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Carlos Droguett, Eloy
Editorial Seix Barral, Barcelona, España, 1971.

Por Mauricio de la Selva
Publicado en Cuadernos Americanos, México. Enero-Febrero de 1972




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En Barcelona, Editorial Seix Barral ha reeditado una excelente novela, una novela cuya fama no se encuentra en justa proporción con el año en que fue publicada: 1959, cuando resultó finalista —dos votos contra tres— del premio internacional Biblioteca Breve. Doce años no han constituido tiempo suficiente para que la novela Eloy sea reconocida por un número de lectores digno de su importancia. Es cierto, ha ganado traducciones al danés, al alemán, al holandés, al checoslovaco y al italiano, y ha sido publicada en Chile, Argentina y Cuba; pero, si se repara en la mayor suerte de otras obras menores, ese logro no basta.

Si cabe una explicación para esta fama no alcanzada, es posible descubrirla en el comportamiento personal del autor; según declaraciones suyas "golpeó sistemáticamente la vanidad, las debilidades técnicas o conceptuales de sus colegas y compatriotas", y no se conformó con criticar a éstos, empezando por Neruda, sino que se extendió a escritores como Jorge Luis Borges ("lo respeto, aunque me parece un miserable políticamente") y Miguel Ángel Asturias ("brillantez perecedera"); sin embargo, a los cuarenta y siete años de edad, en 1959, al ser reconocida Eloy por un jurado internacional, diecinueve años después de haber publicado el primer título, Carlos Droguett burló las represalias y dejó de ser "un desconocido en Chile y en América"; ahora, ya trasciende que es autor de Los asesinados del seguro obrero (1940), 60 muertos en la escalera (1953), 100 gotas de sangre y 200 de sudor (1961), Patas de perro (1965), Supay el cristiano (1967), Los mejores cuentos (1967), El compadre (1967), El hombre que había olvidado (1969) y Todas esas muertes (1971).

El compadre fue editada en México por Joaquín Mortiz; El hombre que había olvidado ganó el Premio Nadal de España, y Todas esas muertes ha obtenido el Premio Alfaguara 1971. Quien no conozca el modo de ser de Droguett desde el principio de su carrera literaria, quien ignore su disposición a la pelea desde que estaba circunscrito al ámbito de Chile, puede creer que sus declaraciones en entrevistas de los últimos años a nivel internacional obedecen a que espero tanto tiempo en la sombra a fin de ser inclemente desde la luz; pero no ha sido así. Francisco Urondo, en la revista venezolana Actual, escribió hace dos años al final de una entrevista hecha a Carlos Droguett: "Pareciera inmunizado, dueño de una inmunidad olímpica; como si nadie pudiera reaccionar frente a las corrosiones. Su serenidad, inmutable incluso después de cada denostación, sólo puede ser atribuida a una cuidada omnipotencia o, simplemente, al coraje. Droguett sigue librando una lucha sin cuartel; no da tregua, no la pide".

Lo anterior respalda a quien creó Eloy, porque ésta fue escrita después de que siete títulos habían sido silenciados, después que toda respuesta favorable le había sido negada al autor; al margen del capillismo que tanto suele ayudar a cultivar el elogio mutuo, del buen tacto, de la auto-administración, de la sumisión, el autor continuó escribiendo con fe absoluta en el valor de lo que creaba y satisfaciendo así una vital necesidad. "No podría explicar por qué escribo —ha declarado en otra entrevista de Antonio Avaria de la Editorial Universitaria chilena. ¿Por qué bebe el alcohólico? El diría que porque no lo puede evitar. Yo tampoco, y como él, no lo considero una desgracia. Es más bien una fatalidad, tomando la expresión en su significado esencial."

Y así llegamos al momento de referirnos a Eloy, uno de los libros con el que Droguett ha oxigenado, vivificado y modernizado la relatística en su país; el desaparecido Ricardo Latcham hablaba del procedimiento novedoso utilizado en esta novela y recordaba a William Faulkner; sin embargo, se trata de algo más elaborado porque puede aludirse a Proust por la sujeción y dominio del tiempo, y a Dostoievski por la capacidad subjetiva y torturante del personaje. Por algo el autor chileno ha aceptado a Marcel Proust como su "maestro de temas y estilo" y se ha declarado "gran admirador de Dostoievski", y por algo, también, en contra de la euforia desmedida de los relatistas jóvenes, recuerda que en aquél se encuentra ya "toda la novela moderna; previó la antinovela. Ni Robbe-Grillet, ni siquiera Michel Butor agregan nada a la Recherche: es una obra gigantesca y genial; con razón Proust pasó enfermo dieciséis años. Su libro es producto de un insomnio total". Y este insomnio, precisamente, caracteriza por igual los derrumbamientos interiores del personaje Eloy. A través del insomnio o de la casi locura o del vicio, se producen y reproducen imágenes siempre fundidas dentro de un onirismo que, tarde o temprano, conduce a la confusión de la lucidez con el delirio y de la incoherencia con el lirismo.

El tema del relato descansa sobre una situación más propia de una anécdota que de una historia, dicha situación fue recogida por el novelista de un hecho verídico como es la culminación de la biografía de un bandido chileno atrapado pero que no se entrega ni se dispone a morir. La novela, como el Pedro Páramo de Juan Rulfo, no es voluminosa, cubre también alrededor de 130 páginas; el autor conduce el relato a través de dos voces fundamentales, la orientadora del narrador y la retrospectiva que se funde con el presente y se opone al futuro mediante un tenso y poco común monólogo interior; sí, hay otras voces, la Rosa, el Toño, la mujer sin nombre que le gusta a Eloy, el viejo cobarde, el Cabo al que le atravesó la mano con el cuchillo para que lo soltara, pero las definitivas del relato son las dos señaladas.

La sustentación del tema quizá podría vincularse a la tesis bien conocida respecto a que quien va a morir recuerda, en horas, minutos o segundos, toda su vida o los hechos que dentro de ella considera sobresalientes. Eloy es un ex zapatero remendón que inicia su carrera criminal disparando contra los carabineros que vienen a detener "al Manolo": el relato está contado a partir del momento en que Eloy se encuentra atrapado dentro de una casucha rural, "hacia la medianoche tal vez", rodeado de los carabineros que habrán de darle muerte.

Mientras el momento de la muerte de Eloy llega éste se defiende de ella no sólo con la carabina, sino con una serie de ideas buscadoras de signos protectores en los hechos fatales que se van produciendo. Por varias razones, esta es una novela técnicamente ubicable, si se hace el paralelo, al otro extremo de Pedro Páramo: un monólogo contra multitud de voces, un sitio exacto contra la ubicuidad, un lapso bien medido contra la perspectiva de eternidad y una oposición de la esperanza al futuro inmediato que es la muerte contra la aceptación de la desesperanza en el mundo que fue.

Eloy está agonizando pero la escasa conciencia que mantiene lo aferra a la esperanza de vivir, sus ideas buscadoras de signos protectores hasta en hechos definitivamente negativos lo mantienen arraigado a la vida. Herido, nervioso, hambriento, debilitado, Eloy recurre siempre a signos mágicos para demostrarse que todavía "no le toca"; si lo alcanza una bala se da valor asegurando que ello es bueno porque significa que lucirá una nueva cicatriz; si piensa en los autos, perros, caballos y carabineros que lo han rodeado, reflexiona sobre que él va a morir traicionado por alguien que se le pudiera acercar, por un amigo, a traición y no peleando y con tanto alboroto; si la herida es considerable, tendrá que esconderse, "sujetar la sangre con los dedos, hasta que pueda llegar golpeando la puerta en la noche"; cuando mucho, acepta que la bala en el pie lo dejará cojo: "y eso no le preocupaba porque comprendía que así caminaría convenientemente con más lentitud y con más cuidado, no hay cojo que no sea cuidadoso, pensaba, si quedo cojo, si quedo cojo ahora, a lo mejor seré un estupendo bandido, será mi marca de fábrica mi gallardete, mi distintivo y esas zarandajas que usan los hombres de las películas"; en fin, "mientras desee estar vivo" no puede morir.

Sin dudar un momento de que vivirá, el monólogo impresionante de Eloy india que éste va pasando de la lucidez al lirismo, a la incoherencia, al delirio y a la agonía que dará paso a la muerte. ¿Qué lo mata? ¿Las balas o la imprudencia ante ellas por el desbordamiento de su mundo mental? El monólogo es desconcertante, trabajado con minucia, magistral, pero es imposible negar que decae, lo cual se comprueba de la siguiente manera: si la novela es leída en una noche, de un tirón, fatiga; si en varias noches o en varios ratos, pierde intensidad la relación subjetiva de un hombre atrapado que vive las horas finales y más dramáticas de su existencia.

A veces, en contra de este tipo de novelas técnicamente logradas los críticos pierden de vista cierta esencialidad de la temática, ven de ésta únicamente lo superficial; en Eloy, no faltara quien la reduzca al simple tratamiento de nota roja, a la morbosidad del hombre en la trampa o a la enseñanza de la sociedad que vence, que da su merecido al delincuente, sin reparar en que Carlos Droguett ha sugerido no sólo el caso en liquidación sino la búsqueda de sus raíces, el origen de un desajuste social bastante conocido. En una parte retrospectiva del monólogo el autor pone estos conceptos: "... ni siquiera el hombre lo había mirado con esa mirada total y absorbente con que te miran los ricos, que te incorporan a su leve curiosidad y su desprecio, a su intranquilidad, sobre todo, te miran y comprenden y están seguros de que mientras haya tipos como tú, tan pobres y tan tranquilos, tan pacientes y satisfechos, jamás va a venir la revolución, la sangre corriendo por las calles y no por las venas".




 

 

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