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La aventura comprometida de Carlos Droguett
La novelística de Carlos Drogett: Aventura y compromiso. Teobaldo A. Noriega. Editorial Pliegos. Madrid, 1983
Por Juan Quintana
Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos. N°414, Diciembre de 1984
.. .. .. .. ..
«... Hugo Salvatierra, a quien mencionas, también te escribió reiteradamente, con el mismo
precario resultado.
Hugo estaba furioso, yo, por mi parte, confrontando experiencias.
Entre paréntesis, debo decirte que Hugo sufrió una
cantidad de torturas en el Estadio Nacional antes
de ser enviado —cosa de año y medio de permanencia— al campo
de concentración de Chacabuco,
en pleno desierto; ahora mismo no sé si habrá vuelto a ser tomado preso y vuelto a ser torturado.»
CARLOS DROGUETT
«Carta del 1 de enero de 1976»
De todo hace ya mucho tiempo y muchas ganas de vivir, a Droguett también le sucede lo mismo y hay correspondencias entrecortadas que, sin embargo, nunca llegan a un punto muerto, porque a mí se me hace que la amistad no es nunca aburrimiento y pesadez y vino cada tarde, sobre todo porque la edad vuela por lados diferentes, sobre todo porque el respeto es un ingrediente imprescindible que puede sucumbir entre el colegueo y, además, porque distancias enormes, cuando ocurre el tiempo, se vuelven insignificantes y logran acercarnos un poquitito más cada día.
De todo hace ya mucho tiempo —nunca demasiado, simplemente el necesario— y una mañana mi amigo Hugo llegó a mi despachito de Recoletos con Carlos Droguett, del que yo había leído algunos cuentos publicados por Zig-Zag en Santiago de Chile. Y como no me gusta demasiado revolver papeles, creo que era alrededor del 68, y luego Carlos volvió a España a recoger su Alfaguara, en el 71, y ya nos tuteamos para hacer más fluidas las conversaciones. Visitamos a Alfonso Sastre en su piso de Virgen de Nuria y Carlos quiso, también, conocer a Benet, pero no fue posible, porque Juan no estaba en Madrid por esos días.
Hace muchos años, y todavía no soy un anciano, así que a mí se me ocurre que aquellos días todavía siguen marcándome, todavía vuelven en sueños a remover gotas de felicidad y de infortunio, con unas dosis de música desvalida que siempre me visitan para hacerme seguir creyendo en esos amigos que, desde mi prehistoria, fueron hermanos mayores, por ejemplo Droguett, por ejemplo Rosales, y más, y muchos más; así, a veces, me permito pese a todo dar gracias a todo lo que me rodea —a veces me cerca— porque existen páginas escritas y música grabada y recuerdos con forma de fotografías, para sentirse vivo, para poder limpiarse a días el salivazo, el golpe, las derrotas.
La tortura. El exilio. La distancia. Palabras a las que uno llega a acostumbrarse y sin embargo ofenden. A veces no sabemos cuántos amigos tenemos; alguno pudo perecer entre el gorilato de algún país lejano. Preferimos pensar que siguen vivos porque nos hicieron creer en la libertad cuando su significado a días teníamos que descifrarle mediante diccionarios filosóficos. Droguett lo sabe desde siempre.
Y es cierto que muchos amigos se convierten en nuestros maestros, como lo es que algunos maestros llegan a ser nuestros mejores amigos. Así, comentar este libro de Teobaldo A. Noriega [1], si bien no me obliga a leer la obra de Carlos Droguett, pues siempre la llevo en la memoria, sí me hace rememorar discusiones y charlas, calles y hoteles de Madrid que ya tal vez no existan, porque el tiempo a veces es demasiado voraz.
Nos dice T. A. Noriega:
«Si bien Carlos Droguett es un polígrafo, hemos escogido sus novelas como base de nuestro estudio, pues consideramos que éstas constituyen la parte más importante de su obra. Al analizar su mundo novelístico como estructura y como imagen de realidad hemos aceptado limitaciones inevitables. En primer lugar, entendemos por estructura de la novela la manera como quedan organizados los diferentes elementos del relato que nos entrega. En otras palabras, toda novela impone al lector la ilusión de un mundo auto suficiente que se mantiene y tiene vigencia merced al principio orgánico que relaciona cada una de sus partes. A este nivel nuestro estudio es esencialmente inmanente. Pero, por otra parte, estamos conscientes también de que detrás de esa estructura se esconde una visión de mundo que el novelista, como responsable de esa ficción, trata de transmitir. En el caso particular de Droguett, creemos que un análisis de su obra novelística sería incompleto si no se tuviera en cuenta este segundo nivel. Esta doble perspectiva de nuestro análisis no es de ninguna manera contradictoria y responde al hecho innegable de que lo más significativo del novelista hispanoamericano contemporáneo es el doble compromiso con que asume su función: el del esteta lanzado a una aventura creadora a través del lenguaje y el del testigo social obligado a revelarle al lector que todavía no vivimos en el mejor de los mundos posibles.»
En muchas ocasiones ha escrito Droguett que a él no le interesa la vida separada de la literatura. Para cualquiera de sus lectores resulta obvio. En 1968 escribió para «Aisthesis» unos apuntes[2] donde dice lo siguiente:
«En otrísimas palabras, todo lo que he vivido ha servido para empujarme al lugar donde estoy, no en este país, en esta calle, en esta casa ajena en que escribo, sino más bien entiendo por lugar este tiempo, estas circunstancias que querría Ortega: el mundo que me rodea y que transformándome me ha deformado. Alguna vez a alguien, en un momento de elemental sinceridad, le confesaba con cierta humildad que había llegado a una situación, en edad y sufrimiento, en presión y compromiso, que ya todo lo literalizaba. Después, días después, aquella misma persona, molesta por mi tenebrosa actitud, la actitud de mi cuerpo y de mi alma, creía ofenderme al hacer con aparente inocencia un descubrimiento: "Claro, lo que pasa es que usted lo literaliza todo". Y lo que ocurría y ocurre es que hay momentos en que hasta el dolor se torna funcional.»
Droguett penetra en el terreno literario por medio del cuento «¿Por qué se enfría la sopa?», en 1932[3], aunque ya había escrito poemas juveniles. Escribe, también, textos periodísticos para La Hora entre 1939 y 1941; en 1953 aparece, premiada por Editorial Nascimento, su primera novela, Sesenta muertos en la escalera. También escribe algunas obras de teatro, entre ellas Después del diluvio. En alguna ocasión le pregunté sobre sus versos y me dijo que los escribía como prólogo de obras en prosa. En la novela El hombre que había olvidado hay una prueba de su respuesta.
Volviendo al estudio de T. A. Noriega, tras la introducción que citamos, se encuentra una biografía muy completa, para pasar al capítulo «La estructuración narrativa»; en el primer apartado, Noriega se ocupa de 100 gotas de sangre y 200 de sudor, Supay el cristiano, y El hombre que trasladaba las ciudades. Después, en los sucesivos, se estudian Sesenta muertos en la escalera, Eloy, El compadre, Patas de perro, El hombre que había olvidado y Todas esas muertes. Un tercer capítulo viene a ocuparse, en dos apartados, de La muerte, determinante de la vida, y de Una soledad irremediable, para cerrarse el volumen con una hibliografía prolija, en la que se nos entrega la relación exhaustiva de los trabajos críticos aparecidos sobre la obra de Droguett.
Los lectores de Droguett sabemos de sus obsesiones y, sobre todo, de su modo de adjetivar hasta lograr ese estilo tan inconfundible. A veces nos parece imposible que el escritor chileno pueda enlazar las frases de modo tan rico como en su cuento «El medio pollo»:
«La señora Polonia, de la provincia de Colchagua, suspiraba, se quejaba y reía viéndola golosa, celosa, enojada, triste, esperanzada, quejosa, quejosa del largo invierno que tanta agua traía, del profundo hielo, lloraba, cinco ya se han muerto, estiraditos, duros, feos, francamente feos en la muerte cruel, y ahora este otro, este pobrecito que nació deforme»[4].
Es de ese peculiar modo de escribir de lo que nos informaba largamente al principio del volumen de cuentos publicado en 1966:
«No podría explicar por qué escribo. ¿Por qué bebe el alcohólico? El diría que porque no lo puede evitar. Yo tampoco, y como él, no lo considero una desgracia. Es más bien una fatalidad, tomando la expresión en su significado esencial. Tampoco puedo explicar mi estilo; tengo sólo presentimientos en lo que se refiere a él. El estilo nace, o torna, cuando un tema me interesa. Si algo no toca profundamente mi sensibilidad, si no me conmueve entrañablemente, no me interesa y no tengo estilo. Cuando imagino o recojo una historia siento a mis personajes como si ellos fueran yo mismo; inconscientemente los incorporo a mi sangre; sus aventuras son mías; conozco no sólo su ámbito espiritual, sin su cuerpo, sus pensamientos, su soledad; son seres míos como los hijos de mi carne que yo he hecho»[5].
Pese a la calidad literaria de una obra ya extensamente publicada, no es Carlos Droguett un autor demasiado popular en el sentido estricto de la palabra. Y creo que es lo que hubiera querido ser. Las razones para que, pese a los galardones conseguidos, entre otros el Nacional de Literatura en su país natal, no sea Carlos Droguett un escritor conocido —lo suficientemente leído, sobre todo en la península—, si lo comparamos con otros que aparecieron prolijamente —sobre todo amparados bajo la sombra del cacareado penúltimo «boom»—- nos las explicamos, pero son todas extraliterarias, más editoriales que culturales, aunque también puede haber influido que Droguett, a veces, resulte huraño al ser poseedor de suficiente dicacidad. Corrosivo y vehemente, es tomado por injusto porque —como el diría— no es un siútico, un escritor a gas licuado, un hombre que se adocene para pisar tierra firme. Ha ido dejando, como si fueran huevos —son sus palabras— novelas en cada editorial de nuestro ámbito, a veces únicamente para ser olvidadas. Tengo suficientes anécdotas entre mi correspondencia y archivos como para ir extendiendo la memoria y verle clasificar insectos de las letras y, posiblemente, sean esas cuadrículas lo que haya resultado antipático. Pero, si hacemos dos o tres excepciones, tampoco otros escritores, en prosa y verso, de prosa y de versos, nacidos en Chile, han tenido mucha más suerte que Droguett. Si tenemos en cuenta que incluso Vicente Huidobro es poco leído en la península, no nos extrañará el desconocimiento que de obras como las de Manuel Rojas o Pablo de Rokha, son dos casos suficientemente significativos, existe, brillando por ausencia y esencia. También, en el caso Droguett, influyen sus posturas políticas y él lo sabe. En carta de hace años me comentaba —mientras me analizaba sucesos más tristes que todos recordamos— cómo sus enemigos políticos le definían, convirtiéndose en reaccionario para sus queridos colegas comunistas, mientras que para sus imposibles colegas «matriculados hasta la eternidad en la frustración y la amargura», era anarquista.
Sé bien que entre estas líneas se me escapan recuerdos porque ha ocurrido el milagro del tiempo, que no nos deja apenas atrapar con urgencia lo más querido. Sé bien que el libro leído me ha servido de catalizador para rememorar una etapa importantísima de mi vida. Pero debo decir que Teobaldo A. Noriega —nacido en Guacamayal, Colombia, en 1944—, que es poseedor de un currículo ya envidiable, ha logrado un estudio amplio y preciso sobre un escritor y una obra unida a su biografía imprescindible para cualquier lector de novelas, máxime si éstas están firmadas por un escritor chileno, llamado Carlos Droguen, que, repito, a mi juicio no es lo suficientemente conocido dada la calidad y la garra de sus páginas.
Ahora queda que La novelística de Carlos Droguett: Aventura y compromiso, sirva para comprometer a los lectores en una aventura que a mí se me hace emocionante, clarificadora de por qué Carlos Droguett no ejerció la abogacía para dedicarse al ingrato —y emocionante— oficio de escribir.
JUAN QUINTANA
Matadero, 4
MIGUELAÑEZ (Segovia)
* * *
Notas
[1] TEOBALDO A. NORIEGA: La novelística de Carlos Drogett: Aventura y compromiso. Editorial Pliegos. Madrid, 1983.
[2] C. D. Materiales de Construcción. Santiago de Chile.
[3] Este relato —en su última versión— apareció en «Cuadernos Hispanoamericanos», núm. 308, pág. 67. En el número 313 de esta revista apareció Pablo de Rokha, trayectoria de una soledad, trabajo que en su primera versión fue publicado en la revista «Mensaje», Santiago de Chile, núm. 216, enero-febrero de 1973. En el número 349, pág. 19, se encuentra también Francisco Coloane o la séptima parte visible. Creo que, hasta la fecha, es todo lo publicado por Droguett en C.H.
[4] CARLOS DROGUETT: «Los mejores cuentos de». Zig-Zag. Santiago de Chile, pág. 163.
[5] Ibidem., pág. 7.