Proyecto Patrimonio - 2019 | index  | Carlos Droguett      | Autores |
         
        
          
          
          
          
          
          
          
          La aventura comprometida de Carlos Droguett
          La novelística de Carlos Drogett: Aventura y compromiso. Teobaldo A. Noriega. Editorial Pliegos.  Madrid, 1983
          
            Por Juan Quintana 
            Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos. N°414, Diciembre de 1984
            
        
          
            
            .. .. .. .. .. 
        
«... Hugo Salvatierra, a quien mencionas, también te escribió  reiteradamente, con el mismo
 
          precario resultado. 
          Hugo estaba furioso,  yo, por mi parte, confrontando experiencias.
 
          Entre paréntesis, debo  decirte que Hugo sufrió una 
          cantidad de torturas en el Estadio  Nacional antes
          de ser enviado —cosa de año y medio de permanencia— al campo 
          de concentración de Chacabuco,
          en pleno desierto;  ahora mismo no sé si habrá vuelto a ser tomado preso y vuelto a ser  torturado.»
        CARLOS DROGUETT
          «Carta del 1 de enero de 1976»
        De todo hace ya mucho tiempo y muchas ganas de vivir, a Droguett también le  sucede lo mismo y hay correspondencias entrecortadas que, sin embargo, nunca llegan  a un punto muerto, porque a mí se me hace que la amistad no es nunca aburrimiento  y pesadez y vino cada tarde, sobre todo porque la edad vuela por lados diferentes,  sobre todo porque el respeto es un ingrediente imprescindible que puede sucumbir  entre el colegueo y, además, porque distancias enormes, cuando ocurre el tiempo, se  vuelven insignificantes y logran acercarnos un poquitito más cada día.  
        De todo hace ya mucho tiempo —nunca demasiado, simplemente el necesario—  y una mañana mi amigo Hugo llegó a mi despachito de Recoletos con Carlos  Droguett, del que yo había leído algunos cuentos publicados por Zig-Zag en Santiago  de Chile. Y como no me gusta demasiado revolver papeles, creo que era alrededor del 68, y luego Carlos volvió a España a recoger su Alfaguara, en el 71, y ya nos tuteamos  para hacer más fluidas las conversaciones. Visitamos a Alfonso Sastre en su piso de  Virgen de Nuria y Carlos quiso, también, conocer a Benet, pero no fue posible,  porque Juan no estaba en Madrid por esos días.  
        Hace muchos años, y todavía no soy un anciano, así que a mí se me ocurre que  aquellos días todavía siguen marcándome, todavía vuelven en sueños a remover gotas  de  felicidad y de infortunio, con unas dosis de música desvalida que siempre me  visitan para hacerme seguir creyendo en esos amigos que, desde mi prehistoria, fueron  hermanos mayores, por ejemplo Droguett, por ejemplo Rosales, y más, y muchos más;  así, a veces, me permito pese a todo dar gracias a todo lo que me rodea —a veces me  cerca— porque existen páginas escritas y música grabada y recuerdos con forma de  fotografías, para sentirse vivo, para poder limpiarse a días el salivazo, el golpe, las  derrotas.
felicidad y de infortunio, con unas dosis de música desvalida que siempre me  visitan para hacerme seguir creyendo en esos amigos que, desde mi prehistoria, fueron  hermanos mayores, por ejemplo Droguett, por ejemplo Rosales, y más, y muchos más;  así, a veces, me permito pese a todo dar gracias a todo lo que me rodea —a veces me  cerca— porque existen páginas escritas y música grabada y recuerdos con forma de  fotografías, para sentirse vivo, para poder limpiarse a días el salivazo, el golpe, las  derrotas. 
        La tortura. El exilio. La distancia. Palabras a las que uno llega a acostumbrarse y  sin embargo ofenden. A veces no sabemos cuántos amigos tenemos; alguno pudo  perecer entre el gorilato de algún país lejano. Preferimos pensar que siguen vivos  porque nos hicieron creer en la libertad cuando su significado a días teníamos que  descifrarle mediante diccionarios filosóficos. Droguett lo sabe desde siempre.  
        Y es cierto que muchos amigos se convierten en nuestros maestros, como lo es  que algunos maestros llegan a ser nuestros mejores amigos. Así, comentar este libro  de Teobaldo A. Noriega [1], si bien no me obliga a leer la obra de Carlos Droguett,  pues siempre la llevo en la memoria, sí me hace rememorar discusiones y charlas, calles  y hoteles de Madrid que ya tal vez no existan, porque el tiempo a veces es demasiado  voraz. 
        Nos dice T. A. Noriega:  
        «Si bien Carlos Droguett es un polígrafo, hemos escogido sus novelas como base  de nuestro estudio, pues consideramos que éstas constituyen la parte más importante  de su obra. Al analizar su mundo novelístico como estructura y como imagen de  realidad hemos aceptado limitaciones inevitables. En primer lugar, entendemos por  estructura de la novela la manera como quedan organizados los diferentes elementos  del relato que nos entrega. En otras palabras, toda novela impone al lector la ilusión  de un mundo auto suficiente que se mantiene y tiene vigencia merced al principio  orgánico que relaciona cada una de sus partes. A este nivel nuestro estudio es  esencialmente inmanente. Pero, por otra parte, estamos conscientes también de que  detrás de esa estructura se esconde una visión de mundo que el novelista, como  responsable de esa ficción, trata de transmitir. En el caso particular de Droguett,  creemos que un análisis de su obra novelística sería incompleto si no se tuviera en  cuenta este segundo nivel. Esta doble perspectiva de nuestro análisis no es de ninguna  manera contradictoria y responde al hecho innegable de que lo más significativo del  novelista hispanoamericano contemporáneo es el doble compromiso con que asume  su función: el del esteta lanzado a una aventura creadora a través del lenguaje y el del testigo social obligado a revelarle al lector que todavía no vivimos en el mejor de los  mundos posibles.»  
        En muchas ocasiones ha escrito Droguett que a él no le interesa la vida separada  de la literatura. Para cualquiera de sus lectores resulta obvio. En 1968 escribió para  «Aisthesis» unos apuntes[2] donde dice lo siguiente:  
        «En otrísimas palabras, todo lo que he vivido ha servido para empujarme al lugar  donde estoy, no en este país, en esta calle, en esta casa ajena en que escribo, sino más  bien entiendo por lugar este tiempo, estas circunstancias que querría Ortega: el mundo  que me rodea y que transformándome me ha deformado. Alguna vez a alguien, en un  momento de elemental sinceridad, le confesaba con cierta humildad que había llegado  a una situación, en edad y sufrimiento, en presión y compromiso, que ya todo lo  literalizaba. Después, días después, aquella misma persona, molesta por mi tenebrosa  actitud, la actitud de mi cuerpo y de mi alma, creía ofenderme al hacer con aparente  inocencia un descubrimiento: "Claro, lo que pasa es que usted lo literaliza todo". Y lo  que ocurría y ocurre es que hay momentos en que hasta el dolor se torna funcional.»  
        Droguett penetra en el terreno literario por medio del cuento «¿Por qué se enfría  la sopa?», en 1932[3], aunque ya había escrito poemas juveniles. Escribe, también,  textos periodísticos para La Hora entre 1939 y 1941; en 1953 aparece, premiada por  Editorial Nascimento, su primera novela, Sesenta muertos en la escalera. También escribe  algunas obras de teatro, entre ellas Después del diluvio. En alguna ocasión le pregunté  sobre sus versos y me dijo que los escribía como prólogo de obras en prosa. En la  novela El hombre que había olvidado hay una prueba de su respuesta.
        Volviendo al estudio de T. A. Noriega, tras la introducción que citamos, se  encuentra una biografía muy completa, para pasar al capítulo «La estructuración  narrativa»; en el primer apartado, Noriega se ocupa de 100 gotas de sangre y 200 de sudor,  Supay el cristiano, y El hombre que trasladaba las ciudades. Después, en los sucesivos, se  estudian Sesenta muertos en la escalera, Eloy, El compadre, Patas de perro, El hombre que  había olvidado y Todas esas muertes. Un tercer capítulo viene a ocuparse, en dos  apartados, de La muerte, determinante de la vida, y de Una soledad irremediable, para  cerrarse el volumen con una hibliografía prolija, en la que se nos entrega la relación  exhaustiva de los trabajos críticos aparecidos sobre la obra de Droguett.  
        Los lectores de Droguett sabemos de sus obsesiones y, sobre todo, de su modo  de adjetivar hasta lograr ese estilo tan inconfundible. A veces nos parece imposible  que el escritor chileno pueda enlazar las frases de modo tan rico como en su cuento  «El medio pollo»:  
        «La señora Polonia, de la provincia de Colchagua, suspiraba, se quejaba y reía  viéndola golosa, celosa, enojada, triste, esperanzada, quejosa, quejosa del largo  invierno que tanta agua traía, del profundo hielo, lloraba, cinco ya se han muerto, estiraditos, duros, feos, francamente feos en la muerte cruel, y ahora este otro, este  pobrecito que nació deforme»[4].  
        Es de ese peculiar modo de escribir de lo que nos informaba largamente al  principio del volumen de cuentos publicado en 1966:  
        «No podría explicar por qué escribo. ¿Por qué bebe el alcohólico? El diría que  porque no lo puede evitar. Yo tampoco, y como él, no lo considero una desgracia.  Es más bien una fatalidad, tomando la expresión en su significado esencial. Tampoco  puedo explicar mi estilo; tengo sólo presentimientos en lo que se refiere a él. El estilo  nace, o torna, cuando un tema me interesa. Si algo no toca profundamente mi  sensibilidad, si no me conmueve entrañablemente, no me interesa y no tengo estilo.  Cuando imagino o recojo una historia siento a mis personajes como si ellos fueran yo  mismo; inconscientemente los incorporo a mi sangre; sus aventuras son mías; conozco  no sólo su ámbito espiritual, sin su cuerpo, sus pensamientos, su soledad; son seres  míos como los hijos de mi carne que yo he hecho»[5].  
        Pese a la calidad literaria de una obra ya extensamente publicada, no es Carlos  Droguett un autor demasiado popular en el sentido estricto de la palabra. Y creo que  es lo que hubiera querido ser. Las razones para que, pese a los galardones  conseguidos, entre otros el Nacional de Literatura en su país natal, no sea Carlos  Droguett un escritor conocido —lo suficientemente leído, sobre todo en la península—, si lo comparamos con otros que aparecieron prolijamente —sobre todo  amparados bajo la sombra del cacareado penúltimo «boom»—- nos las explicamos,  pero son todas extraliterarias, más editoriales que culturales, aunque también puede  haber influido que Droguett, a veces, resulte huraño al ser poseedor de suficiente  dicacidad. Corrosivo y vehemente, es tomado por injusto porque —como el diría—  no es un siútico, un escritor a gas licuado, un hombre que se adocene para pisar tierra  firme. Ha ido dejando, como si fueran huevos —son sus palabras— novelas en cada editorial de nuestro ámbito, a veces únicamente para ser olvidadas. Tengo suficientes  anécdotas entre mi correspondencia y archivos como para ir extendiendo la memoria  y verle clasificar insectos de las letras y, posiblemente, sean esas cuadrículas lo que haya  resultado antipático. Pero, si hacemos dos o tres excepciones, tampoco otros  escritores, en prosa y verso, de prosa y de versos, nacidos en Chile, han tenido mucha  más suerte que Droguett. Si tenemos en cuenta que incluso Vicente Huidobro es poco  leído en la península, no nos extrañará el desconocimiento que de obras como las de  Manuel Rojas o Pablo de Rokha, son dos casos suficientemente significativos, existe,  brillando por ausencia y esencia. También, en el caso Droguett, influyen sus posturas  políticas y él lo sabe. En carta de hace años me comentaba —mientras me analizaba  sucesos más tristes que todos recordamos— cómo sus enemigos políticos le definían,  convirtiéndose en reaccionario para sus queridos colegas comunistas, mientras que  para sus imposibles colegas «matriculados hasta la eternidad en la frustración y la  amargura», era anarquista.  
        Sé bien que entre estas líneas se me escapan recuerdos porque ha ocurrido el milagro del tiempo, que no nos deja apenas atrapar con urgencia lo más querido. Sé  bien que el libro leído me ha servido de catalizador para rememorar una etapa  importantísima de mi vida. Pero debo decir que Teobaldo A. Noriega —nacido en  Guacamayal, Colombia, en 1944—, que es poseedor de un currículo ya envidiable, ha  logrado un estudio amplio y preciso sobre un escritor y una obra unida a su biografía  imprescindible para cualquier lector de novelas, máxime si éstas están firmadas por un  escritor chileno, llamado Carlos Droguen, que, repito, a mi juicio no es lo suficientemente conocido dada la calidad y la garra de sus páginas.
         Ahora queda que La novelística de Carlos Droguett: Aventura y compromiso, sirva para  comprometer a los lectores en una aventura que a mí se me hace emocionante,  clarificadora de por qué Carlos Droguett no ejerció la abogacía para dedicarse al  ingrato —y emocionante— oficio de escribir. 
        JUAN QUINTANA  
          Matadero, 4  
          MIGUELAÑEZ (Segovia)
        
        * * * 
        Notas
        [1]  TEOBALDO A. NORIEGA: La novelística de Carlos Drogett: Aventura y compromiso. Editorial Pliegos.  Madrid, 1983. 
        [2]  C. D. Materiales de Construcción. Santiago de Chile.
  
          [3]  Este relato —en su última versión— apareció en «Cuadernos Hispanoamericanos», núm. 308, pág. 67.  En el número 313 de esta revista apareció Pablo de Rokha, trayectoria de una soledad, trabajo que en su primera  versión fue publicado en la revista «Mensaje», Santiago de Chile, núm. 216, enero-febrero de 1973. En el  número 349, pág. 19, se encuentra también Francisco Coloane o la séptima parte visible. Creo que, hasta la fecha,  es todo lo publicado por Droguett en C.H.
[4] CARLOS DROGUETT: «Los mejores cuentos de». Zig-Zag. Santiago de Chile, pág. 163.  
[5] Ibidem., pág. 7.