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Diálogo sobre Salvador Allende

Carlos Droguett - Rafael Agustín Gumucio

Publicado en Literatura Chilena, Creación y Crítica. N°25. Julio a Septiembre de 1983


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CARLOS DROGUETT

A Rafael Agustín Gumucio, en Paris.

Querido Rafael:
No habrás olvidado que un día del pasado año a causa de tus Memorias truncas —que oportunamente tuve el privilegio de leer en tu exilio parisién, y que seguramente, por causa de un leve matiz de pesimismo o de excesiva autocrítica no seguiste redactando, en circunstancias que por tus ojos y tus manos ha desfilado medio siglo de la vida política chilena— te sugerí hicieras un resumen o antología de ellas y que yo pediría se publicara en la revista Literatura Chilena, que aparece trimestralmente en California. El problema, sin preámbulos, es el siguiente: Hace dos meses me escribió un gran amigo, Guillermo Araya, catedrático del Departamento de Estudios hispánicos y portugueses en la Universidad de Amsterdam, y uno de los Directores de la citada revista californiana. Guillermo me decía que para recordar debidamente el décimo aniversario del asesinato de Salvador Allende, ellos, la revista, querían rendirle un solemne homenaje y me pedía le sugiriera ideas. Le contesté en seguida y mi respuesta fue: que siendo Salvador Allende la figura más relevante de nuestra desgraciada historia, toda la revista, absolutamente, debería estar dedicada a él, analizando su figura desde todos los ángulos: político, revolucionario, visionario, ideológico, educacional, médico-social y que, en consecuencia, para cada tema debería pedirse la colaboración de especialistas. Pero mi sugerencia no llegó sólo ahí. Me acordé de antiguas y recientes charlas de nosotros dos y, cuando en la última te propuse tu cuota de trabajo, textualmente, o casi, me dijiste: ¿Y por qué, en vez de publicar yo un trozo de mis fallidas Memorias, no hacemos un trabajo en común, hablando del cielo, la tierra y el infierno, donde digamos, sin mordernos la lengua, censuras ni prohibiciones, lo que nos parezca, todo enfocado desde el eje magnífico y permanente que es, para los viejos que somos y debe ser para la juventud que será, Salvador Allende, el segundo Presidente asesinado de Chile, ya que el primero fue Balmaceda, su muerte tuvo exactamente todas las características de un asesinato. No me olvido que tu te reías sin que te provocaran, pensando en lo que podrías decir de la podrida aristocracia criolla, esa que colabora patrióticamente con el primer carnicero de la nación, la misma que uno de sus hijos —y a pesar de ello inteligente—, calificaba y clasificaba ruralmente llamándola apellidos vinosos.

En la hora de ahora, lo que se me ocurre es tu última idea, que actualizo. Nos planteamos una serie de temas, materializados en preguntas o en preguntas de preguntas, como se hace en los juzgados del crimen en los legendarios careos. Por ejemplo, aquí van las mías (pueden ser más, pueden ser menos), y son preguntas no sólo para ti sino para nosotros dos, temas en forma de preguntas:

1) Tu conociste a Salvador Allende toda la vida, es decir, desde la juventud. ¿Me puedes hablar de esa juventud? ¿Anunciaba esa juventud lo que sería esa madurez y el espléndido sacrificio que había de coronarla? Es un panorama rico y tentador, puede mirarse y rememorarse desde muchos matices: el joven simplemente enamorado de la vida y de su profesión. (Esto se desprende de su formidable y aún actual tesis —me han dicho, no la conozco—, para doctorarse de médico.) ¿Se adivinaba ya en él esa conversión del médico joven, inteligente, ambicioso, que no toma su profesión como un arma individual, para curar a fulano, mengano, zutano, rastreadora de los pingües dineros que le pagan zutano, mengano, fulano, para que los mantenga vivos o aparentemente vivos? Esa conversión, digo, que de médico asistencial, lleva a Salvador Allende a la cabecera de un enfermo más enfermo, más numeroso, más desastroso, un pueblo entero, un país largo y esquelético, una sociedad marcada y tarada, un organismo social desintegrándose, pudriéndose?

2) En los últimos decenios, la suerte de dos médicos sudamericanos, su muerte despiadada y trágica, conmovió al mundo. ¿Es una coincidencia solamente que Ernesto Che Guevara y Salvador Allende hayan muerto asesinados al servicio de sus novísimas y peligrosas profesiones, o un síntoma más de la enfermedad social de nuestro continente, saqueado hasta los huesos por el imperialismo norteamericano, maestro de asesinos, amaestrador de asesinos?

3) Háblame de Salvador Allende como ser particular, como componente de un grupo social, de una familia, de la que fue, normalmente, hijo, marido, padre. ¿Era distinto al Allende hombre público, que se veía tenaz, apasionado, obsesionado, muy seguro de si y de sus obsesiones, habiloso, macuco, muñequero? ¿Y de la mujer? ¿Qué me puedes decir del amor a la vida mostrado por Allende, el inmejorable enamorado de la vida, de la mujer como expresión de esa vida, de su compañera Tencha, de su hermana Laura, de sus hijos? ¿Hay un Allende, figura privada y anecdódtica, que no llegó a trascender el círculo cada vez más íntimo en que se encerraba, como consecuencia lógica de su fulgurante ascenso en la carrera política, en su destino de revolucionario sin armas, que, suicidamente y lúcidamente, eligió?

4) ¿Puedes hacer un paralelo entre las figuras humanas de Allende y Frei? Tú conociste a Frei, me lo has contado, —aunque quizás lo has olvidado— cuando ambos eran jóvenes. ¿No piensas como yo pienso, que su trayectoria, calculada, buceadora, metódica, quemando no sólo etapas sino ilusiones, puede perfectamente cumplir la definición que da Bernard Shaw de la política, el arte de disfrazar de interés general el interés particular? Por el contrario, la figura joven, tenaz, consecuente, rectilínea, insobornable, de Salvador Allende, ¿no presagiaba ya que algún día preferiría el martirio a la traición, primero a sí mismo, después a su pueblo?

5) ¿Cómo situarías a Salvador Allende, entre los presidentes que gobernaron, o trataron de gobernar la república, desde los románticos años del Frente Popular? El fue Ministro, flamante Ministro de Salubridad, de Pedro Aguirre Cerda, si no me equivoco. ¿Lo conocías ya íntimamente como político? ¿Se adivinaba en el fulgurante Ministro, enfebrecido de proyectos de alivio a la miseria, a la infancia desvalida, de erradicación del alcoholismo, de las enfermedades laborales, de las enfermedades sociales, al futuro Presidente, al mismo tiempo frío y apasionado, consecuente hasta la temeridad, de seguridad en que si el presente lo había dejado solo, el futuro reconocería toda su grandeza?

6) En este sentido, ¿piensas que sigue siendo válida la idea que proclamaba y preconizaba un cambio de sociedad dentro de la ley, sin una revolución armada tipo Cuba, Nicaragua, El Salvador? Si éste es tu pensamiento, ¿crees que lo era el de Allende en sus últimas horas de vida? En su discurso de despedida, radiodifundido a todo el pueblo, que tu escuchaste supongo en tu casa, que yo escuché en casa de un amigo, miembro del partido comunista, que debería pasar dos años en el campo de concentración de Chacabuco, en las salitreras, en ese discurso Allende dice en un momento: ...Con esto acaban de dar vuelta una página de la historia... (Se refería a los gorilas alzados en armas contra él.) ¿No piensas que esas palabras estaban significando que consideraba errada una revolución sin armas, pues la derecha política, con la mano sanguinaria de los milicos, estaba anunciándole que no, que no podía tocársele el bolsillo, sin exponerse a ser asesinado?

7) No sé si recordarás que en su citado discurso de despedida, Salvador Allende no se refiere en ningún momento a los políticos, menos a los partidos políticos que lo acompañaron en su gestión socialista de gobierno. En un momento final y crucial dice: ...Vendrán otros hombres... Es decir, se está refiriendo a un lejano futuro, no al trágico presente, y mucho menos a los políticos que, en las angustiosas horas que precedieron al anunciado golpe militar, no se atrevieron, o no quisieron, tomar una posición de hombres, si no de hombres políticos. Esta idea no es sólo mía. La expone y la desmenuza con inteligencia Pedro Vuskovic, en su obra Una sola lucha, editada por el Centre de Recherche, Université de Paris, VIII, enero de 1978. Textualmente, leo en la pág. 67: "La pregunta de por qué, en tales circunstancias, el hombre, el dirigente que las pronuncia, no olvida referirlas a los trabajadores, a la modesta mujer, a la campesina, a la obrera, a la madre, a los profesionales, al obrero, al campesino, al intelectual, pero al mismo tiempo no las refiere en momento alguno a sus compañeros de dirección política, ni los convoca a ocupar el papel de dirección que deja. ¡Ni una palabra en ese mensaje final! Y la pregunta de por qué, cuando anuncia en su comunicación esperanzadora la apertura de las grandes alamedas del futuro, y expresa su seguridad de que el momento gris y amargo será superado, siente la necesidad de decir quiénes se harán cargo de esa superación: Vendrán otros hombres...".

¿Qué piensas tu al respecto, Rafael? Con sólo haberte transcrito lo expresado por un ex Ministro de Allende, tú ya tienes mi pensamiento.

8) A propósito de la pregunta anterior, donde vemos al Presidente de la República, despidiéndose lúcidamente de su pueblo e invocando al pueblo del futuro, ¿cuándo viste por última vez a Salvador Allende?

9) Me parece que tú y yo, cada uno en su esfera de vida o de crítica de esa vida, hemos sido, al mismo tiempo que inconformistas, terrible y obstinadamente soñadores. Nos criaron y educaron en la casa de Cristo, pero ya hombres estamos al lado afuera de ella, tal como Cristo. No hemos cambiado, pues, seguimos lanzándole piedras al presente para abrirle camino y luz al futuro. En este estado de ánimo va mi pregunta. ¿Crees que un verdadero régimen socialista, un socialismo incluso sin dinero, podrá cumplirse alguna vez en esta tierra, al menos en nuestra saqueada tierra americana, habitada sólo por cementerios y por gente señalada por la muerte para ingresar a esos cementerios? ¿No crees que Pío Baroja tenía razón cuando sentenciaba que para él la república ideal era aquella sin moscas, sin frailes y sin carabineros?

10) Se ha dicho, incluso por escrito, que el general Prats propuso días antes del alzamiento militar a Allende el descabezamiento de las cuatro ramas de las fuerzas armadas, de manera de sacar de ellas a todas las cabezas visiblemente complotadoras y que para ello le pidió carta blanca y le ofreció asumir, él, el general Prats, toda la responsabilidad. Si ello hubiera sucedido, ¿crees que hubiera estallado una guerra civil? Una guerra civil con el pueblo armado, a eso me refiero. Pero mi pregunta apunta a otra cosa. En una guerra civil, ¿habrían muerto y desaparecido más vidas humanas que en estos diez años de sangrienta tiranía?

11) Te transcribo algo que me ha sido contado por dos políticos, uno de ellos Ministro de Allende hasta el fatal 11 de septiembre. Cuando el palacio de La Moneda había sido ya bombardeado, como consecuencia de la tenaz negativa de Allende a abandonarlo y abandonar el país en un avión que se le tenía preparado, rodeado por sus últimos compañeros, que morirían después que él, o antes que él, como el periodista Augusto Olivares, al pasar por la galería adornada con los bustos de los Presidentes de Chile, Allende los echó al suelo a todos, menos a dos —Balmaceda y Aguirre Cerda— sin decir una palabra, pues el gesto y la acción mismos contenían muchas palabras, ideas, opiniones, panoramas de nuestra triste historia de país siempre al borde de la miseria y de la muerte. Cuando te conté esto que me contaron, me dijiste que no lo creías, porque Allende no era un iconoclasta. Bien. Pero tú me has dicho que en los días inmediatos que precedieron al alzamiento militar, tú no viste a Salvador Allende. No sabías su estado de ánimo, no conocías su pensamiento, sus ideas últimas, ésas que lo continúan. ¿No crees, como yo creo, que al echar abajo, las figuras de aquellos que llegaron al solio de los presidentes de Chile nos estaba recordando que lo hicieron, no para servir al país sino para servirse de él durante decenios y decenios para proteger y remachar sus privilegios de casta, su total y criminal posesión de la tierra, la desigualdad social que arrastraba como remanente presupuestario las mas altas tasas de mortalidad de toda América y una de las más altas del mundo? ¡Pero si con su gesto último, que precedería a su asesinato, él, el último Presidente constitucional de nuestra patria, estaba rectificando su pensamiento y señalando la Historia! ¡Hasta él, en ciento cincuenta años de vida política independiente y económicamente dependiente, Chile sólo había tenido dos Presidentes! El era el tercero y por eso moriría como murió, asesinado por un asesinato que lo inmortalizaría. ¿Desde nuestra última conversación, no has cambiado tu modo de pensar?

12) Háblame de la aristocracia. Tú sabes y yo sé que es, con poquísimas excepciones, una clase cobarde, ladrona, extorsionadora, aventurera, que no mata, que no se atreve a matar, que contrata asesinos, que mientras los tenga puntualmente a su alcance, podrá dormir tranquila, la cabeza soñadora y plácida sobre su almohada de dólares y de acciones con cría del Banco de Chile. Estuvo contra Balmaceda, acorraló a Balmaceda y le gritó ¡mátese, porque lo voy a matar! Estuvo contra Alessandri, cuando este magnífico histrión de la historia nacional era el cielito lindo y vociferaba contra la canalla dorada y le sobaba la espalda a su querida chusma, la misma que haría ametrallar en San Gregorio. La derecha política transforma en oro cuanto toca, hasta su propia mierda, convierte en billetes las ancas de sus hembras, sin transición ni discriminación, como lo hace con las vacas y las yeguas de sus fundos, la derecha, muy ducha, y muy productora de hembras claves, sabía que mercándoles algunas a la familia Alessandri, el león de Tarapacá volvería a su redil, el redil de don Fernando Lazcano, el Senador que lo había prohijado y que murió de rabia —sin eufemismo, murió efectivamente de rabia—, cuando su ahijado se presentó de candidato presidencial de las izquierdas en las elecciones del año 20. La derecha estuvo después contra Ibañez, porque Ibañez había hecho aprobar todas las leyes sociales que yacían meses en los archivos del Congreso Nacional y que el tintinear de sables hizo despachar en una sola tarde. Pero la derecha, productora afanosa de trampas sexuales, le metió una en la cama al Coronel Ibañez y éste fue ya para siempre derechista y hasta murió disfrazado de hermano tercero de la orden de San Francisco. En otras palabras, ¿estás de acuerdo con la sentencia de San Basilio: Todo rico es ladrón o hijo de ladrón? Yo te hablo de la parte más vulnerable del rico, aristócrata de nacimiento o de rulo, pero tú me puedes hablar, creo que muy bien, del rico-rico, del aristócrata de nido o de arribismo, o de remate, como ente social, como animal productor de cizaña, de miseria, de tuberculosis, de silicosis, de odio, el espantoso mamífero que alimenta con sus tradicionales tetas a los nuevos nourrisons de las escuelas militares, aquellas que impedirán que mañana, pasado mañana, dentro de dos lustros, el pobre de profesión, el abandonado desde hace doscientos años, el infeliz tarado por la miseria, el siervo de la gleba, rompa algún día sus cadenas. Te cuento una anécdota para agregar a tus recuerdos otra característica de la aristocracia. Su ignorancia absoluta, tan soberbia como su soberbia. En la década del 30, yo era corrector de pruebas en la editorial Ercilla, que en la gran casona de la calle Agustinas, cuadra 16, publicaba una cantidad de libros y numerosas revistas, entre ellas las más socorridas y populares, Ercilla y Hoy. Entre los autores chilenos, además del famoso y hocicón Joaquín Edwards Bello, y el venerable sacerdote laico, Augusto D'Halmar, figuraba Emilio Rodríguez Mendoza, de larga data en las páginas del periodismo literario y de la diplomacia. Por aquellos días se preparaba febrilmente un voluminoso centón antialessandrista, titulado, si la memoria no me engaña, El golpe de Estado de 1924. Como el autor era de talla —por lo menos, para esos años— pidió al jefe de la corrección de pruebas, le enviara a alguien que trabajara con él en su casa, retocando y afinando las pruebas de página del esperado libro. Ese alguien fui yo, y como al interrogarme quién era y qué hacía, y al contarle que me había educado —como él—, en el colegio de los padres agustinos—, que estudiaba leyes y, al mismo tiempo, buscaba mi rumbo de escritor, me trató con alguna menos engolada simpatía, descendiendo de sus pergaminos y entorchados de cónsul de Chile, de Ministro de Chile, de Embajador de Chile, en una serie escalonada y ascendente de países, primero americanos, después europeos. Había algo de quijote ciudadano en aquel cuerpo robusto, alto, espigado, con ese aspecto sorprendido que otorga a la gente la sordera, cuando se inclinaba hacia mí, su mano encerrando la oreja, para escucharme bien, nítidamente bien declamado, el final de frase que yo humildemente le sugería, para evitar repeticiones, cuando en un párrafo del texto, ya caído Alessandri, los enormes camiones de mudanza de la empresa Para todos sale el sol, se habían detenido aquella tarde de verano frente al palacio de La Moneda para trasladar los muebles del recientemente desahuciado arrendatario. Se desprendía una simpatía seca, de jardín de plantas, de museo histórico de aquella esbelta y orgullosa figura que presidía nuestras lecturas —su propia escritura—, mientras por la puerta apenas entornada, se deslizaba una mano femenina delgada y enguantada, un velo de tul que se agitaba y él se inclinaba para dibujar en el aire un inspirado beso de servicio exterior, apenas insinuado el beso, apenas asomado el gesto, mientras murmuraba con voz ronca —una voz de Sancho caricaturizando a su amo—, hasta esta tarde, hijita, dile al chofer que no tarde en regresar. Un perfume de salón del pasado siglo, una vaharada de iglesia, un dulce y apenas agrio soplo de otra vida, muerte y viva al mismo tiempo, se desvanecía en el aire, con el ruido de la falda que iba acariciando la grava del jardn, mientras él, el famoso escritor y diplomático, carraspeaba, volvía a sus recuerdos, a su sillón, se echaba una brizna de rapé en la enorme fosa nasal y recién se descubría y me descubría, estornudando, entreabría la boca para decirme algo o continuar diciéndolo, miraba las hojas caídas en el suelo, miraba mi mano reteniendo el lápiz y el aliento y vaticinaba sus recuerdos. Eso, decía, en el servicio exterior, como en un zoológico, se conoce mucha fauna, algunos animales de especies ya desaparecidas, descendientes de los que decían habían descubierto Chile, de los que, en realidad de verdad, estuvieron saqueando la república junto con fundarla. Y no sólo ladrones, caballeros de industria, desarrajadores del Santo Oficio. Además ignorantes, superlativamente brutos. ¿Sabe usted lo que me dijo, no hace mucho ni poco tiempo, don Emiliano Figueroa Larraín? Los dos éramos relativamente jóvenes, yo era ambicioso, quería ser famoso, si no en la política, si no en el mundo de la diplomacia —como un Talleyrand, como un Metternich—, en el servicio de las letras, pero por ahora estaba de Ministro de Chile en alguna parte y había ido a despedirme de Su Excelencia. Su excelencia era pausado y tímido, gordo y agradable de oler, como los habanos que fumaba. Se extrañó de verme todavía joven. Joven y de talento agregó, mientras se sentaba con dificultad, descendiendo derramado como una carretada de legumbres en las bodegas de su fundo. Sí, dijo, yo soy un gran propietario, tengo cosas, fortuna, nombre, bienes que no he ganado ni mejorado. A su lado, Ministro, soy alguien, o parezco alguien, o debiera parecerlo, pero soy un nadie muy conocido, mientras que usted respira y suda talento, el porvenir es suyo, porque usted es un hombre inminente!

Esto, como un ejemplo, Rafael. Inspírate y escríbeme luego. Piensa que estaremos trabajando no para nosotros sino para los que vienen tras de nosotros, ni siquiera nuestros hijos, pero sí nuestros nietos, nuestros bisnietos. Por lo demás, seremos leídos en toda América, en las tres Américas y, con toda seguridad, en los círculos universitarios de Europa. Y no olvides que, hasta el 11 de setiembre fuiste presidente de la Unidad Popular y no olvides que el día menos pensado, el jueves o el sábado, formarás parte de la Junta de albañiles reconstructora de un Chile en ruinas.

Un abrazo a los dos,
(Fdo.) Carlos Droguett
Webern, marzo de 1983.

 

 

RAFAEL AGUSTÍN GUMUCIO


Carlos Droguett me ha pedido hagamos en común una entrevista sobre algunos temas para mí muy apasionantes, muy especialmente el referente a Allende. La entrevista tiene una modalidad distinta a la corriente: no existe entrevistador ni entrevistado, ni quien pregunta y otro responde. Droguett formalmente aparece haciendo preguntas, pero en ellas más que preguntar da su opinión y emite unos juicios en el estilo que le conocemos y que con razón le ha dado la merecida fama de que goza, y yo, que aparezco respondiendo, doy mis opiniones que no tienen más mérito que ser testimoniales. En otras palabras, Droguett y yo formamos una sociedad sin fines de lucro, de responsabilidad limitada en la que cada socio responde hasta el límite del capital aportado.

1) La personalidad de Salvador Allende, su vida y sacrificio final, lo colocan en un sitial de honor en la Historia de Chile. No habrá que esperar que pasen los años para que se le reconozca como uno de los más insignes conductores de pueblos. El respeto y admiración hacia la personalidad de Allende es hoy día compartido por la gran mayoría de sus conciudadanos y aún el silencio de sus victimarios, que se distinguen por el odio y la mezquindad, es una especie de testimonio en un país aplastado por la fuerza bruta. Durante más de treinta años mantuve con Allende y su familia una amistad muy estrecha, que alcanzaba a todos los planos, desde el de la política hasta el familiar. Esa amistad global hace que sea difícil hablar de Allende en estancos separados. Para mí, el Allende joven o maduro, ministro, parlamentario, Presidente o jefe de familia, es el mismo hombre que me impresionó por su honestidad y voluntad de compromiso. Y debo confesar que soy escéptico por naturaleza para juzgar a los hombres, en especial en el plano político. No acepto fácilmente la consagración de los líderes, porque me ha tocado en la vida conocer de cerca a tantos y tantos personajes con píes de barro.

Fui amigo de Allende siendo yo demócrata cristiano hasta 1969 y él socialista, en condiciones en que el sectarismo político en Chile determinaba las amistades. Esa amistad se consolidó porque ambos hacía tiempo veníamos de vuelta de los dogmatismos limitantes o de los maniqueismos medievales. En la vida las cosas no son sólo verdad o error sino que parte de verdad y de error. Allende era militante socialista convencido, con un ribete frívolo que era ser a la vez masón. No creo que tomara muy en serio a la masonería, pero le servía para liberarse un poco de la rigidez marxista, que no se ajustaba a su personalidad. Fue siempre profundamente democrático y revolucionario, lo primero lo demostró a través de su vida política con consecuencia extraordinaria y lo segundo al mirar con simpatía, y hasta a veces apoyar en los hechos, a regímenes de liberación popular, como el cubano, que no se ajustan al sistema democrático. ¿Contradicción? Puede ser que sea contradicción, pero explicable para cualquier líder político latinoamericano que lucha contra el imperialismo americano.

2) No creo que sea una coincidencia histórica o providencial que en los últimos decenios dos médicos sudamericanos, el Ché y Allende hayan muerto asesinados, al servicio de sus novísimas y peligrosas profesiones, como dices tú. Pero si consideramos que dos seres de excepción —como fueron ambos—, descubrieron, en el ejercicio de sus profesiones primitivamente elegidas, la aberración, la injusticia, la expoliación de un mundo tan poblado y tan subdesarrollado como el de nuestras tres Américas, comprendiendo al mismo tiempo que la limitación de su profesión burguesa, o pequeño-burguesa, no era bastante y suficiente para terminar con la miseria, la desnutrición, las enfermedades sociales, si consideramos esa circunstancia, no nos debe extrañar que optaran por otro camino, por otra profesión, por otra medicina: la ruta de la liberación total de los oprimidos a través de la política revolucionaria. No hay otra coincidencia en esto, Carlos, que la que surge de dos mentes privilegiadas auscultando los males endémicos que sufrimos los americanos de toda latitud y color.

3) A ti te interesa que hable de Allende como ser particular, como componente de un grupo social y crees que Allende vigilaba en exceso su vida privada en función de su carrera política. La verdad es que una persona que amaba la vida como Allende, no podía impedir que su condición de hombre particular trascendiera a su vida pública. Las relaciones de Allende con su familia eran de extraordinaria ternura, casi me atrevería a decir que su espíritu de familia era exagerado y el amor a su madre y la chochera con sus hijas, en especial con la Tati y su hermana Laura, no tenía límites. Ahora, sería de mal gusto que invadiera las relaciones íntimas de Allende con su esposa Tencha, sin embargo, no cabe duda que en esa pareja existió un amor profundo, aun cuando, como pasa con todos los matrimonios de más de treinta años de convivencia, ante los extraños no se exteriorizase ese sentimiento. Por lo demás, la actuación de la Tencha, valiente, leal y solidaria después de la muerte de Allende, es el testimonio más elocuente de los lazos que unían a la pareja.

De la profesión de médico de Allende, le apasionaba el aspecto social de esa profesión, pero nunca tuvo interés en ejercerla como generalista o especialista. En muy contadas excepciones los médicos-políticos han podido ejercer efectivamente su profesión, a diferencia de los abogados. Recuerdo al respecto una anécdota simpática, cuando un Senador sufrió un ataque y Allende pedía se llamara a un médico.

Hay un aspecto de la personalidad de Allende poco conocido: su extraordinario sentido del humor. Podría contar miles de anécdotas, pero me limitaré a contar dos muy graciosas que se refieren a su amigo Frei. En vísperas de la proclamación de Frei en el Caupolicán, Allende se hizo pasar por teléfono como administrador del teatro, consultándole al Senador si prefería que su retrato gigante lo colocaran de frente o de perfil. Frei no cayó en la broma y, como era natural, eligió la colocación de frente. La otra anécdota sucedió en esa visita tensa que hizo Allende a Frei en La Moneda, después de ser elegido Presidente de la República, en que Frei se paseaba nervioso y Allende aprovechó para sentarse en el sillón presidencial preguntando cómo se veía. Tú haces un comentario especial de Allende enamorado de la vida, de la mujer como expresión de esa vida. Yo creo que amaba todo en una medida vital con más amplitud que lo corriente, porque había roto con una serie de prejuicios propios del medio burgués en que nació. El mismo se reía de que le dijeran pije. Se seguía vistiendo como le agradaba y tampoco le importaba que su estilo de adolescente romántico hacia las mujeres fuera objeto de comentarios malévolos.

4) Allende y Frei eran íntimos amigos, amistad que duró hasta la elección de Allende. Yo nunca entendí en qué se fundaba esa amistad tan estrecha. La personalidad de uno y otro era diferente, no sólo en lo esencial sino también en los miles de pequeñas cosas que cuentan en la amistad. Sin embargo, en el nivel político poseían algunos rasgos similares. Ambos tenían una tenacidad y fortaleza increíbles para desarrollar sus programas de vida, para lograr las metas que buscaban. Fueron verdaderos desbrozadores de bosques que, con machete en mano se abrieron caminos derribando obstáculos. Estuve cerca de los dos en momentos de sucesivas derrotas electorales y era sorprendente verlos dispuestos al día siguiente a iniciar ya la próxima campaña. Poseían también un rasgo similar negativo en la carencia de perspicacia para calar la verdadera personalidad de algunas personas a quienes otorgaban una confianza que no merecían. La tiranía de Pinochet puso en evidencia la calidad moral de algunos de esos personajes a quienes daban confianza Frei y Allende, Juan de Dios Carmona, William Thayer, Sergio Ossa y otros por parte de Frei. El señor Rojas ex Ministro de Relaciones Exteriores, nombrado por Allende Embajador en el Vaticano, el señor Bazan, Embajador en la NU, que pronunció el primer discurso caído Allende, abominando del Gobierno que lo había designado, además de otros a quienes me resulta duro y asqueante señalar. Tú ya me has contado que conociste al señor Rojas, cuando era subsecretario de Relaciones y le pediste un pasaporte diplomático para viajar a Cuba, donde estabas invitado y que él te contestó que no solo te lo daría con gusto porque eras un escritor brillante sino porque él mismo admiraba extraordinariamente el Gobierno socialista de Fidel, que ya su señora estaba trabajando dichosa en Cuba y que él esperaba pronto irse allá porque era el único gobierno no corrompido de América y el de más venturoso porvenir.

Sean cuales fueren las diferencias de personalidades de Allende y Frei, ambos a través de sus batallas políticas encabezaron un movimiento social y político de profunda significación. Interesa, por tanto, más que hacer paralelos de vida, conocer el carácter y trayectoria de ambos y su real huella en la Historia de Chile. Frei, hijo de suizo, pobre, educado en el Liceo de Lontué, católico practicante, llega a la Universidad dispuesto a dar su primera batalla para penetrar en el ambiente capitalino desconocido para él. Elige dos pivotes: la Acción Católica y la política. En ambas actividades empieza a destacarse en un estilo novedoso y atrayente para la época y decenio del 30. Era el joven intelectual que proponía inquietudes sociales en un ambiente conservador. Avanzada ya la lucha estudiantil contra la dictadura de Ibáñez, se acerca al grupo que formábamos el Comité Revolucionario, encabezado por Leighton, grupo que en la Universidad Católica promovió el ingreso de la juventud católica al Partido Conservador. En 1938 se rompe con el Partido Conservador y se forma la Falange. Desde esa época, Frei va consolidando paso a paso el liderato de la democracia cristiana y de sectores centristas venidos de la división del Partido Conservador y del Ibañismo. ¿Necesitó cambiar de ideas o de manera de ser para triunfar? Yo creo que no. Frei fue siempre un conservador lúcido y progresista que respetaba ante todo la eficiencia y el éxito. Como era muy impresionable se dejó encandilar por el Cepalismo caballo de Troya del neocapitalismo, llegando tan lejos en posiciones derechizantes que significaron una crisis dentro de su partido, pero, como al mismo tiempo que impresionable era indeciso, esa indecisión lo salvaba de romper definitivamente con el carácter centrista de la democracia cristiana. Mis relaciones con Frei fueron siempre conflictivas. En el fondo yo no pensaba lo mismo, no sentía lo mismo, ni reaccionaba ante los hechos como él, pero , sin embargo, durante los largos años de convivencia partidista nunca dejé de sentir la influencia de su inteligencia y de su carisma político. Sin embargo, de ahí las rupturas, vacilaciones y transgresiones, la trayectoria y la conquista política de Frei era, y fue, esencialmente de ascensión social.

Allende, hijo de un Notario respetado en Valparaíso, y de una madre super-católica, nace y vive en un ambiente burgués. Se recibe de médico y, a diferencia de Frei, sus primeras batallas son de ruptura con el medio ambiente social de Valparaíso y Viña del Mar y no de conquista personal para afirmarse y abrirse camino en la alta clase social. En los años 30, lo más a la izquierda que era permisible a un joven de buena familia era ser radical. Pero Allende llega más lejos y adhiere al marxismo. Participa en toda la etapa de fermento social y sindical que llevaría después, en 1932, a la fundación del Partido Socialista.

Desde entonces Allende vive en la base y en la cúspide del Partido Socialista. A diferencia de Frei, le es más difícil obtener el reconocimiento de líder único, cosa por lo demás casi imposible de conseguir en un partido tan chileno como el socialista pero al mismo tiempo tan anarquizante. Disputas, grupos y sub-grupos y, al final, Congreso. Allende, en todas las paradas está presente Y a veces es piedra de toque y blanco de ataques de caudillismos personales. Sin embargo, si se examina con objetividad la trayectoria de Allende dentro del P.S., se podrá comprobar que existe una línea única de continuidad en el sentido de luchar más para que su partido llegue al poder, meta, por lo demás, lógica para cualquier partido político, pero que a menudo en la Historia se ve entorpecida por los academicismos y los integrismos.

Personalmente siempre entendí a Allende en su línea pluralista, porque esa lucha en otras dimensiones me tocó darla dentro de la democracia cristiana Y, muy especialmente, en el Gobierno de Frei, que absurdamente era un gobierno de partido único. A Allende le costó mucho hacer entender a sus camaradas de partido que en un país donde los triunfos electorales se dan con mayorías relativas, las alianzas políticas pasan a ser necesarias.

5) Me tocó conocer de cerca la gestión de Allende como Presidente de la República más como amigo que como dirigente de uno de los Partidos de la Unidad Popular y puedo dar testimonio de su invariable lealtad hacia el pueblo que lo eligió, de su heroico sentido del deber. Es en este sentido de su personalidad insobornable que podría comprenderse y aceptarse la anécdota que tú cuentas acerca de su inesperada acción faltándole pocas horas para morir, de echar abajo todas las figuras de los Presidentes de Chile, excepto dos, Balmaceda y Pedro Aguirre Cerda, aquéllos que, como él, permanecieron hasta su última hora leales no sólo al voto de lealtad que hicieran al asumir la primera magistratura de la Nación, sino, lo que es más temerario y a menudo suicida, leales al pueblo que los eligió. En este sentido, Allende, con su trágico y heroico final, se coloca, y quizás en sus postreros minutos de vida, él lo intuyó, junto a esas grandes figuras de nuestra vapuleada historia política.

6) Antes de ser elegido Presidente de la República, con un programa revolucionario de gobierno, Allende fue muy claro al exponer su pensamiento en el sentido que él creía que era posible un cambio de sociedad respetando la ley y en democracia. A ese pensamiento fue fiel a tal extremo que aceptó, antes de ser ratificada su elección por el Congreso Nacional, la exigencia demócrata cristiana de una reforma constitucional de garantías democráticas, lo que no se había exigido núnca antes a ningún presidente de la república. Punto aparte es que yo crea que la gestión de la Unidad Popular fue un gran malentendido entre Allende y los partidos. Error de Allende, por haber exagerado el carácter no personalista del gobierno. No se tomaba ninguna medida importante o no importante que no surgiera de largas discusiones con los partidos y en definitiva ellas adolecían de rigor o eran producto de una transacción. Es bueno que un gobierno no sea personalista, pero en régimen presidencial tiene que ser el Presidente de la República el que resuelve. Las debilidades que tuvo Allende se debieron en parte a la necesidad que sentía de defender su imagen de revolucionario frente a las acusaciones que se le hacían en su propio partido de ser un reformista. En el fuero íntimo de Allende existía el convencimiento de que era necesario un programa de cambios radicales de la sociedad chilena, pero, al mismo tiempo, tenía el convencimiento que a él le correspondía la obligación de consolidar el régimen produciendo en una primera etapa sólo los cambios que eran inevitables. Sus criterios no fueron públicamente expresados como para que el pueblo los comprendiera, que no existe un decálogo que indique cómo un gobierno de izquierda acomoda su ritmo al ritmo de una sociedad no suficientemente evolucionada, el resultado fue una dramática paralización de la gestión gubernativa que lo llevó al poder. Nada de lo que pasó entre los partidos y Allende habría pasado ahora. La izquierda en el exilio o en la clandestinidad ha madurado. Ha valorizado lo que significa la democracia y está consciente de que hay que pagar precios por conservarla. Y Allende se habría visto apoyado por otros gobernantes socialistas, que aplican con cordura la política de lo posible, sin ser criticados de reformistas. Sí, remitiéndome al núcleo de tu pregunta, creo que es válida y realizable —dentro de las ideas que he explayado— la idea central de Allende, que proclamaba un cambio de sociedad sin una revolución armada. A medida que pase el tiempo y clarifique la gran figura del Presidente tema de nuestra conversación, la Historia le dará la razón y comprenderá no sólo su capacidad de político visionario sino también su gran corazón, su nobleza de alma, sin odios, sin resquemores, sólo impulsada por el afán de servir a su pueblo, y no servirse de él.

Por eso mismo, no creo que la frase del último discurso de Allende ... Con esto acaban de dar vuelta una página de la historia ..., refiriéndose a los militares golpistas, signifique que pensaba en esos momentos que no puede haber revolución sin derramamiento de sangre. Abundaron en la izquierda analistas que acusaron a Allende por no haber dado la orden de resistencia armada al pueblo. Yo creo que así como Allende estaba dispuesto a sacrificar su vida, como lo hizo, para dar un ejemplo de consecuencia a las generaciones futuras, también creo que jamás habría dado la orden de resistencia armada, responsabilizándose de una carnicería inútil de los trabajadores.

7) Tú haces mención subrayada al histórico último discurso de Allende y, enfrentado al futuro que él no vería, pero que intuía, dice en un momento: ... Otros hombres vendrán ..., citando el análisis y el significado de esa frase según el pensamiento de Pedro Vuskovic, que consta en un libro que citas, pero que no he leído. En una opinión estrictamente personal, pero que nace del conocimiento íntimo que tuve de la personalidad de Allende durante largos años de convivencia política, creo que es errónea la interpretación en el sentido que esa frase exprese decepción hacia los partidos que llegaron con él al gobierno. Allende era militante de un partido, al cual nunca renunció y el antipartidismo jamás fue opinión de él y no podía serlo. El antipartidismo es una treta cínica de todas las tiranías militares de nuestra América, que han organizado el más corrompido de los partidos, que son los grupos financieros nacionales e internacionales, verdaderos sepultureros de nuestras democracias y nuestros países.

8) La última vez que vi a Allende fue el jueves de la semana anterior al golpe, en una reunión en La Moneda de él con todos los representantes de los partidos de la Unidad Popular. Esa reunión, que fue la última de la Unidad Popular, tuvo un carácter extremadamente dramático, pues Allende hizo, serena y gravemente una exposición de la situación crítica que vivía el Gobierno en esos momentos, pidiéndoles finalmente a los Partidos que le otorgaran un amplio poder para resolver la crisis a base de un último esfuerzo de entendimiento con la Democracia Cristiana, subentendiéndose que ello estaba destinado a impedir el peligro de un golpe militar. Desgraciadamente, e increíblemente también —pues la situación era muy grave—, varios presidentes y representantes de los partidos pidieron que se votara la proposición de Allende. La reunión duró dos horas y de ella no salió nada, ningún acuerdo, ninguna resolución. Me parece, y creo no equivocarme, que al despedirnos, al estrecharnos fuertemente la mano, Allende reflejaba en su cara lo que él leía en la mía: tristeza y preocupación. Supe después del golpe militar, que Allende llamó a su casa de Tomás Moro a representantes comunistas y socialistas —eso ocurrió entre el jueves y el martes 11 de setiembre—, para informarles que estaba dispuesto a llamar a un plebiscito.

9) En otras palabras, Carlos, me estás preguntando qué opinión me merecen los militares, los militares en sí, como profesión, como expresión de un pensamiento o una inercia, adelantándote a decir que ya conoces esa opinión. Si yo fuera un buen estratega político, lo más prudente sería evadirme de una pregunta tan peligrosa como el tema mismo. Pero me parece absurdo no decir lo que se piensa, porque ello significaría que se cree que en las fuerzas armadas no hay ni siquiera un justo, no digo diez, como en el Evangelio, que sea capaz de razonar.

No sé hasta qué punto los civiles somos los culpables que se haya estratificado ese mundo ajeno, cerrado y desconocido y extrañamente humano, de los militares. Humanos a otro nivel, en otro sentido un sentido inhumano. Ese mundo jerárquico que se rige con una lógica distinta a la normal, con una medida de los valores alejada de los marcos clásicos y con un sentido de la vida que no recibe la influencia de la historia.

El hecho es que en ese mundo lejano y desconocido, sin percatarse de ellos los civiles, se había producido el fenómeno más grave de retroceso histórico: la vuelta al despotismo del siglo XVIII, que, en vez de estar radicado en las monarquías absolutas, ahora era y es ejercido por los militares. A través de doctrinas como la de la "seguridad nacional", "la guerra interna", inspiradas directamente por los norteamericanos, y el apoyo financiero de las oligarquías, en casi todos los países de nuestro continente, en una y otra época, los militares lograron dar forma institucional a la tutela de la sociedad civil.

El cambio de rol de los ejércitos, de defensores de la seguridad externa de los Estados a tutores de la sociedad, tendría menos gravedad si no existiera todo un proceso de instrumentalización de por medio. Todas las dictaduras militares en América Latina son instrumentos del fascismo confeso o disimulado del imperialismo norteamericano y de los grupos de especuladores financieros y no sé hasta qué grado los ejércitos de los países del Este no son instrumentalizados por burocracias semejantes, como es el caso de Polonia.

Ahora, yo creo que cabe preguntarse si los ejércitos tienen conciencia de que son usados e instrumentalizados para hacer el trabajo sucio de reprimir, torturar, asesinar, defendiendo así el "orden de los ricos", o bien se sienten enviados de Dios para perseguir y erradicar el "mal". Seguramente existen ambos casos: sanguinarios por vocación y fanáticos incautos.

Las dictaduras o tiranías militares, fatalmente, tarde o temprano, caen por eso, pero el problema de la mentalidad militar no termina con esas caídas. La sociedad civil no puede abandonar los esfuerzos que se hagan para reintegrar, a pesar de nuestros ascos y reticencias, a los militares a la comunidad en la que viven y de la que viven sin prestar otro servicio visible que, de tiempo en tiempo, asaltarlas y destruirlas. No veo otra solución para terminar con este anacronismo que en realidad, espiritualmente, parece, y es, una monstruosidad. Por eso, cualquiera sea su graduación, el militar debe estar en contacto con el sector social del que proviene y al que suele reingresar oblicuamente sólo para aniquilarlo.

En el caso de la tiranía militar chilena, uno se resiste a creer que el espíritu de cuerpo sea tal y tan solidario que impida siquiera a una minoría de oficiales tener conciencia de la realidad que han creado, de lo que ha significado para el país la gestión del gobierno uniformado. Se habló de nacionalismo y unidad del pueblo y nunca en su historia Chile ha sido más dependiente: la deuda exterior "per cápita" más alta del mundo, la venta al mejor postor extranjero del patrimonio nacional, la fuga vertiginosa de capitales a cuentas bancarias en Suiza, los índices más bajos de inversión en bienes productivos, la defensa exterior del país pendiente de un certificado que otorgue el Congreso Norteamericano y la solución del conflicto territorial con Argentina esperando el ultimo día del plazo válido para presentar la demanda ante el Tribunal de La Haya, después de haber perdido en tramitaciones mucha de la autoridad moral que daba el fallo de la Reina de Inglaterra. Se habla de cristianismo y nunca se ha perseguido con más odio y barbarie a través de una represión masiva que alcanza a casi todos los chilenos, sin excluir, por cierto, a sacerdotes y monjas, que integran respectivamente las cuotas de hombres asesinados y de mujeres violadas.

10) Tu dices que se ha dicho que el general Prats le habría propuesto a Allende el descabezamiento de las cuatro ramas de las fuerzas armadas, que estaban complotando. Primeramente quiero decirte que tengo la más alta idea del general Prats, de su integridad moral y de su lealtad hacia la Constitución y además fui testigo personal de la valentía con que se jugó en la tentativa —o ensayo de golpe militar— llamada el Tancazo. Ahora, respecto al hecho mismo de que hubiera pedido amplios poderes para hacer frente a sus compañeros de armas conspiradores no estoy en condiciones de testificarlo. En varias conversaciones que tuve con él, saqué la conclusión de que estaba muy preocupado de lo que pasaba. Pero, al mismo tiempo, creo que cometió un error al aconsejar a Allende que enviara un proyecto de control de armas al Congreso. Esa famosa ley fue la que permitió que los militares conspiradores liquidaran, so pretexto de controlar las armas, las directivas sindicales. La verdad es que el general Prats quedó herido en el ala con la manifestación de repudio que le hicieron las esposas de sus colegas generales. Ramón Huidobro, que mantuvo muy estrechas relaciones con el general Prats en Buenos Aires, me ha contado que aun pasado el tiempo, se recordaba con escrúpulos de haber recomendado a Pinochet para que fuera nombrado Comandante en Jefe del Ejército. Recuerdo en relación con lo anterior que Allende me contó una conversación con Pinochet en que éste le habría dicho más o menos lo siguiente: “No tome Ud., Presidente, el papel antipático, aunque constitucional, de llamar a retiro a algunos generales, cuando yo estoy dispuesto en la próxima Junta de Generales a tomar esa medida”.

11) La anécdota simbólica que me cuentas, me cuesta creerla, pero tú me dices que te ha sido contada, tal cual, por dos políticos, uno de ellos, Ministro de Allende. Me cuesta creerla porque Allende, aunque era hombre apasionado, matizaba y frenaba sus pasiones y de ninguna manera lo recuerdo como un iconoclasta. Ahora bien, como transcurrieron varios días entre nuestra última entrevista y su muerte por asesinato, es posible, sí, creo que es posible, que un hombre de su calibre y categoría, enfrentado como estaba a preferir la muerte antes que la traición a su pueblo, —recordarás, como recuerdo yo, su viril y orgullosa exclamación en la última concentración política en el Estadio Nacional: ¡Solo acribillado a balas me sacaran de La Moneda!, es posible y hasta aceptable que, en sus últimos momentos de vida, enfrentado a la suerte que no le sería ahorrada, al revivir la trayectoria dramática de su patria, representada en esos bustos que no habían significado nada, sino miseria, muerte, masacre para muchos, negocios, enriquecimientos florecientes para unos pocos, hubiera determinado que todo eso era una basura, escombros y residuos de la historia sólo útiles para improvisar la última barricada en la que defendería sus últimos momentos de Presidente Constitucional de la Republica.

12) La aristocracia chilena, tal cual se conoció hace 30 años, dejó de existir. El grupo cerrado y minoritario de familias agrarias de origen vasco, fue perdiendo a través de los años el poder económico que había conservado por sucesivas herencias, viéndose obligada a aceptar las “mesalianzas” con extranjeros ricos. La nueva clase que se sigue llamando aristocracia, tiene sólo de común con la antigua el amor desenfrenado por el dinero y la misma arrogante incultura. La anécdota que tu me cuentas de don Emiliano Figueroa Larraín la pinta de cuerpo entero.

Pero para mí, más importante que analizar históricamente a la antigua y nueva aristocracia es describir cómo ejerce el poder la derecha que representa a la aristocracia y a la clase media arribista. Tanto en Chile como en el mundo, la derecha cree que el poder le pertenece en exclusividad y que, por lo tanto, la izquierda, y hasta el centro político, son simplemente fuerzas “usurpadoras”. Como al mismo tiempo nunca ha creído en la democracia y el sufragio universal, cualquier arma o acción pasa a ser legítima contra los “usurpadores”. El fin justifica los medios. No necesita programa para presentarse como alternativa, le basta administrar bien el terror y el miedo que siempre subyace en todo propietario de bienes o privilegios. La sombra del marxismo le sirve de maravillas para estigmatizar cualquier tipo de progresismo. Son, sin duda, los mejores activistas del P.C., pero a la vez los más peligrosos maniqueístas del siglo XX. Siendo una minoría ínfima, posee una capacidad de instrumentalización inmensa, como es el caso de las fuerzas armadas y, a veces, la Iglesia.

Más cerca de nosotros los chilenos está el ejemplo de la derecha, que logró derrocar al gobierno legítimo de Salvador Allende que otros ejemplos históricos, de lo que fue el macartismo en Estados Unidos, Vichy en Francia y el franquismo en España. Durante el gobierno de la U.P. existió amplia libertad de prensa y de reunión, no se detuvo a nadie, ni menos se torturó o expulsó del país. ¿Cómo entonces la derecha logró crear la imagen que aún perdura que se vivía durante el gobierno de la U.P. en la más tremenda dictadura marxista? A mi juicio, por la utilización de la inmoralidad congénita de la derecha. Lo mejor para recordar es analizar lo que decían y pensaban los principales personajes de la derecha antes y después del golpe militar. Antes del golpe eran los campeones del “estado de derecho”, de la Constitución y de las leyes. Pareciera que ya nadie se acuerda de la implacable campaña, acusando a Allende de que su gobierno usaba los “resquicios legales” porque se aplicaba el decreto ley 520 del año 1932, pareciera que nadie se acuerda de Ministros de Corte corriendo al lugar de detención en dos o tres casos para de inmediato acoger recursos de amparo, pareciera que nadie se acuerda de la gran cruzada en defensa de la libertad de enseñanza porque un Ministro de Educación llamó a un diálogo para reformar la educación a base de un consenso, pareciera que nadie se acuerda de celebres debates en el Senado y en la Cámara sobre reforma constitucional, en que se planteaba la “ilegitimidad del régimen” porque había creado el área de propiedad social, y así miles de otras actitudes en que los doctores de la ley miraban con microscopio hasta la coma de un inciso para acusar a Allende. Después del golpe, los mismos, con El Mercurio a la cabeza, legitimaron el golpe y aplaudieron que se suprimieran las libertades fundamentales, se torturara, se violara, se asesinara y se expulsara del país. Los mismos Ministros de Corte, que corrían para acoger los recursos de amparo, ahora los rechazaban: les basta que el Ministro del Interior o la DINA, les declare que el recurrente no está detenido o ratifican una sentencia del Tribunal Militar que libera de culpa a los falsificadores de pasaportes —caso asesinato de Letelier—, porque la falsificación se hizo en beneficio del interés común del país, o bien inventan un nuevo recurso de aclaración, después de dictar una sentencia a favor de una revista —Apsi—, y en otro caso declaran que constituyen plena prueba los comunicados de la C.N.I., y por último, fueron los mismos juristas de derecha los redactores del famoso artículo 24 transitorio, que faculta a Pinochet para hacer lo que se le ocurre con los indefensos ciudadanos: detener, expulsar, prohibir la entrada al país, sin que exista recurso alguno para defenderse de tal cúmulo de arbitrariedades.

Cualquier ingenuo podría creer que la complicidad de la derecha en todos los crímenes, atropellos y liquidación económica del país va a ser sancionada. Históricamente está comprobado que no le pasa nada. Los mismos grandes personajes que aceptaron ser Embajadores, Consejeros de Estado, Ministros, etc., se las arreglaron para sostener que sus actitudes fueron patrióticas y destinadas a “evitar males mayores”. La derecha es, sin duda alguna, como la Santa Orberosa del texto famoso de Anatole France: la mayor prostituta que hubo en los tiempos antiguos, seria declarada la primera virgen y mártir, andando el tiempo, la civilización, las instituciones, las costumbres, la santa y reverente tradición.

Con los mejores saludos de tu amigo.
(Fdo.) Rafael A. Gumucio
Paris, Marzo de 1983.



 

 

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Diálogo sobre Salvador Allende.
Carlos Droguett - Rafael Agustín Gumucio.
Publicado en Literatura Chilena, Creación y Crítica. N°25. Julio a Septiembre de 1983