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El experimento de Carlos Droguett, premio Alfaguara.
(Y otra vez el problema del «boom» narrativo latinoamericano)

Por Joaquin Marco
Publicado en La Vanguardia Española. Jueves 27 de Mayo de 1971


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El escritor chileno Carlos Droguett (nacido en Santiago de Chile en 1915) obtuvo el Premio Alfaguara con «Todas esas muertes» (1). Bien conocido por su anterior «Eloy», finalista del Premio Biblioteca Breve, en «Todas esas muertes» intenta trascendentalizar la narración. En definitiva, el novelista vuelve a un tema ya tocado en «El hombre que habla olvidado» (2): «el asesinato es misterioso y terrible, no para el muerto, sino para el asesino, a él es a quien salpica la muerte, él se hunde en esa sangre y en ese silencio, ¡Dios sabe que sí, que te podría matar, rubia, y él sabe también de asesinatos, es un dios de asesinos y no sólo de asesinados!». El tema del asesino procede en Droguett no de la novela policíaca, sino de la meditación moral —casi religiosa—. «Brighton Rock» («Brighton, parque de atracciones», 1938), de Graham Greene, constituye un excelente ejemplo de las posibilidades de un tema elaborado sobre el esquema de la novela de acción, aunque con marcadas preocupaciones morales. Droguett ha tomado en «Todas esas muertes» la acción novelesca como un pretexto para trazar una compleja psicología asesina. A través de un complicado monólogo interior de ribetes simbólicos, el autor se abandona a una verborrea filosófico-psicológica  que convierte la novela en un experimento ininteligible.

El lenguaje se ha tornado sinuoso, casi poético, vago. Las situaciones deliberadamente confusas no logran interesar. La novela se pierde en su mismo origen. En alguna ocasión hemos apuntado las dificultades que entraña la novela-ensayo contra la que reaccionó en su día la novelística francesa del «nouveau-roman». Bien es verdad que en este movimiento no encontramos verdaderas obras maestras, pero significó —por lo menos— la purificación de un ambiente en el que la esencia tradicional de la novela iba perdiéndose. El retorno a una novela-ensayo es hoy, pues, mucho más difícil. La novela-experimento supone en la mayoría de los casos un fracaso. Los científicos utilizan el experimento como un método reducido a un campo especializado. En este sentido la novela de Droguett quizás interese a algún novelista preocupado por la falta de trascendencia del género. Supondrá en todo caso un camino cerrado, emprendido con ningún resultado. Que Carlos Droguett desconfía de las posibilidades novelescas queda claro en la contraportada, fruto del mismo autor. Se insiste en ella en la veracidad de la historia como se hacia en los principios de la novela moderna (inicios del s. XIX), cuando los autores querían demostrar la validez y utilidad de su historia. Sea o no cierta la trama argumental, su verosimilitud no se justifica en el seno de la propia novela —que es lo que en el fondo debe importar—. Captar en sus densidades el acto mismo del crimen, transformarlo en un acto místico puede ser materia novelesca si el autor consigue que lo sea (valga la paradoja). Sin embargo, el novelista se enfrentará al mayor problema de la novela: el tiempo narrativo. Droguett ha eliminado las posibilidades de involución con un personaje intemporal y a la vez decimonónico. Fundamentalmente, el novelista elabora una tesis que sostiene a lo largo de una novela excesivamente dilatada. Si el crimen es equivalente al amor, si el criminal es un «enamorado» perpetuo, si ya no hay móviles, el hecho criminal se torna pura abstracción. Una vez afirmado «... como el amor, es parecido al amor, ¿comprendes? Tengo que confesarte que me estoy volviendo viejo, me canso ya de matar a la gente, de llegar yo mismo siempre a ese corto resultado... », el novelista ha puesto el punto final a la narración, nos ha dado sus claves Y las psicologías de las víctimas apenas si interesan y los ambientes —algunos relativamente bien conseguidos— se pierden en la vaguedad. en el deliberado propósito de construir una novela con materiales no novelescos. Este material o contenido, ¿hubiera dado para un cuento?, ¿tal vez para un poema? En ocasiones el escritor se abandona a un estilo fluido de frases largas, períodos que poseen todos los defectos de una prosa poética que, no alcanza a serlo.

El monólogo interior que en «El hombre que había olvidado» era una herencia faulkneriana, en «Todas esas muertes» se ha convertido en un reflejo de una. trascendencia intrascendente. Párrafos como «esas mujeres me dejaron triste, todas las mujeres, desde que tengo recuerdo para acordarme de mi vida, me han hecho sufrir y me han ido dejando cada vez más solo y abandonado, por ellas soy criminal, por ellas mato en vez de matarme, si lo hago, si un día cualquiera me suicido, estaré a salvo, creo que soy capaz de esa formidable debilidad», muestran la vaciedad psicológica y la mediocridad de los análisis a los que somete a su protagonista Carlos Droguett. En su última novela han sido acentuados los defectos de la anterior. Y el resultado ha sido un monólogo vacío, delirante, trasnochado. Carlos Droguett ha mostrado en su obra la crisis por la que atraviesa el género narrativo, crisis ya evidente en Europa. Algunos novelistas latinoamericanos han puesto en evidencia determinados aspectos trasnochados de la novela, pero han vuelto a su obra con materiales novelescos (desde Vargas Llosa al mismo García Márquez). Si el género posee todavía algún interés (y podernos suponer que así es todavía) sus posibilidades arrancarán de sí mismo y no de géneros paralelos. Tal vez sea forzoso hacer un acto de humildad y admitir que la novela no es ni un poema ni un ensayo. Posiblemente sea el género más abierto (tras la poesía) y con mayores posibilidades creadoras, pero la trascendencia de la novela está en ella misma y no valen los propósitos del autor si no se plasman en una acertada realización.


Y otra vez el problema del «boom» narrativo latinoamericano

El fracaso de la novela de Carlos Droguett pone sobre la mesa nuevamente el problema del boom en la novela y en la poesía latinoamericana. Al amparo de unas primeras figuras de calidad indudable se plantea el problema de la invasión de la literatura latinoamericana que cubre últimamente en España casi todos los premios. Dos hechos quisiéramos poner de relieve con motivo del anterior comentario. En primer lugar la presencia de la literatura latinoamericana entre nosotros en paridad con la española sólo puede ser considerado como un fenómeno altamente positivo. Si bien es cierto que las literaturas de cada uno de los países latinoamericanos responden a realidades sociales bien distintas, hay una unidad de lengua (una posibilidad de literatura común) que establece un amplio margen de posibilidades para las literaturas de ambos lados del Atlántico y especialmente para el libro en lengua española. Las experiencias realizadas en Colombia pueden afectar al novelista o al poeta o ensayista de Venezuela, Cuba o España. La posibilidad de moverse en horizontes tan amplios, junto a literaturas nacionales tan jóvenes, sólo puede beneficiar a los escritores.  No es, pues, de extrañar que los escritores latinoamericanos que perciben las posibilidades de acción desde el campo editorial español (europeo a la postre) acudan a los premios (a los infinitos premios) españoles. Y hasta aquí todo resulta positivo. Sin embargo, los premios literarios pueden resultar confusos y altamente perjudiciales si no son otorgados con una cierta visión de futuro. La novela de Carlos Droguett, como la de otros premios otorgados a escritores latinoamericanos, puede desorientar a un lector que desconozca el actual movimiento literario de lengua española. Carlos Droguett (por lo menos no en las dos últimas novelas publicadas) no forma parte de la vanguardia narrativa, aunque así lo haga constar. Sus experimentos (experimento no quiere decir vanguardia) carecen de interés —y, desde luego, de novedad—. Creo que en esta ocasión el Premio Alfaguara, que cuenta en su haber autores estimables, ha sido concedido a un nombre, no a una ,novela. Y este es un peligro que afecta también a la valiosa literatura latinoamericana presente entre nosotros. El confusionismo es siempre altamente peligroso.

 

(1) «Todas esas muertes», Ediciones Alfaguara, Madrid-Barcelona, 1971.
(2) «El hombre que había olvidado» Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1968.



 

 

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