individuo
una vez estuve en una roca
ahora estoy lleno de mierda
por eso quiero ser definitivo
la poesía es una cosa muy sencilla
una tempestad un tanto tibia
por ejemplo
con una taza de té
(con leche de la señora Nixon)
estoy tan contento de repente
me acuerdo de Violeta y tengo miedo
............................................
anoche soñé que me pagaban
vivo soñando que me pagan
huelo comedores en la cama
muerdo las tazas en el sueño
muerdo los platos en el suelo
suena el té en mis hocicos
sueño que soy el té
que mea Mr. Nixon
estoy tan contento
............................................
Con estos antecedentes, no es raro que Pinochet haya propuesto a Nicanor Parra para el Premio Nobel de Literatura; la noticia ha circulado por América y Europa. Es, esta vez, lo reconocemos, un acierto de Nicanor Parra. Se merece plenamente el padrino.
Los poemas testimoniales que doy como ejemplo pertenecen, en el mismo orden, a un prisionero político, a un desaparecido, a un muerto en tortura.
LIBERTAD
¿Por qué vivir oprimidos
si mejor es morir libres?
¿Por qué en silencio llorar,
si hacerlo no sirve?
Quiero gritar libertad
y las ligaduras rompo con el pensamiento,
quiero con ella soñar
para quienes la perdieron.
¿Cuántos hay que murieron?
¿Cuántos yacen encarcelados?
¿Cuántos más seguirán
la suerte de nuestros hermanos?
¿Por qué humillados vivir
o como parias deambular,
explotados y vencidos
sin justicia social?
Yérguete mi pueblo heroico,
alza tu mano morena,
que ese grito de libertad
se escuche en América entera.
A romper con el silencio
y barrer con injusticias,
camaradas no olvidemos
que la libertad se conquista.
Morir... para vivir
en el corazón del pueblo,
Es mejor que vivir... para hacer morir
apagado de la rebelión... el fuego ...
GRITO DE TRIUNFO Y AMOR
Algún día
tal vez,
puede ser que en cualquier calle
o, en alguna celda,
con mi espalda ardiendo contra una muralla fría
yo muera.
Quizás al amanecer de un nuevo día
o en la brutal oscuridad de la noche,
yo levante por última vez mi grito de libertad.
Entonces, para que nunca me olvides,
querida compañera,
te dejo de herencia un par de palabras:
TE AMO.
Por ti he sido más fuerte y más bueno,
por ti me he sentido más puro.
Mi pueblo te agradecerá el amor que
has lecho renacer en mí.
Cantando sembrará
cantando cosechará.
Tu gesto preocupado de hoy
será sonrisa mañana mirando jugar a tus hijos
apoyada dulcemente en el brazo de tu compañero
construyendo el futuro bueno que mi sangre,
la sangre de tantos,
ha regado.
Sé feliz y recuérdame.
En silencio te he amado y
mi último grito que sea de TRIUNFO Y AMOR.
POEMA DEL HUERFANO
Tú no eres huérfano,
no quiero oír esa palabra
que se pronuncia en los confines
del infierno
porque tú hijo sin padres
ahora eres hijo del pueblo
no importa que no te llames
Valencia, Cañas, Córdova, Tavernas, Toro,
Castillo, Sansón, Ñañes, Ruiz,
Figueras, Márquez, Gusman, Lizardi
Cabezas Palomino.
Quiero que veas en mi tu padre amigo y compañero
une tu mano a la mía
formemos el eslabón en la cadena del pueblo,
no quiero ver en tus ojos
dolor tristeza y desvelos,
sólo quiero ver en tus ojos
Amor Esperanza y Destellos,
mira ese monumento tan alto,
fue erigido por las manos del pueblo
en él con letras de oro
Está el nombre de tu viejo
Yo sé que tú has llorado
lágrima de dolor y angustia en su recuerdo
Compañeros
El pueblo no entierre a sus muertos
porque siempre estarán vivos
con sus vidas y recuerdo
hijo amigo y compañero
Levanten Banderas Chilenas
Alzadas hasta los confines del cielo
Es la Bandera de Chile es la Bandera del pueblo.
Nota los apellidos que aparecen son los de compañeros
fusilados muertos en pisagua desde 11 de septiembre hasta
marzo del 74 en su memoria dedico este poema son padres amigos.
En Chile y desde Chile, no desde el amado y odiado exilio, nacerán las voces trascendentes de la resurrección de nuestra tierra; las que empezarán a construirla con palabras, con otras palabras menos gastadas y agotadas, cuando el fascismo se haya, por fin, ido por las alcantarillas. De este padecimiento extraartístico y extraliterario, insertado en el pleno ser del hombre, de esta herencia de los que escribieron sin escribir, de su pasión que hemos copiado, nacerá, con toda seguridad, la avalancha de los nuevos escritores.
Carlos Droguett (Chile), uno de los mejores narradores chilenos de este siglo. Ha publicado novelas: Sesenta muertos en la escalera (1959); Eloy (1960); l00 gotas de sangre y 200 de sudor (1961); Patas de perro (1965); El compadre (1967); Todas esas muertes (1971), etc.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Literatura del exilio
Por Carlos Droguett
Publicado en Texto Crítico, julio-diciembre 1981, nos. 22-23, p. 59-67